Rafael Rojas ha dado una conferencia hace pocos días analizando la actual encrucijada cubana y al parecer sentó las bases de un próximo debate. Rojas se refirió a los posibles cambios en la esfera económica que traerá aparejado el reciente cambio de régimen y concluyó que si "la oposición y el exilio persisten en trabajar con la ciudadanía de la Isla y la comunidad internacional sin intentar el reconocimiento del régimen, buena parte de ese trabajo se mantendrá como hasta ahora, en la marginalidad o en el testimonio”. Ernesto Hernández Busto le ha respondido diciendo que no cree que la oposición “deba cambiar de estrategia y convertir al gobierno en interlocutor legítimo”. Hernández Busto confía en que la inestabilidad económica del régimen impedirá que se salga con la suya porque cualquier cambio en lo económico es inviable por sus impredecibles consecuencias. De esta manera “las únicas reformas que el raulismo podría realizar a corto plazo tendrían que ser, precisamente, las ideológicas”.
Debo decir en principio que no entiendo que el debate deba situarse alrededor de la posibilidad del reconocimiento o no del raulismo por parte de la oposición. Si nos proponemos ser medianamente serios tendremos que reconocer que de momento al régimen poco le importa el reconocimiento por parte de una oposición controlada y diezmada. Con su característica mentalidad plattista el único reconocimiento al que aspira el régimen cubano es al del gobierno norteamericano. Para apoyar su tesis del reconocimiento Rojas nos dice que "En efecto, el gobierno cubano puede ser considerado ilegítimo desde una cultura política democrática o liberal, sin embargo, ese es el gobierno realmente existente en la Isla, el que domina con amplias facultades la sociedad cubana, y el que mantiene la gobernabilidad a pesar de tanto autoritarismo y tanta inconformidad". Hay que admitir que todo eso es cierto para el raulismo pero en la misma medida que lo fue para la etapa fidelista. Luego, el reconocimiento o no del régimen es asunto que va más allá de su aplastante realidad. Y hablando de realidad la única consecuencia que podría traer el no reconocimiento sería si trajera aparejada la negación a participar en un diálogo propuesto por dicho régimen. No sé si debo recordar que el proyecto Varela al tomar como base la propia constitución castrista aceptaba la existencia del régimen y su basamento legal. De ahí que no crea aconsejable negar la posibilidad de diálogo, que si no ha ocurrido antes es porque ese mismo régimen se creía con suficiente control de la situación como para que le pareciera risible la posibilidad de dicho diálogo. El no reconocimiento sólo tendría sentido si la oposición contara con fuerzas suficientes para que el diálogo le pareciese superfluo pero lamentablemente sabemos que no es así. Cierto es que hay una razón sentimental en el no reconocimiento: el rechazo a la negociación confiados en una futura derrota de la dictadura en toda regla.
El problema es que si nos atenemos al control del poder habrá que reconocer que el castrismo triunfó en toda regla a menos que medio siglo nos parezca un asunto coyuntural y reversible. Si en cambio nos atenemos al propio discurso del castrismo (soberanía nacional, justicia social, creación del hombre nuevo) su derrota es igualmente absoluta. Un estado mendigo, en el que sus habitantes sólo piensan en huir, cambiar de nacionalidad o ambas cosas a la vez, enfrascado con total éxito en impedir la satisfacción de las necesidades básicas de su población ha encontrado como único medio de afrontar esa realidad el de acallarla. La victoria o derrota del castrismo –según se escoja mirar- es un hecho. Queda sólo buscar el mejor modo para gestionar el cambio de régimen.
El tema del reconocimiento creo que es –por tanto- perfectamente irrelevante. Sobre el cambio de estrategia de la oposición y el exilio, algo que pese a todo parecen estar de acuerdo tanto Rojas como Busto, debería buscarse un consenso. En mi opinión la prioridad sería conseguir una conexión real y pragmática entre la disidencia y el exilio por una parte y por otra una gran masa de ciudadanos cubanos que sin considerarse a sí mismo disidentes se sienten agobiados por un régimen que poco tiene que ofrecerles como no sea reducir su poder y aligerar el modo en que interviene en sus vidas. Los medios para conseguir ese acercamiento están por crearse pero me parece bastante obvio que esa debería ser nuestra principal preocupación en los próximos meses.