Como ya anuncié hoy sale en El Nuevo Herald otra edición del homenaje que anualmente se le dedica a la fundación de la república cubana por estas fechas. Les adelanto el artículo que escribí a solicitud del periódico para el suplemento conmemorativo que lleva como título Reír en cubano.
Para leer el resto de los artículos pueden pinchar en los títulos:
Un pueblo que sabe reírse de sí mismo (Jorge Ferrer)
La risa en la sombra: muerte del humor político en Cuba (Ramón Fernández Larrea)
Alvarez Guedes, el antropólogo mayor (Emilio Ichikawa)
Los inolvidables cómicos del cine republicano (Arturo Arias Polo)
¿Quién se acuerda del Yo-Yo Místico? (Pedro Garcia Albela)
"Qué tiempos aquellos que ya pasaron ..." (Emilio Garcia Montiel)
Para leer el resto de los artículos pueden pinchar en los títulos:
Un pueblo que sabe reírse de sí mismo (Jorge Ferrer)
La risa en la sombra: muerte del humor político en Cuba (Ramón Fernández Larrea)
Alvarez Guedes, el antropólogo mayor (Emilio Ichikawa)
Los inolvidables cómicos del cine republicano (Arturo Arias Polo)
¿Quién se acuerda del Yo-Yo Místico? (Pedro Garcia Albela)
"Qué tiempos aquellos que ya pasaron ..." (Emilio Garcia Montiel)
Defensa (tardía) del choteo
Enrique Del Risco
Me gusta pensar que la persistencia de Cecilia Valdés en la memoria de los cubanos –incluso entre los que no se han tomado el trabajo de leer la novela– se debe a su capacidad para resumir ciertos comportamientos nacionales. Sobre todo, el de su protagonista, aquella mulata que quería pasar por blanca. Cecilia Valdés puede entenderse como alegoría de la nación toda, un país mulato que concibe su destino más cerca de Europa o de los Estados Unidos que de cualquiera de sus vecinos latinoamericanos. El caso de Cecilia delata una inconformidad de los cubanos con su imagen nacional que trasciende lo racial, lo étnico o lo histórico y llega a nuestra propia idiosincrasia. Un deseo de manifestarnos de una forma e imaginarnos de otra. Como aquella mulata, el cubano se asume como un pueblo infinitamente alegre y jacarandoso, para luego presentarse ante cada situación que considera importante con un rostro mortalmente grave. Como si al igual que a Cecilia nos avergonzara el verdadero color de nuestro carácter.
La Indagación del choteo de Jorge Mañach es el intento más sistemático, hasta el momento, de definir la idiosincrasia nacional y, al mismo tiempo, una declaración de principios de esa incomodidad del cubano con su propio ser. Mañach le achacaba al choteo “la morosidad con que hemos progresado hacia la realización de cierto decoro social y cultural” y la incapacidad nacional “para toda faena en que fueran requisitos el método, la disciplina, el largo y sostenido esfuerzo, la constante reflexión”. Pero de todos los pecados que Mañach le atribuye, el más imperdonable sería su “repugnancia a toda autoridad”. A ocho décadas de la publicación de aquel libro, y tras tanto abrumador ejercicio de autoridad, cabe imaginar que Mañach entendería esa repugnancia como pura previsión.
Pero todavía hay quienes señalan al choteo como la fuente de los males cubanos, como si en el último medio siglo Cuba hubiera sido gobernada por Trespatines. Nuestro rasgo más costoso no ha sido la propensión cubana a reírse de casi todo, sino esos ataques de seriedad que nos hace creer en cualquier solución mágica que prometa el mesías de turno. Una fe que, bien mirada, es alérgica a la risa. Gracias a esa superstición se han impuesto los campeones de la gravedad, esos que prometían a sus compatriotas cumplir con el destino histórico del país a condición de que callaran, que no soltaran ni una sonrisita mientras andaban empeñados en tan alta misión. Esos que no hacían otra cosa que exigir un silencio absoluto en el que pudiera resonar su voz. El poeta Lorenzo García Vega los llama “los bombines de mármol”, un antecedente de las gorras y boinas de mármol que los sucedieron. Milan Kundera prefiere llamarlos “agelastas” que en griego significa “los que no ríen”. El checo los describe como seres “convencidos de que la verdad es clara, de que todos los seres humanos deben pensar lo mismo y de que ellos son lo que creen ser. Pero es precisamente al perder la certidumbre de la verdad y el consentimiento unánime de los demás cuando el hombre se convierte en individuo”. Basta esa definición para entender que la Revolución Cubana fue el proyecto más solemne que ha conocido el país, una obra de agelastas que redujeron la burla a ataques contra el imperialismo o los rezagos del pasado.
El cubano es todavía un pueblo de certidumbres tajantes, con las que intenta compensar una borrosa concepción de lo individual que siente en peligro a cada paso. La opinión contraria no supone un reto sino una amenaza a la propia existencia. “Tú estás completamente equivocado” suele ser nuestro grito de guerra ante la más leve señal de desacuerdo: una manera de encubrir el miedo a que la perspectiva ajena disuelva la nuestra. Así es que, yendo de un extremo a otro, nos inclinamos a confundir tolerancia con permisividad y crítica con insulto. Y esa debilidad del individuo (compartida con toda Latinoamérica, por cierto) es la fuente de mitologías que a su vez engendran fenómenos tan distintos como la adoración de los caudillos o el desprecio intelectual por la risa. El resultado está a la vista: dictadores eternos, intelectuales insufriblemente graves y la risa –esa cosa tan seria– muchas veces monopolizada por los más torpes.
Enrique José Varona –una de las principales referencias intelectuales y éticas a inicios de la República– no desconocía las conexiones entre risa y civismo. En un artículo llamado precisamente “Humorismo y tolerancia” declara que “el humorismo del pueblo inglés es una de las manifestaciones de la conciencia de su fuerza”. Entre cubanos, en cambio, la risa suele ser más bien lo contrario. Frente al mito extendido de que los cubanos no encontramos soluciones porque nos desgastamos en la risa, me inclino a pensar que más bien nos reímos cuando no hallamos otra solución. Confieso que hace tiempo me esforzaba en distinguir el choteo del humor, ése que “pone a la vista el fondo de las cosas, el reverso de las medallas, y ríe para hacer pensar” (Varona). Ahora pienso que cuando me esforzaba en separar el humor del choteo le daba la razón a quienes suelen despreciar la risa del mismo modo en que aquella Cecilia, al discriminar su tez de otras más oscuras, no hacía sino reforzar el racismo que la marginaba. No es mal momento para reivindicar el choteo, jun to al resto de las variantes de lo cómico, como medio de contener esa severidad inflada y falsa a que somos tan propensos; como mecanismo de deshacernos de las mitologías que lastran nuestro modo de relacionarnos, de entendernos como nación y como individuos; de mostrarnos tal cual somos, sin esas aureolas de bisutería que nos fabricamos a cada rato para ponernos fuera del alcance de la crítica.
Reconozco que el exceso de choteo puede ser dañino, pero también lo puede ser el exceso de agua, y no por eso nos convertimos en partidarios de la sequía. Los que sostienen la hipótesis de que la llegada del castrismo fue favorecida por el choteo tienen en contra la opinión del propio Mañach. En una nota al pie de su famoso librito escrita a la altura de 1955, (justo cuando colaboraba en la redacción de un librito no menos famoso, “La historia me absolverá”) declaraba que el choteo estaba en retirada porque “El proceso revolucionario del 30 al 40, tan tenso, tan angustioso, tan cruento a veces, llegó a dramatizar al cubano”.
Al choteo le debemos también muchas de las descripciones más incisivas del carácter nacional. ¿No han sido Eduardo Abela, Castor Vispo, Eladio Secades, Guillermo Álvarez Guedes, Héctor Zumbado o Ramón Fernández Larrea choteadores profesionales y, al mismo tiempo, anatomistas de lo cubano? Pese a su mala prensa, el choteo circula alegremente (mezclado con otras variantes de la risa o en estado puro) por la obra de escritores tan reverenciados como Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera. “Tres tristes tigres”, “El color del verano” y “La carne de René” son sublimaciones monumentales del choteo. Y en la intersección de arte y política encontramos manifestaciones recientes y brillantes del choteo. Choteo son las canciones de Porno para Ricardo, los artículos de Fermín Gabor, las portadas de Guamá, y otras tantas maneras de despojar al castrismo de sus últimos andrajos de falsa seriedad. Si las denuncias se encargan de descubrir lo terrible del sistema cubano, el choteo revela su sinsentido. Como diría un filósofo “El mejor modo de comprobar cuánta verdad hay en una cosa es reducirla al ridículo y ver cuánta broma aguanta”. Es por eso en nuestros mejores choteadores uno nota cierto acomodo a su propio ser, una plenitud apoyada en la confianza de que lo verdadero sobrevivirá a su parodia y que siempre hay algo falso en aquello que no resista una buena carcajada.
7 comentarios:
Broer.para colmo de ejemplar "agelasta", yo, he sido llamado "pringao...", por Susana, que se descojonó diciendo: "toma ciudadanía española..."
He abierto la puerta, y me han dejado una "designación" del ayuntamiento de Cájar Granada para ser "1er suplente del 1er vocal" en las próximas "Elecciones Parlamento Europeo".
Pongo cita de letra pequeña en la hoja a mí entregada:
"En el supuesto de que deje de concurrir..., las abandone sin causa lejítima... justificada...incurrirá en pena de arresto de siete o quince fines de semana y multa de dos a diez meses"(¿?)
Sólo les falta enviar Pioneros casa por casa haciendo el recordatorio falange: seremos con él, vote sí.
¡¡MUY bueno!!
Gracias Don Enrique del Risco.
(...me lo llevo a mi sitio).
Más cerca de Pototo que de Mañach. En el imaginario cubano, más que "surrealismo criollo", "Pototismo", creo que llegamos a encarnar el personaje, hasta escribiendo. De acuerdo a la memética, nuestra cultura está llena de "memes" bufos, y ni siquiera cuando le metemos el diente "en serio", a un tema, dejamos de ser "trespatinescos".
wow, que profundo. me refiero al ultimo comentario. la profundidad cubana tipica. no se ve nada de nada.
Coño, y perdón, por si no quedó claro. Después de leer muy agradecido el "agregado" además, he pasado un buen rato, "Dr."( qué bien escribes, disculpa el atrevimiento, hermano Mongo). Confieso que sólo dos folios por cada uno, pero me han parecido geniales, entrañables, sobre todo el "yo-yo místico"(acepto el cuero posible),la comedia silente... "entre otros".
Sigo teniendo mis reservas con los "comentarios" en la fuente, aunque sí, ilustran mucho más...
Muchas gracias por todo a todos.
Hablas del choteo ptico o del choteo en general? El choteo politico, de Guama o de Saturday Night Live, etc, etc, es una necesidad, sin dudas; pero el choteo cubano tiene otras variantes menos beneficas, sobre todo cuando son dirigidas contra la vulnerabilidad del otro. Una cosa es reirnos de los agelastas y otra muy distinta la de reirnos del projimo que se destimbalo en una caida, del socio que volvio con la mujer que tuvo un desliz con el colega del trabajo, o de una persona con defectos fisicos. Aludes a esto con la idea del "abuso" del choteo, pero creo que es un aspecto que requiere mas desarrollo, a saber, el uso del choteo como herramienta de abuso, en su aspecto mas critico, y como un aspecto que describe el tipo de relacion que se establece entre cubanos.
Pero, Enrisco, es que Cuba SÍ ha estado gobernada durante los últimos cincuenta años por Trespatines. Quizás no pro el mismo personaje de Leopoldo Fernández, pero sí por el Coma, que superó con muchoa Treaspatines, con la diferencia de que él es tramposo, mentiroso, enredador, pero NO simpático.
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