Juan F. Benemelis publicó el viernes en El Nuevo Herald un interesante resumen de la ambiciosa política exterior del castrismo en su variante más agresiva: creación y apoyo de guerrillas, sabotajes, robos, asesinatos, espionaje, extorsiones de todo tipo y hasta guerras regulares en casi cada rincón del mundo. Las causas de tanto desenfreno serían abundantes, desde la creencia en poder llevar a cabo una revolución mundial hasta el afianzamiento del gobierno cubano en la arena internacional y singularmente en el campo socialista.
En ese escenario Castro era consciente que tenía bien poco que ofrecer excepto ingentes cantidades de agresividad y audacia, las mismas virtudes que hicieron que los mafiosos italo americanos impusieran su ley en las grandes urbes de Norteamérica. Eso es lo más obvio y los réditos de esa política siguen siendo cobrados puntualmente por la política exterior cubana. Menos evidente sin embargo es la explicación de esta política por causas internas. No se debe olvidar que Fidel Castro es descendiente político de la revolución del 30. Sin participar en ella había comenzado a hacer sus armas entre organizaciones gangsteriles que se atribuían -cada vez con menos convencimiento- la culminación de las esperanzas frustradas de aquella revolución. Estando entre ellos aprendió una impagable lección: las revoluciones inevitablemente crean un exceso de hombres de acción. De gente deseosa de probar su valía a través del ejercicio de la violencia. La gloria y el poder al alcance de ráfagas de metralleta.
Esa había sido la razón por la que Cuba fue el país que más combatientes aportara a la guerra civil española; o la que explica la abundancia de grupos acción en los años treinta y cuarenta que, entre las siglas que elegían, sin falta reservaban una “R” para el adjetivo “revolucionario”; o por la que se hizo tan fácil reunir cientos de voluntarios (entre ellos el futuro Comandante en Jefe) en la abortada expedición antitrujillista de Cayo Confites.
Castro sabía que la estabilidad interna del país en buena parte dependía de ofrecerle a estos eternos aspirantes a héroes empleos acordes a sus ambiciones. Los fusilamientos masivos de 1959 no sólo buscaban arrasar con un ejército –en su mayor parte buenamente entregado más que derrotado- sino borrar cualquier resquicio del que pudieran agarrarse futuros vengadores de cualquier justicia insatisfecha. Pero Castro sabía que eso no era suficiente para borrar la nostalgia de la acción y ya desde ese mismo año organizó invasiones a Panamá y Santo Domingo.
Impulsar las inquietudes hacia aventuras externas para apaciguar el fuego de los más inquietos -como lo demuestra ejemplarmente el caso del Che Guevara- fue una de las principales conclusiones del maquiavelismo castrista. Y esa inquietud debidamente enfocada servía a la perfección a sus planes de expansión irregular, a su imperialismo guerrillero. Así el Comandante acumulaba favores que luego cobraría en palacios presidenciales y parlamentos de todo el mundo cuando no en las propias Naciones Unidas mientras a sus vasallos les dejaba la creencia de que eran protagonistas clandestinos de la Historia.
La fidelidad de esta casta de guerreros estaba garantizada porque ellos estaban conscientes de que su gloria oscura era difícil de canjear fuera del marco estrecho del poder que los había puesto en juego: sus misiones y heroicidades eran secretas por la naturaleza de su expansionismo lo que de paso garantizaba que la sombra de esa gloria no llegara siquiera a los pies del Gran Héroe.
A esos guerreros les bastaba pasear su aureola por los círculos más íntimos del poder donde en apariencia nada se les negaba hasta que les asignaran una nueva misión o cayeran víctimas de alguna proceso por corrupción o inmoralidad o del alcoholismo y la obesidad. (Un vecino mío que había entrado en el bunker de Somoza antes que los sandinistas y había reventado el puente de Oro sobre el río Lempa en El Salvador sufrió todas esas plagas mientras envejecía recordando sus hazañas, alimentando su cria de gaviotas con trozos de pollo y pegándole a la mujer. El principal trofeo que había obtenido en aquellas campañas –una foto recibiendo el saludo del Jefe- era trágicamente inservible).
Y asi funcionaban las cosas: los rusos pagaban el trabajo sucio mirando para otro lado mientras el Comandante ponía la mano de obra, tan apropiada -en su entusiasmo y plurietnicidad- para ser enviada a cualquier rincón del mundo. Hasta que llegó la perestroika y se fue el financiamiento y a la hora de recoger las tropas el Hombre tuvo a bien fusilar a algunos de sus condottieri más señalados para que el resto no se hiciese ilusiones de traer su insaciable inquietud de vuelta a la patria.
El asombro que causa hoy tanta pólvora y sangre gastada a mayor gloria de Fidel Castro tiende a convertirse en admiración incluso entre algunos de sus enemigos. Estos se sienten halagados en su orgullo nacional mientras calculan la cantidad de conflictos en los que Cuba se vio envuelta en contraste con el tamaño de la isla, el de su población o su escasa importancia económica. Para mí no hay más misterio que la apetencia postrevolucionaria de acción encauzada por alguien que, a su paso por el gangsterismo y la guerrilla, aprendió de sus peligros y conveniencias. Alguien que no había podido ganar siquiera una elección universitaria sabía que incluso en la paz la violencia era su única alternativa. Y no encuentro nada más peligroso que ese legado de admiración por la violencia que ha dejado este medio siglo. Ya presiento la nostalgia futura por aquella época en que fuimos un imperio harapiento, el tiempo en el que el viejo vicio de la guapería se convirtió en sistema.
En ese escenario Castro era consciente que tenía bien poco que ofrecer excepto ingentes cantidades de agresividad y audacia, las mismas virtudes que hicieron que los mafiosos italo americanos impusieran su ley en las grandes urbes de Norteamérica. Eso es lo más obvio y los réditos de esa política siguen siendo cobrados puntualmente por la política exterior cubana. Menos evidente sin embargo es la explicación de esta política por causas internas. No se debe olvidar que Fidel Castro es descendiente político de la revolución del 30. Sin participar en ella había comenzado a hacer sus armas entre organizaciones gangsteriles que se atribuían -cada vez con menos convencimiento- la culminación de las esperanzas frustradas de aquella revolución. Estando entre ellos aprendió una impagable lección: las revoluciones inevitablemente crean un exceso de hombres de acción. De gente deseosa de probar su valía a través del ejercicio de la violencia. La gloria y el poder al alcance de ráfagas de metralleta.
Esa había sido la razón por la que Cuba fue el país que más combatientes aportara a la guerra civil española; o la que explica la abundancia de grupos acción en los años treinta y cuarenta que, entre las siglas que elegían, sin falta reservaban una “R” para el adjetivo “revolucionario”; o por la que se hizo tan fácil reunir cientos de voluntarios (entre ellos el futuro Comandante en Jefe) en la abortada expedición antitrujillista de Cayo Confites.
Castro sabía que la estabilidad interna del país en buena parte dependía de ofrecerle a estos eternos aspirantes a héroes empleos acordes a sus ambiciones. Los fusilamientos masivos de 1959 no sólo buscaban arrasar con un ejército –en su mayor parte buenamente entregado más que derrotado- sino borrar cualquier resquicio del que pudieran agarrarse futuros vengadores de cualquier justicia insatisfecha. Pero Castro sabía que eso no era suficiente para borrar la nostalgia de la acción y ya desde ese mismo año organizó invasiones a Panamá y Santo Domingo.
Impulsar las inquietudes hacia aventuras externas para apaciguar el fuego de los más inquietos -como lo demuestra ejemplarmente el caso del Che Guevara- fue una de las principales conclusiones del maquiavelismo castrista. Y esa inquietud debidamente enfocada servía a la perfección a sus planes de expansión irregular, a su imperialismo guerrillero. Así el Comandante acumulaba favores que luego cobraría en palacios presidenciales y parlamentos de todo el mundo cuando no en las propias Naciones Unidas mientras a sus vasallos les dejaba la creencia de que eran protagonistas clandestinos de la Historia.
La fidelidad de esta casta de guerreros estaba garantizada porque ellos estaban conscientes de que su gloria oscura era difícil de canjear fuera del marco estrecho del poder que los había puesto en juego: sus misiones y heroicidades eran secretas por la naturaleza de su expansionismo lo que de paso garantizaba que la sombra de esa gloria no llegara siquiera a los pies del Gran Héroe.
A esos guerreros les bastaba pasear su aureola por los círculos más íntimos del poder donde en apariencia nada se les negaba hasta que les asignaran una nueva misión o cayeran víctimas de alguna proceso por corrupción o inmoralidad o del alcoholismo y la obesidad. (Un vecino mío que había entrado en el bunker de Somoza antes que los sandinistas y había reventado el puente de Oro sobre el río Lempa en El Salvador sufrió todas esas plagas mientras envejecía recordando sus hazañas, alimentando su cria de gaviotas con trozos de pollo y pegándole a la mujer. El principal trofeo que había obtenido en aquellas campañas –una foto recibiendo el saludo del Jefe- era trágicamente inservible).
Y asi funcionaban las cosas: los rusos pagaban el trabajo sucio mirando para otro lado mientras el Comandante ponía la mano de obra, tan apropiada -en su entusiasmo y plurietnicidad- para ser enviada a cualquier rincón del mundo. Hasta que llegó la perestroika y se fue el financiamiento y a la hora de recoger las tropas el Hombre tuvo a bien fusilar a algunos de sus condottieri más señalados para que el resto no se hiciese ilusiones de traer su insaciable inquietud de vuelta a la patria.
El asombro que causa hoy tanta pólvora y sangre gastada a mayor gloria de Fidel Castro tiende a convertirse en admiración incluso entre algunos de sus enemigos. Estos se sienten halagados en su orgullo nacional mientras calculan la cantidad de conflictos en los que Cuba se vio envuelta en contraste con el tamaño de la isla, el de su población o su escasa importancia económica. Para mí no hay más misterio que la apetencia postrevolucionaria de acción encauzada por alguien que, a su paso por el gangsterismo y la guerrilla, aprendió de sus peligros y conveniencias. Alguien que no había podido ganar siquiera una elección universitaria sabía que incluso en la paz la violencia era su única alternativa. Y no encuentro nada más peligroso que ese legado de admiración por la violencia que ha dejado este medio siglo. Ya presiento la nostalgia futura por aquella época en que fuimos un imperio harapiento, el tiempo en el que el viejo vicio de la guapería se convirtió en sistema.
11 comentarios:
Enrisco: No hay quien lea tus artículos con ese formato, todo sin un puntico y aparte. De verdad que me gustan mucho pero me resulta muy difícil leerlos completos.
Cuando no se poseen los argumentos para demostrar que una idea es buena se suele recurrir a la violencia.
A menudo con mucho éxito.
Saludos y feliz 09,
Al Godar
anonimo, gracias por la critica. ahora trate de darle mas aire al lector.
al godar: es verdad pero mas bien lo que me interesa es destacar como supo administrar la violencia que habia desencadenado y de donde salio ese aprendizaje. y felicidades para ti tambien.
En lo que dices tienes razón y lo dices tan bien que uno llega al final, aún sin puntos ni apartes, buscando algo que comentar. Por eso aproveché para tirarle mi "pedrá" a la violencia.
Manejó muy bien esa violencia acumulada.
Saludos,
Al Godar
Muy interesante, Enrisco. No habia pensado antes en esa vinculo que mencionas aqui entre los revolucionarios del 30 y Fidel Castro. Es curioso que a fines de los 40 y comienzos de los 50, estas figuras estaban un poco pasadas de moda y eran vistas como "pistoleros". Tampoco los marxistas tenian muchas simpatias por ellos. Era una enemistad mutua(el PSP se opuso a la lucha clandestina casi hasta el ultimo momento, incluso cuando ellos mismos estaban en la clandestinidad y uno de los pistoleros mas memorables de la Revolucion del 33 fue Antonio Guiteras, que, como sabes, era un anti-comunista convencido). Leyendo lo que escribes, no me cabe duda que efectivamente FC surgio de estos grupusculos beligerantes que tuvieron cierto atractivo -y que posiblemente infundieran un poco de terror- entre los estudiantes universitarios.
Saludos y feliz fin de anno.
Quise decir que no solo FC sino la propia Revolucion Cubana surgio de los pistoleros de los 50.
Ernesto: como sabes FC fue miembro de la UIR (Union Insurreccional Revolucionaria) de Emilio Tro y sus problemas con Masferrer empezaron por la rivalidad entre el grupo de este ultimo (MSR: Movimiento Socialista Revolucionario) y la faccion de Tro. Camilo y algun que otro expedicionario del Granma estuvieron vinculados a la ARG (Accion Revolucionaria Guiteras), buena parte de los asaltantes de palacio estaban vinculados a estos grupos tambien. pero eso es lo de menos. lo mas importante para mi es la capacidad de reproduccion que tenia ese fenomeno de la violencia y como FC basado en esa experiencia historica supo darle salida a sus dulces guerreros. la politica exterior cubana fue una continuacion por otros medios de la politica gangsteril que campeaba en la universidad en tiempos de FC. Los marxistas, por cierto tambien tenian sus fuerzas de choque y en 1941 en una celebracion de la muerte de Guiteras mataron a Sandalio Junco ex miembro de la Joven Cuba y en aquel entonces el lider de los sindicatos autenticos.
Gracias. No conocia algunos de los detalles que mencionas, como la afiliacion de Camilo al ARG. Muy de acuerdo contigo en que la politica exterior de la Revolucion Cubana fue una continuacion de las practicas de los estudiantes radicales de los cincuentas. Los cubanos tuvieron presencia militar en Asia, en Africa y en America Latina, ademas de infiltrarse por todas partes. No se si exista otro ejemplo -seguramente no- de un pais subdesarrollado y pequenno que llevo una politica exterior tan agresiva y tan ambiciosa.
tanto comno afiliacion no se pero vinculos tenia segun me han dicho. cuando trate de entrevistar con un personaje que participo en la preparacion de la expedicion del Granma y le pregunte sobre esos vinculos de Camilo ahi mismo suspendio la entrevista lo cual en aquel momento tome como una confirmacion.
Tigre, cuando escribes más serio, la gente se ríe menos.
Sobre este asunto, que casualmente veo muy parecido -exceptuando las gaviotas comiendo pollo que nunca vi-, tengo una hipótesis: la culpa es del totí gallego. Verás, entre los cientos de miles de inmigrantes españoles postcoloniales llegó el virus del pistolero anarquista peninsular, que mutó en el Caribe hasta provocar una variante local de la misma dolencia: el pandillero revolucionario urbano. Antes de eso nuestros criollos próceres procedían de otra manera: se alzaban con un piquete en el monte. Y es lo que en aquellos años 30 aún se hacía en el subcontinente: unos cristeros alzados por aquí, levantamiento de tal general por allá, etc. Menos en Cuba, donde proliferaban las pandillas redentoras entre los hijos de gaitos.
¡Próspero 2009!
Abrazo
guicho: era impresionante ver de ninno a las gaviotas con un hueso de pollo atravesado en el pescuezo para luego tragarselo sin problemas. y mas impresionante todavia ver que en el plato de uno no habia pollo sino huevo. lo del toti gallego tiene su cosa. el anarquismo trajo el sistema pero pocos anarcosindicalistas mutaron en gangsteres puros. el ABC estaba integrado por comerciantes de clase media si queremos creerle a Leonel Soto con lo que es de sospechar que habia mucho bodeguero gaito implicado. bodegueros (e hijos) que se atragantaron con peliculas americanas de gansteres, se aficionaron a la thompson y a punta de metralleta invadieron la universidad. esa es una variante.
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