jueves, 6 de diciembre de 2012

Danzón y raza


A raíz de un post sobre la apreciación del danzón un par de siglos atrás -y sus coincidencias con la actual cruzada contra el reguetón- Tersites Domilo, entre otras tantas cosas ávido lector de libros cubanos del siglo XIX, me llama la atención sobre dos curiosos volúmenes. "La Habana artística", de Serafín Ramírez (algo así como “el primer historiador de la música cubana” y otro de título medieval: "In darkest Cuba: two months' service under Gomez along the trocha from the Caribbean to the Bahama channel" de Narciso Gener Gonzales [sic]. Del primero cito en extenso un fragmento dedicado al danzón:

El baile siempre ha sido una de las más decididas aficiones de la juventud habanera; esto es incuestionable, y que la cosa viene de lueñe [que viene de lejos o de antaño en este caso] no queda duda puesto que el mismo Sr. Ferrer en su ya citado trabajo manifiesta “que antiguamente teníamos sólo en la ciudad más de cincuenta de estas concurrencias diarias.” Así es que esa circunstancia habría bastado por sí sólo para alejar de nuestra mente, caso de que hubiera existido, la idea de censurar una costumbre en sí pura, honesta, agradable y que tanto congenia con el carácter noble y festivo de nuestros queridos compatriotas, sino fuera que de algún tiempo á esta parte la afición se convierte en pasión loca y vehemente, con perjuicio quizás de serias atenciones; y todo esto debido, se nos figura, al ritmo revoltoso y picante con que se acompaña esa degeneración de nuestra contradanza llamada danzón. Ritmo que, lejos de imprimir belleza á la inspiración melódica, elegancia y morbidez a los movimientos naturalmente cadenciosos de nuestro favorito baile, lo desnaturaliza y afea con su chocante rudeza. Quítese al danzón la música con que se baila, sustitúyase con cualquiera de las antiguas contradanzas de Saumell, Muñoz, Estrada, Buelta y Flores, Alarcón ó de otro autor, en los cuales no hallaremos esos cantos extraños que hoy parecen halagar nuestro oído, ni esa desgraciadísima imitación del fotuto, ni el ríspido sonsonete del guayo, ni el ruido atolondrador de los atabales (que tal efecto producen los timbales en dichas fiestas); suprímanse por fin los nombres extravagantes de muchos de ellos, y los que llevan otros en lengua desconocida y habrá desaparecido todo lo que tiene de inconveniente y grotesco. No es el danzón el que hay que corregir sino su música, puesto que es ella la que provoca el retozo. Sólo así volverá nuestra gentil contradanza á ser lo que fue.

No son las autoridades coloniales las que se oponen al danzón sino un pionero de los estudios culturales cubanos, alguien interesado al menos en destacar la riqueza y autoctonía de esa cultura. Como Benjamín de Céspedes (quien en su libro “La prostitución en La Habana” concentra su acusación de corruptor de la sociedad cubana menos en la población negra que en los inmigrantes españoles) Sánchez se presenta como convencido defensor de la nacionalidad cubana frente a agentes externos corruptores de esta. Asume –como tantos en el siglo XIX- la sociedad cubana como eminentemente blanca que excluye tanto lo indígena –de ahí su alusión al fotuto y los atabales- como lo africano. De ahí su nostálgica defensa de la contradanza, una suerte de edad dorada de la nacionalidad cubana.
   
Gener Gonzales por su parte defiende la existencia en Cuba de una barrera del color que si bien parece quebrarse durante los malhadados danzones defiende tibiamente esta exhibición pública de intercambio interracial frente a la hipocresía predominante en los estados del sur de los Estados Unidos.
So much has been loosely and ignorantly written about the lack of color-line in Cuba that I kept my eyes open for evidences of the existence of the condition described. I not only scanned the crowds in the cafes, but looked through the iron gratings into the parlors of hundreds of homes, open to the street, and in not one of them did I see a negro, except as a servant. Not once did I see white women and colored driving together, nor a white girl walking accompanied by any negro, except a woman servant following in the old duenna fashion; nor can I recall three instances in which I observed well-dressed white and negro men sauntering together, in a land of evening saunterings. These things are evidences, without taking further testimony, of the complete social separation of the upper class of the white people from the negroes. As I have already intimated, I did not visit the slums: the slums nowhere are representative of a people, and I know and admit that the social cleavage between the races does not extend to the bottom, even in South Carolina, and less in Cuba.
One very ugly spectacle I stumbled upon, not expecting it—a mixed masked ball in the great Tacon Opera House on the Parque Centrale, next door to the Inglaterra Hotel. It was a sight such as this, I presume, that caused Colonel Orr and other "innocents abroad" to assume the existence of social equality between the races. These balls are of Sunday night occurrence, and the one I observed was the last of the carnival season. Hundreds of women, nearly all masked and nearly all colored, danced to fantastic music a slow, curious, native waltz, called the danzon, with hundreds of white men. It was by no means a delectable sight; it was repulsive to Southern ideas; but it proved no more than that the Latins parade immoralities which are usually carefully covered up by the Anglo-Saxons. The women were of the demimonde, and the men, as a rule, were obviously the men supporting them; they met in this public place and flaunted their connection in the faces of the curious; it was the seamy side of the social fabric turned up with a sangfroid peculiar to the Latins, who regard their Northern neighbors as hypocrites, because, having the same vices, they take great pains to conceal them.
This function, in short, was nothing but the famous "quadroon ball" of New Orleans, once made famous by the participation of "visiting statesmen" still high in Washington society; color aside, it was the same sort of thing as the Mabille balls of Paris and the "French balls" of New York, but—unlike them—held by a vigilant civil administration to the strictest propriety of conduct. It was very shocking, of course, for in South Carolina white men do not dance in public with their colored friends of the other sex; nevertheless, it revealed as little of the true measure of social conditions, the home and the family, as the interracial associations outside the ball room do here. That anyone should judge New Orleans society by a public mixed ball, to which the payment of a silver dollar admits anybody of any degree of color or of morality, would seem absurd to every South Carolinian; but it does not seem absurd to some of them at least that Habana society should be judged by precisely this illegitimate incident. For our own part, we would not think of judging the city of Greenville by what the census takers will find in certain quarters there next summer, nor could we wish that Columbia might be judged in like manner; and probably even Charleston would not like to be judged by the discoveries of the Rev. Arthur Crane of the First Baptist Church. We do not like the Latin way of exploiting the social evil, but we are not therefore to assume that it exists only where it is exploited; and, as to the color feature, yellow and brown skins are in evidence elsewhere than in Cuba, and it will be well to avoid pharisaism on this subject.
Ambos textos aclaran en parte los motivos profundos de las críticas al danzón. Son parte de una concepción nacionalista que propone la sociedad blanca cubana como modelo civilizatorio moderno amenazada tanto por el sistema colonial como por la influencia africana. Defienden, en fin, su dignidad social frente a los que cuestionan su grado de civilización en el cuál las barreras raciales eran un elemento decisivo. La necesidad o la existencia en Cuba de una sociedad (blanca) "respetable". Y por anacrónica que nos parezca dicha concepción de lo nacional ha pasado de su marginalidad decimonónica a ser una concepción central de un Estado cubano y de su política cultural -pero no solamente del Estado- que se ha cuidado por otra parte de aparentar otra cosa.

Post Data: El viceministro de cultura ha declarado que la nueva normativa que se viene preparando “no puede ser un decálogo de prohibiciones” sino que debe preservar “la promoción del buen gusto”. ¿Del buen gusto de quién?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Chico a veces el sentido de lo que es justo esta trocao en nosotros, solo por lo que nos gusta o no nos gusta.....tengo dos o tres socios algunos rockeros que deben saber que coño es el ostracismo y que estan de acuerdo con el ban del reggeton solo porque no les gusta....a mi que decirte no puedo decir que me guste pero de ahi a eliminarlo me parece que es cosa de extremo y extremistas lo que es una cosa tipica en Cuba....inclusive creo que en la censura...si dices malas palabras....si se utiliza lenguaje derogativo pues no lo pongo....ahora lo que si me parece que es el fundamento del "Ministro"? para banear el reggeton no son las letras vulgares sino que algunas son contestatarias y ciertamente no son epicas me imagino que aceptarian el reggeton que dijera o cantara (que al fin no se que es lo que hacen los Reggatoneros) loas al castrismo y edulcoraran la miseria como un logro contra el imperialismo...Hay un monton de chamas que siguen el reggeton....como en los 60 habian gente que seguian el rock y que por sus gustos terminaron en la UMAP....Hippies los llamaban...no se como es posible que alguna gente no vea como le quitan la poca libertad que tienen en general los ciudadanos cubanos...

Enrisco dijo...

pues a mi me pasa lo mismo que a ti. eso es parte de la maldita costumbre de confundir lo publico con lo privado: si no me gusta hay que prohibirlo. eso por parte del gobierno. tus socios rockeros reaccionan como mismo ha reaccionado buena parte del pueblo cubano durante todos estos años. se alegran cuando a otros los aplastan porque al coincidir -por un momento- su disgusto con el del poder sienten que de alguna forma estan compartiendo ese poder. sin pensar, como dices, que lo que se esta perdiendo es la libertad de todos.
de todas maneras creo que la cruzada contra el regueton rebasa lo politico estrictamente hablando. no lo censuran por contestatario sino porque sencillamente se le ha ido de las manos. el gobierno los dejo hacer como valvula de escape pero ahora cuando parece ser omnipresente le ha cogido miedo. ha pasado demasiadas veces como para que nos sorprenda. algo asi paso con el mozambique al que le dieron carta blanca para contrarrestar el rock y luego lo aplastaron pr chusma y agresivo. la diferencia es que Pello era uno solo y los reguetoneros parecen salir de abajo de las piedras.

Miguel Iturralde dijo...

En mi opinión, el conflicto en Cuba relacionado a la vulgaridad del reguetón es tardío porque ese género recaló allí cuando ya en otros países latinoamericanos era harto popular. Lo que trato de decir es que el intento de censura se dio también en otros lugares.

Hay que tener en cuenta que el reguetón es de origen urbano. Tomando el ejemplo de Puerto Rico, cuando empezó a tomar auge a principio de la década del 90, las letras giraban casi exclusivamente alrededor del bichote, big shot, que controla el punto de droga y elimina a cualquier retador. La otra variente en las líricas era la sexual. Quiénes componían e interpretaban eran adolescentes o varones muy jóvenes de los residenciales de vivienda pública, nacidos y criados en San Juan o sus alrededores, o por niuyorricans de regreso al terruño. En el escalafón social, estaban al fondo.

Varios legisladores, predominantemente mujeres, alzaron su voz y trataron en vano de ponerle una mordaza al reguetón. En esos tiempos hasta salseros de la talla de Andy Montañez incluían en sus grabaciones uno o dos números acompañados de algún reguetonero top porque sino no vendían un carajo.

Hoy casi todos los reguetoneros originales están en sus treinta y tantos años, millonarios algunos. La rebeldía se aplacó y así mismo las líricas, y hasta incluyen números de bachata, hip hop y boleros en sus nuevas producciones, patrón que han adoptado los intérpretes de cosecha reciente. JLo anda de gira con Wisín y Yandel, y los Calle 13 le han inyectado la lucha social al género, arrasando en toda Latinoamérica.

Los comisarios culturales cubanos tienen ante sí una lucha cuesta arriba. BTW, no me gusta, pero el reguetón está aquí para quedarse por buen tiempo.

Saludos.

Enrisco dijo...

las reacciones pueden ser similares. lo que distingue a Cuba, como a cualquier sociedad bajo el totalitarismo, del resto del mundo, es la escala monstruosa a la que ocurre todo. aun asi pienso igual que tu que las autoridades lo tienen muy cuesta arriba. tampoco es que piensen que lo puedan eliminar pero al menos esperan contenerlo un poco. a los de la UNEAC o en Ministerio de Cultura les pasa lo mismo que a Andy Montanez. la diferencia es que en lugar de llamar a un reguetonero para que los ayude a vender tienen instrumentos suficientes para intentar suprimir la competencia.