Es lógico que a Borges -o al menos a su versión más conocida- la cosa política le resultara indigna de su pluma. (Aunque no a la de otros: no es casual que el primer cuento que publicara de Julio Cortázar –“Casa tomada”- y el primero de Virgilio Piñera –“El muñeco”- en su revista Los Anales de Buenos Aires fueran sendas alegorías del régimen de Perón). Natural la poca inclinación a descender a las nimiedades del poder para quien cada día conversaba con Homero, con Shakespeare, con Cervantes, con Quevedo, con Whitman, con la eternidad. Así y todo fustigó al nazismo mucho antes de que este fuera una blasfemia universal sino apenas una elegancia argentina. A veces la política se le cruzaba en el camino como, tras el ascenso de Perón al poder lo destituyeron de su puesto de bibliotecario municipal para humillarlo con otro de inspector de aves de corral. Fue entonces que sus amigos le ofrecieron una cena de desagravio que él correspondiera con un breve discurso que resumía la política de un esteta frente a la vulgaridad de una dictadura:
Hace un día o un mes o un año platónico (tan invasor es el olvido, tan insignificante el episodio que voy a referir) yo desempeñaba, aunque indigno, el cargo de auxiliar tercero en una biblioteca municipal de los arrabales del Sur. Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros y el Reich devoró a Francia y el Reich no devoró las Islas Británicas y el nazismo, arrojado de Berlín buscó nuevas regiones. En algún resquicio de esa tarde única, yo temerariamente firmé alguna declaración democrática; hace un día o un mes o un año platónico, me ordenaron que prestara servicios en la policía municipal. Maravillado por ese brusco avatar administrativo, fui a la Intendencia. Me confiaron, ahí, que esa metamorfosis era un castigo por haber firmado aquellas declaraciones. Mientras yo recibía la noticia con debido interés, me distrajo un cartel que decoraba la solemne oficina. Era rectangular y lacónico, de formato considerable, y registraba el interesante epigrama Dele-Dele. No recuerdo la cara de mi interlocutor, no recuerdo su nombre, pero hasta el día de mi muerte recordaré esa estrafalaria inscripción. Tendré que renunciar, repetí, al bajar las escaleras de la Intendencia, pero mi destino personal me importaba menos que ese cartel simbólico.*
No sé hasta donde el episodio que he referido es una parábola. Sospecho, sin embargo, que la memoria y el olvido son dioses que saben bien lo que hacen. Si han extraviado lo demás y si retienen esa absurda leyenda, alguna justificación les asiste. La formulo así: las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores de Martín Fierro y de Don Segundo que el individualismo es una vieja virtud argentina?
Quiero también decirles mi orgullo por esta noche numerosa y por esta activa amistad.
5 comentarios:
"Tendré que renunciar, repetí, al bajar las escaleras". Borges lo sabia: toda renuncia significa elección, y la elección personal es lo que salva la individualidad. Gracias hermano por recordar a Borges.
Borges también sufría de contradicciones a pesar del indivualismo escéptico de su literatura. Recordemos su apoyo a las dictaduras militares de Aramburu, el levantamiento del general Videla, y que aceptó que Pinochet lo condecorara.
hubo una epoca en que parecia que Borges no fuera el autor de Ficciones. de lo unico que se hablaba era de las condecoraciones de Pinochet y su aprobacion a la junta argentina. uno se lo imaginaba sentado todo el tiempo en el regazo de Videla, dando salticos de placer. no conozco a ningun escritor famoso que no haya cedido a la tentacion de identificarse con un poder que le pareciera conveniente y afin. y en este continente nuestro esas miserias hacen ola. por eso prefiero recordarlos en sus breves atisbos de decencia. como este discurso o como cuando Borges mismo protesto por los desaparecidos mientras todo el mundo -excepto las madres de los muertos- preferia mantenerse callado.
Comprendo, Enrique, y estoy de acuerdo contigo en que no podemos reducir a Borges a estos "deslices" políticos, eso es una mera "idiotez", para citar el título de tu comentario. Pero personalmente prefiero recordar a Borges teniendo en cuenta las contradicciones del Borges público y político, que al fin y al cabo lo hacen más humano, y por lo tanto más cerca de nosotros. Pero para los gustos, los Borges.
no me interesa buscar un Borges humano o contradictorio porque es demasiado evidente que era ambas cosas. de otra manera no hubiese escrito tan bien como lo hizo porque seamos honestos: los dioses no escriben tan bien. ese texto en cambio, raro en Borges por muchas razones, resume muy bien una razon decisiva por la que un intelectual debe oponerse a cualquier dictadura (mas alla de que luego fuera consecuente o no) y es que ademas del servilismo y la opresion fomentan la idiotez.
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