miércoles, 24 de septiembre de 2008

Segundas intenciones


Hoy aparece en Encuentro en la Red un artículo mío en el que trato de aclarar las razones que me han hecho apoyar activamente la carta pidiendo el cese temporal de diferentes restricciones que los gobiernos cubano y norteamericano han establecido sobre los cubanos residentes en el exterior para facilitar la ayuda directa a los afectados por los recientes ciclones en Cuba. Abajo les transcribo el texto completo. La caricatura de Varela, tomada de Penúltimos Días no fue hecha ex profeso para el artículo pero la verdad es que no se me ocurre mejor modo de ilustrarlo.

Segundas intenciones
La mayoría de los cubanos parecemos convencidos de que la sospecha es la máxima expresión de la inteligencia, cuando no el único modo de observar la realidad. Dadas nuestras circunstancias tal tendencia es comprensible aunque a veces se exagere. Preferimos –es un decir- a Ramiro Valdés (“porque con ése uno sabe a qué atenerse”) a una Madre Teresa de Calcuta simplemente no acabamos de entender cuáles son las intenciones que se esconden detrás de su aparente bondad. Por eso no me extraña que la carta que en estos días ha hecho circular el poeta Jorge Salcedo –sobre quien no hay pendiente ningún trámite de canonización- resulte más sospechosa que una oferta de ayuda de la Madre Teresa.
En este contexto, pedir al gobierno norteamericano un cese temporal de las restricciones que limitan el envío de dinero y los viajes de los cubanos a la isla, y al mismo tiempo solicitar que el gobierno cubano elimine las restricciones a la entrada de nacionales al país y los gravámenes de las remesas y envíos de paquetes, parece obra de una perversión sin límites o de la idiotez más irredenta. Mientras unos aseguran que se trata de un plan del gobierno cubano para desmontar el embargo, otros asumen que se trata de un proyecto de la CIA, la mafia de Miami y para deponer al gobierno cubano mientras el resto sospecha que se pretende conseguir ambos objetivos a la vez.
Como entre tanta sospecha a nadie le bastará con las primeras intenciones (esto es: buscar la manera más directa y eficaz de ayudar a nuestras familias y al resto de nuestros compatriotas tras la catástrofe natural más terrible que haya azotado a Cuba en las últimas seis décadas) me concentraré en las segundas. La carta -por supuesto- tiene segundas intenciones. O si no la carta –porque no puedo hablar por su redactor- al menos las tuve yo al firmarla. A la urgencia que supone el auxilio a los damnificados, hay que sumarle la necesidad que tenemos los cubanos que vivimos en el exterior de ponernos de acuerdo para de algún modo ayudar a nuestros compatriotas y junto con la ayuda incidir hasta donde sea posible en el modo en que se gestione. La intensidad de la catástrofe, unida a un sistema productivo y de asistencia social que colapsó hace mucho tiempo, nos da suficientes razones para pensar que, de no poder hacerle llegar la ayuda a los cubanos de la isla con la mayor eficacia posible, todo el esfuerzo que hagamos será inútil.
La carta –es obvio- también tiene intenciones políticas, aunque no en el sentido que usualmente se le atribuye a la palabra. Conociendo la relación secuestrador-secuestrado que el régimen de la isla mantiene con sus habitantes, la carta intenta interrumpir, al menos temporalmente, esa dinámica. Anticipando la campaña que lanzaría el régimen cubano para sacarle el mayor partido político a la deplorable situación en que ha quedado el país, la carta buscó situarse en el centro del diferendo entre los gobiernos norteamericano y cubano, no tomando otro partido que el de los propios cubanos, los que quieren prestar ayuda y los que la necesitan. Por un lado, la carta reconoce que las disposiciones impuestas desde el 2004 por el gobierno norteamericano para limitar los viajes y el envío de dinero a Cuba por parte de los cubanos residentes en su territorio, afectan el flujo de ayuda que ahora se necesita con toda urgencia. Por otro, se recuerda que las limitaciones que impone el gobierno cubano a los cubanos que residen en todas partes del mundo –y no sólo en territorio norteamericano- dificultan esa ayuda tanto o más de lo que lo hacen las disposiciones norteamericanas, algo que ignora el resto de las iniciativas que se han puesto en marcha en estos días.
Mostrar una voluntad propia como cubanos, con independencia de las dos razones de estado en pugna, nos da fuerza y peso específico a los que hemos suscrito la misiva sin comprometer nuestras convicciones más profundas sobre la realidad cubana. Tanto el gestor de la petición como aquellos que hemos colaborado en su redacción y difusión, nunca hemos ocultado nuestro deseo de que Cuba transite hacia la democracia y se convierta en un país habitable para todos los cubanos. Las circunstancias actuales, esas que han convertido la isla en un sitio literalmente inhabitable para muchos de los que residen en ella, obligan a intentar resolver un asunto que es ahora mismo de mera supervivencia, aunque sea por el detalle de que cualquier solución futura a la situación cubana pasa por mantener vivos a sus habitantes.
De ahí que hayamos tenido el cuidado de incluir en la carta el compromiso de “mantener el espíritu humanitario de esta iniciativa […], poniendo a un lado nuestras diferencias políticas, rechazando cualquier ánimo de lucro comercial, partidista o ideológico”, compromiso que soy el primero en suscribir. Teniendo en cuenta que la eliminación transitoria de estas trabas beneficiarían a todos los cubanos residentes en el exterior, independientemente de su posición política, tanto en la redacción de la carta como en su gestión se ha tratado de librarla de todo tinte partidista. Conseguir, aunque sea de manera temporal, que los cubanos nos ayudemos unos a otros en estos momentos de crisis puede parecer absurdo dada la naturaleza de nuestros interlocutores, pero perfectamente aceptable en un marco más o menos racional, justo ese que la carta invoca.
Cuando se le solicita a los gobiernos de Cuba y EE.UU. que por un rato dejen de tirar de los brazos de la isla, más que a los sentimientos se apela a sus respectivos intereses. De seguir el actual estado de cosas, el gobierno norteamericano se arriesga a una crisis migratoria; el cubano, a estallidos sociales que tendría que contener a sangre y fuego (capacidad de las que nadie duda pero que pensamos que preferiría evitar). Hasta ahora, los miembros de la administración norteamericana han respondido a nuestra propuesta con justificaciones bastante peregrinas. Por parte del gobierno cubano, lo más cercano a una respuesta ha sido una contracarta puesta a circular por la UNEAC exigiendo el cese del embargo y las declaraciones del ex presidente de que “Los que reciben las remesas de dinero de Estados Unidos, después de pagar el impuesto correspondiente, pueden comprar las cuotas normales a bajísimo precio y también adquirir productos en las tiendas de divisas, que hoy ofrecen mercancías cuyos costos en el exterior se han elevado considerablemente”.
Aún en el caso de que nuestra carta sea definitivamente desatendida por los gobiernos de ambos países, ésta servirá para medir la (poca, mucha o nula) disposición de dichos gobiernos a asistir a la población cubana a responder a sus necesidades más urgentes y a escuchar las voces de aquellos que pueden hacerla oír. Si alguien necesitaba pruebas de algún tipo esta sería la señal definitiva de que no debemos contar con más fuerzas que las nuestras.


La carta a la que hago referencia.

Para ver el punto actual en que se encuentra la carta ver esto.

1 comentario:

BARBARITO dijo...

Para mi este es un tema muy serio (no entiendo a la gente que le sacó chistecitos y sarcasmos). Como ya dije en un comentario de 'Cubaencuentro': soy otro de los 'idiotas' que firmaron la carta.
No tengo más que añadir que -de nuevo- vuelvo a estar plenamente de acuerdo con Enrisco.
Saludos.