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martes, 25 de enero de 2022

Del salario del diablo y del diablo mismo*


Por Francisco García González

Enrique del Risco ─quien, si presume de humorista, firma como Enrisco y le da por escribir hilarantes resúmenes del año o crónicas sobre los mundiales de fútbol para entusiastas y no─, puede ser grave hasta donde uno no pueda imaginarse. Entonces firma como el primero. Si en plan de empaque le da por la novela o el relato, es una fiesta. De lectura, digo. Pero, si en lugar de la narrativa, toma el atajo del ensayo es diferente historia. Atrapado en la gravedad y profundidad con la que se debe sobrevivir en la academia y sus rituales durante veinte años o más, ha ido EDR de un exabrupto a otro. Es decir, de la escritura de un ensayo al siguiente. La cofradía docente lo exige a quienes viven a su amparo. Bajo esa sombrilla a nadie le interesa ni Leve historia de Cuba ni Qué pensaran de nosotros en Japón ni mucho menos Turcos en la niebla, aunque estén signadas por EDR y no por el “ingenioso” Enrisco.

Bajo esta premisa unida a mi desdén y escepticismo hacia la academia y sus producciones, normativas y políticas, me introduje a regañadientes en la lectura de Los que van a escribir te saludan. Ensayos sobre literatura y poder. Ay, EDR, los que van a morir (de aburrimiento) te reseñan. A gritos de ¿dónde está Enrisco, coño?

Cierto que la promesa anunciada como spoiler total del libro intentaba restar esa oscuridad de marabusales que rodea a la…, ya saben… Esto va de las políticas literarias de los autores que no es lo mismo que política para con los literatos, dictada desde el poder. Aunque no lo parezca, eso es algo. Una promesa encubierta: lectores, ténganme cierta fe y no se arrepentirán.

En la primera parte del libro titulada “Los orígenes”, EDR vuelve sobre el viejo tema fundacional de la nación que resume literatura y política. El autor desciende de su “Espejo impaciente” de Leve historia… a “El escribano paciente o cómo se funda una literatura”.

Y fue precisamente desde el comienzo de Los que van a escribir te saludan que comprendí que este se podía leer de manera diferente, y no como árido compendio de paja y metatranca para cumplir con los altos estándares de la… , ya saben, en esa interminable pasarela de eventos y congresos a través de los cuales la institución alcanza su encomiable plenitud.

El caso Balboa es visto desde la perspectiva de EDR no como texto fundacional. No existía manera humana de que el tal escribano supiera que escribía nuestra Odisea o Eneida, destaca aquí para EDR como estrategia de resistencia al poder. El comercio de rescate, obra subversiva a la que alegremente se entregaban los bayameses desde los indios, pardos y morenos hasta el obispo, provoca cierto arrepentimiento ante el gobierno absolutista, y allá va el escribano a sacarle las castañas del fuego a sus vecinos y miembros del gobierno local. ¿Resultado? Espejo de paciencia que tú conoces. Todo eso en caso de que no sea una obra apócrifa como aseguran algunos, nacida de la necesidad de nuestro poema épico inaugural.

Reconozco que el plot del ensayo de EDR es tan ingenioso como el de Silvestre de Balboa.

Y si seguimos la secuencia, llegamos hasta el caso Padilla (se me acaba de ocurrir). Entonces este ensayo posee, al igual que un relato, mensajes cifrados relacionados con experiencias distintas a las que ocupan al ensayista. El poeta, Padilla, dice, escribe y murmura en contra del poder, sorprendido en este comercio de rescate o contrabando de tentadoras mercancías foráneas que oxigenaban el ambiente que rodeaba al escritor y a la nación toda, es reprendido, la forma es alto conocida, y el resultado es: informe que tú conoces. Claro, primero debemos sortear una pequeña y nada sutil diferencia: no es lo mismo el absolutismo que el totalitarismo, pero dado los casos Balboa y Padilla, saltan a la vista ambas estrategias de escritura. De supervivencia a la culpa y al miedo. Suerte de marcas de una nación que evade por momentos mirarse al espejo.

Seguimos en esto de los plots. En el segmento de ensayos dedicados a Virgilio Piñera, destaco dos aspectos fundamentales. Primero, los coqueteos del autor con la literatura antitotalitaria, expresados en su pieza teatral Los siervos (1955). Si deseáramos ser rigurosos, pensaríamos que por el año en que se escribe hay mucho de frívolo en dicha obra. El tema del totalitarismo (aquí me señalan que la academia ha pasado la página con el término, es más apropiado decir socialismo que totalitarismo, persona esclavizada que esclavo, visionar que ver, etc. Así es la academia de paranoica: siempre debe decir lo apropiado) a los ojos de Piñera está más en sintonía con el absurdo que con sus prácticas y experiencia ciudadana, ajenas por completo al dramaturgo, por mucho que su compinche Gombrowicz le hubiese contado. O que hubiese acertado en su comprensión de los resortes sobre, y desde, los cuales se movía ese sistema bajo el cual vivía media Europa y gran parte de Asia.

La cosa sigue de la siguiente manera: Triunfa la revolución. Piñera vive una intensa y corta luna de miel con el nuevo régimen y sus autoridades. Los siervos no cuentan. El resto es como dice EDR: “todo es absurdo hasta un día”. En algún momento se agota su “breve rapto de fe” y todo se viene abajo, el pecado de ser poeta y tomarse la libertad de escribir a pie y juntillas, algo de lo que también abomina el socialismo real, lo hace culpable. El pobre Virgilio no lo vio venir. El totalitarismo, en su versión real, era aún más perverso que su pieza teatral. Tan perverso que sólo le quedaba el miedo. Tan aciago el día de su muerte, aparte del affaire del entierro, la prensa le dio una excelente cobertura a la presencia de Moncho, el gitano del bolero, que al escritor paria, fiambre cívica desde hacía tiempo.

Lo que sigue acerca de Piñera en Los que va a escribir…es una especie de pelea cubana contra los demonios. Hablamos de la polémica del poeta con sus pares de Orígenes a propósito del poema “La Isla en peso”. Vale la pena detenerse en el motivo. En el poema Virgilio le baja los humos al “ombliguismo” insular que consume a los origenistas. Los patricios del parnaso habanero se aprestan al ataque y este se perfila desde “Lo cubano en la poesía”, de Cintio Vitier, y a través de varias cartas de Lezama Lima y Gastón Baquero. La ofensiva se centra en que el poeta ha puesto en entredicho, mejor, ha echado por tierra, la condición de excepcionalidad que ellos, los varones letrados, atribuyen a la mayor de las Antillas. Comunistas, origenistas y hasta Eliseo Grenet y Jorge Negrete viven a su manera esta ilusión de excepción, expresada en una “hermosa tradición de cultura en más de un aspecto hacen a Cuba señal y signo de los pueblos de América”.

Sin embargo, para EDR la estrategia de Virgilio es otra. Es su diálogo con Aimé Césaire. Con la visión optimista que el miembro del Partido Comunista de Francia tiene de las Antillas, de las cuales Cuba es otra lenteja más en ese mar convulso y poseído.

¿Quién venció en el debate? A pesar del zarandeo que recibió Virgilio, EDR acude a otro de sus pasatiempos para explicarlo: escribir acerca del fútbol, a la vez que habla de la carrera por el Nobel de literatura en esta sesión de la CONCACAF: resto de las Antillas 2, Isla Excepcional 0.

Gracias a la política cultural de la revolución, el lugar que ocupa la generación del Mariel en la literatura y la historia de las artes plásticas cubanas es completamente invisible. Ese conocimiento más que cautivo es inexistente. Fuera de Reinaldo Arenas muy poco se sabe en la Isla Excepcional de aquellos escritores y artistas. Tuve que salir definitivamente para conocer la obra de los hermanos Abreu, Luis de la Paz, Eddy Campa, Carlos Victoria, entre otros.

A este tema EDR le dedica varios ensayos en Los que van a escribir… La tesis de estos trabajos podríamos resumirla en el leitmotiv que aparece una y otra vez en cada uno: El Mariel, respuesta literaria al totalitarismo. Una revuelta dentro de la granja en “revolución”. Rebelión literaria en este caso.

EDR sabe de esa orfandad de conocimientos y de estudios en la Isla Excepcional. Quizás sea esta la razón para hacer una radiografía casi tridimensional de la generación del Mariel. Generación que se forjó de manera casi clandestina en La Habana de los setenta mucho antes de los sucesos de la embajada del Perú. Desde mucho antes del éxodo del Mariel y de la aparición de la revista homónima, en Cuba estos autores se habían formado en una suerte de palenque literario que más que círculo de lectura o taller literario fungía como fragua de una obra que cada uno continuaría en el exilio.

Decir que el plot de estos ensayos sería generación del Mariel versus Hombre Nuevo, Guevariano de apellido, sería incorrecto. Simplemente los escritores del Mariel son el Hombre Nuevo, nacidos no como metáfora de resistencia al totalitarismo (que hoy día no se llama así, recuerden), sino una suerte de mártires de la literatura aún sin haber escrito la mayoría de los libros que soñaban o deseaban.

EDR se ocupa de varios escritores contemporáneos (suyos) con bastante generosidad. A Néstor Díaz de Villegas lo compara, en tono de broma y no, con Martí, un “Martí gusano”, desde luego. La comparación se basa más bien en las diferencias no exentas de algunos paralelos que van de la escritura comprometida a la cárcel y luego al exilio. Ni los regresos tan disímiles de ambos bajo el signo de una gesta independentista uno y de una empresa burdamente utilitaria el otro, escapan a los paralelos. Ambos generaron hermosos y conmovedores diarios.



Debo aclarar que del diario de José Martí, y sus páginas perdidas, nos habíamos ocupado EDR y quien escribe en Leve historia de Cuba, y cuando leí De donde son los gusanos (un libro despingante, disculpen el culterano adjetivo), tuve la idea de escribir un texto en el que Martí, luego de sobrevivir a la escaramuza de Dos Ríos, era apresado y deportado otra vez. Recién liberado regresa a la Isla Excepcional y desencantado con lo que ve (ni por asomo es lo que soñó) se retira de la política y se dedica a reparar su casa natal, Avenida de Paula 314, con la finalidad de alquilarla a turistas norteamericanos que cada vez son más frecuentes en La Habana. De repente, en algún momento, aparecía Néstor… Jamás pasé de la idea y del título (que traía de vuelta a otro exiliado): “Excursión a (un país) vuelta abajo”.

La Isla Excepcional ha sido y es una factoría de emisión de exiliados. Y entre estos los poetas constituyen un curioso y nutrido apartado. Dentro de este el de Gleyvis Coro Montanet, exhibido en su libro Lejos de casa, es, según EDR, un exilio “muy suyo”, y su yo poético o sujeto lírico vive en constante expansión como una perpetua implosión que sacude a su Cuba íntima. Por otra parte, no hay aseveración más abrumadora que “dentro de la revolución todo”. Desde su propia aurora, el evento politizó la sexualidad en función de la nueva moral que debía consumir a su Hombre Nuevo. Resultado: persecuciones, encierros, ostracismo… De eso se ha escrito bastante porque demasiados lo han padecido en toda su crudeza y, además, moviliza y define las razones del exilio de Gleyvis Coro, en una fecha en que existía el flamante CENESEX y su regenta aplaudía el cambio de sexo entre revolucionarios.

Sobre Gleyvis Coro (de nuevo me aparto del guion y de las reglas de la reseña) siempre quise escribir un texto acerca de cómo perdí, sin llegar a leerlo, su poemario Escribir en la piedra. Ediciones Loynaz. Trabajaba en el Centro Provincial del Libro y la Literatura de la desaparecida provincia La Habana y durante la Feria Internacional de Libro de La Habana de 2001, el estand de la provincia estaba situado justo al lado de su homólogo pinareño. Allí conocí a Gleyvis Coro y me regaló el poemario dedicado. Un verdadero lujo. Después de varias semanas, pasaba frente a una casa en construcción y uno de los obreros, alguien conocido, me llamó. El tipo fue al grano, estaba “saliendo con una jevita” y quería impresionarla con algún poema y como yo era escritor tal vez podría ayudarlo. Le dije que no era poeta, pero algo tendría en casa. Busqué en el librero y allí encontré el libro que ya se imaginan. Se lo pasé al obrero tan urgido de poesía sabiendo el riesgo de no retorno que corría. Porque, qué no se hace por una jevita, ¿verdad, Gleyvis? Y así, criminalmente, jamás me lo devolvió. Creo que esa es la mejor reseña de aquel cuaderno. La poesía en auxilio de las necesidades amorosas del prójimo. ¿Cierto, EDR?

Hurgando en el ciberespacio he encontrado un conmovedor poema de esta pinareña excelsa que se da un lujo que no le está permitido a muchos compañeros de armas: el optimismo, y encima nada velado. El directo que siempre duele. Cito el final:

Porque otra Cuba nace,

la Cuba de su patio y de su casa,

con una nueva juventud que hace

de la peste vivida su coraza.

Una Cuba valiente y redentora,

una Cuba que postea

con teléfono en mano vengadora,

y que no será otra Cuba que no sea

la Cuba de la rabia y de la idea.

Del ensayo dedicado a La lengua suelta, de Fermín Gabor, publiqué en esta revista una extensa reseña titulada “¿Qué mató a Fermín Gabor?” De esta para seguir atropellando el género (el de la reseña) y seguir con el primerpersonismo que consume al gremio cito el final:

Por último, como esto no es de Chacón y Calvo y sí de Simon & Garfunkel, me he preguntado muchas veces qué provocó la desaparición de Fermín Gabor. Aquí no hay guardia pioneril que venga en mi auxilio. Por mucho que trato, no encuentro mejor respuesta o hipótesis que esta: Fermín Gabor despareció a causa de leer tanto bodrio: ensayos, poemarios, novelas, entrevistas de cuanto escritor de infame de obra o proceder, o viceversa, que pasea en los predios de la literatura cubana. Imposible hacer lista. Imposibles de nombrar. ¿Quién sobrevive a experiencia tan sádica? En eso Gabor y AJP nos llevan ventaja. El primero desapareció, al menos, eso dice el segundo. Pero mientras, y eso es bastante, ahí está el trabuco, suelto, sin vacunar.


El prólogo del libro El compañero que me atiende, recogido en Los que van a escribir…, demuestra tanto la vigencia y salud del género “totalitario policíaco” como de las instituciones que le dan sustento: la Seguridad del Estado y su indetenible desfile de víctimas. Más allá del prólogo es el libro en sí lo que valida la gestión de EDR y, sobre este, el escritor fantasma Ramón Elías ha dicho:

El compañero que me atiende quizás no sea un libro definitivo, esperemos que no, pero es sin duda un hallazgo, un acto fundacional, en todo el sentido de la palabra. Hallazgo que queda definido a raíz de la conciencia de la existencia de un género: el totalitario policíaco. En este sentido, con este volumen nos atrevemos a asegurar que estamos ante la presencia de un libro imprescindible, que impulsará la escritura de otros, puesto que los materiales primordiales aún perviven (terror, vigilancia, represión, delación, agentes). Y si el devenir de la historia los arrastra o sepulta, lo merecemos todos, aun así valdría la pena volver sobre ellos; nunca estaría de más ejercitar la memoria.

A mi modo de ver, el ensayo más original de Los que van a escribir… es “Nitrógeno y mangostas: Cortázar y la Revolución Cubana”. La originalidad viene por su escritura, pues el texto trata de las peripecias del crítico Julio Mestre, exégeta de la revolución, que no sabe qué hacer con el relato de Cortázar “Con legítimo orgullo”. El ensayo discurre como un relato en el cual la voz ensayística, para no decir narrativa, de EDR nos va develando la historia de las angustias del crítico cuando descubre que el cuento de marras no habla de mitos, sino de algo más peligroso, vulgar y cercano, tan cercano como para ubicarlo en su país natal: la Isla Excepcional una vez más. Para colmo el cuento está lleno de puntos de intersección con un discurso de Fidel Castro de 1967. Claro, lo que en Cortázar es ficción, en el segundo es crudo experimento y vivencia. Ambas cosas harán que el crítico Mestre nos recuerde radiantes momentos de la narrativa de EDR. Mestre como personaje está a la altura, por sus obsesiones y empeños, de los que desfilan por las páginas de Turcos en la niebla. Y el hecho de valerse de leyes y presupuestos narrativos para operar en otro género es embarcarse en una aventura en que EDR sale airoso. Con elegancia podríamos decir.

El ensayo que EDR dedica a Roberto Bolaño expone el desencanto del escritor con los desmanes de la izquierda y de la derecha. La “distancia” exacta entre ambas fuerzas antagónicas, que suelen tocarse en los extremos, es sugerida de manera sutil en la novela Estrella distante, en la que el siniestro Carlos Wieder, poeta y serial killer, toma el cielo por asalto poético igual que había hecho Raúl Zurita en los cielos de New York. Por si no queda claro de lo que habla EDR remítase al discurso de Bolaño leído con motivo de la entrega del premio Rómulo Gallegos en 1999. Sus opiniones sobre los escritores de izquierda son demoledoras ni siquiera son “buenos padres”, “amigos” o “amantes”. Y como escritores, una vergüenza, no porque escriban mal sino por la calidad de las apuestas. Una de ellas la admiración a Fidel Castro, a quien Bolaño tilda sin filtros de tirano bananero, y su legado.

Hurtando el cuerpo al género hablo de nuevo en primera persona. Cursaba estudios de maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Concordia, en Montreal, y me pidieron que organizara una presentación del poeta Raúl Zurita que, por aquellos días, se encontraba en Ottawa. Corría el año de 2015. Tras mucho email que va y viene, los anfitriones decidieron cancelar la lectura porque en calidad de estudiantes no disponíamos de ningún fondo para pagarle una lectura al autor de Poemas militantes. Curiosidad: en esa misma universidad EDR ha presentado muchos de sus libros de manera gratuita, aunque eso no sea nada extraordinario. Aun así, los destinos de la literatura y la literatura misma son asuntos del diablo. Lo digo por Bolaño, Zurita, EDR y la infinita procesión.

De mi experiencia en cuanto lector Los que van a escribir… puedo asegurar que ha venido a cubrir vacíos y lagunas, corroborar sospechas, lidiar con la mala memoria. Además de lograr domar a la academia, pues con este libro EDR articula la dramaturgia de la institución con su agenda política. Aclaro que en la tal agenda de EDR la robustez del número de páginas contrasta con la anemia temática. A EDR lo absorbe una sola idea: la Isla Excepcional.

De los ensayos que aún no he hablado, que son los menos, vaya por el libro para que se entere. No se pierda el triste carnaval que se gasta la perdedora en la carrera por el Nobel de literatura en la sección correspondiente de la CONCACAF.

Gracias, EDR. En esta ocasión por no haber hablado Enrisco. O quizás, fue el segundo quien lo hizo todo el tiempo.

Montreal, 20 de enero de 2022



Enrique Del Risco, Los que van a escribir te saludan, Editorial Casa Vacía, USA, 2021, 356p. De venta en Amazon.

*Publicado en La Santa Crítica

miércoles, 25 de marzo de 2020

Nostalgia represiva


Comparto con ustedes mi nota de contraportada para Nostalgia represiva, el último libro de cuentos de Francisco García González, un hermano escritor que a estas alturas, y a pesar de lo bien que conozco su obra, se las  sigue arreglando para asombrarme:



La nostalgia es una trampa y en ella puede caer cualquier cosa. Empezando por nosotros mismos. Y como buena trampa a cierta distancia parece inofensiva.  Francisco García va conduciendo hasta ella todo lo que encuentra: recuerdos infantiles o el miedo como forma de vida. Pero, si miramos con atención, entenderemos mejor el delicado mecanismo de la trampa. Delicado y omnívoro, como el de este libro que incluye lo mismo recuerdos del autor como objetivo ocasional de la no tan secreta policía secreta cubana que su aporte a la felizmente frustrada construcción del Chernóbil caribeño. O “Nostalgia batistiana”, uno de los cuentos más divertidos que haya leído nunca, armado con materiales particularmente atroces. Ya lo dije: la nostalgia es una trampa. Y la literatura, otra.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

JOSÉ ABREU: EL CAMINO HACIA EL AYER*

Por Francisco García González
Tanto el grupo del Mariel, así llamado porque casi todos sus miembros abandonaron la isla a través del éxodo de 1980 por el puerto del litoral oeste habanero, como su obra son poco conocidos y leídos en Cuba. Excepto Reinaldo Arenas cuya obra se lee, al menos sus libros más conocidos, el resto, o sea, escritores como Roberto Valero, Carlos Victoria, Miguel Correa, Reinaldo García Ramos y Juan y José Abreu** (por solo mencionar algunos), son pura deuda. Gracias a su salida del país algunos de ellos alcanzaron su madurez literaria fuera de Cuba. Exiliados del campamento agrícola, pusieron pie en otras costas en las que sus dramas personales, forjados bajo la experiencia totalitaria y la del posterior exilio, tomaron la forma de los libros que soñaron o se imaginaron en sus días grises bajo las botas del caudillo.
El camino de ayer (Alexandria Library, Miami, 2019) es la última publicación de José Abreu Felippe, narrador, poeta y dramaturgo. Se trata, en este caso, de un volumen de diez cuentos prologado por la escritora Zoé Valdés.
Lo primero que llama la atención de El camino de ayer es la variedad de registros en la que se mueve, y apuesta, José Abreu. Registros que atestiguan la manera individual que aborda las líneas temáticas del cuaderno, que van de lo fantástico a lo erótico (versión homo, versión bisexual, no importa), y de lo erótico a la evocación ficcional del entorno familiar del autor (sin olvidar algún que otro atajo). Temas aparte, cada cuento es un universo diferente marcado siempre por el desenfado, casi desvergüenza soterrada, en cuanto a la manera de abordar y desenfocar las historias que cuentan. Y en calidad de lector quizás, más que de temas y registros, además pudiera hablarse de un peregrinar a través de las zozobras y desvelos del presente a la semilla o raíz primigenia. Nunca se sabe, leer es volver a escribir, pero bajo las zozobras y desvelos no del autor, sino de los ajenos.
Un anticipo
Si es de los que no les gusta que le cuenten, le aseguro que no importa. Lo apasionante de estos cuentos, y de toda la obra de José Abreu, no es el qué pasa y en qué acaba el rollo. Lo que usted no debe perderse es el mundo contado de las historias que contiene su narrativa, así como el viaje de los personajes y del propio Abreu. Y todavía más, lo importante en El camino de ayer es lo que el autor no dice, esas hendiduras y sobrentendidos y silencios tácitos interpuestos entre las frases, los diálogos.
De eso se trata la literatura.
Los cuentos fantásticos “La inserción en la piedra de la locura” y “Está lloviendo ángeles”, con los que José Abreu abre El camino de ayer, claman no por la exaltación de un universo inexplicable que toma la realidad por asalto, estos van por la recuperación del mundo ordinario existente antes de que la realidad fuera alterada, quebrada por un suceso, que puede ser el encuentro de un hombre con la noche en forma de ser (la forma de su madre, el rostro de su amante) que lo visita al final de la madrugada, justo en el momento de la oscuridad más perfecta (“La inserción en…”). O por el retorno a la normalidad luego de una intensa lluvia de ángeles, en el caso del segundo. No obstante, más allá de encarnar a un avezado pastor que sabe conducir el redil de las palabras, la actitud del autor ante el material literario es muy diferente en cada uno. El primero es un cuento desgarrador, el narrador es un hombre con un pie en la vida que aún le resta y el otro en la barca que ya imaginamos. ¿En qué momento del paso la vida se nos puede aparecer lo que José Abreu denomina “el claror”? ¿Cuál es su naturaleza? Solo con palabras magistrales puede registrarse dicha visita.
El segundo texto destila ironía y humor sutiles. Llueve ángeles y qué. El gobierno, y la gente, responde como sabemos. ¡Siempre las películas norteamericanas! No faltan hangares, movilización policial, tipos aferrados a la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Luego cae el velo de la otra ironía, no la inexplicable, sino la grosera, la del olvido. Por suerte, José Abreu estaba allí…
“La estatura ideal” y “Como sombras azules” constituyen, como en los dos primeros, dos caras opuestas, dos modos diferentes de asumir el género fantástico. “La estatura ideal” es puro deleite, pura fábula no tan fábula (ya que coquetea con el tono para saltarse cualquier enseñanza) sobre la esclavitud de las modas y sus modos y sus referentes en las redes sociales. La evolución que va de usar jeans hasta explorar procedimientos más de la ciencia ficción que de Victoria Secret. Viaje de los almacenes al quirófano todo incluido en un solo ticket: la frivolidad. Parece un cuento que nos va a hacer reír y seguir adelante con el próximo; pero no. Debajo de la historia, y de su delicado humor expresados en una crítica de cariz conservador ante lo incomprensible, aflora la tragedia del autor: una criatura que vaga extraviada por los sitios del Nuevo Mundo tecnológico que lo echa a un lado sin miramientos hasta hacer encallar, o naufragar, los viejos barcos a los que aún, a Dios gracias, se aferran los escritores sobrevivientes del Mariel.
En “Como sombras azules”, José Abreu explora ambientes claustrofóbicos y espacios kafkianos. Biblioteca total, laberíntica, de Borges a Eco, que engulle lo mismo libros, autores o incautos lectores. Coda: la literatura y la arquitectura pueden ser monstruos autónomos de vientre insaciable.
Con los cuentos “Kukulkán” y “Mulato”, el autor apuesta por el erotismo elusivo apenas descriptivo. En el primero, durante un viaje a México una pareja descubre los pliegues del intercambio lúbrico bisexual. El erotismo viene arropado de incursiones artísticas y suposiciones mitológicas para narrar el encuentro (bastante vulgar y previsible como suelen serlos en esas experiencias) con un trabajador del turismo que comparte danza con prostitución, y al que la protagonista del relato bautiza como Kukulkán por aquello del dios en forma de serpiente.
“Mulato” es uno de los cuentos más ambicioso del cuaderno. La sucesión de incidentes es digna de una novela, donde el homoerotismo pasa factura al régimen cubano en toda su extensión. Lo que muestra la heterodoxia de José Abreu en cuanto a técnicas narrativas en la que cohabitan el tema novelístico con los recursos del relato empujados hasta el límite en que colindan literatura y pornografía.
El ciclo erótico del libro cierra con “Una proposición”, nuevo coqueteo, en clave de humor, con las regiones adyacentes a la pornografía. Una sátira sobre uno de los temas más desgarradores y raigales del amor carnal: el coito anal, visto en este caso desde el punto de vista femenino.
Tal vez el único relato que escapa a las líneas temáticas expresadas en El camino de ayer es “La vida de Ryan” o del naufragio de la educación y las buenas costumbres y maneras. Un texto raro dentro del índice del cuaderno y difícil de acomodar dentro de este. Sin embargo, mediante el recurso del sarcasmo, pariente cercano del humor, José Abreu, obcecado inconforme, hace una crítica demoledora a la vida burguesa. Su diatriba recuerda el modo en que el cine de Fellini tomaba cartas en el asunto. Por supuesto, tal emplazamiento no significa que “La vida de Ryan” devenga en una lección de izquierda, porque en la obra de José Abreu no hay intensiones de trasmitir mensaje alguno, su riesgo es ocultarlos, camuflarlos para invitar al lector a ir por ellos. Cuento atípico en la composición del cuaderno, insisto, pero que sugiere una idea bastante acabada acerca de las motivaciones anárquicas que se esconden detrás de cualquier colección y que se relacionan únicamente con el espíritu del autor.
Por último, los cuentos “Micenas” (que además es otro relato fantástico) y “Concha & Dago” son una especie de travesías literarias del autor, a través de las cuales comparte con el lector las esquinas inquietantes de una existencia en la que no importa, o es superfluo, el devenir. En este sentido, “Concha & Dago” recrea parte de su patrimonio familiar, su entorno más íntimo. Más allá de un suave y dulce costumbrismo, con sabor a viejas fotografías de familia, y saltándose todo tipo de modas literarias, José Abreu indaga por el peso de un pasado escamoteado abruptamente por lo que a secas el autor llama al evento comenzado en enero de 1959: “la debacle”.
“Micenas”, tema para dramaturgos, no es solo el final de un viaje. Fantástico. Atemporal. El hijo del atrida no viene por la venganza. Ni siquiera por la fútil revancha como el Orestes de Álvaro Cunqueiro en su novela El hombre que se parecía a Orestes. Carácter que gravita y gravita en torno a la corte hasta que su reclamo pierde todo el sentido. El Orestes de José Abreu ha llegado. Adónde. Adivine. Les doy una pista: el vecindario es pobre, afuera hay un almendro, el piso es ajedrezado, lozas negras y blancas… ¿Hay otra más descrita en la literatura cubana? Lo digo sin tapujos: “Micenas” es un relato bellísimo, exquisito en su estilo, irreverente en cuanto al mito.
Si algo pudiera decir a manera de conclusión, es que tanto El camino de ayer, como toda la obra leída de José Abreu, está signada por una honestidad intelectual y una sensibilidad sin fisuras, a toda prueba. Compartir el tramo que sea de este oficio, si no nos hace mejores, al menos dignifican, nos devuelven la fe en la tribu a la que pertenecemos.
Montreal. Noviembre de 2019

*Aparecido originalmente en La Santa Crítica
**Iniciarme en su narrativa fue cortesía de Enrique del Risco. 
José Abreu Felippe, El camino de ayer, Miami, Alexandria Library, 2019

jueves, 29 de agosto de 2019

Entrevista a Francisco García González



Texto completo de la entrevista que le hiciera Sarah Moreno a Francisco García González para El Nuevo Herald con motivo de la presentación en Miami de su libro Asesino en serio.

¿Cómo influye la experiencia del inmigrante en lo que escribes y en Asesino en serio específicamente?

Emigrar es una experiencia de una trascendencia inigualable, brutal en muchos casos si se quiere. Los que emigramos mayores de edad, como en mi caso, sabemos que vamos directo hacia la centrifuga del capitalismo, directo a ese mundo de la economía de mercado en que se genera la riqueza. Aún conociéndolo en tanto destino inmediato ni siquiera sabemos de qué se trata. Durante mis cuatro primeros años mi vida fue un viaje interminable por las escuelas de idioma (inglés) y lo que llamo el inframundo laboral: las cocinas de los restaurantes, las fábricas, los garajes, los inefables almacenes. Así sucesivamente hasta convertirme en lo que soy ahora: portero nocturno de un edificio residencial en el centro de Montreal. (Un oficio al que la literatura cubana escrita fuera de la Isla tanto le debe). La huella de ese viaje se percibe en muchos de mis cuentos. Varios de los relatos del cuaderno tienen como elemento desencadenante de la historia muchas de estas experiencias. A esta travesía debo agregar el conflicto con la lengua. Reinventarse en otro idioma para mí ha sido una tarea ardua. La lengua es la llave de acceso a la integración. No hablarla correctamente o no entenderla a plenitud dispara los filtros de afectividad a niveles de alarma. Esta tensión también aflora, o subyace, constantemente en Asesino en serio.

Sabes que hay un tema clave con los cubanos de Miami. ¿Te calificas como inmigrante o como exiliado?

Al exiliado lo expulsan o escapa en otros casos. El emigrante toma la determinación de irse empujado, forzado, por un conjunto de situaciones que en el caso cubano todos conocemos. Nadie me obligó a marcharme ni tuve que lanzarme a cruzar el mar en ninguna embarcación ni cruzar fronteras a pie. Soy un emigrante. Abandonar Cuba para establecerme en Canadá fue una decisión familiar y personal. Sabía que si quería una vida digna para mi familia y para mí no había otra opción que poner distancia y mientras más lejos mejor. No obstante, ni me considero, ni soy, un emigrante económico. Es un término acomodaticio, muy de moda, usado a veces por ignorancia y otras por oportunismo. Todo lo que me llevó a tomar la decisión de emigrar clasifica como causas políticas. A pesar de mi peregrinar por tantos, y desagradables empleos, no siento arrepentimiento alguno por haber elegido establecerme fuera de Cuba. Haber hurtado el cuerpo de esa gigantesca maquinaria de miseria y envilecimiento me hace feliz. Aunque no deje de pensar en lo que dejé atrás: familiares, amigos, lugares, paisajes…

Tanto para el inmigrante como para el exiliado es fundamental lo que deja atrás, cómo se hace presente Cuba en Asesino en serio.

Más allá de que en casi todos los cuentos el protagonista es un cubano hay algo más sutil aún: la mirada narrativa. Viví cuarenta y seis años en Cuba, por tanto, no puedo ver las cosas como un canadiense ni como un quebequense. Mi mirada es la de un cubano de mi generación. Y eso siempre va a estar latente, y en última instancia, en el sentido subterráneo de todo lo que escriba sea ficción o no. No hay una manera de distinta de hacerlo ni tampoco me preocupa. En mi opinión es lo que hace tan apasionante la literatura cubana escrita fuera de la Isla. O sea, como interpretamos la nueva realidad adquirida, ya sea en New Jersey, Estocolmo, Madrid o en Montreal. Como la incorporamos a nuestro background a la vez que lidiamos con ella. Y eso deja huellas en que escribimos, pintamos, versificamos o soñamos.  

Es una marca tuya que el libro reflexiones sobre el arte, ya sea como referencias o con más protagonismo. Es algo que le da un peso y a la vez una ligereza a la lectura de los cuentos. ¿Cuál es la intención al incluirlas?

En verdad que no había reparado en esta observación. Quizás lo haga de manera inconsciente. El arte como ocupación del mundo interior, además de la literatura y el cine, siempre ha estado en mi órbita y viceversa. Tengo muchos amigos artistas. He tenido la oportunidad de ver sus obras desde dentro, conocer sus motivaciones, sus formas de ver el mundo a través de otras expresiones lejanas, aunque a veces bastantes cercanas a las de la literatura. Durante una época en Cuba escribí decenas de catálogos para muchos artistas. Lo hice hasta el día en que dejé de disfrutarlo. Entonces paré. En Canadá tuve otro acercamiento al arte que más bien se relaciona con lo que decía al comienzo sobre el submundo de los empleos. Por varios años fui modelo de varias escuelas de arte en Kingston, Ontario, y Montreal. Un trabajo muy fácil y aceptablemente bien pagado. Siempre y cuando pudieras estar desnudo y quieto por casi una hora en la misma posición. Ese trabajo me lo buscó mi esposa. De esa experiencia salió el cuento “En nombre del padre”, dedicado a mi gran amigo, el pintor Armando Tejuca. También lo hice hasta el día en que dejé de disfrutarlo. Hoy es solo anécdota, la huella dejada en un cuento. 
  
¿Por qué prefieres el género del cuento?

Mis andanzas literarias comenzaron explorando el mundo del cuento. Aunque también he escrito varias novelas siempre retorno al cuento. Me considero un lector voraz del género. Estas lecturas son bastante contagiosas. Mientras más leo cuentos más ideas se me ocurren para escribirlos. Da lo mismo el autor que sea: grandes, modestos o desconocidos. Da lo mismo el tema. Da lo mismo la estética. Dan lo mismo la época o la técnica.
No me sucede lo mismo con la novela. Disfruto enormemente leer novelas. Pero en mi experiencia novelas no paren novelas como sí pasa con el cuento.
En fin, es un género con el que me siento cómodo y que, a pesar de su brevedad, requiere un dominio de la técnica que permite que lograr un cuento siempre sea un gran reto. Por otra parte, las ideas brotan de las cosas más disímiles y a veces hasta incongruentes con la literatura. Un artículo, una noticia, una frase escuchada en la calle, la lectura de un relato de otro autor, una persona que pasa, un título que aterriza sin idea clara de qué va a contar. En fin, un misterio.