miércoles, 28 de septiembre de 2011

Una carta

Un amigo me manda una carta de la que reproduzco un par de párrafos que resumen muy bien las dos grandes opciones de los cubanos de la isla: irse o quedarse:

Ayer tuve que pasar otra vez por esa circunstancia en la que ya voy sintiéndome como todo un experto: despedir gente querida que se van. Y es curioso que en el lenguaje de nuestra generación ya basta decir ¨fulano se fue¨, para que todos sepan las circunstancias de la partida; el no retorno está implícito y poco importa tampoco hacia dónde es que se fue el que uno despidió. Cierto es que a veces, cuando se aclara el destino final del viaje, uno se encuentra con cada países extraños que cuando menos llaman a la risa pero en todo caso ello muestra el desespero del que sale: el to no es lo importante, lo vital es el from. Ya luego vienen uno se va enterando de otras cosas: si la persona se va sólo o con la familia, si alguien lo espera allá, quién quedó con su casa y otros detalles que parecen menores por las circunstancias nuestras porque nadie puede discutir la importancia que puede tener si uno deja la familia detrás hasta no se sabe cuándo o el abrigo que pueden ofrecerle al recién llegado familiares y amigos o qué destino tendrá la casa que uno deja. Fíjate que digo ¨la casa¨, porque rara vez acá uno tiene más de una y en muchos casos es la casa de toda la vida, con toda la carga emocional que ello supone. Ahora noto que también resulta ya habitual decir que uno deja la casa porque en el lenguaje de las partidas parece que ya es normal asumir con la salida, que tu casa ya no lo será más. En fin, amigo mío, que algo se le puede agradecer a este fenómeno de la emigración a la cubana y es la simplificación del discurso y la subversión de muchos conceptos: familia, propiedad, entre otros, son rediseñados cuando de irse se trata.

[…]De nuestro país creo que poco te puedo aportar pues, por las razones que ya sabemos, tú estás mejor informado que yo. Yo, si acaso, tengo la ventaja de que vivo acá y ello me da una perspectiva distinta y en este solo caso, envidiable. Sí observo que la gente manifiesta más su deseo de cambios. Hace poco, en un concierto de Buena Fe, proyectaron una escena de tu elogiada película sobre Martí, donde el niño mete una arenga contra la colonia, usando términos muy directos sobre la libertad y me sorprendió cómo el público todo (en su mayoría jóvenes: yo estaba allí prestado, como acompañante y chofer de la jeva, que sí le gusta el grupo) supo transportar el mensaje unos cientos de años e hizo una ovación impensable en los tiempos en que juntos íbamos a conciertos acá, aunque fueran del aparentemente conflictivo de turno. No soy de mucho roce social pero percibo lo que tú has ya afirmado y que sentenció mejor (especialmente la primera vez, por lo natural) el famoso Pánfilo: el cubano medio está muy concentrado en el tema jama y la política no está, ni estará en sus prioridades; no sólo porque se han ocupado de que así sea (y si ya sabemos que lo del corazón que siente es pura poesía de bolero, el estómago no perdona y lo que sí está claro: tampoco piensa) sino porque ese desinterés está en su naturaleza de clase. La famosa clase media, a la que le tocaría el interés en la política no existe como tal y lo que se le parece (a la cubana) tampoco quiere meterse en problemas. Su interés principal es mantener las precarias conquistas económicas alcanzadas y lo que de ello se deriva y si le aprieta un poco el zapato hacen lo que ya se sabe: se largan. Hay, sin embargo, un marcado interés en ¨las medidas¨ de favorecerlos discretamente: posibilidades de traspasar o vender bienes, viajar al exterior sin las actuales complicaciones, etc.; lo que denota cierto empeño de ¨los de arriba¨ en no tenerlos de enemigos. Pero en este punto es me pierdo y la política no es mi fuerte.

4 comentarios:

Armando Tejuca dijo...

Da gracia como el amigo se va metiendo en un análisis un tanto intrincado y abandona el ring con la misma frase apoderada de todos los que esta describiendo “la política no es mi fuerte”. Y es que la política cubana es tan fácil. Al no existir partidos legales no hay que pensar en estrategias de los oponentes, ni en shows mediáticos, ni en jugadas de ajedrez para optar por algún poder. La política cubana es algo así como la política de la monarquía española del siglo XVI o XVII, muy simple y dolorosa, larga y tediosa. No hay que analizar nada, hasta que no exista el vacío de poder palpable no hay cambio. Toda la esperanza es la espera. Mientras tanto hay que resolver y poco actuar. Aplaudir a los buena fe es lo mismo que aplaudir al mejor pitcher de industriales, muchachos avispados que saben cómo llenar un estadio. En fin, que nuestro amigo tiene más experiencia en ir al airport habanero que un sobrecargo y se debate ahora mismo en venir a hacernos compañía. Ojala, porque le extraño cantidad.

Anónimo dijo...

mire al final eso no es mas que la mojiganga del cubano, eso de estar en la historia de los jabones y los pantalones vaqueros mas que en la politica y asi se iban a los CDR, a los circulos de estudio y a los trabajos voluntarios y nos tiraron huevos a mi y a mis hihos en el 80...el kilo to tiene vuelto y eso es el cubano asi mismito como lo ve.

sandokan

Anónimo dijo...

Tengo la impresión que era precisamente la clase media la que siempre ha estado metida de lleno en la politica. Quienes y porque se opusieron a Machado, Batista, y, puesto que lo entendieron como lo entendieron, apoyaron a la Revolucion del 33 y a la Revolucion del 59? Puede que la clase media sea sentimental y por eso mismo el nacionalismo y el populismo le sean tan atractivos y se vayan con la bola de trapo, como ya sabemos. Pero siempre he tenido la impresión de que es la clase media la que tiene una “vision del pais” y tiene aspiraciones y se preocupa.

El Lechu

Güicho dijo...

Muy inteligente el espécimen, acaso contraejemplo del residual nacional.

Es lo que es, Tigre. Sin el incremento de las expectativas existenciales en Egipto o en la RDA no habría cambiado nipi. Pero la técnica del hambréalos y tírales mendrugos tampoco es una solución peremne. A lo más puede durar 4 siglos.