Había una vez una periodista extranjera que llevaba mucho tiempo viviendo en una extraña isla tropical. La Periodista se llamaba Anita Snow en su versión original pero los nativos la habían rebautizado como Anita Nieve. Sucedió un día en que cansada de que le dijeran nunca se acercaba ni de lejos a la verdadera realidad de la isla decidió hacer un curioso y atrevido experimento que nunca antes un forastero había intentado: durante un mes, anunció, comería los mismos alimentos (y en las mismas cantidades) que el gobierno habitualmente asignaba a los nativos de la isla. Al tercer día ya Anita experimentaba las ventajas de la pérdida de peso. Al quinto apenas podía dormir por los extraños ruidos que provenían de su estómago semivacío, ruidos que los científicos conocían como murmullo gástrico. Al décimo día ya Anita había consumido todos los alimentos y había entrado de lleno en una huelga de hambre. Al día decimoquinto ya Anita deliraba y decidió reproducir las experiencias ya no de un simple nativo sino de un periodista independiente: primero escribió de hambres y colas. Luego comenzó a hablar mal del gobierno. Para hacer su experiencia más real todavía comenzó a darse golpes a ella misma y a insultarse frente al espejo como mismo ocurría en los actos de repudio de los que tanto había oído hablar pero nunca había escrito y finalmente se encerró por 30 años hasta que un príncipe azul o Amnistía Internacional (nunca estuvo claro) la rescató. Eso es lo que cuenta la leyenda.
En realidad, cuando volvió en sí, descubrió que había sido rescatada en el vigésimo día de su experimento no por un príncipe azul sino por las autoridades de la isla en cuestión que venían siguiendo su experimento paso a paso. Por todas partes recibió felicitaciones mientras la gente se preguntaba cómo había tenido la osadía de pasar por vicisitudes que los nativos sufrían porque no les quedaba otro remedio. Ella contestaba agradecida que lo había hecho por amor a la verdad y que su próximo experimento sería someterse durante un mes a la misma dieta de información a la que estaban expuestos los nativos. Al siguiente mes dijo que los próximos 30 días sólo se limpiaría el culo con papel periódico en atención a una acendrada costumbre local y un mes más tarde sólo utilizó el transporte público de la isla. Fue entonces que le pidieron que al mes siguiente uniera todos los experimentos en uno para experimentar la vida local en toda su intensidad. Fue entonces que Anita Nieve dijo que ya eso era más de lo que le podía pedir a cualquier periodista y renunció a su cargo y decidió publicar un libro sobre lo que ella llamaba la dieta cubana y ante la probada eficacia de esta Anita se hizo millonaria, se compró una casa en Miami Beach y desde entonces se le puede ver cada mediodía en el Versailles hablando mierda con una taza de café en la mano.
En realidad, cuando volvió en sí, descubrió que había sido rescatada en el vigésimo día de su experimento no por un príncipe azul sino por las autoridades de la isla en cuestión que venían siguiendo su experimento paso a paso. Por todas partes recibió felicitaciones mientras la gente se preguntaba cómo había tenido la osadía de pasar por vicisitudes que los nativos sufrían porque no les quedaba otro remedio. Ella contestaba agradecida que lo había hecho por amor a la verdad y que su próximo experimento sería someterse durante un mes a la misma dieta de información a la que estaban expuestos los nativos. Al siguiente mes dijo que los próximos 30 días sólo se limpiaría el culo con papel periódico en atención a una acendrada costumbre local y un mes más tarde sólo utilizó el transporte público de la isla. Fue entonces que le pidieron que al mes siguiente uniera todos los experimentos en uno para experimentar la vida local en toda su intensidad. Fue entonces que Anita Nieve dijo que ya eso era más de lo que le podía pedir a cualquier periodista y renunció a su cargo y decidió publicar un libro sobre lo que ella llamaba la dieta cubana y ante la probada eficacia de esta Anita se hizo millonaria, se compró una casa en Miami Beach y desde entonces se le puede ver cada mediodía en el Versailles hablando mierda con una taza de café en la mano.
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