No nos llamemos a engaño: en Cuba la pelota es la política por otros medios. El opio del pueblo cuando escasea el alcohol. En la Buenavista de mi infancia nadie salía a protestar contra el gobierno pero eran muchos los que aplaudían las -más bien escasas- victorias norteamericanas. Porque el equipo Cuba arrasaba en aquellos campeonatos donde los máximos rivales era un puñado de jugadores universitarios reunidos a la buena de dios para representar al imperialismo. Así que año tras año se le infligía una victoria a nuestro enemigo jurado, ese país donde –inexplicablemente- vivían un montón de nuestros tíos y primos. Cierto que hay cierto patrón universal en disfrutar que el equipo de los pobres gane al de los ricos aunque los jugadores de ambos equipos pertenezcan al bando de los millonarios. Y si los pobres ganan sentimos que se cumple alguna especie de justicia divina, algo así como el cumplimiento deportivo del Sermón de la Montaña.
En Cuba la cosa es algo más complicada. Ya el dictador declaró que era responsable de la victoria o la derrota, así de seguro debe estar. Pero por supuesto que el deporte es lo que menos importa, cada cuál va a lo que va. La supuesta superioridad cubana en el beisbol amateur resentía la convicción secreta de que nunca se había enfrentado a los mejores. Y los mejores jugaban ya se sabía dónde. De ahí que el segundo lugar del clásico pasado se celebrara como la Segunda venida del Señor mientras que ese mismo puesto en la última olimpiada se recibiera como la humillación más amarga jamás recibida. En esa disparidad de reacciones está el verdadero rostro del triunfalismo cubano. Un segundo lugar falseaba la realidad y el otro la retrataba. La verdad duele.
Este campeonato es una buena oportunidad para encubrir la verdadera potencialidad de los jugadores cubanos. Competir en marzo un torneo brevísimo contra jugadores de Grandes ligas que se hallan al inicio de su preparación de un campeonato de 162 juegos es como celebrar una carrera de cien metros planos entre un sprinter y un maratonista. No importa lo mediocre que sea el esprinter: lleva toda las de ganar. Si Cuba ganara el clásico de este año serviría para ocultar lo evidente y es que el beisbol cubano se ha estancado en los últimos 50 años. Si en los cincuenta (última década en que los peloteros cubanos compitieron libremente en igualdad de condiciones con los del resto del mundo) los equipos cubanos dominaban la serie del Caribe y tras Estados Unidos era el país que más jugadores aportaba a las Ligas Mayores, la retirada de la primera y el control sobre los segundos eliminó las posibilidades de medirse con rivales realmente serios. Cualquiera que conozca algo de pelota sabe que ningún pelotero cubano se acerca al nivel de los cinco mejores bateadores dominicanos por mucho que en la isla acumulen estadísticas siderales ante pitchers francamente mediocres. O que el mejor lanzador cubano en grandes ligas no ha estado cerca de ganar el Cy Young que Pedro Martínez o Johan Santana han conquistado en varias ocasiones.
Aún así creo que Cuba podría ganar este campeonato o al menos volver a derrotar a los dominicanos que aunque sobre el papel parecen inderrotables no dejan de recordarme a la selección holandesa de fútbol: plagada de figuras de primera siempre le falta algo para imponer esa calidad. Los jugadores cubanos son por otra parte más maduros que hace tres años (y físicamente mucho mejor comidos). Tienen en contra que ya no cuentan con el factor sorpresa de la primera ocasión y será desde las primeras rondas el equipo a derrotar. Y que en la segunda ronda deberá eliminar a Corea o Japón, junto a Cuba de los mejor preparados del torneo.
Aparte de esto el equipo cubano tiene a su beneficio un factor que ninguna otra selección presente en el torneo tiene en igual medida: la motivación. Ser miembro de la selección nacional y ganar competencias internacionales no está inscrito en el código genético de los niños que juegan beisbol en cualquier parte del mundo como está en el de los niños cubanos. (No en balde el gobierno se ha cuidado en todos estos años de transmitir los campeonatos de las mayores o siquiera de publicar los resultados de los partidos). Los cubanos saben que de ganar quedarán para siempre inscritos en el olimpo deportivo local mientras sus rivales se andan preguntando todavía qué hacen ahí, arriesgándose a una lesión antes de comenzar la temporada.
Alguien que no recuerdo dijo que jugar ajedrez desarrollaba la inteligencia… para jugar ajedrez. Del mismo modo el castrismo es un sistema insuperable para motivar a sus peloteros sin necesidad de hacer uso de estímulos materiales… pero es para lo único que sirve. Entiendo la simpatía de muchos compatriotas hacia jugadores que aunque nunca hayan visto en su vida les resultan irremediablemente familiares. Aquél gesto que nos dice todo o aquella palabrota que entendemos sin oírla. Lo que nunca comprenderé es el orgullo. ¿De qué se supone que debemos estar orgullosos?
Post data: No conforme con darle instrucciones al equipo Cuba su Majestad ahora se las da a los japoneses:
¿Qué tiene la Reina Madre en contra del sacrificio? ¿No es eso lo que le pide a su pueblo cada día? ¿No es la condición básica para lamer la miel del poder? ¿No está dispuesto a sacrificar a sus dos más fieles jugadores a la altura de la novena entrada con dos outs?
Lo cierto es que el Señor de las Moscas da por descontada “nuestra victoria en el Clásico”. Así que Higinio Vélez tiene sus opciones claras: o gana o el sacrificado será él.
En Cuba la cosa es algo más complicada. Ya el dictador declaró que era responsable de la victoria o la derrota, así de seguro debe estar. Pero por supuesto que el deporte es lo que menos importa, cada cuál va a lo que va. La supuesta superioridad cubana en el beisbol amateur resentía la convicción secreta de que nunca se había enfrentado a los mejores. Y los mejores jugaban ya se sabía dónde. De ahí que el segundo lugar del clásico pasado se celebrara como la Segunda venida del Señor mientras que ese mismo puesto en la última olimpiada se recibiera como la humillación más amarga jamás recibida. En esa disparidad de reacciones está el verdadero rostro del triunfalismo cubano. Un segundo lugar falseaba la realidad y el otro la retrataba. La verdad duele.
Este campeonato es una buena oportunidad para encubrir la verdadera potencialidad de los jugadores cubanos. Competir en marzo un torneo brevísimo contra jugadores de Grandes ligas que se hallan al inicio de su preparación de un campeonato de 162 juegos es como celebrar una carrera de cien metros planos entre un sprinter y un maratonista. No importa lo mediocre que sea el esprinter: lleva toda las de ganar. Si Cuba ganara el clásico de este año serviría para ocultar lo evidente y es que el beisbol cubano se ha estancado en los últimos 50 años. Si en los cincuenta (última década en que los peloteros cubanos compitieron libremente en igualdad de condiciones con los del resto del mundo) los equipos cubanos dominaban la serie del Caribe y tras Estados Unidos era el país que más jugadores aportaba a las Ligas Mayores, la retirada de la primera y el control sobre los segundos eliminó las posibilidades de medirse con rivales realmente serios. Cualquiera que conozca algo de pelota sabe que ningún pelotero cubano se acerca al nivel de los cinco mejores bateadores dominicanos por mucho que en la isla acumulen estadísticas siderales ante pitchers francamente mediocres. O que el mejor lanzador cubano en grandes ligas no ha estado cerca de ganar el Cy Young que Pedro Martínez o Johan Santana han conquistado en varias ocasiones.
Aún así creo que Cuba podría ganar este campeonato o al menos volver a derrotar a los dominicanos que aunque sobre el papel parecen inderrotables no dejan de recordarme a la selección holandesa de fútbol: plagada de figuras de primera siempre le falta algo para imponer esa calidad. Los jugadores cubanos son por otra parte más maduros que hace tres años (y físicamente mucho mejor comidos). Tienen en contra que ya no cuentan con el factor sorpresa de la primera ocasión y será desde las primeras rondas el equipo a derrotar. Y que en la segunda ronda deberá eliminar a Corea o Japón, junto a Cuba de los mejor preparados del torneo.
Aparte de esto el equipo cubano tiene a su beneficio un factor que ninguna otra selección presente en el torneo tiene en igual medida: la motivación. Ser miembro de la selección nacional y ganar competencias internacionales no está inscrito en el código genético de los niños que juegan beisbol en cualquier parte del mundo como está en el de los niños cubanos. (No en balde el gobierno se ha cuidado en todos estos años de transmitir los campeonatos de las mayores o siquiera de publicar los resultados de los partidos). Los cubanos saben que de ganar quedarán para siempre inscritos en el olimpo deportivo local mientras sus rivales se andan preguntando todavía qué hacen ahí, arriesgándose a una lesión antes de comenzar la temporada.
Alguien que no recuerdo dijo que jugar ajedrez desarrollaba la inteligencia… para jugar ajedrez. Del mismo modo el castrismo es un sistema insuperable para motivar a sus peloteros sin necesidad de hacer uso de estímulos materiales… pero es para lo único que sirve. Entiendo la simpatía de muchos compatriotas hacia jugadores que aunque nunca hayan visto en su vida les resultan irremediablemente familiares. Aquél gesto que nos dice todo o aquella palabrota que entendemos sin oírla. Lo que nunca comprenderé es el orgullo. ¿De qué se supone que debemos estar orgullosos?
Post data: No conforme con darle instrucciones al equipo Cuba su Majestad ahora se las da a los japoneses:
El juego entre los equipos de Japón y Corea del Sur, los dos más fuertes rivales de Cuba, que tuvo lugar hoy lunes por la mañana, estaba 1 a 0 a favor de éste, cuando a Japón le quedaban solo dos oportunidades al bate. El peligroso y emblemático Ichiro, que había fallado tres veces, conecta un sencillo. La dirección japonesa ordena un toque de bola al segundo bateador —sin duda bueno— del equipo, entregando así el out dos. Estoy seguro de que a nuestra experimentada afición le pareció aquello un error, a partir de cualquier análisis elemental.
¿Qué tiene la Reina Madre en contra del sacrificio? ¿No es eso lo que le pide a su pueblo cada día? ¿No es la condición básica para lamer la miel del poder? ¿No está dispuesto a sacrificar a sus dos más fieles jugadores a la altura de la novena entrada con dos outs?
Lo cierto es que el Señor de las Moscas da por descontada “nuestra victoria en el Clásico”. Así que Higinio Vélez tiene sus opciones claras: o gana o el sacrificado será él.
7 comentarios:
Excelente analisis, Enrisco.
Asi mismo.Si Cuba gana el campeonato, es un logro de la revolucion,si queda en segundo lugar,es un logro de la revolucion a pesar de la situacion del pais y la globalizacion ..etc..etc..
y si el equipo pide asilo politico, son unos indignos..etc ..etc..
Asi es, muchos tenemos sentimientos encontrados, pero piensen que de alegria tambien pueden dar infartos.
No me gusta mezclar deporte con politica pero ya estan mezclados sin quererlo. Recuerdo el dia en que 50 mil personas le gritaron ma.... al Secretario del Partido en la Habana.
Lazo en la lomita del Latino por Pinar y el otro Lazo, Esteban el rascacielos de Perico, en el banco de los Industriales asumiendo su responsabilidad provinciana.
Ahi mismo empezo el coro:
Lazo ma...... Por la sonrisa de complicidad en el rostro de los asistentes se sabia a cual de los Lazos estaba dirigido el estribillo.
Aquel dia, como de costumbre, perdimos pero nos divertimos de lo lindo.
Resulto ser lo mas cerca que he visto al pueblo cubano de una insurreccion.
Coño, pero claro que están orgullosos, chico. Están orgullosos de haberse ganado el bombo, para poder beber lager de latica viendo jugar al team Cuba.
Una vez leí una carta de un exiliado alemán, escrita en plena fuga por la campiña francesa, donde mencionaba con orgullo la entrada de la Wehrmacht en París.
Eso, Tigre, es el llamado de la selva, y también funciona con los perros.
Conyo Pi, no me sabia esa historia. Pero me trae a la mente una situacion en la que yo estuve y que pudo haberse convertido en algo para recordar y contarle a los nietos. El Pepe, director del pre donde estudie, no era lo que uno llama un tipo agradable. Buena gente si era el cocinero, Fidel. Un dia estaba yo en el albergue y oigo una bronca en la que el Pepe le gritaba a Fidel no se que cosa y Fidel le respondia, pero el Pepe se hacia notar mas y ofendia a Fidel. Se me ocurrio en aquel momento gritar Viva Fidel! Y no lo hice, por comemierda.
En estos tiempos me perdonaria el no gritar tal cosa, aunque eso signifique no defender al cocinero.
que buena Omar!
muy buena!
Muy buen post, Enrisco. También escribí algo al respecto en mi blog. Saludos.
Michael
Publicar un comentario