martes, 11 de septiembre de 2012

Justo la noche antes


No voy a repetir lo que conté hace tres años sobre la tragedia del 11 de septiembre del 2001. Hoy prefiero recordar la noche anterior, la del 10 de septiembre cuando un grupo de amigos -recuerdo entre ellos al publicista Jorge Moya, al fotógrafo Luis Mallo, a Geandy Pavón- fuimos a una exposición del fotógrafo Rogelio López Marín (Gory), alegremente ignorantes –como en cualquier película de horror mala hasta la desverguenza- de que en unas horas la ciudad -y hasta la Historia- iba a cambiar para siempre. De la exposición nos fuimos a Cedar Tavern, un bar mítico de la bohemia beatnik -que ya no existe, que ni siquiera en ese momento existía más que en el simulacro de las paredes cubiertas con viejas fotos- a brindar por el Gory (al que todavía no conocía en persona) y sus fotografías, por cada uno de nosotros, por la vida, con el entusiasmo y la ignorancia del que no sabe nada todavía, del que nunca sabrá nada.

Nota: La foto pertenece a una serie hecha a partir de las fotos tomadas por Gory en Nueva York el 11 de septiembre del 2001 y en los días sucesivos. Le dejo la palabra al fotógrafo sobre aquella experiencia:

Viví esa tragedia a través de mis ojos y de mi lente. Había llegado por primera vez a Nueva York dos días antes para una exposición que se inauguró en New York University, el día diez de septiembre en horas de la noche. Dormí en Nueva Jersey, y me disponía a realizar el sueño de muchos años, fotografiar en Nueva York muy temprano en la mañana; cuando viví ante mis ojos ese atroz ataque al mundo libre, ese desbordamiento de odio, crueldad y envidia que genera este gran país en los seres despreciables que no perdonan la grandeza de los que desean trabajar, prosperar y ser libres. Pensé en ese momento en millones de cosas, y pensé también en que nací en un país donde existe un Gobierno (y gente que apoya a ese Gobierno) lleno de ese odio cómplice de la muerte de los miles de personas que estaban dejando de existir ante mis propios ojos. Para mí, y para el mundo libre, hay un antes y un después del 11 de septiembre. La obra que desarrollé en Nueva York en los días venideros, transmitía mucha soledad, mucha violencia escondida en la atmósfera y bastante tristeza. Parte de la tristeza y la desolación que envuelve mi trabajo por todas las vivencias personales, incrementada por ese nuevo ataque a la civilización.

2 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

Sin duda alguna que una experiencia de esa naturaleza, según la cuenta tu amigo, marca a una persona con un antes y después para toda la vida. Esta fecha quedó grabada para siempre en el pensamiento de muchos, como tú por ejemplo, que has colgado esta nota. Yo recordé la tragedia esta mañana al despertarme y vi la fecha cuando apagué la alarma de mi móvil. Saludos.

Anónimo dijo...

Muy bella la nota, Enrisco. Muchas gracias por ella!