Sale el sexto número de la revista "Identidades" y con este un artículo mío sobre el excelente documental de Arístides Falcón Paradí "Rumba en clave blen, blen, blen" que les recomiendo enfáticamente (el documental digo, no el artículo). Trata sobre la cultura de la rumba que durante tantos años han mantenido viva en Nueva York rumberos cubanos, boricuas y de otros lugares. Un fenómeno impresionante persistencia cultural que Falcón Paradí recoge con sensibilidad especial.
Aquí un adelanto del documental:
Rumba Clave Blen Blen Blen | Teaser from colorbox on Vimeo.
Aquí un adelanto del documental:
Rumba Clave Blen Blen Blen | Teaser from colorbox on Vimeo.
Y aquí el principio del artículo:
La
rumba secreta
Por Enrique Del Risco
“¿Cómo
hablar de un secreto sin referirse a la manera como nos fue descubierto, y más
todavía, a la manera como sigue permaneciéndonos secreto?”
María Zambrano “La Cuba secreta”
1. Fue en mi primer verano en Nueva
York. Debe de haber sido julio o agosto de 1997. Cada domingo mi mujer y yo
cruzábamos el Lincoln Tunnel desde Nueva Jersey para desembarcar en Manhattan,
ansiosos por tropezarnos con uno de los tantos sitios míticos que posee la
ciudad, empezando por los que más atraen a todos los inmigrantes recién
llegados: los más baratos o de ser posible, gratuitos como el Parque Central,
Times Square, el Museo Metropolitano, el de Historia Natural, el MoMA, la
estación de Grand Central. Una tarde nos llegamos al edificio Dakota, a ver el
sitio donde Mark Chapman le había pegado cuatro tiros al Beatle John Lennon.
Esperaba encontrarme, al menos, con una tarja. Algo con lo que satisfacer mi
fetichismo adolescente (hacía rato había dejado de ser adolescente pero, ya se
sabe, ciertos instintos siguen vivos por mucho tiempo) pero para mi decepción no
encontré nada a lo que agarrarme hasta que al fin el portero del edificio se
apiadó de nuestro fervor turístico y nos dijo que cruzando la calle, en el
Central Park había una suerte de monumento. “Strawberry Field” se llamaba el
rinconcito del parque donde Yoko Ono había esparcido las cenizas del difunto. Por
supuesto, esa es la canción que uno se pone a tararear nada más que ve el
cartelito que lo anuncia hasta que se encuentra que todo lo que hay en memoria
del muerto —aparte de las manadas de turistas y de hippies con guitarras casi
tan viejas como ellos— es un mosaico en el piso que dice simplemente “Imagine”
y es el momento en que uno cambia de melodía en el tarareo. Pero no pudimos
hacerlo por mucho tiempo, porque entre las notas lánguidas de las guitarras de
los hippies fósiles de repente se abrió camino la insistente percusión de unos
tambores que -pese a mi adolescencia de cuando el rock andaba por prohibido me
era irresistible- ejercieron sobre mí una fuerza de atracción que ya quisiera el
planeta Júpiter para sí. Y en la otra punta del sonido nos encontramos el borde
de un laguito donde entre vendedores más o menos clandestinos de cervezas y
tamales reinaban unos rumberos machacando los parches de sus tumbadoras. Yo —que
en Cuba nunca estuve en un bembé ni fui al turístico Sábado de la Rumba— quedé
embelesado como si viera a Cristo haciendo joggin
sobre las aguas del lago. Pero no, me dicen. Es toda una tradición. Todos los
domingos del verano desde hace décadas en ese sitio se reúnen a tocar rumba
principalmente cubanos y boricuas con una espontaneidad y una constancia que
nunca conocí en La Habana. Detrás de eso seguro había una historia, debí haber
pensado, pero no me detuve a averiguarla. Cuando la vida te depara sorpresas
así es mejor no hacer preguntas y disfrutarlas.
2. Cuando María Zambrano, deslumbrada
por la poesía de Lezama y de la generación de Orígenes, habló de una Cuba secreta no pareció necesitar hacer
referencia a la otra Cuba, la pública, tan obvia le parecía. La Cuba asociada a
los emblemas más claros de su presencia planetaria o, dicho de otro modo, de
sus atractivos turísticos. El tabaco, el azúcar, las playas, la música popular.
Aunque lo cierto es que esta última es mencionada indirectamente al referirse
al poeta Nicolás Guillén “con su ritmo imborrable”. Esa Cuba secreta no es “la
imagen, no la viviente abstracción de la palma y su contorno, ni el modo de
estar en el espacio de las personas y las cosas sino su sombra, su peso
secreto, su cifra de realidad”. Una lectura demasiado literal de ese
razonamiento u otros parecidos —cuando no variantes sofisticadas o no de
racismo— ha ido creando un vacío creciente sobre esa Cuba tan obvia, tan sobada
por el turismo que a menudo se la confunde con su paisaje hasta el punto de que,
como en el famoso cuento de Poe, dicha obviedad la va haciendo invisible. De
resultas que hoy estamos en las antípodas de aquellos secretos anunciados por
la Zambrano y por cada proyecto más o menos serio asociado a la rumba hay tres
o cuatro dedicados a escrutar algún rincón de ese fenómeno tan minoritario que
fue Orígenes. Lo realmente triste,
por improductivo, es que se insista en oponerlos, como si no fueran
iluminaciones igualmente esenciales de una misma realidad.
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