martes, 28 de abril de 2009

ECOS DE CAMINO

El ambiente en la blogosfera cubiche en estos tiempos me ha hecho recordar un viejo cuento, “Ecos de camino” que escribiera Francisco García González para nuestro libro conjunto Leve Historia de Cuba. El cuento en cuestión se refería a los primeros tiempos de la Guerra de los Diez Años y sus discusiones entre civilistas y militaristas, camagueyanos y orientales, estos y los de más allá. Algo conservamos de aquellos tiempos y no es precisamente el gusto por las cargas al machete. Es un poco largo pero espero que lo disculpen.


ECOS DE CAMINO

Cuando un pueblo digno y viril se encuentra en semejante situación es cuando adopta, impulsado por la desesperación, las grandes y trascendentales resoluciones que adoptó el pueblo de Cuba en 1868.
Morales, Vidal y. Nociones de Historia de Cuba. Obra de texto aprobada por la Junta de Superintendentes de Escuelas el 9 de abril de 1901., pág. 185.




Aquella noche, Don Ineldo (diputado) llegaba a su casa más tarde de lo acostumbrado. La sesión vespertina comenzada a las cuatro de la tarde, hora local, había sido lo suficientemente acalorada como para extenderse hasta las ocho. La esposa, Doña Amalia, esperaba su llegada con nerviosismo; en mala hora el amo y señor de haciendas de crianza, potreros y una pequeña dotación de la que ejemplarmente se había desprendido sin exigencias, le había dado por meterse en aquel revoltijo, del que por más que le explicara Don Ineldo, no entendía ni una sola palabra. La culpa la tenían los del partido de Manzanillo, ¿a quiénes si no, podría ocurrírseles soltar a los negros y desafiar a las autoridades?, ¿qué hacía su marido entrometido donde nadie lo había llamado? Cierto era que a excepción de los negros, el patrimonio apenas quedó afectado, pero su intuición le decía que nada se detendría, y lo que era peor aún, nadie imaginaba siquiera su final. Don Ineldo tenía que reconocerlo, era otra persona. Desde octubre del año pasado, se le veía muy recuperado de sus modestos achaques, a toda hora irrumpía en la casona desbordando voz y energía casi olvidadas.
El marido sonó sus botas en el portal, y Agustín, su valet de chambre, como gustaba llamarle, le sacó la chaqueta y recogió el sombrero: viejo ritual de una tierra de fueros e inquietud subterránea, en la que ambos personajes coexistían en telúrico y asentado costumbrismo.
Amalia, ¿pusiste el agua en la bañera? dijo don Ineldo a su esposa . Me muero por darme un baño emitió una especie de suspiro . Menuda la hemos tenido esta tarde.
Hace rato que el agua está en la bañera respondió la mujer . Hoy tardaste demasiado, te esperaba desde la siete.
La sesión fue de una importancia trascendental para la Patria dijo el diputado con tono grave . La tiranía ha quedado reducida gracias al desvelo de nuestras voces más incendiarias y democráticas...
Doña Amalia, ante la amenaza de un nuevo discurso de su marido, insistió en que el baño estaba listo. No quería escuchar por enésima vez que jóvenes candorosos improvisaban tribunas sobre las cuales, piernas abiertas, lanzaban arengas capaces de erizar al menos crédulo; ni cómo era el balance del peso de la representatividad jurisdiccional en detrimento de los hacendados manzanilleros. Para ella era más importante el orden doméstico que las locuras en las que andaba su esposo. Sabía que era un hombre de dudosa constancia, y quizá pronto se le pasara el nuevo entretenimiento. Sí, la culpa era de los propietarios de aquella comarca, ese año tampoco podría ir a la capital a visitar a su hija Clotilde. Don Ineldo debía entrar en razón por ellos y por Clotilde; mucho la había asustado cuando le dijo que para un revolucionario el deber y la patria estaban por encima de los beneficios y las cuestiones personales. Sí, señor, ¡Ineldo revolucionario!, no podía creerlo; pensaba que lo de enseñar a leer a los negritos, cosa de la que pronto se aburrió, no tendría mayores consecuencias. Si su madre, Doña Rosita, que en paz descanse, hubiera visto la ceremonia de la liberación de los esclavos, habría muerto antes de tiempo. Ella decía que algún día sucedería lo mismo que en Haití: los negros ahorcarían a los blancos y arrasarían con cuanta obra de Dios se les pusiera en medio.
El hacendado hizo un movimiento con las manos, ordenando a la mujer que no lo interrumpiera.
Tendrías que haber visto cómo quedaron ésos volvió don Ineldo con su perorata . Les dimos por todas partes y con una sutileza exquisita.
Doña Amalia comprendió que estaba atrapada, se acomodó lo mejor que pudo en una de las butacas.
Sí, no me digas dijo Doña Amalia adoptando, qué remedio, un aire interesado , y cómo fue, anda, cuéntame.
Sabes explicó Don Ineldo , esa gente desde el principio han hecho las cosas de forma inconsulta y dictatorial, primero adelantarse a todos, después legitimarse en Gobierno y Junta General de la República en Armas, a pesar de no pasar de cuatro gatos.
Y eso, ¿es tan malo? preguntó la matrona . A fin de cuentas fueron los primeros en desobedecer a las autoridades y deshacerse de los esclavos.
Bueno, malo, malo, creo que no respondió el hacendado . Es que hacerlo así de pronto, sin avisarnos, con esa audacia que nos dejó mal parados y nos obligó a adelantar nuestra fecha sin estar preparados. Fue un duro golpe para nosotros que hicieran una cosa así, sin consenso. Y para más escarnio, que se pavonearan con una bandera propia, llena de símbolos ajenos a las tradiciones y a la geografía del país, cantando una musiquilla machacona y poco sugerente. Moralmente es una bajeza. ¿Te das cuenta?
¿Y los esclavos? preguntó Doña Amalia mostrando por primera vez una verdadera curiosidad en toda aquella historia que hacía meses la incomodaba . ¿Por qué todos empiezan por darles la libertad?
Don Ineldo asumió una pose solemne, ése (la esclavitud) era su fuerte, un tema hecho a la medida de sus dotes.
La esclavitud dijo con voz dura es humillante para todos, nunca seremos verdaderamente libres mientras hayan esclavos. En cuanto a los esclavos de ellos, oí decir que no eran de su propiedad... decayó un poco al final de la frase y de nuevo arrolló más bien eran alquilados. Eso tampoco estuvo bien, así cualquiera es abolicionista. No es lo mismo alquilar que poseer. Renunciar al patrimonio es algo elevado, sin embargo, desprenderse de lo que no te pertenece como si fuera de uno, es poco serio, digamos que negligente.
Para mí discrepó la señora es lo mismo, soltarlos y ya está. Y tú, aparte de enseñar a leer y a escribir a los negritos de la hacienda, ¿cuándo te han preocupado tanto los negros?
El diputado se sintió a gusto con la interpolación de su mujer, habló y su respuesta se adelantó por lo menos cien años al curso de la historia de su jurisdicción y de la de Manzanillo.
No hay negros ni blancos, en esta tierra todos somos iguales. A partir de ahora, sólo existen ciudadanos libres con los mismos derechos ante la República y la Constitución. ¿Entendido?
La frase rebotó en la hacendosa credulidad de Doña Amalia. El hombre además de decir que era revolucionario, también aseguraba que blancos y negros eran iguales. Era lo que seguro gritaban los jovencitos de los que tanto hablaba, y comprendió con amargura el estado lamentable en que se encontraba las cosas con su esposo (diputado). El juego era más serio de lo que pensaba, no podía abandonarlo pasara lo que pasara, para eso era ella su esposa. Esta vez, Don Ineldo, necesitaba un médico.
Pero, Ineldo pudo articular, pasada la sorpresa momentánea , ¿de verdad tú piensas todas esas cosas?.¿Qué les pasa a los hombres? ¡Dios mío!, no quisiera ver cuál será el fin, porque lo preocupante es que tantas personas decentes estén mezcladas en esta maldita historia.
Bueno, cálmate dijo Don Ineldo para aplacar a su mujer , lo de la esclavitud también es política, en ello nos hemos adelantado, la cosa era serrucharles el suelo. Sí, son antiesclavistas, pero pusieron por delante la indemnización y la gradualidad. Nosotros fuimos más lejos. Pensaron que así los hacendados que todavía titubeaban se lanzarían, cosa que como se ha visto, no ha pasado. Y no te preocupes, se sabe que los negros no son iguales que los blancos, de demostrarlo se han encargado prestigiosos hombres de ciencia. Así que tranquila ¿eh?
El ganadero (diputado), no satisfecho con su salida, todavía agregó:
Además, no ven más allá de sus narices. Cuánto más lejos lleguemos en este punto, más rápido podremos granjearnos a nuestros vecinos del norte que para eso hemos reservado nuestra estrellita.
Mientras hablaba, Don Ineldo no cesaba de dar vueltas por la sala. Se sirvió un trago fino y brindó otro a su mujer, quien cada vez se sentía más desconsolada. ¿Sería posible que el hombre que tenía delante pusiera la suerte de los acontecimientos por encima del futuro de su familia? Nunca soportaría la existencia de mujeres que incitaban a sus esposos e hijos a que cada vez perdieran más tiempo con el asunto de los negros y la República, en vez de velar por los negocios y la familia. Sin dudas había mujeres que disfrutaban todo eso pero, cómo iba ella a permitir algo semejante. ¿Y si la guerra, cuestión que no parecía preocupar a su marido, se extendía al resto del territorio e Ineldo moría o se caía del caballo? Él mismo sabía que no era buen jinete, y qué decir de sus fiebres. No, no; todo andaba patas arriba. Hacía poco, el propio Ineldo le había contado una anécdota disparatada en la que se rechazaba un canje con el enemigo. Se trataba del mismísimo caudillo de los manzanilleros al que la soldadesca le capturó al hijo y por el cual le pedían ciertas renuncias. La propuesta fue rechazada enérgicamente por el padre al alegar que todos los nacidos en la zona, además de los residentes en otros lugares, eran dignos de su paternidad. Por tanto podían considerarse sus hijos y viceversa. Por tan contundente argumento se le apodaba “Padre de la Patria”. Doña Amalia se preguntaba cómo a alguien al que no le interesaba el destino de su hijo, podía ser llamado por todos como el padre de todos. Alarmada no era la palabra exacta para definir su estado. Doña Amalia se encontraba desesperada.
El diputado se sentó frente a ella. Agustín trató, con poco éxito, de retirar sus botas de montar. Una vez desmontado de las botas, volvió a ensillar la palabra.
No les dimos tregua dijo calzándose unas enormes cutaras , rechazamos la propuesta de la dictadura del número, y terminamos superándolos con la misma cantidad de miembros. Al final le requisamos la bandera, porque después de hacer lo que hicieron, no merecían otra cosa.
¿Y qué hicieron con la bandera si se puede saber? preguntó Doña Amalia . No entiendo por qué exageraron la importancia de las banderas. ¿Qué más da una que otra?
Imagínate respondió Don Ineldo , bautizaron la bandera en una misa. Si vamos a seguir metidos en las iglesias, ¿qué hacemos entonces? Por otra parte, con una bandera tenemos, nadie necesita dos banderas. Para muerte gloriosa con una basta. ¿Y cuál mejor que la nuestra que ya una vez flotó gallarda por estos llanos?
Pero, Ineldo se quejó la Doña , creo que ahora hay más enemigos que antes, cuando te la pasabas hablando de injusticias y robos. Prefiero habernos quedado como estábamos.
En eso tienes razón reflexionó el patricio , hay mucho puñal acechando. Hoy la sala parecía un infierno, se oyeron expresiones duras: “¡faccioso!”, “¡tirano!”. Pero no se salieron con la suya, los personalistas se quedaron con las ganas de convertirnos en un simple cuerpo consultivo. No tienen derecho a escamotearnos la democracia con pretexto de confusas urgencias.
Razones tan altas como democracia, sacrificios, muerte gloriosa, bailoteaban carentes de sentido en la mente de Doña Amalia. El diputado, lejos de aclararle los motivos por los que habían abandonado la antigua estabilidad él y otros muchos propietarios, la extraviaba todavía más al contarle sobre ardientes debates en los que personajes, que hasta ayer se desconocían o eran bienllevados y unidos por otros intereses, hoy eran sutiles y condescendientes adversarios políticos. Los hombres, según su parecer, eran todos unos inconformes. No les bastaba con poseer tierras, ganado, negros, negras, mujeres, también querían enemistarse con las autoridades y vivir en una República, no sin antes discutir entre ellos hasta la saciedad. Era inexplicable la inconformidad que los dominaba. Por ejemplo, Don Francisco, un anciano decrépito, famoso en otros tiempos por sus ordalías en ciertas casas de la ciudad, aceleró los planes conspirativos con un osado recorrido a caballo, peligrosísimo para su respetable edad, una noche que parecía destinada a ser tan apacible como todas. La tropa del poblado, despierta por los graznidos del pacífico ciudadano, pensó que se trataba de una de sus borracheras, pero al descifrar el sentido subversivo de los gritos, al sargento Cánovas no le quedó otro remedio que convencerlo, tal vez algo brusco, de que pasara la noche en el pequeño cuartel. En la madrugada los acontecimientos se precipitaron, y los hombres tuvieron que proclamar la libertad, la igualdad, y de paso liberar a Don Francisco y a los negros. Y así sucesivamente. Lo único que deseaba con todas sus fuerzas era ir a reunirse con su hija, hasta que la gente, su esposo el primero, entrara en razón.
Doña Amalia pensaba amargamente en su imposible viaje a la capital. El diputado explicaba orgulloso cómo el poder militar, representado por la dirección y todos aquellos caudillitos perdidos por entre los montes y las lomas, había quedado supeditado y vigilado a una especie de Consejo de Diputados, donde primaban altas frentes, juiciosas cabezas, capaces de atesorar y salvaguardar los más nobles principios democráticos, libertarios de la recién creada República. Sí, señor, quién podía pensar en una República en la que los jefes tuvieran peso superior al del espíritu de las leyes. Entonces la doña volvió a acordarse del baño, el agua debería estar fría y decidió poner fin a la conversación con una pregunta.
Ineldo, y los enemigos de ustedes preguntó , ¿qué ha sido de ellos todo este tiempo? ¿Es verdad lo que comenta la gente?
¿Enemigos?, ¿qué enemigos? Te he dicho que prácticamente los liquidamos en la sesión de hoy.
No, no me refería a los hacendados de Manzanillo, Bayamo, Jiguaní expuso Doña Amalia . Hablo de los soldados de su Majestad, del Señor Conde, del Señor Gobernador, de los voluntarios.
¡Ah! exclamó el diputado vaya preguntita. ¿Qué pueden saber esos de republicanismo y democracia, si hace dos mil años que tienen reyes y para colmo católicos? A nadie que no sea a ti se le ocurre preguntar algo tan desatinado.
En su afán de poner punto final a la fastidiosa charla, fue más explícita.
No, Ineldo insistió , yo hablo de la guerra. Se dicen cosas terribles. ¿Es que verdad que...?
Sí la interrumpió su esposo , hoy escuché algún que otro rumor. Me pareció oír que un oficial de una columna de voluntarios, no recuerdo ahora su nombre, derrotó a los desertores o ellos lo derrotaron a él en un lugar llamado Tumbacuatro. ¿Has oído tú ese nombre antes? ¡Tumbacuatro! ¿Por qué un sitio precisamente tiene que llamarse Tumbacuatro? ¡Qué nombrecito! Mira que la gente inventa.
Y después de suspirar por segunda vez en la noche, dijo:
Amalia, de veras necesito tomar un baño, ¿vienes?
La mujer extendiendo sus manos a las de don Ineldo comprendió que los sucesos no eran médicos. Una leve palpitación de su pecho le anunció que ya nada volvería a ser igual. El agua no se había enfriado del todo, y hundiendo su cuerpo en la bañera, el diputado suspiró por tercera vez.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

que dices tu so delincuente que vas parriba como salcedo pitando regao a la gente... ?

Alberto Lopez GAESA dijo...

Enrisco:
Por favor respondele a los descaraos de la carta contra Diaz Balart. Fijate que la firmaron Carlos Saladrigas, que lleva a Batista en las venas y Arturo Lopez Levy (Que en Cuba se llamaba Arturo Lopez-Callejas Levy, primo directo, convicto y confeso de Luis Alberto Rodriguez Lopez-Callejas, el tesorero de los Castro y yerno de la china). Alguien tiene que explicar de donde salio el dinero para mandar a ese agente de influencia a hacer un doctorado a la Universidad de Columbia en Nueva York y meterlo en la Convencion Democrata de Denver. ?De que vive ese descarao? No es de la fortuna de su pareja Ishikawa.

Anónimo dijo...

Arturo es un hombre decente y leal a sus ideas, respetuoso y vive su orgullo gai con la discrecion de alguien que se sabe muy por encima de la mediocridad de muchos de sus compatriotas, como es el caso de esa rataloca del tal varela o como es el caso del mandante busto. Yo solo visito el blog de enrisco porque es un hombre decente y cabal como arturo. Y su pareja es Yzhak, bruto!

Carmen

Anónimo dijo...

No me sorprenderia que los estudios de Arturo en NY los pago Carlos Saladrigas. De ese individuo se puede esperar todo, por despecho insulto la madre a Frank Calzon y cuando lo invitaron a un duelo despues se fue con el rabo entre las piernas. Estamos rodeados de maricas.