miércoles, 13 de noviembre de 2024

Cultura, comida y poder: un adelanto en forma de entrevista

Como adelanto del libro Cultura, comida y poder de la investigadora Claudia González Marrero, ahí les va de adelanto la entrevista que me hizo su autora y que incluye en su libro.

 

Nuestra hambre en La Habana: Una conversación con Enrique del Risco sobre memoria nacional y cultura alimentaria

Claudia González Marrero

Investigadora, Food Monitor Program

EPITAFIO

Enrique del Risco Arrocha (La Habana, 1967) es uno de esos escritores que te muestra con humor lo que deberías considerar lamento, no sin antes invitarte a reflexiones a veces incómodas. Su experiencia como historiador le ha permitido revisitar, o rescatar, el pasado de la isla en Leve historia de Cuba (con Francisco García González, 2007). Como Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU), donde es profesor actualmente, ha trabajado los vínculos entre la literatura y el poder, en obras como Los que van a escribir te saludan (2021). Sin embargo, la primera condición de Enrique, se podría decir, es la de cubano. Aunque sale de Cuba en 1995 y, tras un breve periplo en España, se asienta en Nueva Jersey desde 1997, la mayor parte de su obra, que abarca cuento, novela, ensayo, memorias, antologías, reflexiona sobre una Cuba de la que es parte importante; sobre todo si pensamos en una intelectualidad nacional allende fronteras. La escritura de Enrique marca siempre una pauta a analizar, entre lo institucional y lo individual, entre la dominación y lo humano, entre lo público y lo privado. En Nuestra hambre en La Habana (2022) Enrique vuelve a ubicarse en este balance, esta vez desde una perspectiva quizás inédita para muchos, pero desgarradoramente familiar para cualquier cubano que haya vivido la década de los noventa en Cuba.

Enrique, tu más reciente libro Nuestra hambre en La Habana es uno de los productos más esmerados que ha dado la narrativa testimonial respecto a la memoria de crisis alimentaria en nuestro país. No ubicas tu relato únicamente en la falta de comida, sino que repasas cada carencia tras la caída del campo socialista, y las contrastas desde la perspectiva de un hombre joven, recién graduado, entusiasta de la cultura. Pero también das la sensación de retratar un sentimiento colectivo, de replicarte en las vivencias de tus congéneres. ¿Cuánto hay en esta obra de experiencia personal y cuánto de imaginario popular? ¿Cómo fue su proceso de redacción?

Nuestra hambre en La Habana es estrictamente una obra de no ficción. Allí, como dices, relato mi experiencia personal como recién graduado empeñado en llevar una vida normal y hasta feliz en la medida de lo posible en medio de aquella crisis espantosa que fue paralizando el país. Si entra el imaginario popular en forma de chistes y rumores es porque creo que aquellos chistes y aquellos rumores captan el espíritu de la época de una manera que yo no lo podría hacer pero tengo el cuidado siempre de deslindar lo que experimentaba yo de primera mano de lo que me llegaba por diferentes vías. Nuestra hambre empezó por un artículo que me pidieron sobre la precariedad en Cuba y en cuanto terminé de escribirlo ya sabía que allí había material para un libro. Fue un libro relativamente fácil de construir a partir de dos líneas narrativas. De un lado mi experiencia personal como historiador del cementerio de La Habana, como profesor en una escuela totalmente disfuncional y como museólogo en un museo olvidado en la Habana Vieja. Esa línea tenía un sentido cronológico, ordenado. La otra línea narrativa es la del país: cómo se fue gestando la debacle y cómo a través de los años nos habían preparado para soportarla obedientemente y los diferentes aspectos en que afectó nuestra vida colectiva y nuestra percepción del régimen. Porque el hambre es apenas una sinécdoque de unas carencias bastante más profundas.

Durante toda la narración de Nuestra hambre… registras todo tipo de carencias y privaciones, materiales y simbólicas, a las que el cubano ha debido ‘rendirse’ o resistir. ¿Cuáles son las significantes y los límites de esa Hambre de la Cuba que viviste?

El hambre es eso que te decía antes: una sinécdoque del sistema que la engendra, de las carencias materiales, pero también de las espirituales y la más decisiva y tangible es la falta de libertad. El hambre es un subproducto del monopolio del Estado sobre los medios de producción y de su tremendísima ineficiencia. Y al mismo tiempo el hambre es parte del sistema represivo, de una eficiencia increíble, sobre todo si se compara con la ineptitud del sistema productivo. El régimen primero llevó a casi toda la sociedad a vivir en nivel de supervivencia pura y a eso se le llamó “igualdad”, “austeridad”, “sacrificios por un futuro mejor”. Luego al que se portaba muy bien, o sea, el que contribuía activamente al sistema, se le premiaba con algunos privilegios y al que se portaba mal, sin siquiera ser abiertamente opositor, se le marginaba sin que pudiera siquiera buscarse la vida por sí mismo pues el Estado se convirtió virtualmente en el único empleador del país.

En el campo, donde a los campesinos no se les podía amenazar con el hambre pues se bastaban a sí mismos para alimentarse, se les negaba el acceso a servicios como la electricidad y el agua corriente para, por ejemplo, obligarlos a integrarse a las cooperativas. O sea, para someterse al control del Estado. Y no hablo de los noventas. Eso ocurría ya en lo que le llamo el período clásico de la revolución allá por los setentas. En los años del primer congreso del partido comunista y la adopción de la constitución socialista. Recomiendo leer una suerte de diario que Juan Abreu escribió por aquellos días y que luego publicó con el título de A la sombra del mar. Impresionante.

Durante los noventa fueron tantos los productos contrahechos que el Estado impuso como alternativa a la escasez, que aún hoy conviven en el imaginario cubano, allí donde se encuentre, alimentos tabúes en forma de “comidas de pobres”. ¿Puedes hablarnos de algunos de estos alimentos, antes parte de la cocina cubana y luego relegados por el rechazo a esos tiempos? ¿Cómo los re-negociaste fuera de Cuba? Entonces ¿crees que Cuba, como territorio físico, ha perdido sus referencias culinarias, de lo que significan diferentes alimentos, sus formas de elaborarlos, los rituales alrededor de la comida?

El hambre es innegociable. Al menos el hambre de los 90. Los 80, esos a los que ahora se les ve con una aureola de abundancia fue mi época de las comidas de pobre: arroz, chícharo, huevos y no he renunciado a ninguno de ellos. Los 90 fue una caída a un nivel más bajo aun: el picadillo de cáscara de plátano, el bistec de cascos de toronja, un pescado inmundo llamado chicharro, la llamada pasta de oca y el siempre socorrido vaso de agua con azúcar. Confieso que desde entonces no he sentido ninguna necesidad de regresar a ellos. ¿Quién lo haría a menos que fuera un masoquista irredento?

Por otro lado de niño tuve mucha suerte pues mi abuela hija de canarios se desvelaba por mantener la mayor cantidad de referencias culinarias posibles: su arroz con pollo y sus moros con cristianos, sus platos preferidos de los domingos, eran sublimes. O aquellas ocasiones excepcionales en que aparecían unos cangrejos y toda la familia se ponía en función de preparar una harina con cangrejos, un plato explosivo que comíamos en el patio para evitar que al romper las muelas de cangrejo a golpes de maza la harina saltara por todo el comedor. Entre semana mi abuela se encargaba de regalarnos con platos como la sopa de plátano, la sopa de ajo, la de quimbombó, escabeches de pescado, bacalao a las vizcaína, pollo con papas, fricasé de guanajo. Cuando no pedía que le dieran falda en la carnicería en lugar de bistec, la salaba, la colgaba en la cocina y al mes estábamos comiendo tasajo, esa comida de piratas y esclavos que a mí me encanta. Ella era una verdadera conspiradora contra la monotonía culinaria del castrismo. El único día que no cocinaba era el de las madres cuando comprábamos una paella de mariscos que vendía exclusivamente ese día la cafetería de mi barrio, El Becerra.

Luego estaba mi abuela paterna, la camagüeyana, de platos más simples pero con la enjundia guajira de lo que cultivas y crías en el patio de su casa. Uno de los platos que mejor recuerdo por su rareza en el contexto cubano era el llamado queso de puerco que se elaboraba con todo lo de aprovechable que tenía la cabeza del puerco, sesos incluidos. Se hervía, luego se prensaba y se convertía en una especie de carne fría, en forma de queso. También dominaba un repertorio de repostería impresionante: desde las yemitas y las cremitas de leche hasta el llamado pan patato a base de diferentes viandas. Pero eso, ya te digo era un privilegio que no creo que abundara entre los cubanos en esos tiempos.

Encima, con la cruzada antirreligiosa se barrió con un calendario de festividades y tradiciones siempre asociados a algún tipo de comida. Casi todos los viví vicariamente a través de los cuentos de mi abuela materna que viniendo de una familia muy pobre y siendo ella misma razonablemente fidelista -si es que eso existe- no cesaba de contarme: me refiero a esos festines que a mí se me antojaban infinitos que uno se podía dar por unos cuantos centavos en una fonda china o en el famoso Mercado Único. O un “pan polaco” del que no cesaba de hablar y que supongo venía de alguna tradición judía. A muchos niños de mi generación ni los cuentos les llegaban y en los malhadados noventas había niños que crecían sin saber lo que era un sándwich o desconociendo el humildísimo gofio de harina tostada con que se mataban el hambre nuestros ancestros.

Comentas que en los noventa era recurrente la evasión a nombrar a Fidel, pero que esta no respondía a miedo sino a hastío, porque: “La conciencia colectiva de la nación concluyó que aquel nombre había sido mencionado demasiadas veces para añadir una más”. También relatas varias frases populares que nombraban productos barrocos como los “perros calientes sin tripa” o mecanismos de distribución normada como “los cosmonautas”, para nombrar huevos que desaparecían en cuenta regresiva. Este lenguaje críptico pervive hoy día en otras variantes ¿Cómo interpretas estas expresiones? ¿Crees que pueden ser consideradas expresiones con un trasfondo político?

Quiero hacer una distinción. De un lado estaba la imaginación popular y del otro la imaginación estatal que no se quedaba a la zaga y fue la que engendró denominaciones tales como “picadillo de soya”, “pasta de oca”, “picadillo texturizado”, “picadillo enriquecido”, “perro sin tripa”, “fricandel”, el “cerelac” y la más imaginativa de todas que fue llamarle “período especial en tiempos de paz” a lo que no era otra cosa que una crisis terrible. Compárese eso con “la Gran Depresión” que da una idea más clara de lo ocurrido en los treintas en medio mundo. El pueblo se defendía como podía, se resistía a ese bombardeo semántico con sus propias invenciones dando testimonio, a pesar de no rebelarse abiertamente, de su descontento, su inteligencia, su vitalidad. Y claro que tenían un trasfondo político, aunque fuera porque un sistema totalitario tiene la virtud de politizarlo todo y en medio de la imbecilización colectiva cualquier muestra de inteligencia es directa o indirectamente un acto de resistencia.

Hay un chiste que no incluyo en el libro y que acabo de recordar. Cuando la neuritis óptica se hizo epidémica y empezó a provocar ceguera en la gente el gobierno -sin aludir directamente al problema, porque a la hora de referirse a los desastres cubanos el gobierno es más discreto que Sherezada- empezó a repartir unas pastillitas amarillas de complejo vitamínico B. La gente le puso a las pastillas “la caperucita Roja” porque eran “Para verte mejor”. Pues Daniel Torres, el director de cine, me contó que a Carlos Lage se le ocurrió hacerle el chiste a Quintusabes porque le habrá parecido inocuo, supongo, y el asunto fue que por mucho que se lo explicó Quientusabes nunca entendió el chiste y Lage, amoscado desistió de explicárselo. No me consta si la anécdota es real o inventada, pero ahí tienes un buen resumen de las relaciones entre el humor popular y el poder.

En esta misma idea, ¿cuánto crees que ha estremecido el humor, en forma de lenguaje o de memes, al monolito de la narrativa institucional cubana? ¿Algunas diferencias sustanciales entre los noventa y los dos mil?

El humor no puede derrocar un poder que se asienta por la fuerza, no debe pedírsele tanto, pero puede erosionar el discurso del poder, hacerlo cada vez más ridículo, menos convincente. De ahí que el discurso del Poder en la actualidad se haya vuelto cada vez más cínico porque luego de tanta burla no se cree ni a sí mismo. Y una vez que el ejercicio del Poder se vuelve más descarnado al menos se va quebrando esa intimidad entre opresores y oprimidos que hace del totalitarismo un sistema tan perversamente eficaz. Pero el humor no solo ha cambiado la relación con el poder. La misma oposición se ha vuelto más desenfadada, menos hierática.

Afirmas que, en su precariedad, a los cubanos se les ha escamoteado incluso la posibilidad de denunciar el hambre frente a mayores hambrunas de la Historia: “Nuestra hambre era un hambre con baja autoestima. Lo sigue siendo. Todavía mucha gente no se atreve a llamarla por su nombre.” Ante hambrunas históricas como la del Holocausto “(…) debemos retroceder, humildes, reconociendo que nuestra hambreada condición no llegaba a esos extremos.” Como intelectual crítico al régimen cubano dentro de la academia norteamericana seguramente has debido tener encuentros con personas que desde sus posiciones ‘ajenas’ han relativizado o ‘romantizado’ las experiencias que relatas en tus memorias. ¿Puedes contarnos alguna anécdota y la reacción habitual del Enrique crítico, humorista e historiador a estas circunstancias?

La primera persona que me encontré en mi primer día en una universidad norteamericana, un estudiante graduado igual que yo en esos momentos, me preguntó si era “cubano o gusano” y mi respuesta no fue amable ni ingeniosa sino lo suficientemente disuasoria como para que no insistiera en esa vía. Desde entonces me propuse no entrar en debates sobre la cuestión cubana. Lo que hay en Cuba es una tiranía insoportable y eso es tan poco debatible como mi condición humana y la del resto de los cubanos. Tan poco debatible como lo era la injusticia de la esclavitud en el siglo XIX si se me permite la comparación. En cualquier intento de debate le preguntaba a mi interlocutor cuánto tiempo había vivido en Cuba y la respuesta en el mejor de los casos era dos semanas y a continuación les decía que yo había vivido en Cuba veintiocho años: si en dos semanas pretendía saber más sobre mi país que yo en 28 años me estaba diciendo estúpido y no aceptaba discutir con gente que me insultara. Luego parece que la voz se fue corriendo entre los colegas y desde hace mucho ninguno viene a tratar de convencerme de que aquello es ni siquiera regular. No obstante, el libro está dedicado precisamente a una colega mía, boricua por más señas, quien me dijo que estaba planificando un número sobre la precariedad para la revista del departamento y que pensaba que no podía hablar del asunto sin mencionar el caso cubano. Luego, el artículo resultante, se convirtió como dije antes, en el primer capítulo del libro. No ando por ahí predicando el evangelio de la maldad castrista pero si me preguntan y los veo genuinamente interesados, respondo. Pero desde el inicio, para evitarles a la gente de otras nacionalidades la tentación de asumirme tranquilamente dentro de su sistema de expectativas me presento diciendo “Soy cubano, pero nadie es perfecto”. Y entienden.

En Nuestra hambre… abordas un tema para mí esencial cuando hablamos de teoría totalitaria según Hannah Arendt: “Cuando la indigencia resulta lo bastante abrumadora como para aplastar el instinto de resistencia, se está a las puertas del sometimiento absoluto. (…) Es rara la vez que el hambre haya incitado al desacato, la sublevación. Sobre todo cuando el hambre se convierte en sistema, y la supervivencia, en el objetivo esencial de los sometidos”. Incluso sin llegar a esa hambre física que describes, en Geopolítica del hambre de Castro afirma: “El comer siempre lo mismo explica la pérdida de ambición, falta de iniciativa, tristeza de las poblaciones en situación de socio-segregación alimentaria.” ¿Qué conclusión saca el Enrique protagonista de tu texto? ¿Ha sido el hambre en Cuba un mecanismo premeditado de dominación; finalidad o efecto?

Primero debo decir que no creo que el hambre en los sistemas comunistas sea premeditada. Más bien el hambre es una consecuencia lógica de privar a la gente concreta de sus medios de producción y entregárselos al Estado que, además de torpe y chapucero, tiene menos interés en producir comida que en conservarse a sí mismo como sistema. Una vez producida el hambre de manera más o menos “natural” el Estado sí la sabe aprovechar muy bien para manipular con ella a la gente. La mejor muestra de ello es que ante las situaciones límites sus soluciones temporales consisten casi siempre en conceder un poquito de libertad económica para luego quitarla en cuanto la situación mejora. No es nada nuevo. De ese tipo de control ya sabían los incas cuando prohibían a sus súbditos crear recetas nuevas para que pudiera alcanzar la cantidad estricta de alimentos que le asignaban a cada comunidad.

Pero las tácticas de la escasez no solo se ejercen contra la población interna. Además esa población hambreada es usada como rehén para conseguir tanto concesiones políticas de los gobiernos extranjeros como remesas y mansedumbre en general por parte de la emigración.

Al relatar los pasajes de la crisis de los balseros afirmas: “Ante tal panorama, si algo hacía que mereciera la pena arriesgarse, si algo podía cambiar al menos el destino individual, era escapar de allí, un propósito al que se han consagrado generaciones de cubanos cuando todavía están en edad de soñar, de ejercer su esperanza.” Hoy día vemos una migración tan persistente y diría con mayor masividad que la de los noventa. Como joven intelectual que logró sus aspiraciones en el exilio, ¿cómo asumes la emigración en tu generación, y ahora?

Al margen de que hay gente que prácticamente nace con el impulso de irse de Cuba lo normal es que la emigración sea el plan B en la vida de cualquier persona. Yo mismo no me planteé irme hasta los noventas, ya graduado de la universidad. De otra manera no hubiera estudiado Historia de Cuba y en lugar de eso habría estudiado inglés u otra carrera con más visión de futuro. Pero cuando decidí irme, cuando descubrí que no tenía posibilidades de llevar una vida decente y que me cerraban todas las vías para hacer algo que me permitiera trabajar por mi propio país, ayudarlo de cualquier manera a sacarlo de la situación en que estaba, ya se había convertido en el plan A de buena parte de mi generación. La gente no daba explicaciones de por qué se iba sino por qué se quedaba.

Que treinta años después se repita la misma situación para las nuevas generaciones es una denuncia contra los que siguen dirigiendo el país de manera tan desastrosa. Y así se sigue privando al país de la gente más creativa y emprendedora de cada generación. En cuanto a mí si de algún éxito me siento orgulloso es de no haber dejado de hacer lo que me gusta y en lo que creo, con plena libertad. Y de haber creado un entorno de gente querida -empezando por mi familia- en el que sentirme a salvo del chantaje de la nostalgia.

En el libro relatas el descalabro de todas las normas establecidas debido a la crisis: el robo, los asaltos a los autobuses por divertimento, la falta de solidaridad. Con estas normas me refiero, según Hannah Arendt, a las reglas de comportamiento que frente a una crisis de estas dimensiones revela un colapso del sentido común, porque no se tienen a disposición otras categorías morales independientes de la experiencia autoritaria. Sin embargo, tu relato personal nos recuerda que algo que se debe defender a toda costa es la facultad personal del juicio. ¿Cuánto crees que las carencias prolongadas en el tiempo, las ramificaciones de esa Hambre en sentido general, han calado en el patrimonio, en la memoria y en la identidad nacional? ¿Cómo resguardar el juicio y la ética personal ante la precariedad extendida por generaciones?

Las carencias han calado muchísimo tanto a nivel material como espiritual: en la pérdida de tradiciones, de formas de convivencia, de la belleza elemental que se necesita para una vida digna pero también, y sobre todo, nos ha desacostumbrado a vivir en libertad, ha instalado una desconfianza y una mezquindad adicional en las relaciones entre los cubanos, la pérdida de un mínimo de cortesía que hace la vida más agradable. Al salir de Cuba me sorprendía que los desconocidos me saludaran al cruzarse conmigo en la escalera o en la calle. O para poner otro ejemplo cotidiano: en Cuba, cuando pasaban con una bandeja -en las extrañas situaciones en que eso sucedía- agarrabas con cuantas galletas o pasteles te cabían en las manos o si eras algún refresco observabas con cuidado antes de agarrar el vaso que tuviera algo más de líquido que los demás. El famoso hombre nuevo del Che Guevara resultó ser un chivato tremendamente miserable, alguien que le sirve a la perfección al Estado para mantenerse pero de quien nadie quiere ser amigo.

Por otro lado, la socialidad caribeña, como he podido comprobar en República Dominicana, Puerto Rico o en el Caribe colombiano es de una suavidad, largueza y espontaneidad envidiables pero el castrismo ha hecho de los cubanos unos seres ásperos, mezquinos y recelosos. Curarnos de eso será arduo y laborioso y debiéramos empezar desde ahora, donde quiera que estemos. Pero eso es lo que produce el totalitarismo por donde quiera que pasa. Lo asombroso -y eso quiero destacarlo- es la cantidad de gente joven decente y magnífica que sigue saliendo de Cuba pese a todo. El tipo de cosas que te devuelven la confianza en el ser humano.

Junto a la cuestión de la emigración creo que también nos hemos preguntado alguna vez por la sociedad que queda en la isla, sus formas de resistir, subvertir, y las consecuencias cada vez más aterradoras que estamos viendo luego del 11J. En tu libro afirmas: “Nada hacía más temible a ese entramado de vigilancia e intimidación que el hecho de que estuviera compuesto por gente. Cientos de miles. No robots a los que en algún momento se les puede desconectar o reprogramar, sino seres cuya capacidad operacional se multiplicaba ante el temor de que un cambio de régimen les hiciera perder sus privilegios. O desatara el rencor de sus víctimas. Digo «víctima» y ya me arrepiento. Si algo le cuesta producir a un régimen como el cubano (aparte de bienes de consumo), son víctimas puras (…) Resulta muy difícil apelar a la solidaridad entre víctimas cuando todos han sido un poco verdugos.” Entonces, ¿cómo podemos llamarnos, banalidad del mal o resistencia, víctimas o victimarios? ¿Cómo te imaginas un proceso de reconciliación nacional post-régimen?

Ese es el totalitarismo trabajando a plena capacidad. La ideología es el pretexto pero una coartada más persistente que lo que solemos reconocer. En la sociedad moderna, ante la pérdida de sistemas tradicionales que cohesionan la sociedad y le dan sentido como la religión, las estructuras familiares, etcétera, la ideología totalitaria es una tentación que no se debe despreciar. Lo vemos ahora mismo con los populismos de derecha o la ideología woke, de vocación totalitaria evidente. Luego está ese magnífico mecanismo de dominación que mezcla la esperanza, la envidia, la mezquindad y la violencia para crear un círculo vicioso en que casi todo el mundo es a la vez víctima y verdugo de otros. El mecanismo lo describe muy bien el cuentista Lino Novás Calvo en un cuento de 1932:

“Los celosos hablaban entonces en nombre de los esclavos y volvían a ser esclavos ellos mismos. Después si seguían eran ajusticiados y sus huesos se juntaban en aquella tierra con los de los otros. Otros esclavos pasaban entonces a su lugar, escogidos por Amiana o sus manfucas, por valientes o delatores. Estos eran los rebeldes de abajo, contra los de abajo. Al subir se cruzaban con los que bajaban. Esto sostenía a Amiana y le dio humos. Comenzó a sentir gusto en perseguir, como si se rascara un salpullido por dentro o se apretara un forúnculo. […] Las gentes de Amiana querían hacerse méritos con él y por eso inventaban complots y descubrían rebeldes donde no los había. Pero luego lo eran. Amiana los mandaba a los barracones y entonces se hacían resentidos y hablaban en nombre de los esclavos. Estos veían entonces la ocasión de dejar de serlo y delataban a los que venían de arriba, y así estos pasaban entonces al cementerio”.

El totalitarismo se alimenta de lo peor de nosotros mismos. La mejor manera de contrarrestarlo es ser lo mejor que podamos, pero sobre todo lo más generosos que podamos. Pero no hay que esperar a que se caiga el régimen, si es que alguna vez lo hace. Debemos empezar ahora mismo.

Tu libro pareciera una radiografía del malestar general de los años 90, pero también un inventario de cada aspecto o ejercicio en el que se ocupaban los cubanos como tú para resistir el infortunio. Si tuvieras que narrar el presente, signado por títulos tan abstractos como el del Periodo Especial en Tiempos de Paz: Coyuntura, Continuidad, que elementos crees deberías añadirle o sustraerle a tu texto original. En resumen, ¿cuánto dista la Cuba de tus memorias de la actual?

Decía el filósofo Richard Rorty -y yo no me canso de repetirlo- que aceptar el vocabulario heredado “es aceptar a otro la descripción de uno mismo, ejecutar un programa previamente preparado, escribir a lo máximo variaciones de poemas previamente escritos”. Por eso al inicio del libro propongo un cambio de vocabulario y empiezo por llamarle a la crisis de los noventa por su nombre real: Hambre. A las sucesivas crisis desde entonces les llamaría Hambre 2, Hambre 3. Porque en lo esencial el sistema no ha cambiado de naturaleza: las causas de las crisis son las mismas y los resultados son idénticos. Si algo ha cambiado es la gente: ahora es más descreída, mejor informada y si acaso más cínica. Excepto un grupo de gente increíblemente valiente, esperanzada y empeñada en cambiar el país el resto tiene claro que lo mejor que puede hacer con sus vidas es prepararse para marcharse en cuanto puedan.

Siento que la brecha que existe entre la Cuba de principios de los sesenta y la de los 80 es mayor que la que existe entre la de los noventa y la de ahora, aunque haya transcurrido más tiempo. Los noventa fueron un momento clave para lo que vino después. En ese momento comenzaron los fenómenos que ahora son la norma del país como el turismo y el jineterismo masivos, la fundación de la mafia hotelera de Estado, el cuentapropismo y el abandono de toda esperanza creíble de la utopía comunista. Luego han aparecido fenómenos que no alcancé a ver que van desde la exportación masiva de personal calificado, la sustitución de profesores por televisores, la introducción del internet o una circulación más fluida de la gente en ambas direcciones -en mi época la gente raramente usaba el pasaje de vuelta. También hay un mayor conocimiento desde afuera sobre lo que pasa adentro. Y a juzgar por lo que me cuentan los que salen y la facilidad con que nos comunicamos el meollo del régimen ha cambiado muy poco desde que me fui. Para decirlo de otro modo: puede haber ocurrido muchos cambios, pero las razones por las que me fui siguen intactas.

martes, 12 de noviembre de 2024

Cultura, comida y poder

 


En contextos políticos cerrados, la alimentación puede ser un arma de propaganda y control, mientras que, «desde abajo», es un sitio simbólico de adaptación y resistencia.

Conseguir alimentos, elaborarlos y comerlos son acciones repetidas y centrales en la vida de cada ser humano.

En espacios autoritarios, sumidos en crisis y desigualdad, donde el desinterés gubernamental es evidente, la comida más que una mera necesidad se vuelve fuente de incertidumbre, ansiedad y frustración.

El presente libro parte de la idea entre Food Monitor Program y la editorial Hypermedia de debatir las intersecciones entre cultura y poder que ofrece la idea de la comida en Cuba.

Para ello, se compilan doce conversaciones con artistas, escritores, intelectuales, e historiadores, que tienen como elemento en común pensar a Cuba. Son cubanos que de una manera u otra han referido la comida en sus obras, y el espacio que esta ocupa en la (de)construcción de la nación.

Neoclasicismo asere o Lope de Vega en tiempos del Taiger*



La pura casualidad hizo coincidir el luto por la muerte del cantante conocido como El Táiger con la publicación de la tragicomedia en tres actos La capital del sol (Bokeh, 2024) del recién estrenado autor César Pérez. 

Que se trate de una coincidencia no impide buscarle sentido. Si en los alrededores de la muerte del reguetonero chocaron frontalmente el dolor popular con los escrúpulos clasistas, el populismo intelectual con los pujos de alta cultura, el exhibicionismo sin frenos con la perfecta indiferencia —dejando al descubierto las brechas que separan a la tribu cubana más allá de la política—, la tragicomedia de César Pérez, ambientada en Miami, convoca y representa multitud semejante de sentimientos contradictorios: pobreza de espíritu, frustraciones, deseos insatisfechos, celos, ambiciones insaciables y un desajuste radical con la realidad cotidiana de una sociedad más o menos normal. 

Entre la reacción en cadena ante la muerte del cantante y La capital del sol hay muchos temas comunes. Con ambas se podría armar un retrato robot del alma cubana a la altura del primer cuarto de siglo del segundo milenio, contando desde Cristo a esta parte.

Parecería una decisión extraña que, en su estreno dramatúrgico, César Pérez eligiera el recurso anacrónico de la obra en verso —desde el octosílabo hasta el alejandrino— para representar el presente cubano en Miami. Sin embargo, este reparo se conjura desde la entrada en escena de Larisa, la protagonista, presentando biografía, conflicto, filosofía y estética en solo ocho versos:

Fui jinetera en La Habana
Y aquí vendo 
rial estei   
Traje a mi madre y mi hermana 
Y a Lorencito también.
Muchas veces me pregunto
Por qué traje a ese cabrón
Es que no pueden ir juntos
Billetera y corazón.

Así, el ritmo antinatural de la poesía, con su filosofía callejera y su Spanglish recién adquirido, naturaliza lo que parecería incompatible y deja que el instrumento llevado por Lope de Vega a su máxima expresión teatral fluya por las autopistas y eficiencis de Miami, con la misma desenvoltura que por las calles del Madrid del Siglo de Oro. 

Basta con esa tranquila audacia de César Pérez para atar mundos que se enemistaron a muerte durante la agonía y fallecimiento del Taiger, donde, si a unos les molestaba el llanto de los otros, a estos últimos les mortificaba que su desolación no fuera unánime. 

Pérez escribe como si la vieja brecha entre alta cultura y cultura popular no existiera. O como si apenas fuera un estímulo para saltársela. El ritmo de su verso no se enemista con la realidad mayamesa, pareciendo tan natural como el de cualquier reguetón. ¿Acaso el género no ha conseguido, además de generar fanatismo y dinero, devolverle a la gente de a pie el gusto por el ritmo verbal y la rima? 

César va más allá y, para advertirle al siniestro Pepe Martí sobre los peligros de cortejar la mujer del prójimo, uno de sus secuaces resume el primer gran clásico de la literatura occidental, La Ilíada, de esta forma:

Acuérdese de que Homero
Nos cuenta que Troya ardió
Porque Paris le tumbó
La jevita a Menelao:
La calentona de Helena
Que aunque se partía de buena
Le puso malo el picao
A Héctor y su pandilla
Por ser tan guaricandilla.

(Enseguida se aclarará que el matón no leyó Homero, pero sí vio Troya, la película de “Brad Pí” interpretando al “pendenciero / Aquiles de pies ligeros”).

La capital del sol muestra el Miami cubano de ahora mismo, con sus jineteras reconvertidas en agentes inmobiliarias, sus chulos “degradados” a camioneros y sus chivatos ascendidos a testaferros de los negocios sucios del régimen cubano en el corazón del exilio cubano. 

No es la clásica capital del exilio gobernada por viejos periodistas republicanos atrincherados en emisoras AM, sino el Miami por donde se pasea como un príncipe Pepe Martí, encargado de lavarle el dinero sucio al régimen instalado desde siempre al otro lado del estrecho. 

Si tiene un baro ilegal
Escondido por ahí,
Tintorerías Martí
Le resuelve en un minuto,
Entra sucio por aquí,
Por allá sale impoluto.

Como antes los espías infiltrados en Langley, Pepe Martí es el nuevo héroe de un régimen que antes exaltaba la austeridad y ahora descubre placeres, como el caviar y las anguilas que, por cuestiones técnicas, nunca llegarán a la famélica libreta de abastecimiento. 

El nuevo héroe, además de lavarle el dinero en paraísos fiscales, conoce lo suyo de buenas marcas y artículos suntuarios. Así, Pepe Martí da órdenes a su ayudante:

Sácame los Ferragamos
Y el traje de Valentino
azul que me va de muerte
Con el Rolex de platino
Que esta noche me combino
Mejor que una caja fuerte.

Otro personaje esencial en la trama es la propia ciudad de Miami que le da título a la obra, escenario de la trama y sin la que no pudiera explicarse buena parte de los conflictos. Ciudad en que dos de cada tres habitantes han nacido en otro país, en la que se reinventan vidas a diario y, junto con el viejo sueño americano, se vende el de las segundas oportunidades. 

Pero, ante la ingente esperanza de dejar atrás el pasado de una buena vez, termina llegándose a la conclusión fatal de que “todo el futuro es incierto / y el pasado no caduca / el aliento de tus muertos / siempre te eriza la nuca”. 

No es este el Miami de las postales, ni siquiera el de las cartas triunfales al país natal. En La capital del sol se representa lo que la sociología decimonónica llamaría “los bajos fondos”: criminales, traficantes de casi cualquier cosa, hampones o gente que trata de escapar de ese ambiente sin conseguirlo. 

César Pérez lo retrata con rima esdrújula:

Aquí hay que andar con un látigo
Con tanto sapingo eléctrico
Choferes de Uber erráticos
Y mormones evangélicos
Dealers que venden orgánico
Adictos que compran vértigo
Kioskos de tacos asiáticos
Y de tamales transgénicos
Boarding homes esquizofrénicos
Y hospitales post-psiquiátricos
Llenos de
 homeless famélicos
Con modelos fotofóbicas
Y millonarios excéntricos
Con sus guardaespaldas sádicos
Y abogados energúmenos.

En este Miami se desarrolla una trama sencilla y al mismo tiempo rocambolesca. Lorencito, antiguo chulo de Larisa, intenta recuperar el control sobre esta cuando su viejo compinche, Roli, le propone el negocio que lo liberará del timón del camión que maneja y lo volverá irresistible nuevamente ante Larisa. El negocio consiste en secuestrar a la hija de Pepe Martí y pedir por ella un rescate millonario. 

Una salida aparentemente mágica, para quien cree en las propiedades milagrosas del dinero, cualquiera sea su procedencia. Trasplantados a la patria del capitalismo, tanto a Lorencito como al resto de los personajes les parece lógico y necesario adscribirse al evangelio del dinero. 

Así declama Lorencito: “En Cuba éramos esclavos / de gorilas con fusiles / aquí nos comen los biles / hasta el último centavo”. Y más adelante confunde, muy marxistamente, dinero con libertad: “Lo que quiero es muy sencillo / hemos llegado a una edad / en que no hay libertad / sin dinero en el bolsillo”. Así, bajo la convicción casi romántica de que “vivir es meterse en líos”, Lorencito acepta la propuesta de su compinche. 

La capital del sol, divertidísima en casi toda su extensión, tiene en cambio un resabio amargo que hace pertinente su subtítulo de tragicomedia. Es la amargura y el resentimiento de los forzados a abandonar su país sin entender muy bien por qué. De quienes intentan resanar viejas heridas e impotencias a golpe del siempre elusivo billete. De los que han renunciado a casi nada, que es todo lo que tenían, e intentan resarcirse del tiempo y la fe perdidos. 

César Pérez cumple con la obligación de todo autor hacia sus personajes: al hablar por ellos, trata de entenderlos, de hurgar en sus razones más profundas y dejar el juicio para sus lectores y espectadores. 

La política parece pesar poco en las decisiones de los personajes. Y con razón. Aquello que parece decisivo, a nivel de nación o de grupo, suele ser en la vida de los individuos un factor secundario, opacado por los demonios personales. 

Por eso cuando, en medio del secuestro, los extorsionadores pretenden aducir motivaciones políticas, Pepe Martí responde:

Pero, dime, ¿qué cojones
Tienen en la cabeza?
Suelten a Yumi, cabrones,
Y déjense de bajeza
Dándoselas de patriotas
Mientras secuestran mujeres…
Mira, tú, si lo que quieres 
Es llevar esto hasta el fin
Para hacerte el paladín
De la justicia, ¿por qué
En vez de este paripé
No me secuestraste a mí
al mismo Pepe Martí?
Ahí sí ibas a hacer historia
Y hasta cubrirte de gloria.

Con todo lo deslumbrante y magnífica que resulta La capital del sol, no es seguro que complazca a todos. El contraste entre la bastedad de los personajes y sus conflictos vitales, y la exquisitez de la factura de los versos con que se expresan, puede espantar a muchos. 

Como el belicoso luto por la muerte de El Taiger ha demostrado, las trincheras cubanas no pasan solo por lo político. Sobre todo, porque La capital del sol no intenta la síntesis populista que algunos proponen, sublimando lo grosero, sino que parte de la convicción de que no hay temas menores, como no hay estratos inferiores de cultura, sino maneras más o menos torpes o superficiales o frívolas al aproximarse a ellos. 

Ahí quedan las preguntas esenciales para este tiempo, o cualquier otro, que nos deja la obra. Preguntas tales como: ¿Qué sentido tiene la vida (o la muerte) más allá de acumular dinero?  ¿Qué hacemos con el pasado? ¿Es posible enfrentar una nueva vida sin sanar las heridas de la anterior? ¿Hasta qué punto podemos justificar nuestras acciones? 

Sería una lástima que La capital del sol no fuera bien entendida pues, como todo buen teatro, esta obra —junto a su gracia indiscutible— tiene mucho de la catarsis curativa que solo se puede experimentar a plenitud una vez llevada a escena. 

Allí se podría comprobar cómo nuestra ridícula tragicomedia vital, la del pasado que no cesa de insistir en ser presente —en Miami o cualquier otro sitio donde nos agarre el naufragio—, puede ser cantada con versos que no envidiarían a los del teatro del Siglo de Oro:

Se me reseca la boca
Y el agua del mar es poca
Para arrasar el pasado.
Y aunque levantes un muro
Y sea un búnker tu casa,
El pasado nunca pasa
Y te espera en el futuro
Para tirarte a la lona
Preguntando: ¿A dónde vas
Que yo no vaya detrás 
Como una sombra burlona?

*Publicado originalmente en Hypermedia Magazine

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Se veía venir




No es por hacerme el pitoniso retroactivo pero la victoria de Trump se veía venir. O más bien la derrota de los demócratas en toda regla con una candidata empujada al escenario a última hora y a quien no se le ocurrió nada mejor que prometer más de lo mismo. Esa sensación de derrota generalizada, la percibí especialmente unos diez días antes de la elección cuando un músico de izquierdas ante un público ideológicamente afín convirtió su concierto de música bailable en un llamado a la “resistencia”, como si ya hubieran perdido y tocara pasar a la clandestinidad. En ese momento le dije al amigo que me acompañaba: “van a perder”.*


O el lunes cuando mis estudiantes me confesaron que no votarían por Kamala por causa de… Palestina. Como si Trump fuera un simpatizante de Hamas. Les pedí a modo de ejercicio que cada uno de ellos hiciera su programa político en caso de que fueran presidentes (estábamos practicando el subjuntivo). Unidas todas las propuestas el resultado revelaba tal desconexión con la realidad que tuve que decirles: “Bueno, les informo que van a perder. Muy bonitas y altruistas sus propuestas pero deben saber que nunca ganarían el voto de la mayoría de este país con ellas”.


La noche de la elección vi a una comentarista de Univisión diciendo que “Estados Unidos no está preparado para tener una presidenta mujer”. Como si México estuviera mejor preparado para tener una presidenta judía. Y a la mañana siguiente The New York Times encabezaba su portada electrónica con una columna diciendo más de lo mismo. O sea, que nos esperan cuatro años más de negacionismo demócrata sobre su propia miopía. Y cuando eso pasa lo único que consigue es destrozarse las rodillas de chocar contra los muebles o la realidad, que viene a ser lo mismo.


En cuanto a Trump no me queda otro remedio que sintonizarme en modo religioso. Desear que el Altísimo lo ilumine a la hora de tomar decisiones que queramos o no, nos afectarán a todos. A mí, que no creo ni en el calendario me es más fácil confiar en Dios que en el carácter de un señor convencido de que es lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad desde la cuarta glaciación hasta acá y cuyo mayor talento político ha sido conseguir que la clase trabajadora tenga como líder a un multimillonario que todo lo resuelve echándole la culpa a los otros y enfrentando a sus partidarios contra el resto del mundo. Ahora mismo hay un montón de gente celebrando el triunfo de Trump como si fuera la "Primera derrota del comunismo en Norteamérica" y ya la resonancia de esa consigna me pone los pelos de punta. No hay nada más comunista que convertir en enemigo mortal a todo el que piense distinto.


Y con esto consumo mi turno para opinar sobre política norteamericana por los próximos cuatro años.



*
No es un truco retórico hablar de una derrota demócrata más que de una victoria trumpista. Los números lo dejan claro. En esta ocasión Trump -resistiendo el desgaste de sus escándalos y juicios- obtuvo 72,623,882 de votos que son 1.6 millones de votos menos que los 74,223,975 que consiguió en las elecciones del 2020 cuando perdió contra Biden. En cambio Kamala apenas llegó a los 67,927,989 de votos, o lo que es lo mismo, 13 millones y pico menos que los 81,283,501 que acumuló Biden hace cuatro años. Mientras Trump mantuvo la misma base electoral que en la contienda anterior (con avances en el voto negro y latino) los demócratas fueron incapaces de inspirar el mismo fervor que hizo que en las elecciones del 2020 se alcanzaran récords de participación. Si fuera cierta la acusación republicana de que en el 2020 votaron hasta los muertos tendrán que reconocer que en esta ocasión los muertos se mostraron menos dispuestos a ejercer su derecho al voto.

martes, 22 de octubre de 2024

Forever Young, o Rimar en casa del trompo: Unas décimas para Alexis Romay

Por César Pérez



Hoy es tendencia mundial

Lo más comentado en X

Me preguntó hasta una ex

Con la que terminé mal.

Lo susurra el platanal

En la finca de Otaola

Fue la portada del Hola!

Junto a una foto del Papa

Buscando a Cuba en el mapa

Para dejarla más sola.


En Facebook esta mañana

No se hablaba de otra cosa

Y el efecto mariposa

Arrastró a niñas y ancianas

Carnívoras y veganas

Con el hashtag @quesesepa

Desde el trópico a la estepa

Mucho loco y algún cuerdo 

Poniendo por fin de acuerdo

A frikis, mikis y repas. 


Está en Fox y en CNN

Lo comenta J.D. Vance

Mi amiga Brenda, que es trans

Le dice que no sea pene

“Miren como se mantiene”

Gritaban en un espasmo

De juvenil entusiasmo

Jueces, fiscal y jurado. 

Aquí hay felino encerrado

Que gritería no es orgasmo.


Al fin se aclaró el secreto

De la edad real de Romay:

Tres cuartos de lo que hay

Dos quintos de estate quieto

Menos su cara de nieto

Más que ya casi es abuelo 

Dividido por el celo

Con que olvidó envejecer

Multiplicado por Cher

Conservado en ron con hielo.


Las malas lenguas murmuran

Que ya anda por los cincuenta

Pero es que no se dan cuenta

Que sigue siendo criatura

Atemporal si madura

Y eterna en su desvarío.

Que no le hace mella el frío

Del almanaque sangrón

Y sigue ahí en su balcón

Mirando pasar el río.


Lo de este hombre con la canas

Más que abandono es desidia

No lo digo por envidia

O si acaso, envidia sana:

Pues La apertura cubana 

La cerró con jaque mate

No hay canción de Chocolate

Que lo supere en sapiencia

Y Salidas de emergencia

Fue un jonrón de cuarto bate. 


"Octosílabo" le llaman 

Porque vuelve cotidiano

El milagro quevediano

Del ingenio que proclama

De Cuba el grotesco drama

Con donaire y con altura:

Versos de seria diablura

Lo cubano y lo divino 

Héroe, cómplice, asesino

Y caviar con raspadura.


Creo que siempre haya el modo

De comentar nuestra historia

Porque acumula memorias 

De verlo y vivirlo todo:

Fue romano y visigodo

Peleó con Atila el Huno

Tocó el primer son montuno

Allá en las lomas de Oriente

Y lo arrastró la corriente

A Belascoaín y Neptuno


Fue tan precoz el muchacho

Que publicó una novela

Sin haber ido a la escuela

Titulada “Los borrachos”.

Fue él quien inventó el gazpacho

Y el papel allá en la China

A Jerjes en Salamina

Le dio hasta en las cicatrices

Y fue él quien amarró a Ulises

Cantando La gasolina.


En cada Constitución 

Que se escribió allá en la islita

Si lees la letra chiquita 

Verás su contribución.

Dijo que no en el Zanjón

Mandó a Fidel pal carajo

Le curó la peste a grajo 

Al Che de un tiro en La Higuera 

Compuso "La gozadera"

Y en Sodoma armó el relajo.


Liga del ibuprofeno

Cuida y ampara a tu hijo

Lávalo en tu regocijo

Que aunque sea ponchón es bueno

Que cada día sea estreno

De un musical infinito

Caetano con "Suavecito"

Que su gracia siempre suba

Que con él los New York Cubans

Tendrán su destino escrito.

sábado, 19 de octubre de 2024

Ultimas noticias de la academia

 

Una amiga presentaba un documental en mi universidad sobre la emigración venezolana. El cruce brutal a través de la selva del Darién y el resto de Centroamérica y México visto con los ojos y los teléfonos de dos muchachas simpáticas y optimistas que recomponen sus vidas como pueden en Nueva York. Al final de la proyección el público hizo comentarios sobre la condición femenina de las muchachas, sobre sus uñas, el uso de los teléfonos celulares, la cámara y la edición. Ninguna mención de lo evidente: la terrible situación de Venezuela que hace del cruce siniestro del Darién algo soportable y el descaro de su dictadura al desconocer la voluntad de su pueblo expresada en las urnas o en la fuga multitudinaria del país. Tampoco, curiosísimo en un público tan desvelado por las cuestiones raciales, se mencionó el detalle que de que las protagonistas del documental fueran negras. Un público que ve política hasta en una receta de cocina se resistía a encontrarla en la tragedia de los migrantes de Venezuela. Lo obvio parece una cuestión de mal gusto en estos predios. Nada que me sorprenda a estas alturas.

Al terminar la presentación entre empanadas y vinos se me acerca un cubano. Dice estar interesado en conocerme desde hace rato. Que incluso un amigo común le sugirió escribir sobre mis libros para su tesis de maestría.

-Pero cuando le fui a presentar la propuesta a mi profesora me dijo que prefería que escribiera sobre un autor más conocido…

-Padura -lo interrumpí.

Por supuesto que la profesora le encomendó que escribiera sobre Padura. Sucede que a la academia no siempre le molestan las obviedades: en ocasiones no puede prescindir de ellas. Y mi interlocutor terminó escribiendo su tesis sobre el padre literario de Mario Conde que, al parecer, no le entusiasma demasiado.

Rumbo al baño yo seguía descojonado de la risa.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Discurso conmemorativo por el (?) aniversario del natalicio de Alexis Romay.



La ocasión que nos convoca aquí es excepcional en muchos sentidos. Por una parte, se trata de homenajear al más perfecto de los ejemplares humanos que nos haya sido dado a conocer. Pero digo humano y ya siento que me quedo corto. Es que hablamos nada menos que del insuperable Alexis Romay, el Leonardo Da Vinci de Cayo Hueso, el Supermán de Belascoaín y Neptuno y no diré que es el mejor escritor cubano vivo porque seguramente Orlando Luis Pardo Lazo que no se dejará arrebatar el título por mucho que este no sea su cumpleaños.
Como decía, en ese revoltijo de perfecciones que es el hijo de Vicky Romay se reúnen el escritor incomparable (excepto con Orlando), el poeta prodigioso, el traductor único, el insuperable educador de nuevas generaciones de gringos hispanohablantes y anticastristas, el músico irrepetible, el campeón de ajedrez supersónico, el nadador incansable, el jonronero que haría avergonzarse a Barry Bonds y sus esteroides, el pitcher imbateable al menos para los dos primeros rivales que se enfrenta, el repentista sin arrepentimientos y el que, si no fuera por Inma, sería el soltero más apetecido por jóvenes, viejas y algún que otro anciano.
Hablo del más entrañable y entusiasta de los amigos, de quien compite con Don Quijote en ser escudo de los desamparados, protector de doncellas y refugio de las viudas, además de ser conductor de los descarriados que no tenemos carro (o si lo tenemos no nos atrevemos a sacarlo del parqueo). Hablo del abrazador de los pitchers que soportan sus jonrones y de los que lo ponchan como así abraza a los que poncha o le batean jonrones. Hablo del infatigable cazador de octosílabos, de quien nada millas en mar abierto mientras imagina el argumento de sus próximas novelas, del profesor adorado que pasa la lista a ritmo de bossa nova, del bailador excelso, del que recita la Divina Comedia en toscano antiguo y a Borges en esperanto, del que rectifica a Cervantes en español, a Shakespeare en inglés y a Chico Buarque en portugués, del que entretiene a los niños con juegos matemáticos que estos no saben si resolverlos o denunciar a Alexis a la policía como acosador intelectual.
Hablo de ese ser que maneja un carro con una caja de cambios para entretener la mente y no se le vaya a ocurrir otra novela mientras maneja. De quien batea jonrones con ambas manos y los batearía a tres si las tuviera, aunque de sobrarle alguna mano la usaría para filmarse bateando un jonrón, una de las poquísimas hazañas que no ha conseguido hasta ahora (junto a la de escribir una décima que no contenga las palabras “patria” y “vida”). Porque la infinita modestia de Alexis Romay no le impide reconocer lo admirable que es ser él mismo, y lo cruel que sería privar al resto de la humanidad del espectáculo de su gloria. Y en esa admiración lo acompañamos todos nosotros en la medida que es posible porque no dejamos de reconocer que el tener el privilegio de contar con un superhéroe que no cabe en este estado, ni en este país, ni en este planeta, alguien que pasea su grandeza en medio de la vulgaridad de nuestras fiestas y juegos de pelota, a veces puede ser un tanto agotador.


Por otra parte, no se trata solo de celebrar la grandeza de Alexis sino también de reconocer nuestra envidia de no ser como él. Si todo lo anterior no fuera de por sí abrumador tendremos que admitir que, por muchos cumpleaños que le celebremos al hijo de Vicky Romay, este ha heredado de su bella progenitora el don de no envejecer. El Leonardo de Cayo Hueso tiene ahora tantas arrugas como las tenía cuando nació, solo que con más pelo. Tal pareciera que mientras el planeta da una vuelta completa alrededor del sol para el resto de la humanidad, en el caso de Alexis la Tierra se dedica a trotar en el lugar. Pero al Supermán de Belascoaín no le basta con no dar pistas de su edad biológica sino que encima nos oculta la cronológica. No conforme con no envejecer físicamente pretende librarse de las cadenas del tiempo. Y como nadie sabe la edad del Jilguero de New Jersey todos especulan. Mientras Alexis se regocija cuando alguien calcula que tiene veinticinco años otros envidiosos comentan que en realidad tiene el doble o hasta el triple. Alguno hasta ha llegado a especular que Alexis es medio hermano de Cecilia Valdés -fruto de las relaciones extramaritales de Don Cándido Gamboa con Vicky Romay- y que le vendió el alma al diablo -o a Shangó- para seguir eternamente joven por los siglos de los siglos, amén. De ser cierto nuestro homenajeado de hoy estaría cumpliendo más de doscientos años lo cual explicaría cómo es que ha podido acumular tantos conocimientos y habilidades.
Es por todo eso que en nombre de todos conmino a Alexis Romay a salir de su clóset cronológico así como Ricky Martin salió del suyo. Alexis: no te resistas. Considera las ventajas que te traería revelar un secreto tan bien guardado: salvarías el honor de Vicky ante los que la acusan de asociarse carnalmente a un traficante y explotador de esclavos como Don Cándido Gamboa. Y hasta salvarías el honor de Inma, a quien ya no la podrían acusar de corruptora de menores. Piensa en las caras de asombro de tus interlocutores al contrastar tu edad biológica con la cronológica. ¿Qué son los diez quinquenios o la raíz cuadrada de 2500 años comparados con los más de dos siglos que otros te achacan? Piensa en Ricky Martin y en los 14 años que lleva viviendo felizmente fuera de su closet. ¿Qué destino te puede esperar una vez que reconozcas que tienes ochenta años? ¿El asilo de ancianos? Pues allí te iremos a visitar alegremente cada domingo. Porque para querer a alguien como tú, querido hermano, nos sobran tus infinitas virtudes y nos bastan tu energía pura y sana y tu amor por tus amigos, por la patria y por la vida.
¡Díaz Canel!: singao

martes, 1 de octubre de 2024

Inventos




En clase hablábamos de los grandes inventos en la historia de la humanidad: el fuego, la rueda, la imprenta, el internet, cosas así. Entró Elon Musk en la conversación y el rechazo fue casi unánime. Casi por una estudiante se atrevió a decir que le era indiferente mientras el resto de sus compañeros declaraban su odio entusiasta por el billonario sudafricano. Les pregunté entonces por inventos que al principio parecían gran cosa y después habían resultado todo lo contrario. Mi mente andaba por la dinamita o el teflón pero un estudiante -el más audaz, de esos que tratan de subirte la parada pero terminan mejorando la clase- me suelta: “¡El fascismo!”.
-¡Por supuesto! -le respondí agradecido. Me había dado la oportunidad perfecta para añadir- ¡Y el comunismo!

Al estudiante y a mí no nos costó ponernos de acuerdo en que el comunismo -o “socialismo”, que es su actual nombre comercial- nunca ha funcionado pero la gente siempre decide que la próxima vez sí va a salir bien. Rusia, China, Kampuchea, Cuba, Venezuela, les recordé. El resto de la clase permaneció callado. Por lo visto y oído Elon Musk es mucho mejor tema de conversación.
Luego recordé la caricatura de arriba.