Alejandro Armengol, seguramente sin pretenderlo, es alguien que invita a la discusión. Lo avala su talante civilizado incluso cuando se habla asuntos cubanos, un tema en el que suelen florecer el exabrupto y la injuria. Por si fuera poco reconoce que el régimen que ha controlado la isla por más de medio siglo debe considerarse dictatorial, algo tan necesario para entrar en un debate serio sobre Cuba como admitir la esfericidad de la Tierra cuando se discute de astronomía. No obstante, Armengol se permite equiparar con demasiada frecuencia la intolerancia de ciertos medios de Miami con la dictadura cubana lo cual obliga a concluir que también tiene cierta inclinación por la poesía y esto es sin duda otro rasgo de civilización.
Pero vayamos al grano: en La Habana tres intelectuales (Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz) hablan en un panel de la posibilidad de “tender puentes [con los escritores del exilio] sobre la base de la identidad común" y Armengol se entusiasma. Si algo lo frustra es que el resto del exilio no lo acompañe en su fervor pero como persona educada en lugar de exhibir su incomodidad da una lección de cortesía: “no hay tampoco necesidad de despreciar el encuentro –dice- y mucho menos desdeñar a quienes intentan acercarse a nosotros”. Educadamente le reprocha a ciertos intelectuales exiliados (en concreto Andrés Reynaldo, Antonio José Ponte, Heriberto Hernández) que no celebren, por ejemplo, que el escritor Leonardo Padura haya comentado que es “inadmisible desde todo punto de vista invalidar el vínculo o excluir por razones política a los escritores radicados fuera de la Isla”. Lamenta, además, que no se aprecien las “preguntas fuertes” que se hicieron desde el público, el ambiente “inclusivo, no exclusivo” en que se celebró el encuentro.
Y la verdad es que abochorna un poco no apreciar que Padura diga que la opinión política de los intelectuales no debería ser motivo para excluirlos de los planes de publicación de las editoriales cubanas cuando muy bien podría haber dicho que la Tierra es plana y descansa sobre cuatro elefantes que a su vez están parados sobre una tortuga. Eso me da la pista para sospechar que en realidad el diferendo entre Armengol y los escritores exiliados a los que alude no es político ni civilizatorio sino sólo generacional. Un desencuentro basado –como casi todos- en la falta de sincronía. Esa debe ser la razón por la que donde Armengol aprecia una revolución copernicana en toda su lozanía los otros ven viejas lecciones de astronomía elemental. Donde uno ve cambios y avances los otros observan variantes de un discurso que existe desde hace más de dos décadas sin que la realidad se haya dado por enterada. Donde Armengol saluda el género del debate los otros creen reconocer el de la farsa en un acto.
No obstante el principal punto de discordia no es tanto lo que dijeron los miembros del panel sino a nombre de quién lo hicieron. Los críticos presumen que al hablar en un evento oficial en una sede no menos oficial es como si lo hicieran a nombre del gobierno cubano. Seguidores de McLuhan en este punto están convencidos que el mensaje es oficial porque el medio también lo es. Armengol arguye que no tienen razón, que los de La Habana hablan a título propio y por tanto no debe atribuírsele ni el historial de censura del gobierno cubano ni sus previsibles intenciones de manipulación. En caso de que los primeros tengan razón también es comprensible su resistencia a concederle al gobierno autoridad para establecer quién debe o no pertenecer a la cultura nacional si es que a estas alturas aparecer en los diccionarios peor editados del planeta tiene alguna importancia. En caso de que se trate de una iniciativa personal como asegura Armengol todos los que la han atacado deberían disculparse por su suspicacia y malos modales pero nadie debería obligarlos a enviar colaboraciones a La Siempreviva de Reynaldo González, conversar sobre misterios policiales con Padura o tratándose de Senel Paz debatir sobre los nuevos retos que le ofrece el bosque al hombre nuevo o a los lobos. Esos acercamientos, que están muy bien cuando se practican por propia voluntad, resultarían insoportables de convertirse en imperativo categórico. Y hablemos claro. Con independencia de las diferencias políticas lo mejor que uno puede hacer es mantenerse alejado de los escritores: empiezan queriendo que los invites a una cerveza para terminar obligándote a que leas sus libros.
Pero siendo consecuentes con el llamado de Armengol a reaccionar de un modo distinto ante un país que ha cambiado bastante en las últimas décadas –por más que el gobierno siga siendo fiel a sí mismo, o sea, tiránico- confundir una cultura con un ministerio o una institución sería un error -como siempre lo fue- solo que ahora mucho más patético. Un error tan desmesurado como no distinguir a una persona de uno de sus zapatos, un zapato que por lo demás le queda demasiado apretado y encima con mierda incrustada en las suelas (como se ve Armengol no es el único al que le entusiasman las metáforas). Digo que se puede reestablecer contactos con la cultura cubana sin necesidad de pasar por la aduana de los ministerios, acercarse a artistas e intelectuales cubanos sin previa presentación de carnet de la UNEAC una tarea que debe dejársele a policías y C.V.P.s. No sería urgente, en cambio, “buscar nuevos espacios, a través de Internet principalmente, en que tuvieran cabida todos los escritores cubanos” porque esos espacios ya existen tanto fuera de Cuba (empezando por la plataforma digital Encuentro en la Red que dirige el propio Armengol) como dentro (la plataforma Voces Cubanas, Estado de Sats, Havana Times, el Proyecto Desliz, la revista Voces y un variado etcétera). Basta la voluntad de usarlos o no. Que cada uno lo haga de acuerdo a su propio entender es parte de las ventajas de la libertad individual como lo es elegir el nivel de intensidad de las relaciones de cada uno con su tribu de origen.
Lo que sería lamentable es que no se entendiera la posibilidad de los intelectuales del exilio de publicar y ser leídos en su país como porción del tema mucho más amplio y decisivo que es la libertad de expresión de todos los cubanos. En dicho caso estaríamos hablando de un privilegio de casta que se negocia al precio de la negación de esa y otras libertades al resto de los paisanos. Algo más vergonzoso aún si se recuerda que cada día decenas de nuestros compatriotas son golpeados y vejados por defender el derecho de todos nosotros a expresarnos, si se piensa que las concesiones que se les hacen a unos está basada en el miedo (y la represión) a los otros.
“Es absurdo enemistarse con las personas porque éstas no comparten exactamente nuestras preferencias literarias. Lo cierto es que a la mayoría de las personas no les interesan los libros” decía el escritor escocés Andrew Lang. Aunque lo que se discute no son las preferencias literarias sino algo bastante más vital para cada ser humano no debería autorizarnos a la agresividad verbal. Dada la naturaleza del tema que se discute –crear reglas aceptables de convivencia- sería absurdo que el señor Armengol o yo lo tomáramos como un pretexto para practicar la vulgar afición de la enemistad. Ya aparecerán ocasiones más propicias.
Pero vayamos al grano: en La Habana tres intelectuales (Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz) hablan en un panel de la posibilidad de “tender puentes [con los escritores del exilio] sobre la base de la identidad común" y Armengol se entusiasma. Si algo lo frustra es que el resto del exilio no lo acompañe en su fervor pero como persona educada en lugar de exhibir su incomodidad da una lección de cortesía: “no hay tampoco necesidad de despreciar el encuentro –dice- y mucho menos desdeñar a quienes intentan acercarse a nosotros”. Educadamente le reprocha a ciertos intelectuales exiliados (en concreto Andrés Reynaldo, Antonio José Ponte, Heriberto Hernández) que no celebren, por ejemplo, que el escritor Leonardo Padura haya comentado que es “inadmisible desde todo punto de vista invalidar el vínculo o excluir por razones política a los escritores radicados fuera de la Isla”. Lamenta, además, que no se aprecien las “preguntas fuertes” que se hicieron desde el público, el ambiente “inclusivo, no exclusivo” en que se celebró el encuentro.
Y la verdad es que abochorna un poco no apreciar que Padura diga que la opinión política de los intelectuales no debería ser motivo para excluirlos de los planes de publicación de las editoriales cubanas cuando muy bien podría haber dicho que la Tierra es plana y descansa sobre cuatro elefantes que a su vez están parados sobre una tortuga. Eso me da la pista para sospechar que en realidad el diferendo entre Armengol y los escritores exiliados a los que alude no es político ni civilizatorio sino sólo generacional. Un desencuentro basado –como casi todos- en la falta de sincronía. Esa debe ser la razón por la que donde Armengol aprecia una revolución copernicana en toda su lozanía los otros ven viejas lecciones de astronomía elemental. Donde uno ve cambios y avances los otros observan variantes de un discurso que existe desde hace más de dos décadas sin que la realidad se haya dado por enterada. Donde Armengol saluda el género del debate los otros creen reconocer el de la farsa en un acto.
No obstante el principal punto de discordia no es tanto lo que dijeron los miembros del panel sino a nombre de quién lo hicieron. Los críticos presumen que al hablar en un evento oficial en una sede no menos oficial es como si lo hicieran a nombre del gobierno cubano. Seguidores de McLuhan en este punto están convencidos que el mensaje es oficial porque el medio también lo es. Armengol arguye que no tienen razón, que los de La Habana hablan a título propio y por tanto no debe atribuírsele ni el historial de censura del gobierno cubano ni sus previsibles intenciones de manipulación. En caso de que los primeros tengan razón también es comprensible su resistencia a concederle al gobierno autoridad para establecer quién debe o no pertenecer a la cultura nacional si es que a estas alturas aparecer en los diccionarios peor editados del planeta tiene alguna importancia. En caso de que se trate de una iniciativa personal como asegura Armengol todos los que la han atacado deberían disculparse por su suspicacia y malos modales pero nadie debería obligarlos a enviar colaboraciones a La Siempreviva de Reynaldo González, conversar sobre misterios policiales con Padura o tratándose de Senel Paz debatir sobre los nuevos retos que le ofrece el bosque al hombre nuevo o a los lobos. Esos acercamientos, que están muy bien cuando se practican por propia voluntad, resultarían insoportables de convertirse en imperativo categórico. Y hablemos claro. Con independencia de las diferencias políticas lo mejor que uno puede hacer es mantenerse alejado de los escritores: empiezan queriendo que los invites a una cerveza para terminar obligándote a que leas sus libros.
Pero siendo consecuentes con el llamado de Armengol a reaccionar de un modo distinto ante un país que ha cambiado bastante en las últimas décadas –por más que el gobierno siga siendo fiel a sí mismo, o sea, tiránico- confundir una cultura con un ministerio o una institución sería un error -como siempre lo fue- solo que ahora mucho más patético. Un error tan desmesurado como no distinguir a una persona de uno de sus zapatos, un zapato que por lo demás le queda demasiado apretado y encima con mierda incrustada en las suelas (como se ve Armengol no es el único al que le entusiasman las metáforas). Digo que se puede reestablecer contactos con la cultura cubana sin necesidad de pasar por la aduana de los ministerios, acercarse a artistas e intelectuales cubanos sin previa presentación de carnet de la UNEAC una tarea que debe dejársele a policías y C.V.P.s. No sería urgente, en cambio, “buscar nuevos espacios, a través de Internet principalmente, en que tuvieran cabida todos los escritores cubanos” porque esos espacios ya existen tanto fuera de Cuba (empezando por la plataforma digital Encuentro en la Red que dirige el propio Armengol) como dentro (la plataforma Voces Cubanas, Estado de Sats, Havana Times, el Proyecto Desliz, la revista Voces y un variado etcétera). Basta la voluntad de usarlos o no. Que cada uno lo haga de acuerdo a su propio entender es parte de las ventajas de la libertad individual como lo es elegir el nivel de intensidad de las relaciones de cada uno con su tribu de origen.
Lo que sería lamentable es que no se entendiera la posibilidad de los intelectuales del exilio de publicar y ser leídos en su país como porción del tema mucho más amplio y decisivo que es la libertad de expresión de todos los cubanos. En dicho caso estaríamos hablando de un privilegio de casta que se negocia al precio de la negación de esa y otras libertades al resto de los paisanos. Algo más vergonzoso aún si se recuerda que cada día decenas de nuestros compatriotas son golpeados y vejados por defender el derecho de todos nosotros a expresarnos, si se piensa que las concesiones que se les hacen a unos está basada en el miedo (y la represión) a los otros.
“Es absurdo enemistarse con las personas porque éstas no comparten exactamente nuestras preferencias literarias. Lo cierto es que a la mayoría de las personas no les interesan los libros” decía el escritor escocés Andrew Lang. Aunque lo que se discute no son las preferencias literarias sino algo bastante más vital para cada ser humano no debería autorizarnos a la agresividad verbal. Dada la naturaleza del tema que se discute –crear reglas aceptables de convivencia- sería absurdo que el señor Armengol o yo lo tomáramos como un pretexto para practicar la vulgar afición de la enemistad. Ya aparecerán ocasiones más propicias.
6 comentarios:
Sin dudas, de todas las entradas que ha provocado este episodio nacional, de todas las páginas que se han escrito sobre el asunto, ninguna tan buena de leer como esta de Enrisco. La cuestión es, en verdad, tan simple como la esfericidad de la Tierra, pero sigue tomando enormes esfuerzos de las mentes más lúcidas, como en otros tiempos, demostrarlo. Detrás de la Doctrina Armengol se esconde una recalcitrancia y un oscurantismo contra los que rebota cualquier argumento. La "diferencia" para él se traduce en enemistad,y por eso trata a los miamenses "malos" como enemigos, y prefiere siempre, como en este caso, otorgarle el beneficio de la duda a los castristas ante que a los gusanos. Armrngoles han existido siempre en el panorama de la cultura del Exilio, y la realidad, la misma dialéctica de la Revolución se ha encargado de refutarlos.
¡Excelente Enrique! Creo que estás muy en lo correcto cuando señalas que el elemento generacional es clave en este diferendo. Lo que sería lamentable es que no se entendiera la posibilidad de los intelectuales del exilio de publicar y ser leídos en su país como porción del tema mucho más amplio y decisivo que es la libertad de expresión de todos los cubanos. Ahí está resumido. Saludos.
Todos los aspectos de la vida en Cuba, incluyendo la cultura, constituyen una gran puesta en escena en la que todos, incluyendo a los ninnos pequennos, saben lo que tienen que decir cuando se levanta el telon. Las personas solo son ellas mismas en la intimidad de su familia y para eso...Hablar de intercambio cultural es absurdo, cuando unos expresan libremente lo que piensan y los otros siguen un estricto guion. Respecto a Armengol, ni idea de lo que escribe desde una vez que leia su blog y me dije, como Cheito Leon, "tu eres del G2 o trabajas pal G2"
Me gustaria saber si el Dr Lopez Levy se ha pronunciado a este respecto. Este es un tema que le es queridisimo y sobre el cual tiene mucho que aportar.
Ay, ese marketing de si se puede y no miro pa' los lados...
si voy al link de armengol le incremento los clicks, asi que lo evito. asi que prefiero usar este for para decirlo: aqui lo que hace falta es JAMA (y a ti parece que te sobra).
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