sábado, 24 de abril de 2010

Cartagena de Indias



A Pedro Blas, poeta. A los hermanos Leottau. Y a los dueños del Portón de San Sebastián, por supuesto.

Hace semanas que le debo unas letras a Cartagena de Indias, el mismo tiempo que regresé de allá. Palabras no me han faltado. Ahora escribo para no seguir hablando de ella. La excusa del viaje fue un congreso de estudios caribeños. Lo mismo me hubiera servido una conferencia de física cuántica o endocrinología. Y es que tenía mis sospechas alimentadas por amigos que había estado allí. “Es una maravilla” me decían. Pero las maravillas no basta con escucharlas. Hay que verlas, sentirlas. Hay que olerlas. Y todo fueron confirmaciones desde mi entrada en la ciudad vieja: un reguero de gente que avanzaba por la calle como si regresara de un carnaval o una protesta, esos instantes en que se borra la diferencia entre calles y aceras. Una ciudad habitada por la gente más simpática y relajada que haya visto nunca. Cubanos sin complejos, diría si me piden una definición apresurada y brusca.





Nunca salí de la parte vieja, una ciudad colonial rodeada de once kilómetros de murallas a medio camino entre la Habana Vieja, Trinidad y un poco de Camaguey: palacetes de dos pisos con balcones de madera y casas de una sola planta con ventanales que llegan casi hasta el suelo. Una ciudad limpia y uniformemente conservada, de manera que un callejón destruido no avergüence la elegante calle paralela o viceversa. Llena de vida en cada rincón, desde las plazas cuajadas de restaurantes hasta las bodeguitas de esquina, con sus clientes que parecen llevar allí toda la vida oyendo los mismos boleros. Porque allí la música suena a toda hora y créanme que en aquellos cuatro días no hubo hora del día o la noche que no la estuviese recorriendo. Además de los boleros en las bodegas, alguna cumbia muy ocasional y los vallenatos que tocan cuartetos en ciertas esquinas los cartageneros dan la impresión de no escuchar otra cosa que salsa. Son expertos del género sin discriminar su lugar de origen a condición de que sea lo mejor. Y los pescados. Y las ciruelas y las guayabas de una delicadeza que no sentía desde niño y en una abundancia que nunca había conocido.






Tanta y tan buena ha sido la impresión que me he empezado a preguntar las razones de ese fervor tan radical. Una de ellas puede ser los quince años sin ver Cuba, el reconocer en esa otra esquina del Caribe una complicidad casi olvidada. Más convincente aún es la conciencia de que -a pesar de que el acento cartagenero recorre todas las modulaciones del cubano desde Oriente a Occidente- aquello no es Cuba. Era en todo caso parte del país que sobrevivía en las historias de nuestros abuelos y el otro, el futuro que uno intuye o desea en las actuales ruinas cubanas. Bares sacados de algún libro de Cabrera Infante y viejas plazas devueltas a esplendores nuevos, donde el turismo no arrincona la vida natural de la ciudad. Esa Habana posible que uno trata de imaginar con trozos de Madrid, Cádiz, Nueva York o Miami está en Cartagena casi entera. Un sitio habitable por algo más que la resignación de que no tenemos más destino que la presente barbarie.







12 comentarios:

BARBARITO dijo...

¡Que preciosidad!
¡¡Ay, cuándo Cuba podrá volver a ser así...!!

Anónimo dijo...

Conozco Cartagena y mi sensación es muy parecida. No he conocido nadie que me diga que no le encanta la ciudad y su gente. Más allá de sus problemas me seduce Colombia.

Armando Tejuca dijo...

Oiga bro usted le dedico las palabras a Cartagena o a la Habana?
Que obsesiva locura la nuestra con tratar de buscar la Habana en todos los lugares. Y es lógico, ayer mismo hable con un colombiano que vive en Miami, entra y sale de colombia con maletines cargados de lo que quiere, sin cartas de entrada y salida, sin revisiones, sin destierro. Si, creo que es el sindrome del desterrado.

Anónimo dijo...

Natural. Quien diga que puede sacarse ese feeling del sistema se está engañando. Se podrá esconder o emascarar, pero cuando llegas a un lugar como Cartagena de Indias, o el Viejo San Juan, o Cádiz o... , se alborota y te pega de verdad. Saludos.

MI

luisc dijo...

Muy sentido y nostálgico. Creo que todos los exiliados tenemos la misma sensación cuando nos encontramos en situaciones similares. Me ha sucedido, por ejemplo, en Minas Gerais, en particular, en Ouro Preto. Sentado a las puertas del museo dedicado a Tiradentis, ví pasar a una "turba" de muchachos, adolescentes como mismos hijos, que entraban y salían del museo, risotadas y juegos, y no podía evitar el pensar en los muchachos de mi barrio, en mis sobrinos y en los de Silvia.
Luego, en la calle, la gente parlanchina, extrovertida y encantadora; restaurantes hermosos, comida abundante y "gustosa", muchos comercios, música en vivo. ....
Nada, es la pasión, che.....
(¿ya viste "el secreto de sus ojos?". ahí lo explica muy bien el personaje que interpreta Francella)

Abel dijo...

Tremenda experiencia cierto? Yo viví en Colombia cuatro annos y la recorrí casi completa. La costa Caribe es muy familiar para nosotros. Y que decir de las colombianas?? Yo me quede con una, je je.

La Mano Franca dijo...

Entiendo perfectamente a Enrisco.Yo viví en Cartagena un mes completo ademas de haber estado en Bogota,Medellin y Baranquilla.Pero nunca me habia atrapado la magia de una ciudad como me embrujó Cartagena,aun despues de haber estado en Alemania,vivido en España,recorrido Mexico,probado Miami y vivir actualmente en Santo Domingo.No añado una palabra a la descripción de Enrisco.Veo reflejado mi sentimiento hacia Cartagena en cada una de sus palabras.

Ernesto G. dijo...

Añado Cartagena a la lista de lugares pendientes. Muy bueno el post. Saludos.

Evidencias dijo...

Gracias por este post y la recomendación. La pondré también en mi lista.

Anónimo dijo...

Hola Enrisco. Me ha gustado mucho tu post y las fotos. A pesar de llevar una década en un país frío, Cartagena es mi segunda casa, después de mi pueblito en Cuba. Viví en ella mas de un año y allí me casé. Cada vez que voy, no puedo dejar de sentir esa nostalgia por nuestra islita y esa alegría den reencuentro con tanta cosa linda y gente alegre. También tiene su lado oscuro, ¿pero dónde no hay oscuridad en este planeta?
Gracias por el post.

Inesita Correcalle dijo...

Es como si la del viaje a Cartagena hubiera sido yo!!!
Tenemos muchas cosas en común. Bautista y Cristóbal de Roda Antonelli (tio y sobrino) fueron los ingenieros militares que concibieron las murallas de Cartagena de Indias y las de la Habana, de ahí que son casi idénticas

Cristian dijo...

Estaba con ganas de Viajar a
Cartagena
y por eso estaba buscando imágenes al respecto para ver con que me iba a encontrar