Si el juego que cerró la jornada anterior
clasificaba dentro de la épica infantil este entra de lleno en la comedia de situaciones (aunque con tintes de tragedia para los aficionados de Ecuador). Resulta que tanto
los ecuatorianos como los suizos metieron un gol por bando lo mejor que
pudieron y ya a la altura del minuto noventa parecían convencidos de que
ninguno iba a pasar de allí, de un empate con el que al menos aseguraban un
punto a cada equipo. Mejor eso que arriesgarse a perder ese solo puntico, se
habrán dicho. Los suizos bajaron los brazos y los ecuatorianos en correspondencia
apagaron las piernas y el cerebro. Es el momento en que un racista ilustrado
aprovecharía para escribir un tratado sobre la incapacidad de prosperar en los
países cálidos: fue como si los del Ecuador pensaran que lo que pasara en el
tiempo de descuento solo contaba como entrenamiento. Los suizos aprovecharon la
ausencia mental súbita de los ecuatorianos y marcaron un gol en un contragolpe
de juguete. El gol pareció un chiste pero los tres puntos con que se fueron a
su hotel son de lo más real del mundo.
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