sábado, 30 de abril de 2011

Letra y sangre

Ayer un escritor chileno intentaba demostrar en un conversatorio la incongruencia entre la literatura y las posturas políticas de los que la producen. Puso como ejemplo a García Márquez que por un lado apoyaba la Revolución Cubana mientras por otro era autor de una novela tan políticamente incorrecta como Cien años de soledad que consiste en una reedición de la historia de la conquista del Nuevo Mundo por los europeos. La novela del Nobel colombiano describe la conquista de la selva por parte de un grupo de blancos que terminaban creando un mundo más o menos idílico en ella con poca o ninguna presencia del elemento indígena.


Una observación muy aguda que sin embargo contradecía la tesis que trataba de demostrar. No se puede describir mejor los inicios de la Revolución Cubana al menos en su costado mitológico: un grupo de hombres blancos conquistando la Sierra Maestra para echar del poder a un mestizo de negro e indio en nombre de proyectos europeos (la democracia representativa primero, el marxismo después). Ese fue el modelo que a inspiración de la citada epopeya cubana intentó repetirse en sus diferentes franquicias latinoamericanas.

La observación del chileno me llevó más allá. Me reveló todo lo que tienen en común las Cartas de relación de Hernán Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España con los Pasajes de la guerra revolucionaria de Ernesto Guevara. Son textos en los que la audacia es la mejor aliada de la profunda ignorancia de conquistadores en su empeño no sólo de obtener poder sino de imponerle a los habitantes originales de las tierras que iban a conquistar la verdad iluminadora de la Divina Providencia o del materialismo dialéctico según sea el caso.

Hay múltiples ejemplos de la incoherencia entre las ideas políticas de un escritor y su práctica literaria. Entre, por ejemplo, el rígido ascetismo de Tolstoy y su desmesurada y compleja literatura. O entre la brutal descripción de las miserias que impone una dictadura que es El otoño del patriarca y la íntima relación de su autor con el dictador más longevo del continente americano. Tantos ejemplos que el escritor chileno pudo haber usado y que de alguna manera se le habían escapado. Al terminar el conversatorio me acerqué a agradecerle el haberme iluminado los puntos de contactos entre la conquista española, Cien años de soledad y la Revolución Cubana. Con el azoro del que no sabe si le están gastando una broma –no era ese el caso- me dijo que nunca había pensado en eso. Le repliqué que yo tampoco. Al menos no en esos términos. Sigue en pie la razón por la que nos siguen seduciendo las historias de las conquistas, el modo en que los hombres blancos nos imponen viejas profecías como si fuera lo mejor que nos pudiera suceder.

2 comentarios:

ernestospage dijo...

Contra, verdad. Sobre todo esto:

"imponerle a los habitantes originales de las tierras que iban a conquistar la verdad iluminadora de la Divina Providencia o del materialismo dialéctico según sea el caso."

Aquí hay un libro.

Por otro lado, hace poco Joaquín Sabina defendía a Vargas Llosa diciendo que serà de derecha pero ha escrito una obra de izquierdas, o algo así.

Güicho dijo...

Los caminos del Señor son inescrutables, Tigre. Los de las neuronas, no tanto. Por eso se repiten tanto.

Ahora bien, el hombre blanco se ha vuelto maricón con la buena vida, y por tanto desaparecerá. De que vaya a resultar mejor con indostanos y chinos no estoy seguro.