La poeta Odette Alonso, radicada en México desde 1992 me envía la dirección de su blog parque del ajedrez en el que en estos días ha comentado las palabras de Eusebio Leal en el congreso. Muy interesante es su reflexión en otro post sobre uno de los grandes mitos cubanos: la educación. Mal debe andar cuando se atrevieron a criticarla en el congreso de la UNEAC. En su post pone ejemplos que me resultan chocantes aunque no me sorprenden. Lo que antes eran casos extremos ahora parecen haberse convertido en rutina. Dice Odette:
[Si necesitan imágenes que confirmen lo anterior aquí van las de “Seremos como seremos” documental independiente realizado en Cuba en que se recogen las actividades en una escuela cubana durante un día completo. Lo mejor que tienen es la ausencia de comentarios. Ni siquiera una ironía que nos distraiga de esa cosa terrible que estamos viendo y que se supone que justifique la falta de libertades.]
Segunda parte
“Un muy querido amigo español casado con cubana acaba de contarme que su sobrino, que vive en la isla, no tuvo clase la semana pasada porque su maestra emergente se la tomó libre. No era vacaciones; ella simplemente no fue a trabajar y la directora repartió a los niños de su grupo entre otras aulas ya atestadas de alumnos. Al sobrino le tocó con una maestra que, en medio de las explicaciones, como quien matiza la charla, decía pinga y cojones constantemente. Cuando los demás muchachos vieron que el sobrino evitaba repetir aquella jerga, lo acusaron de maricón y se rieron de él. La maestra también se rió y le dijo, gesticulando con toda la cara y moviendo las manos: “No se puede ser tan burguesito, cojooone”.
Su maestra oficial regresó el lunes a clases y el martes lo regañó fuertemente porque el sobrino de mi amigo se atrevió a ir a clase un día de lluvia. Ella le explicó con detalle, como corresponde a una buena mentora, que cuando llueve hay que aprovechar… Lo cual quiere decir, en perfecto cubano, faltar a la escuela y al trabajo. Asombrado con la anécdota, que le parecía como de otro mundo, mi amigo le preguntó a su cuñada por qué no cambiaba al niño de grupo. Ella respondió: “Ni muerta; esa maestra falta, pero al menos no los insulta ni escribe con faltas de ortografía”.
Pues déjame contarte, le dije a mi amigo, que la seño de Camilo, que es una chusmita de chancletas metededo y bajichupa que se llama Yusimí… ¿La de los Reyes Magos?, me interrumpió él… ¡Esa misma!, la que les dijo a los niños de cinco años en preescolar que los Reyes no existían, que no fueran comemierdas… Como ésa también falta mucho, un día mi madre le propuso a Piri que cambiaran de aula a Camilo y mi hermana respondió lo mismo: “¡Ni muerta!”. Porque entonces, aunque fuera a distancia, Yusimí le iba a hacer la vida imposible al niño por haberla "traicionado" y dejar en evidencia las razones que había para pedir el traslado.
Y lo de la lluvia siempre ha sido así. Cuando digo en México —ciudad en la cual de junio a septiembre llueve todas las tardes a partir de las cinco y hasta la mañana siguiente— que en Cuba a la primera lloviznita —¡ni qué decir de los ciclones!— no íbamos a clases y en los registros de asistencia los maestros ponían L L U V I A, vertical, letra bajo letra de la primera a la última línea, no quieren creerme.
Pero déjame decirte, insiste mi amigo, que mi sobrino no estudia en un tugurio de Regla, sino en una escuela privilegiada del Nuevo Vedado. Y me cuenta que como ése es un barrio residencial de antiguos burgueses y altos funcionarios del gobierno —gente bien se diría por acá—, para que admitieran al niño, al que “no le tocaba” estudiar allí, su cuñada tuvo que sobornar a la administración escolar con dinero que los tíos mandaron puntualmente desde España. No es escuela de muchachos marginales, no, dice mi amigo: los llevan en carros hasta la entrada; ellos van con mochilas de marca, pantalones Levis, MP3 para escuchar música y meriendas con chocolates y otras cositas que sólo se compran en las tiendas de dólares. O sea, nada que se parezca a una escuela “normal”, como la de Camilo, por ejemplo, en Centro Habana.
“Hijos de yegua”, le cuento, nos decía Orestes Sánchez del Campo, el profesor de física de octavo grado, en la mejor secundaria de Santiago de Cuba en los años setenta. Pero, entonces, era una excepción. Nuestros padres fueron a protestar a la dirección por el maltrato y la grosería. Qué tiempos aquéllos… ¿Algún padre protestará ahora que pinga, cojones y sus múltiples sinónimos y derivaciones —tranca, tolete, mandarria, morrongón, similares y conexos— son el idioma cotidiano fuera, pero también dentro de las aulas?
Con las migraciones, esa desgracia rebasa las fronteras. Efraín, que es teacher de un college estatal en Miami, tiene en su aula adolescentes de muchos países latinoamericanos, revoltosos y rebeldes como todo teenager, pero ninguno como los cubanos —¡y las cubanas!—, que se le paran en medio del aula, con las manos en la cintura y moviendo el piecito —bien sabemos los cubanos cómo—, y le gritan: “¿Qué pinga le pasa al calvo e’ mierda éste?” Y cuando los reporta a la dirección, los papás llegan reclamando por qué el singao del maestro la tiene cogida con sus niños.”
[Si necesitan imágenes que confirmen lo anterior aquí van las de “Seremos como seremos” documental independiente realizado en Cuba en que se recogen las actividades en una escuela cubana durante un día completo. Lo mejor que tienen es la ausencia de comentarios. Ni siquiera una ironía que nos distraiga de esa cosa terrible que estamos viendo y que se supone que justifique la falta de libertades.]
Segunda parte