domingo, 27 de septiembre de 2015

Un tesoro de Nueva York

Sale el sexto número de la revista "Identidades" y con este un artículo mío sobre el excelente documental de Arístides Falcón Paradí "Rumba en clave blen, blen, blen" que les recomiendo enfáticamente (el documental digo, no el artículo). Trata sobre la cultura de la rumba que durante tantos años han mantenido viva en Nueva York rumberos cubanos, boricuas y de otros lugares. Un fenómeno impresionante persistencia cultural que Falcón Paradí recoge con sensibilidad especial.

Aquí un adelanto del documental:

Rumba Clave Blen Blen Blen | Teaser from colorbox on Vimeo.


Y aquí el principio del artículo:
La rumba secreta
Por Enrique Del Risco
“¿Cómo hablar de un secreto sin referirse a la manera como nos fue descubierto, y más todavía, a la manera como sigue permaneciéndonos secreto?”
María Zambrano “La Cuba secreta”

1. Fue en mi primer verano en Nueva York. Debe de haber sido julio o agosto de 1997. Cada domingo mi mujer y yo cruzábamos el Lincoln Tunnel desde Nueva Jersey para desembarcar en Manhattan, ansiosos por tropezarnos con uno de los tantos sitios míticos que posee la ciudad, empezando por los que más atraen a todos los inmigrantes recién llegados: los más baratos o de ser posible, gratuitos como el Parque Central, Times Square, el Museo Metropolitano, el de Historia Natural, el MoMA, la estación de Grand Central. Una tarde nos llegamos al edificio Dakota, a ver el sitio donde Mark Chapman le había pegado cuatro tiros al Beatle John Lennon. Esperaba encontrarme, al menos, con una tarja. Algo con lo que satisfacer mi fetichismo adolescente (hacía rato había dejado de ser adolescente pero, ya se sabe, ciertos instintos siguen vivos por mucho tiempo) pero para mi decepción no encontré nada a lo que agarrarme hasta que al fin el portero del edificio se apiadó de nuestro fervor turístico y nos dijo que cruzando la calle, en el Central Park había una suerte de monumento. “Strawberry Field” se llamaba el rinconcito del parque donde Yoko Ono había esparcido las cenizas del difunto. Por supuesto, esa es la canción que uno se pone a tararear nada más que ve el cartelito que lo anuncia hasta que se encuentra que todo lo que hay en memoria del muerto —aparte de las manadas de turistas y de hippies con guitarras casi tan viejas como ellos— es un mosaico en el piso que dice simplemente “Imagine” y es el momento en que uno cambia de melodía en el tarareo. Pero no pudimos hacerlo por mucho tiempo, porque entre las notas lánguidas de las guitarras de los hippies fósiles de repente se abrió camino la insistente percusión de unos tambores que -pese a mi adolescencia de cuando el rock andaba por prohibido me era irresistible- ejercieron sobre mí una fuerza de atracción que ya quisiera el planeta Júpiter para sí. Y en la otra punta del sonido nos encontramos el borde de un laguito donde entre vendedores más o menos clandestinos de cervezas y tamales reinaban unos rumberos machacando los parches de sus tumbadoras. Yo —que en Cuba nunca estuve en un bembé ni fui al turístico Sábado de la Rumba— quedé embelesado como si viera a Cristo haciendo joggin sobre las aguas del lago. Pero no, me dicen. Es toda una tradición. Todos los domingos del verano desde hace décadas en ese sitio se reúnen a tocar rumba principalmente cubanos y boricuas con una espontaneidad y una constancia que nunca conocí en La Habana. Detrás de eso seguro había una historia, debí haber pensado, pero no me detuve a averiguarla. Cuando la vida te depara sorpresas así es mejor no hacer preguntas y disfrutarlas.

2. Cuando María Zambrano, deslumbrada por la poesía de Lezama y de la generación de Orígenes, habló de una Cuba secreta no pareció necesitar hacer referencia a la otra Cuba, la pública, tan obvia le parecía. La Cuba asociada a los emblemas más claros de su presencia planetaria o, dicho de otro modo, de sus atractivos turísticos. El tabaco, el azúcar, las playas, la música popular. Aunque lo cierto es que esta última es mencionada indirectamente al referirse al poeta Nicolás Guillén “con su ritmo imborrable”. Esa Cuba secreta no es “la imagen, no la viviente abstracción de la palma y su contorno, ni el modo de estar en el espacio de las personas y las cosas sino su sombra, su peso secreto, su cifra de realidad”. Una lectura demasiado literal de ese razonamiento u otros parecidos —cuando no variantes sofisticadas o no de racismo— ha ido creando un vacío creciente sobre esa Cuba tan obvia, tan sobada por el turismo que a menudo se la confunde con su paisaje hasta el punto de que, como en el famoso cuento de Poe, dicha obviedad la va haciendo invisible. De resultas que hoy estamos en las antípodas de aquellos secretos anunciados por la Zambrano y por cada proyecto más o menos serio asociado a la rumba hay tres o cuatro dedicados a escrutar algún rincón de ese fenómeno tan minoritario que fue Orígenes. Lo realmente triste, por improductivo, es que se insista en oponerlos, como si no fueran iluminaciones igualmente esenciales de una misma realidad.    
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