lunes, 15 de septiembre de 2008

David Foster Wallace


Ha muerto David Foster Wallace, para muchos el mejor escritor norteamericano de su generación que no es poco. Lo encontró su esposa en su casa, ahorcado. Una noticia que, de acuerdo con los que lo conocían, los entristece pero no los sorprende. Menos tratándose del autor de The Infinite Jest. Los escritores suicidas: una legion nutrida y persistente. Y no deja de tener su lógica el que parezca que resisten menos a la tentación de apurar la llegada de la muerte. Alguien cuyo trabajo es darle sentido a la realidad un día deja de encontrarselo a su propia vida. El suicidio en un escritor debería considerarse como jubilación forzada o accidente laboral.
No se me ocurre nada mejor que transcribirles la traducción de un pasaje seleccionado de Brief Interviews with Hideous Men (Entrevistas breves a hombres repugnantes, 1999) que hizo el escritor peruano y amigo Mario Michelena, toda una proeza en eso de tratar de domar el ingles jíbaro de Wallace. Imaginen –como el título indica- a alguien con una grabadora entrevistando al hijo de un tipo que llevó una vida no muy agradable. Escuchamos sólo las respuestas mientras que las preguntas tenemos que suponerlas, o mejor, no pensar en ellas:

B.I. #42 06-97
PEORIA HEIGHTS, IL
‘Los delicados impactos contra el agua. Los sutiles ruidos gaseosos. Los débiles gruñidos involuntarios. El suspiro específico de un viejo ante el urinal, la forma en que se acomoda en ese lugar y coloca los pies y apunta y entonces deja escapar, para la eternidad, un suspiro del que sabemos que no es consciente.
Ese era su ambiente. Se pasaba seis días por semana allí, de pie. Los sábados doble turno. La cualidad de clavos o agujas con que la orina aterriza en el agua. El susurro no visto de los diarios sobre los regazos desnudos. Los olores’.
P.
‘Un hotel de primera categoría, un lugar histórico dentro del estado. El mejor vestíbulo; lo mejor de lo mejor en cuanto a excusados masculinos entre ambas costas, sin duda. Mármol traído de Italia. Madera de cerezo antiguo para las puertas de los retretes. Desde 1969 se la pasa allí, de pie. Grifería rococó y lavabos en forma de concha. Opulento y resonante. Un gran recinto opulento y resonante para hombres de negocios, para hombres importantes, para hombres que tienen lugares a dónde ir y personas a quienes ver. Los olores. No me preguntes sobre los olores. La diferencia de olores entre ciertos hombres, la similitud de olores entre todos los hombres. Todos los sonidos amplificados por las losetas y las piedras florentinas. Los gemidos de aquellos con problemas de próstata. El siseo de los lavabos. La extracción rasposa de flemas asentadas en lo profundo, la salpicadura explosiva y aporcelanada. El sonido de los zapatos de lujo sobre los pisos de Dolomita. Los rugidos inguinales. Las infernales y desgarradoras explosiones de los gases y el ruido de algo que impacta contra el agua. A medias atomizado por las presiones que ha tenido que soportar. Sólido, líquido, gaseoso. Todos los olores. El olor como medio ambiente. El día entero. Nueve horas al día. Parado allí, de blanco como la leche. Todos los sonidos amplificados, dotados de un ligero reverbero. Hombres que entran y hombres que salen. Ocho retretes, seis urinales, dieciséis lavabos. Saca tu cuenta. ¿En qué pensaban?’
P….
‘Es aquello donde está parado; en el centro sónico. Donde solía estar el puesto del lustrabotas. En una concavidad entre el final de los lavabos y el comienzo de los retretes. El lugar designado para que se pare. El vórtice. Afuera por poco del encuadre del largo espejo, lindando con los lavabos –un mostrador ininterrumpido de mármol florentino, dieciséis pilas talladas en forma de concha, hojas de pan de oro rodeando los grifos, un espejo de fina placa danesa. Frente al que hombres importantes se sacan materias de las comisuras de los ojos y se aprietan los poros, se suenan la nariz sobre los lavabos y se marchan sin haberse enjuagado. Él permanecía de pie todo el día, con sus toallas y sus pequeños estuches personales de artículos de tocador. Un rastro de bálsamo en el susurro de los tres ductos de ventilación. El lamento de los ductos es inaudible a menos de que el cuarto esté vacío. Él también se para allí cuando está vacío. Esa es su ocupación, esa es su carrera. Vestido de punta en blanco como un masajista. Camisetas blancas marca Hanes y pantalones blancos y tenis que tenía que tirar si sufrían la más mínima mancha. Les recibe los sobretodos y los maletines, los custodia, y recuerda cuál es de cada quién sin tener que preguntárselo. Hablando lo menos posible en medio de toda esa acústica. Apareciéndose junto a los codos de los hombres para alcanzarles una toalla. Una impasibilidad que es una borradura. Esa es la carrera de mi padre.’
P….
‘Las sofisticadas puertas de los retretes terminan a un pie de distancia del piso. ¿Por qué? ¿A qué se debe esa tradición? ¿Proviene de las caballerizas de los establos? ¿Tienen alguna relación esas palabras? Retretes buenos, que proporcionan cierta privacidad visual y nada más. Si para algo sirven es para amplificar los sonidos de su interior, cual puntas de megáfono. Se escucha todo. El bálsamo empeora los olores al endulzarlos. Las puntas de los zapatos de vestir, mancilladas a lo largo de las aberturas expuestas bajo las puertas. Los retretes llenos tras el almuerzo. Una larga vitrina rectangular de zapatos. Algunos aparecen golpeteando el piso. Algunos están tarareando, hablando consigo mismos en voz alta, olvidándose de que no están solos. Las flatulencias, las toses y los sustanciosos ¡paf!. Defecación, egestión, extrusión, abatimiento, purgación, vaciamiento. El inconfundible estruendo de los dispositivos que surten de papel higiénico. El chasquido ocasional de un corta-uñas o de una tijerita para depilarse. Vertimiento. Emisión. Excrementación, orinamiento, exudación, micción, fecalencia, catarsis - tantos sinónimos: ¿Por qué? ¿Qué es lo que estamos tratando de decirnos de tantos modos?
P....
“La pugna olfativa entre las colonias de los diversos hombres, los desodorantes, tónicos capilares, cremas para el bigote. Los generosos olores de los extranjeros sin bañar. Algunos de los zapatos en los retretes rozando a sus pares de manera vacilante, indecisa, como si los olfatearan. El ceceo húmedo de los traseros que se reacomodan sobre los asientos acolchados. El mínimo pulso acuática de la taza de cada inodoro. Los pequeños puntitos que sobreviven a cada tire de la cadena. El incesante escurrirse y destejerse de los urinales. El nada contrito hedor de la comida putrefacta, el penetrante olor exocrino impregnado en la chaquetas, la brisa de urea que acompaña a cada tire de la cadena. Los hombres que tiran de la cadena con sus pies; los que no tocan los artefactos salvo a través de papel. Los hombres que arrastran papel fuera de los retretes, sus propias colas de cometa, el papel alojado en sus anos. El ano. La palabra ano. Los anos de los adinerados acechando sobre el agua de los inodoros, contrayéndose, frunciéndose, distendiéndose. Rostros suaves tensamente estrujados por el esfuerzo. Viejos que requieren toda clase de espantosos auxilios –ayudar a bajar y acomodar las canillas a otro hombre; limpiar a otro hombre. Silencioso, impasible, sin palabras. Sacudirle los hombros a otro hombre, sacarse de encima a otro hombre, recoger un vello púbico de entre los pliegues del pantalón de otro hombre. Por monedas. El cartel lo dice todo. Hombres que dan propina y hombres que no dan propina. Su borradura no puede ser demasiado efectiva porque sino se olvidarán de su presencia a la hora de la propina. El truco de su comportamiento es dar la impresión de estar allí solo provisionalmente, existir única y exclusivamente si lo necesitan. Ayuda sin intrusión. Servicio sin sirviente. Ningún hombre quiere enterarse de que otro hombre puede olerlo. Millonarios que no dan propina. Hombres atildados que salpican los inodoros y te dan un duro como propina. Herederos de fortuna que se roban las toallas. Magnates que se sacan los mocos con el pulgar. Filántropos que tiran las colillas de los habanos al piso. Ascendidos sociales que escupen dentro del lavabo. Hombres increíblemente ricos que no tiran de la cadena y que, sin pensarlo dos veces, le dejan a otros el trabajo de tirar de ella porque esa es, literalmente, su costumbre – el viejo dicho trata a la casa ajena como a tu casa.
‘Él ponía su ropa de trabajo en lejía personalmente, y la planchaba. Sin jamás una queja. Impasible. El tipo de hombre que se para el día entero en un sólo lugar. A veces se veían por allí las suelas de los zapatos, bajo los retretes, de algún hombre que estuviera vomitando. La palabra vómito. La sola palabra. Hombres que se sentían mal en un recinto con gran acústica. Todos los sonidos mortíferos entre los que se paraba, todos los días. Trate de imaginárselo. Las débiles palabrotas de los hombres estreñidos, los hombres que sufren de colitis, de íleo obstruido, de intestino irritable, de lientería, de dispepsia, de diverticulosis, de úlceras, de disentería. Hombres con colostomías que le entregan la bolsa para que se deshaga de ella. Un caballerizo para todo lo humano. Escuchar sin oír. Ver sólo necesidad. El sutil asentimiento con la cabeza que en un baño de caballeros es al mismo tiempo un saludo y una deferencia. Los olores en espantosa metástasis de desayunos continentales y cenas de negocios. Doble turno cada vez que se ofrecía. La educación de los hijos, darnos de comer, un techo. Se le hinchaban los arcos de tanto estar parado. Sus pies descalzos tenían la forma moldeada de un pudín. Se duchaba tres veces al día y se restregaba hasta ponerse rojo, pero aún así el trabajo lo seguía. Nunca una queja.
‘La puerta lo dice todo. HOMBRES. No lo he visto desde 1978 pero sé que sigue estando allí, de punta en blanco, parado. Apartando la mirada para preservar la dignidad ajena. Pero, ¿Y la propia? ¿Sus propios cinco sentidos? ¿Cuál era el nombre de esos tres monos? Su misión era permanecer allí, de pie, como si no estuviera. Pero más o menos. El asunto tiene un truco, una nada en especial a la que hay que mirar.’
P.
‘Eso no lo aprendí en el baño de caballeros, eso le puedo decir.’
P....
‘Imagínese no existir hasta que otro hombre lo necesite. Estar allí y sin embargo no estarlo. Una translucidez voluntaria. Provisionalmente allí, contingentemente allí. El viejo dicho Vive para servir. Su carrera. El sostén de la familia. Todas las mañanas se despertaba a las seis, nos daba un beso de despedida, se llevaba una tostada para el autobús. Podía comer en serio durante el descanso. Un botones lo traía de la salchichería. La presión producida por la presión. Los sustanciosos eructos de los almuerzos-a-cuenta-de-la-empresa. Los residuos, sobre los espejos, de sebo, pus y desecho estornudado. Veintiséis, no, veintisiete años en el mismo emplazamiento. El circunspecto asentimiento con la cabeza con que recibía una propina. El inaudible ‘gracias’ con que le respondía a los asiduos. A veces un nombre. Todas esas materias sólidas desbarrancándose de todos esos anos grandes, suaves, tibios, gordos y blancos, en plena contracción. Imagínese. Asistir a semejantes transformaciones. Ver a hombres importantes en su estado más elemental. Su carrera. Un hombre de carrera.’
P.
‘Porque se traía el trabajo a casa. La cara que portaba en el baño de caballeros; no se la podía sacar. Su cráneo se había amoldado a ella. Aquella expresión o, más bien, aquella falta de expresión. Un concurrente y nada más. Alerta pero ausente. Su cara. Más que simplemente retraído. Como si siempre se estuviera reservando para algún suplicio por venir.’
P...
‘Nunca me pongo nada blanco. Ni una sola prenda blanca, se lo puedo asegurar. Evacuo en silencio o me abstengo de hacerlo. Doy propina. Nunca me olvido de que hay alguien allí.
‘Sí. ¿Y si admiro la fortaleza de éste, el más humilde entre todos los trabajadores? ¿El estoicismo? ¿Las agallas, tan de otra época? ¿El pasárselo de pie todos esos años, sin faltar ni un día por enfermedad, sirviendo? ¿O si lo desprecio, se preguntará usted, si siento asco, repudio por cualquier hombre que pudiera pasársela de pie en medio de esas miasmas, borrándose, entregando toallas a cambio de monedas?’
P.
‘...’
P.
‘¿Me puede repetir las dos opciones, otra vez?’

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Otra muerte lamentable (´muy lamentable´; dirían Tejuca, Ciro, Fumero, tú....miles de los que pasan por aquí): http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_7617000/7617851.stm

Anónimo dijo...

¿Se me habrá ido la mano en eso de los ´miles´?
Que alguien arregle lo que puse antes, por favor. No soy de la campaña presidencial de Enrisco.

Enrisco dijo...

gracias por la informacion. ya la puse. y no te preocupes, nadie iba a tomar en serio lo de los miles. recuerdo ahora a un presentador de TV espannola diciendo: "En Espanna se folla mucho pero siempre son los mismos". Este blog tiene unas cuantas visitas pero siempre son los mismos. Suerte que tiene uno de tener amigos mas fieles que los peores enemigos.