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miércoles, 13 de mayo de 2020

Educación y desyerbe


Persiste, a pesar de su realidad, la creencia de que las escuelas al campo fueron, con todo y sus fallas, un proyecto educativo. Bueno, para eso son las creencias: para persistir más allá de los hechos. Lo real es que durante toda la década del 60 el Estado andaba tratando de resolver el problema que él mismo se había creado al apropiarse de tres cuartas partes de la tierra en Cuba sin tener con quienes ponerla a producir.

En el discurso del 13 de marzo de 1969 (y sobre el que le agradezco a mi amigo Ernesto Fumero haberme alertado) Fidel Castro declara.

"La consigna de la reforma agraria se puede considerar una consigna dentro de una revolución que debe ser reformada, a más claramente: dentro de una sociedad que debe ser revolucionada. Y cuando la sociedad es realmente revolucionaria, entonces todas aquellas ideas que podían considerarse reformas, concebidas en un momento determinado, quedan absolutamente anticuadas para las necesidades reales que una sociedad revolucionada presenta".

Era su manera naturalmente discreta de reconocer que su reforma agraria había sido un perfecto desastre. El Estado había conseguido reunir toda la tierra posible pero ahora no tenía mano de obra. Me repito a la confesión del propio culpable: "lógicamente, las filas de macheteros no se han ido nutriendo estos años”. 

¿Cómo resolver el problema?

Primero lo intentó usando el trabajo agrícola como castigo.

Y creó las UMAP.

Pero vio que no era bueno.

Nunca en la historia de ese país debió haber gente peor dispuesta a cortar caña, desyerbar surcos. Y pese al celo con que se los recogía por todo el país no había homosexuales o testigos de Jehová suficientes para cultivar tanta tierra.

Y encima estaba el escándalo internacional agravado por los aviones espías yankis invadiendo la privacidad de la agricultura revolucionaria y tirando fotos de los campamentos de reclusos. Y hubo que desmantelar las UMAP.

Hubo que intentar otro acercamiento al problema. ¿Y si se presentaba el trabajo agrícola como un honor y un deber en vez de como castigo? ¿como una de esas contradicciones con las que el marxismo de manual le gustaba tanto lidiar? ¿Y si en vez de a lo peor de la sociedad socialista se le encargaba como misión a su mejor parte? ¿No se habían creado inmensos planes educativos? Pues nada más lógico que fueran los propios estudiantes los que corrieran con los gastos pagándolo con su esfuerzo productivo. 

"La contradicción entre las necesidades del subdesarrollo y la del estudio -dijo Fidel Castro en el discurso antes citado- se va resolviendo en la misma medida en que se va introduciendo el trabajo combinado con el estudio”. Y una vez descubierta esa solución que prometía autofinanciarse el Comandante desató su imaginación, tan audaz como la de la lechera de la fábula. “Hoy existe la escuela al campo, y en el futuro existirá la escuela en el campo. Las secundarias rurales estarán en el campo, y pronto comenzaremos a construir las primeras secundarias rurales en el campo. Ello contribuirá a resolver esa contradicción, de manera que la enorme masa de cientos de miles de jóvenes que realicen los estudios secundarios, lo harán en instituciones donde combinarán el estudio con un tipo de actividades productivas posible a esa edad".

¿No era eso maravilloso?

Pero no todo podía reducirse a un cálculo puramente económico como haría un sucio capitalista. Y porque era consustancial a la naturaleza del estratega buscar concebir muchos beneficios al mismo tiempo para cada uno de sus planes. El trabajo en sí mismo sería un instrumento educativo pero además ayudaría a eliminar las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual. Los estudiantes trabajarían por las mismas razones por las que los obreros debían estudiar: para que en la sociedad socialista se fueran eliminando las diferencias entre unos y otros. Y hasta marxista se sentía el Comandante cumpliendo con “esas ideas que fueron esencia del pensamiento marxista:  la combinación del estudio y del trabajo, la combinación del trabajo intelectual y el trabajo manual, no son simples frases:  son ideas que contienen la esencia de la sociedad del futuro”. Solo faltaba encontrar una frase de Martí que calzara todo el tinglado y por supuesto se encontró: “Escuela no debía decirse sino talleres. Y la pluma debía manejarse por la tarde en las escuelas; pero por la mañana, la azada”.

Veinte años después, en lo peor de la crisis de los 90, el Estado se vio obligado a algo que había evitado hasta entonces por todos los medios: cederle tierras a los campesinos las tierras que tan celosamente había cumulado hasta entonces, aunque fuese en usufructo. Fue entonces todavía más evidente lo improductivo que había sido el experimento agroeducativo. Y a partir de aquellos años han ido desmontándolo con discreción. Las escuelas al campo se han eliminado sin que nadie haya protestado porque a sus hijos los priven del acceso a las virtudes pedagógicas del desyerbe manual o la siempre de bejucos.  


P.D.: Al parecer la bonita tradición de las escuelas al campo se conservaban al menos hasta el 2015 en Camaguey al punto que algún periodista nostálgico se quejara de que comparada con la que le tocó en sus tiempos aquello parece más bien “un campismo en Shanghái.

miércoles, 3 de octubre de 2018

8-A

Hace unos días murió Juan Escalona Escalona Reguera, tristemente célebre por su papel de fiscal en el vergonzoso simulacro de juicio de la llamada Causa No. 1 contra un grupo de oficiales de las FAR y el MININT cubanos. Vale la pena revisitar el documental 8A dirigido por el imprescindible cineasta Orlando Jiménez Leal para -además de un magnífico y sobrio resumen de aquel extraño espectáculo- intentar entender la extraña concepción de justicia que guía al régimen cubano.

sábado, 28 de julio de 2018

Las reglas del partido


Las constituciones cubanas desde el 1976 a la fecha insisten (a la usanza de las constituciones soviéticas) en definir al Partido Comunista como la “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Si vamos al terreno futbolístico es como que en el reglamento del juego diga que uno de los jugadores “es la fuerza superior del deporte”. El resto del reglamento hablará de derechos y deberes para todos los jugadores pero poco sentido tienen si ese jugador llamado Partido no solo no tiene que atenerse al reglamento sino que se considera autoridad superior a este.

Habrá quien piense que en ese caso el Partido vendría a ser el árbitro y no un jugador pero en todo caso sería este un árbitro al que le tiene sin cuidado lo que diga el reglamento. Que lo mismo decida el resultado del partido antes de haberse jugado que decida marcarse un golito él mismo o lo que ocurre en la realidad: que el árbitro se atribuya a su cuenta todos los goles que se marquen en el partido y que el único objetivo del reglamento no es que el juego funcione sino que el árbitro siga dirigiéndolo. Dejar claro que el partido (de fútbol o de lo que sea) es muchísimo menos importante que el Partido. Y si ahora ocurre que a los jugadores -como generosa concesión del reglamento- se les permite celebrar los goles (propios o ajenos, da igual) quitándose la camiseta es cuestión bastante menor a la hora de tomarse en serio el reglamento.
Si de lo que se trata es de jugar a algo, digo.

viernes, 27 de octubre de 2017

La pelota y el tiempo


22 meses separan la condena del Granma de la deserción de los hermanos Gurrielen franca actitud de entrega a los mercaderes del béisbol rentado y profesional” del elogio en esemismo periódico por su actuación en grandes ligas (circuito al que ahora comparan con la escala de Milán). 22 meses de pasar de condenarlos en público a transmitir -con 24 horas de diferencia que el resto del mundo beisbolero- la final de las grandes ligas. Un gran paso para el castrismo, un pequeño paso para la humanidad. No soportan la competencia del “paquete” que también trafica con los partidos diferidos, pensarán algunos. O que es el aperitivo de lo que se veía venir desde la sospechosa fuga de los Gurriel: la venta de peloteros cubanos a las Grandes Ligas con Tony Castro como principal empresario. 22 meses parecen mucho comparados con las 24 horas que demora un cubano de la isla en ver cada partido de la final por televisión. O poco comparado con los 62 años que separan a los cubanos de la primera vez que pudieron una serie mundial en televisión… en vivo. Sí, aquella Serie Mundial de 1955 que enfrentó a Los Dodgers con los Yankees. Esa que consiguió llevarse instantáneamente a la isla mediante el legendario vuelo del DC-3 que dio vueltas durante tres horas sobre el estrecho de la Florida haciendo de torre de retransmisión y adelantándose a la comunicación satelital. Pero ninguna de esas cifras alcanza para determinar el anacronismo que es Cuba en este mundo. 

viernes, 23 de junio de 2017

Un discurso olvidado



Fue un discurso raro. Rarísimo. Me refiero al que le dirigió José Abrantes, entonces ministro del interior, a un grupo de intelectuales cubanos cuando se cumplían treinta años de la fundación de los órganos de la seguridad del estado. El jefe de los represores escogiendo para celebrar aniversario a un grupo de sus víctimas favoritas. El zorro decide que este cumpleaños lo va a celebrar con las gallinas. Las gallinas estarían asustadas, tensas desconfiadas. Por mucho que hubiera una buena comilona antes o después del discurso y que les aseguraran que ellas no eran parte del menú.
Por eso en su discurso del 26 de marzo de 1989 el ministro tuvo que empezar explicando sus razones para invitar a representantes de un sector que su ministerio siempre había mantenido bajo sospecha haciendo de su vigilancia y control una de sus tradiciones más arraigadas. Decir que salía “al encuentro de sectores y fuerzas sociales con los que hemos compartido y seguimos compartiendo el esfuerzo por defender y perfeccionar nuestra Patria”. Buscar coincidencias de intereses y objetivos donde siempre hubo suspicacias, vigilancia, represión. El jefe del todopoderoso Ministerio juega a ser humilde diciendo que  “Una revolución […] no se defiende solo con las armas”. Si importantes son las armas también lo son “el clima espiritual y moral del país, el estado de ánimo de las personas, el nivel de información y de desarrollo cultural que logremos, todo eso que a veces resumimos en una sola palabra: conciencia”. Les cuenta a las estremecidas gallinas que ellas también son zorros, combatientes como él. ¿A qué tanta generosidad? Se preguntaría más de uno en el público.
Piensen en la época en que se pronuncia el discurso. Tiempo de cambios. Las reformas impulsadas por la perestroika y la glasnost, ese intento por democratizar el socialismo real en la URSS y demás países del bloque soviético, ha traído esperanzas de cambios a un sistema esclerotizado. Esperanzas y cambios pero al mismo tiempo descontento social e inestabilidad. Desde Cuba el régimen observa dichas reformas con extremo recelo. Y al mismo tiempo ciertos sectores de la sociedad ―sobre todo del campo de la cultura pero no exclusivamente― se sienten atraídos por la vorágine reformista que sacude al “campo socialista” y se pregunta cuándo llegará la perestroika al país. (En unos días llegará a La Habana Mijail Gorbachov el líder soviético quien es también el principal impulsor de las reformas. Una visita que alimenta ilusiones de que quizás ayude a destrabar la reticencia del régimen a adoptar cambios).
Desde tiempo atrás los artistas plásticos se han lanzado a tomar metafóricamente las calles habaneras mientras los policías responden como siempre lo han hecho: reprimiendo todo lo que se salga de sitio. Sin embargo, en esta ocasión, ante el ejemplo esteeuropeo algunos de los represores se preguntan por primera vez si está bien dejarse arrastrar por esas rutinas represivas. El discurso del Ministro parece entonces una señal que desde las más altas esferas se cuestionan las viejas maneras de enfrentar el asunto. El zorro se muestra partidario del diálogo: “Ya se advierte en este nuevo contexto el creciente protagonismo que le corresponde desempeñar en la sociedad a la intelectualidad creadora” dice. Y hasta se atreve a mencionar términos que de momento nunca han entrado en el diccionario oficial: “No podemos cerrar ―dice― los ojos frente a estos cambios que […] trasladarán cada vez más la confrontación al terreno de las ideas, de los derechos del hombre, de la democracia, la libertad y la cultura”.
Las reformas dentro del socialismo, aclara como para atenuar la impresión, no son ajenas a la Revolución Cubana sino que fue esta “la primera que planteó la necesidad de transformaciones profundas en el socialismo, y de hecho hemos tenido en Fidel un ejemplo permanente de enfoque renovador y creador”. Hasta ahí el Ministro no parece haber violentado las maneras retóricas de un régimen que se ve a sí mismo como encarnación viva del progreso y el movimiento. Un régimen que se llama a sí mismo Revolución por mucho que no se empeñe en otra cosa que en resistirse a cambiar. Pero he aquí que el Ministro cuestiona ya no el objetivo estratégico general del sistema (se supone que “la rectificación de errores y tendencias negativas” como reza la campaña del momento) sino el modus operandi de su ministerio en particular y del régimen en general: “Ya no podemos ceder a la tentación facilista de ponerle un rótulo político [“sedicioso” parece querer decir] a cualquier fenómeno que tenga lugar en la sociedad y que pueda desagradarnos e impactarnos. Muchas veces las cosas no son tan sencillas. El tratamiento tampoco puede ser en la mayoría de los casos esquemático o represivo”.
Pero no es el único exceso que comete. No solo critica la forma en que su ministerio hace su trabajo sino llama a los intelectuales y al resto de los componentes del sistema a hacer correctamente el suyo. A “pensar con nuestra propia cabeza”. Habla de la “conveniencia de volver a lo mejor y más permanente de nuestra tradición intelectual” y de “la responsabilidad de ejercer, en particular, una más auténtica y profunda libertad de pensamiento”. Quien habla, debo recordarlo, es el jefe de los que en esos mismos días se dirigen el cierre de exposiciones, la censura de libros, la repartición de premios, la marginación de los inconformes, el encarcelamiento de los insistentes. “No queremos una cultura oficialista ni domesticada ni pasiva ni formalista, ―explica el ministro― porque esa sería una cultura muerta e incapaz de aportar algo a la solución de los problemas”. El jefe de una institución que hacía suya la frase atribuida a Hermann Göring de que cada vez que oía la palabra “cultura” le echaba mano a su pistola venía a anunciar que la cultura no era el problema. Al contrario: la cultura era la solución.
De ahí que no podamos ver nunca a la cultura como un área de conflicto ni como una fuente de dificultades, sino como la gran fuerza transformadora que puede y debe ayudarnos a ganar esta batalla por la justicia a nivel continental y mundial, y por el mejoramiento humano, a nivel nacional.
El zorro no solo exaltaba a las productoras de huevos sino que anunciaba una nueva era en la que la “creación libre” ya no solo sería bien vista sino que sería obligatoria ("no hay alternativa a la creación libre", dice). Y que en su empeño creativo las gallinas ponedoras gozarían de un clima estimulante y comprensivo: “lo que quiero decirles ―insiste el ministro por si no lo habían entendido bien― es que los intelectuales cubanos podrán contar en este esfuerzo con la confianza, la comprensión y el respaldo sinceros del Ministerio del Interior”.
¿Habían escuchado bien? Algo así como “borrón y cuenta nueva”. Aunque no se trataba de anular las relaciones anteriores sino de enriquecerlas. El Ministro insiste: 

Escalofrío aparte por esa alusión a los intelectuales con “relaciones de muchos años con el Ministerio” el discurso podía servir lo mismo para alimentar el cinismo que la esperanza. ¿El jefe de los represores invitando a expresarse con auténtica y profunda libertad de pensamiento”? ¿Se trataba de una trampa o se había contagiado con la ola de cambios que sacudía a Europa del Este? ¿Había sido enviado por el capo di tutti i capi o hablaba a nombre propio? Las respuestas a esas preguntas llegarían  en forma de palabras pero también con el peso lapidario de los hechos concretos. Palabras como las pronunciadas por el jefe del ministro a la llegada del adalid de la perestroika, Mijail Gorbachov. Palabras que sirvieron no solo para hundir de manera definitiva cualquier esperanza de reforma sino para borrar la impresión de que el discurso del Ministro tenía el visto bueno del Comandante en Jefe: “¿Y cómo se puede suponer que las medidas aplicables en la URSS sean exactamente las medidas aplicables en Cuba o viceversa?” dijo Fidel Castro en presencia del líder soviético el 4 de abril, apenas nueve días después del discurso de su Ministro del interior. Como si acabara de descubrir que el país del visitante y el suyo no eran casi idénticos. Pero no se trataba de mero desajuste oratorio, de divergencia de opiniones. Tres meses después de su discurso, el 28 de junio, Abrantes era cesado como titular del ministerio en vísperas de la llamada Causa Número 1. Un juicio en el que se condenarían a varios oficiales del MININT y del MINFAR a penas que incluían la de fusilamiento para el general Arnaldo Ochoa y para el Coronel Antonio de la Guardia.
La caída de José Abrantes no terminaría con su destitución. El Ministro que en marzo se había manifestado a favor del diálogo y el entendimiento sería condenado en agosto a veinte años de prisión en la llamada Causa Número 2. De la larga condena no llegaría a cumplir siquiera dos años. El 21 de enero de 1991 el ex Ministro moría de un infarto en la misma prisión especial de Guanajay cuya construcción había supervisado personalmente tiempo atrás. Me refreno de añadir la coletilla insidiosa de “murió en extrañas circunstancias”. Extraño hubiera sido que saliera vivo de allí.

Y para ser insidioso en estos casos no hay que especular demasiado. Basta con tener buena memoria.

viernes, 26 de mayo de 2017

Comunismo y homofobia


La semana pasada daba una charla en Carleton College, Minnesota, sobre la presencia de Cuba en el imaginario norteamericano en los últimos años, su inexplicable prestigio. Hablé, entre otros temas, sobre cómo se estableció la homofobia de Estado a inicios de los años sesenta y cómo a partir de los noventa ese mismo estado se ha apropiado del discurso antihomofóbico. Entre las preguntas que me hicieron los estudiantes la más profunda era al mismo tiempo la más elemental. ¿Por qué los homosexuales? La pregunta, imagino, presuponía otras. ¿Acaso la Revolución Cubana no se suponía progresista? ¿Acaso no había surgido para emancipar a los débiles frente a los poderosos? ¿Por qué en lugar de defender los derechos de los homosexuales como mismo se había propuesto con las mujeres o los negros había elegido a los homosexuales como enemigos? ¿No es el comunismo un movimiento de izquierda y los derechos de los homosexuales no son hoy parte de las agendas de los movimientos de izquierda en todo el mundo? Creí entender que le era difícil asumir que "gente de izquierda" pensara, "al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha" al decir del novelista chileno Roberto Bolaño. Quizás sobreentendí demasiado. Pero sobreentender no es pecado si exige de uno respuestas más completas.

Es cierto que el castrismo no inventó la homofobia cubana pero también es cierto que el comunismo institucionalizó la homofobia nacional hasta un punto desconocido hasta entonces. Y así ocurrió no solo en Cuba sino donde quiera que se asentara un gobierno comunista, al margen de las diferencias culturales locales. Son varios (entre ellos el poeta HebertoPadilla) los que recuerdan la preocupación de los principales dirigentes de la revolución (Fidel Castro, Raúl Castro, Ramiro Valdés) al viajar a otros países del bloque comunista. Allí donde fueran se asombraban de no encontrar homosexuales y de inmediato preguntaban cómo habían podido “resolver” el “problema”. Entonces los anfitriones chinos, búlgaros o rusos enumeraban sus soluciones locales: desde el asesinato en masa al encierro preventivo o la creación de rechazo condicionado electricidad mediante.

Que la homofobia de Estado no fue una particularidad del comunismo cubano lo confirma el artículo 121 del código penal soviético mediante el cual la homosexualidad se castigaba con cinco años de prisión o la famosa declaración de Máximo Gorky de que “Destrúyase la homosexualidad y el fascismo desaparecerá”. La utilidad de la homofobia como instrumento de coacción hacia toda la sociedad debió ser un elemento principal a la hora de escoger a los homosexuales como enemigos. Bajo la acusación de homosexualidad se pretendía arrinconar no solo a ciertas preferencias sexuales sino a todo tipo de conductas que se consideraban inconvenientes a la hora “crear” la “nueva sociedad”. En un editorial de la revista de los jóvenes comunistas cubanos en junio de 1965 al explicar una campaña para la expulsión masiva de “contrarrevolucionarios y homosexuales” de todos los centros de enseñanza media del país se advertía: “Algunos pretenden, en su afán de frenar el proceso de Depuración por lo que les toca de cerca, el dividirlo en dos procesos distintos: el de los contrarrevolucionarios y el de los homosexuales. Nosotros decimos que la Depuración es una sola, que tan nociva es la influencia y la actividad de unos como de los otros en la formación del profesional revolucionario del futuro. Es una actitud […] lo que estamos analizando”. El esfuerzo por asociar conducta política y social, buscaba excluir a todos “los que continúen por el camino de anteponer sus placeres, sus desviaciones, sus intereses a los intereses de la Revolución”. Se parte del principio de que todo el que no priorizara los intereses de la Revolución era un contrarrevolucionario en potencia para excluirlo de la vida social primero e internarlo más tarde bajo la acusación genérica de vagancia, de actitud antisocial.

“Claro que no chocan contra la Revolución como sistema,―decía Fidel Castro en un conocido discurso de 1963― pero chocan contra la ley, y de carambola se vuelven contrarrevolucionarios.  Porque en la Revolución ven la ley, y ven el orden, son contrarrevolucionarios, y lo que son unos...  Bueno, lo que son todos los contrarrevolucionarios. Porque son unos descarados, tan descarados como todos los contrarrevolucionarios [porque] la contrarrevolución aglutina a lo peor, desde el burgués hasta el mariguanero, desde el esbirro hasta el ratero, desde el dueño de central hasta el vago profesional, el vicioso; y todo ese elemento se junta para dar batalla a la ley, y a la Revolución, a la sociedad, para vivir de vagos, para estorbar”.

El juicio en 1964 contra un supuesto delator de estudiantes asesinados durante la dictadura de Batista se convirtió en un auto de fe homofóbica. En dicho juicio la descripción de la manera de vestir el acusado se usó como prueba de convicción dejándose entrever que la propia delación fue la manera en que el acusado intentó vengarse de supuestas burlas sobre su condición homosexual por parte de las víctimas. Un año más tarde uno de los dirigentes de la Revolución se preguntaba en un discurso: “¿Cómo vamos a tolerar nosotros a gente extraña, a tipos de actitud rara, que igual lo vimos un día en la Plaza Cadenas para un día conocerlo como traidores?” Para de inmediato asociar apariencia “homosexual” con traición: “ Porque esta gente responde al mismo aspecto que el de Marcos Rodríguez”. Y a continuación amenazaba: “O cambian y actúan como hombres y como mujeres, o no pueden ser nuestros compañeros ni tampoco tienen derecho a estudiar con el sudor de los trabajadores”.


De manera que puede verse la homofobia de Estado en los regímenes comunistas como una manera de poner a la defensiva a toda la sociedad y en especial a la intelectualidad. De disciplinarla en la obediencia ciega a sus directrices. Eso en el sentido negativo, instrumental de la homofobia. Pero también había un sentido “positivo”, ese que tenía que ver con la concepción de la nueva sociedad y del “hombre nuevo”. Como dije en Carleton College el marxismo surgió en un ambiente positivista y darwiniano, “en medio del más árido y presuntuoso dominio del intelecto, de un sabihondo imperio de profesores, carente de fantasía y amor” al decir del escritor Hermann Hesse. Tanto en los regímenes comunistas en general como en la Revolución cubana en específico se veía la homosexualidad como “subproducto del capitalismo”, consecuencia de la degeneración de la sociedad burguesa, sobre todo de la vida en las ciudades. Diría Fidel Castro en el discurso ya citado:

Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia, pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto.  Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente. Estoy seguro de que independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de la medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y de reblandecimiento en ese problema.
Ante la concepción plana y unidireccional del “hombre nuevo” se veía a la homosexualidad y a la exuberancia asociada con ella como un desafío. La defensa de la diversidad asociada hoy con las agendas de izquierda fue ajena a los regímenes comunistas. Su idea de defensa de las minorías pasaba por la uniformización de estas. Como cualquier cartel de la Tercera Internacional su aparente defensa de la diversidad humana pasaba por la uniformidad del gesto. No es extraño que el movimiento de emancipación gay en los países capitalistas fuera reflejado en la prensa comunista como una muestra más de la corrupción del mundo burgués.


Por mucho que se insista en la homofobia de Estado en el comunismo como resultado de la homofobia tradicional debe tenerse en cuenta la persistente aspiración a la pureza de la ideología comunista. Una pureza que pretendía supeditar todo interés humano a la construcción de una sociedad que lo redimiría de una vez y por todas. Y ante tan alta aspiración cualquier otra parecería despreciable, criminal. No es extraño que estos implacables aplicadores de las leyes de la Historia vieran en la homosexualidad algo más que una opción sexual. En la árida concepción comunista de la pureza -como para cualquier otra variante de utopía puritana- el homosexual era un símbolo de su batalla espiritual y física contra enemigos más peligrosos: la frivolidad, la belleza, la poesía. Hesse, escritor y homosexual, parecería estar refiriéndose a sus inclinaciones sexuales cuando se refirió a las relaciones entre comunismo y poesía:

El comunismo tiene muy poco de poético; ya era así en tiempos de Marx y ahora lo es todavía más. El comunismo, como toda gran ola de poder material, llegará a constituir un serio peligro para la poesía; tendrá poco sentido de la calidad y, con paso tranquilo, aplastará gran número de cosas hermosas sin lamentarlo siquiera. Traerá consigo grandes cambios y un nuevo orden, hasta que esté edificada la nueva casa para esa nueva sociedad, por doquier abundarán los escombros, y nosotros, los artistas, nos veremos desplazados si tenemos que hacer de peones. La gente aún se reirá más de nosotros y de nuestras rebuscadas preocupaciones, tomándonos todavía menos en serio que en tiempos de la burguesía.

Nota: Debo agradecer el haber contado para este post con el formidable Archivo de Connie.

miércoles, 29 de marzo de 2017

El precio de la vida


A ver si entiendo: luego de quitarle durante seis décadas un por ciento incalculable de su salario para pagar el presupuesto de salud, educación, las fuerzas armadas, la policía, etc. de la manera en que lo ha estimado conveniente el gobierno cubano decide pasarle a sus súbditos una “factura simbólica” por los servicios de salud que reciban. Es como para que, a su vez, cada ciudadano cubano le pase al gobierno una factura simbólica por ese por ciento del salario del que dicho gobierno se apropia de manera consuetudinaria y sin dar cuentas de ello. Y también pasarle la factura simbólica por todas las horas de trabajo voluntario donadas, por el dinero del que se apropia en las llamadas “misiones internacionalistas”, por el por ciento en las remesas con que se quedan, por el robo continuado en los consulados cubanos que viven en el extranjero o viajan. Pueden empezar a airear esos recibos simbólicos los mismos médicos cuyo descuento salarial va incluido en la famosa factura. Eso sin incluir tanta vida que nos hemos dejado a la cuenta de nuestros nada simbólicos gobernantes. Sólo así podríamos calcular por fin lo caras que nos han costado tales “gratuidades”, el privilegio innombrable de haber nacido allí.

viernes, 2 de diciembre de 2016

El sueño de los otros

Pocas oportunidades he tenido en esta vida de estar de acuerdo con el aclamado pensador neocomunista Slavoj Zizek. De curioso predicamento entre muchos intelectuales cubanos Zizek es un modelo de cómo se puede sobrevivir la disolución del mundo comunista en el papel de víctima (leve) y terminar siendo gurú del anticapitalismo Occidental. A la larga su prédica ha resultado mucho más rentable que tratar de entender por qué el comunismo terminó siendo esa cosa inhabitable y criminal en la que ni el propio Zizek quiso seguir viviendo. Si en algo falló el comunismo –es la brillante conclusión de Zizek- fue en no ser lo bastante comunista. Pero hasta con un pícaro del postcomunismo se puede concordar si lo que dice en su penúltimo artículo es que:
"Todas estas historias no cambian el triste hecho de que la Revolución cubana no produjo un modelo social que tuviera algo que ver con el definitivo futuro comunista. Cuando visité Cuba hace una década, la gente de allí me mostraba con orgullo casas en ruina como prueba de su fidelidad al hecho revolucionario: «¡Mira, todo se está cayendo a pedazos, vivimos en la pobreza, pero estamos dispuestos a soportarlo antes que traicionar a la Revolución!». Cuando las propias renuncias se experimentan como prueba de autenticidad, tenemos lo que en psicoanálisis se llama la lógica de la castración. Toda la identidad político-ideológica cubana descansa en la fidelidad a la castración; no es de extrañar que el líder se llamara Fidel Castro"
En este artículo Zizek echa mano a una de sus fórmulas de mayor éxito: la de la crítica de la izquierda Occidental desde una izquierda más pura y al mismo tiempo más realista.
"Entonces, ¿qué pasa con los izquierdistas pro-castristas occidentales, que desprecian lo que los propios cubanos llaman gusanos, los que emigraron? ¿Pero, con toda solidaridad hacia la Revolución cubana, qué derecho tiene un típico izquierdista occidental de clase media a despreciar a un cubano que decidió abandonar Cuba no sólo por el desencanto político sino también por culpa de la pobreza? En el mismo sentido, yo mismo recuerdo a principios de los 90 a docenas de izquierdistas occidentales que con arrogancia me lanzaban a la cara cómo, para ellos, Yugoslavia todavía existía y que me reprochaban que traicionara la irrepetible oportunidad de mantenerla viva, a lo que yo siempre respondía que no estaba dispuesto, sin embargo, a conducirme en mi vida de una manera que no decepcionase los sueños de los izquierdistas occidentales. Gilles Deleuze escribió en alguna parte: "Si vous êtes pris dans le rêve de l'autre, vous êtez foutus" [si te dejas atrapar en el sueño de otro estás jodido]. Los cubanos han pagado el precio de estar atrapados en los sueños de otro"

Pero ahí mismo se le acaba la cuerda crítica a Zizek. Y es que no se puede criticar a parte de la naranja sin condenar toda la naranja comunista que es, como dije al principio, el centro del negocio de Zizek. Así que el esloveno se encomienda al dramaturgo norteamericano Arthur Miller y a una anécdota que resumiría los logros de la Revolución cubana. En ella el norteamericano rememora a un par de cubanos pobrísimos que en medio de una "intensa discusión" entre ellos (a Miller -que no sabía español- posiblemente se le escapara el detalle que los cubanos desplegamos más energía en una conversación apacible que si todo el Upper East Side se enfrasacara en una guerra civil) y de pronto ven a una bella mujer bajarse de un carro cargada de paquetes y un tulipán. Estos interrumpen la discusión para ayudarla con los paquetes y la flor. Lo que a Miller le sorprende es que los hombres ayudaran a la joven sin pedir nada a cambio. La conclusión del dramaturgo -que al parecer ignoraba que no toda la psiquis del cubano se originó con el castrismo- es que: “Después de haber protestado durante años por el encarcelamiento y el silenciamiento de escritores y disidentes por el Gobierno, me preguntaba si, a pesar de todo, incluso del fracaso económico del sistema, se había creado una corriente alentadora de solidaridad humana, posiblemente a espaldas de la simetría relativa de la pobreza y de la uniforme futilidad inherente al sistema”.
A Zizek se le olvida mencionar que el dramaturgo de 85 años en aquel entonces (el viaje que describe ocurrió en el 2000) en medio de aquella visita había sido objeto de la asediante hospitalidad del dictador cubano. De manera que la imagen con la que el esloveno trata de resumir vicariamente una Revolución distante es aquella con la que un dramaturgo sin demasiadas energías para pelearse con el mundo trata de conciliar opuestos. En este caso se trata de conciliar la natural repulsión que le causaba un tirano con aquella inesperada y aceptada invitación a comer con este. Y Zizek, que se quejaba un par de párrafos antes de sentirse presionado por los izquierdistas occidentales de llevar una vida a la altura de los sueños de estos, no puede resistirse a la tentación de meter a toda la isla en el interior de su propio sueño. Y decir: “Es en este nivel más elemental en el que se decidirá nuestro futuro; eso que el capitalismo global es incapaz de generar es precisamente esa clase de «corriente alentadora de solidaridad humana»" de la que Cuba sería su última y más pura reserva. Y traigo todo esto a colación no para insistir en la más que demostrada falta de probidad intelectual de pensadores como Zizek. Más bien intento identificar el que posiblemente sea el mérito más indiscutible y duradero del castrismo: el de darle a un país la forma de los sueños de otros. 
Que el sueño de otro sea un lugar muy incómodo para vivir despierto ya es un asunto muy distinto.  

miércoles, 22 de junio de 2016

Visiones de poder


Fascinado concluyo la lectura de las casi cuatrocientas páginas de “Visions of Power in Cuba. Revolution, Redemption and Resistance, 1959-1971” (2012), libro de la historiadora cubano-americana Lillian Guerra. Fascinado por la frescura y profundidad que el material y los datos que reune el libro aporta a la comprensión de lo que fueron los primeros doce años de ese complejo proceso conocido como la Revolución Cubana. Más fascinado aun al comprobar que buena parte del material que este libro examina y que tan revelador resulta procede no de los impermeables archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado sino de sitios más al alcance del común de los historiadores –que no de los mortales- como puede ser la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional: aparecen allí los rastros de campañas políticas y proyectos económicos (¿o son uno los dos?) ya olvidados; raptos de romanticismo revolucionario individuales y colectivos apropiadamente seguidos de defenestraciones públicas o secretas; la sucesión de discursos ideológicos y moralistas basados en principios ineludibles e innegociables que luego serán cambiados de acuerdo a las circunstancias; y sobre todo el lento, minucioso e indetenible proceso de expansión del poder castrista sobre la vida cubana, (la política pero también la cotidiana). Y eso lo consigue tanto a partir del análisis de la misma prensa gubernamental y los discursos de las principales figuras de la jerarquía de poder como de publicaciones humorísticas, de cartas privadas, de material fílmico de distinta procedencia y de entrevistas y anécdotas personales.
Emerge de este estudio una rica y compleja imagen del establecimiento del aparato de poder que hasta el día de hoy le ha permitido conservar a los hermanos Castro un control bastante cercano a lo absoluto sobre el país sin destruir del todo la ilusión –sobre todo en los años que analiza este estudio- de que el sistema no solo respondía a los intereses del pueblo sino que hasta era controlado por este. A través del variopinto material que estudia este libro se puede dibujar sin demasiado esfuerzo un modus operandi que no obstante su apariencia arbitraria y caótica respondía y satisfacía una necesidad sistemática de acaparamiento de poder.
En este sentido no menos fascinante resulta que la autora de “Visions of Power in Cuba” pese a la riqueza del material recuperado, de sus amplias posibilidades interpretativas no consiga apartarse de los viejos discursos que han intentado explicar la realidad cubana de las últimas seis décadas. Me refiero, por supuesto, a los moldes narrativos que conciben dicho proceso como la instauración de un estado totalitario policial o la de un proyecto emancipador de tal o más cual tendencia ideológica. La autora escoge una variante del segundo esquema narrativo, la del proyecto emancipador fallido bastante afín a lo que muchos participantes originales dieron en llamar la “revolución traicionada”. Sin embargo más que de revolución traicionada se trata -según las conclusiones de Guerra- de una revolución que no supo o quiso aprovechar lo suficiente las posibilidades subversivas y liberadoras que ofrecía el formidable instrumento de la movilización popular. 
Es una lástima que tras tan inteligente y laboriosa acumulación de material la autora renuncie a una construcción narrativa más sutil y novedosa como ese mismo material sugiere. Una trama histórica que ese mismo material que nos propone Guerra vuelve obsoleta, inoperante. Ni el modelo de un totalitarismo cuyo factor esencial para su instauración y conservación sería la violencia de Estado (tal y como lo definiría Hanna Arendt) ni una revolución nacionalista espontánea y popular alcanzan para explicar la realidad histórica que tan bien expresa el material reunido por el libro. De la información aportada por el libro emergería la imagen de un sistema que sin dejar de ser violento y represivo -o enarbolar moldes ideológicos más o menos dogmáticos- encuentra su mayor fuente de energía y su material más duradero en su capacidad movilizativa, en sus arranques moralistas y la articulación de su acción caótica y arbitraria en un discurso trascendente con no poca coherencia narrativa y atractivo popular. Y en su capacidad de provocar y aprovechar para sí cíclicos raptos de euforia colectiva. En ese sentido Guerra cae en la trampa de comparar la realidad con los objetivos declarados del discurso oficial, gesto que la lleva a abusar del adverbio “ironically”. Como si el “fallo” de la Revolución hubiera sido no ser más leal a su palabra. Si en cambio la autora observase la escasa distancia existente entre la violenta voluntad de poder que subyace en el discurso oficial y la realidad resultante podría ver que más que tratarse de un proyecto emancipador fallido nos hallamos ante un proyecto totalitario populista altamente exitoso. Eso sí, siempre que entendamos el totalitarismo de una manera más compleja a como se expresa en la propaganda norcoreana o en los dibujos animados del "The Wall" de Alan Parker y Roger Waters.
De modo que lo que la autora define como “grassroots dictatorship” podría verse como un sistema de cesiones temporales de capacidad represiva a grupos y organizaciones de masas para desembarazarse de personalidades o grupos que interfieren en la construcción de un estado totalitario. (No es difícil seguir la lógica del sistema: la alta y media burguesía es usada para desplazar al poder batistiano primero y a la presencia norteamericana luego, la clase media para desplazar a la alta, las clases más populares para mantener a raya a la clase media, el PSP para desplazar a ciertos sectores del 26 de Julio, el Directorio Revolucionario para dinamitar a las ORI (discurso del 13 de marzo de 1962) y amedrentar al PSP (Caso "Marquitos"), la primera redacción de El Caimán Barbudo para destruir a Ediciones El Puente y así hasta el infinito.)  
No obstante y pese al cúmulo de evidencias aportadas por ella misma, Guerra intenta ver eventos como las movilizaciones populares de 1959 o la Ofensiva Revolucionaria de 1968 (por poner dos ejemplos que aborda el libro en detalle) como expresión de una dictadura del pueblo y no como reproducciones de los métodos típicos del totalitarismo populista del siglo XX desde Mussolini a Mao. De alguna manera Guerra confunde los esfuerzos del poder instaurado en Cuba desde el 59 por aprovechar el entusiasmo o la frustración popular en su favor y darle un aire espontáneo y popular a sus políticas de control social con el empoderamiento de la sociedad cubana. Llegado el momento Guerra incluso confunde la concesión del “derecho a denunciar” por parte de las organizaciones de masas o de individuos como práctica de empoderamiento social.
Lo más revelador de “Visions of Power in Cuba” es que pese a la narrativa elegida por la autora todo el material acumulado apunta a un proyecto de máxima concentración de poder en manos de la más alta dirigencia revolucionaria desde los primeros meses de 1959. Y no solo de concentración de poder político que es lo que suelen señalar otras historias sino de poder económico, social, cultural y simbólico a un nivel inédito en el continente. En este sentido y pese a sus propias conclusiones Guerra aporta evidencias más que suficientes de que dicho proceso de concentración de poder comenzó a realizarse prácticamente con el mismo triunfo de la Revolución de 1959, en momentos en que la dirigencia revolucionaria contaba con un apoyo popular casi unánime. Cuando todavía no podían invocarse la amenaza de agresiones internas o externas para justificarlas y mucho antes, por supuesto, que se adoptara oficialmente una ideología definida marxista –leninista. Y que cada vez que el régimen tuvo que decidir entre control y emancipación optó por el control.
La importancia de los hallazgos de “Visions of Power in Cuba” sospecho que rebasen con largueza el ámbito cubano. Atenuar el peso de factores como la ideología o la influencia externa ya fuera de los Estados Unidos o la Unión Soviética nos permite comprender mejor la dinámica interna de regímenes que podrían definirse –de acuerdo con el acento que se ponga en uno u otro factor- como totalitarismos con vocación populista o populismos con vocación totalitaria. Una dinámica que al mismo tiempo que pretende recuperar o reforzar la soberanía popular de hecho desplaza dicha soberanía hacia entes como la Revolución, el Estado, el Partido, la Nación o la Patria en nombre de los cuales una élite ejerce un poder cada vez más ilimitado. Y ese proceso de pérdida progresiva de soberanía popular se da en el caso cubano –como demuestra abundantemente el libro de Guerra- desde el inicio de la Revolución cuyo supuesto sentido primigenio era la recuperación de dicha soberanía. Una lectura interesada y actual de convertiría este libro en una fábula sobre cómo los derechos individuales tantas veces despreciados en nombre de razones mayores más que impedimento a la soberanía popular son justo lo opuesto: son base esencial de dicha soberanía, los árboles sin los que el bosque no es más que mera y vacía abstracción.