martes, 5 de agosto de 2008

Un día mortal [segunda parte]


Abajo: la segunda parte de “Un día mortal”. Arriba: imágenes del “maleconazo” de 1994tomadas del programa “A mano limpia” (las imágenes aparecen a partir del minuto seis).
Luego de la comida seguimos hojeando libros de pintura hasta que alguien propuso jugar fútbol. Todos, excepto mi madre, salimos a la calle. Sólo de vez en cuando pasaba alguna bicicleta. Esa es una de las ventajas de una dictadura sin combustible. Nos dividimos. Mi hermano, Wichy y Mabel formaron un equipo. Mi padre Cleo y yo, otro. Se supone que estábamos en desventaja. Las piernas flacas y desparejas de mi padre no son el instrumento más apropiado para jugar fútbol pero así y todo, ganamos. Cleo anotó tres goles. Corría como endemoniada tras el balón desinflado y le daba patadas cada vez que podía. Fue algo hermoso. Lo que se llama una bella escena familiar. Después del tercer gol mi hermano decidió cancelar el ímpetu futbolero de Cleo, que acabó dejando la piel de una rodilla en la calle. Fuera de eso, la caída no tuvo mayores consecuencias pero el partido terminó ahí. Aun así el juego fue el momento culminante del día. En medio del partido, mi madre salió a anunciarnos que una tía suya había llamado. Según la tía un grupo de delincuentes estaba rompiendo los cristales de las tiendas del centro de la ciudad. No le dimos mucha importancia. Todavía faltaban dos goles de Cleo y su caída.
Luego nos fuimos bañando uno a uno y nos preparamos para ir al concierto. Se trataba de un cantautor que jugaba constantemente a pasarse de listo. Ése es un arte muy apreciado en las dictaduras. Así y todo casi nunca dejaba de ir a sus conciertos. Cuando terminé de bañarme, mi hermano me llevó hasta la habitación que entonces usábamos de biblioteca. Tenía en la mano un rollito de papel estraza. No había que poseer una intuición excepcional para suponer que el rollito estaba relleno de marihuana -cannabis sativa para los botánicos de la Vía Láctea y alrededores - así que me apresté a perder mi virginidad al respecto. Empezamos a fumar y pronto concluí que el juego consistía en aprovechar al máximo todo el humo posible. No noté ninguna sensación especial cuando terminamos con el segundo porro. Antes que dijese nada, mi hermano me advirtió que las expectativas de los primerizos terminaban arruinando el placer. Decidí que ya era hora de partir. Ya salíamos con las bicicletas hacia el teatro cuando pasamos frente al televisor en el que daban los titulares de las noticias del día. Un locutor con rostro severo hablaba de disturbios provocados por elementos antisociales. Una situación ideal para incluir esta frase: “Todos nos miramos y comprendimos que algo grave ocurría”. Yo incluso lo dije en voz alta. La nuestra era una dictadura discreta y si se anunciaba oficialmente algo así, por necesidad debía tratarse de algo serio. Seguimos mirando. En las imágenes que aparecieron en la pantalla -en blanco y negro, los colores no entraron en la casa hasta dos años después- no aparecía nada que se remitiese a los anunciados disturbios. No. Apareció el dictador -toda dictadura tiene el suyo- recorriendo triunfalmente el lugar de los hechos. En auxilio de los semiólogos de cualquier rincón del universo, aclaro que eso significaba que cualquier cosa que hubiese podido ser ya no lo sería. Todo seguiría igual, bien o mal según el punto de vista del observador, y sin peligros para la salud del estatus quo vigente. Se hacía tarde para el concierto así que salimos con las bicicletas mientras mi padre daba instrucciones a mi hermano de cómo no quería que le devolviesen la suya. El teatro quedaba cerca, a unos 500 metros de donde nos habíamos bañado por la mañana. Dejamos las bicicletas en casa de un amigo que finalmente no se decidió a acompañarnos hasta el teatro.
En el teatro había poca gente y aun menos policías. Sólo tres o cuatro, cuando lo normal -sépanlo de una vez etnólogos de toda la galaxia- era que en un concierto de dicho cantante hubiese al menos un centenar. En el vestíbulo encontramos conocidos y nos explicamos unos a otros que la policía debía haberse concentrado en el lugar de los hechos y que mucha gente no se había atrevido a ir al teatro. Parecía ser cosa seria. Alguien habló de dos muertos. Finalmente entramos.
El concierto estuvo bien. Muchas de las canciones se podían bailar y mi hermano y yo bailamos con todas. Nunca intentaría culpar a la marihuana. Siempre soy de los que más baila en los conciertos. (Estudiosos de la literatura terrestre. Los conciertos se concebían generalmente para ser oídos, así que bailar era una licencia tal vez excesiva que tomábamos cada vez que se podía).
Al terminar fuimos a recoger las bicicletas a casa de mi amigo. Hablamos durante un rato del concierto y de Lo Otro. Al final regresamos a casa. Supongo que mi madre estaría preocupada pero no recuerdo mucho al respecto. Acomodé a Wichy y a Mabel en mi habitación y bromeé un rato con ellos, saliendo y entrando varias veces seguidas. Ya en ese momento debí haber pensado que el día no podía haber ido mejor. En la sala cubrí el suelo con una manta y allí nos echamos Cleo y yo. Estábamos demasiado cansados y todo lo que podíamos hacer era dormir, y dormimos.
Hasta aquí los hechos. Puede que ese día se haya pronunciado alguna frase ingeniosa o algún chiste de buena casta, o haya sucedido alguna otra cosa digna de ser contada pero no quiero que mi memoria juegue conmigo y termine contaminando los recuerdos de aquel día con los de otros igualmente felices. El motivo que tengo para intentar ser tan preciso al respecto es éste. Sucede que en las semanas siguientes fuimos comprendiendo que ese día una buena parte de la ciudad había comprado boletos de la lotería en la que el premio gordo era el fin de la dictadura. El número evidentemente no salió. Pese a todo no lamento no haber comprado algún billete. Tengo razones que creo buenas.
En general no estoy de acuerdo con los argumentos -muy razonables todos- con los que se intenta explicar el hecho de que tanta gente haya decidido comprar su billete de lotería al mismo tiempo. Las causas que generalmente se señalan existieron antes y después y nunca han resultado suficientes para que tanta gente decidiese probar suerte. A mí en cambio, no se me escapa que la magia que nos acompañó ese día tuvo algo que ver -aunque en el fondo pienso que mucho- con que tanta gente diera rienda suelta a sus impulsos. La falta de conciencia -se sobreentiende que social- con que me conduje aquel día no debilita mi argumento sino justamente lo contrario. Revísese cualquier acontecimiento histórico y se encontrarán en él una suma de hechos de escasa uniformidad. Ni siquiera la aparente consecuencia de sus actores garantiza la eficacia de sus gestos, sino que a menudo todo sucede del modo menos previsible. No obstante intenté repetir la experiencia, al menos en los hechos básicos -baño de mar, comida, fútbol, marihuana y concierto- pero siempre faltó algo.
Varias veces fuimos al mar o a conciertos pero nunca ¡nunca! he logrado reunir a los protagonistas de aquel partido de fútbol en la calle. Si reproduje antes todo lo que recuerdo de ese día es porque pensaba que en la alquimia de todos aquellos detalles residía la explicación, la verdad última de aquellas horas, pero al final ha triunfado el lado racional sobre el místico. La única verdad que encierran todas nuestras acciones de aquél día es la felicidad. Ahora sospecho que esa felicidad quiso ser inconscientemente compartida por el resto de la ciudad del mejor modo que le fue posible. Si escribo esto -entiéndanlo bien estudiantes de filología terrestre de todo el universo- es porque he abandonado toda esperanza de repetir la experiencia. Entre nosotros -Cleo y yo- y el resto de los participantes en aquella historia, hoy media un océano, y de momento dudo que se repitan aquellas circunstancias. No obstante, espero que ese día de felicidad no haya sido en vano y quizás, dentro de medio milenio en algún planeta lejano caiga una dictadura.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Memorias....ese fue un levantamiento totalmente espontáneo y anárquico. Fui testigo de las pateaduras de la policía y de los cabillazos de los miembros del contingente….Siempre me he preguntado cuan lejos hubiéramos llegado ese día si todo fuera una acción coordinada.

De todas maneras fue el inicio a unos de los veranos mas intensos de mi vida.

Anónimo dijo...

Mmmmm.....sin comentarios...

Armando Tejuca dijo...

yo estaba alli ese dia, en ese cuento.
que bien que la pasamos
no podia dejar de decir esto...
gracias bro por existir.

Anónimo dijo...

No me esperaba nada como esto. Empece a leer con la avidez de saber que paso aquel dia que siempre he tenido. No recuerdo donde yo estaba, ni que hacia, mi memoria es de lo peor...
No me lo espere. sin embargo, no creo que hayas podido escribir algo que me gustara mas.
Esta muy, muy bien este 'cuento'.
aunque volviendo a lo que sucedio, sabes donde puedo leer algo objetivo al respecto? el recuento de alguien que lo vivio, quizas?
Mil gracias, Enrisco.

Anónimo dijo...

Teju: ¿No fue ese día en que salió al mundo exterior (las anteriores apariciones, si existieron, fueron bajo techo) el famosísimo trago patentado por Enrisco llamado EL ALMUERZO?

Enrisco dijo...

no, ese dia el vino era de produccion estatal, nada que ver con este humilde servidor.

Anónimo dijo...

Ok. Pero el lanzamiento de EL ALMUERZO fue también en el teatro Carlos Marx. ¿Me equivoco?

Armando Tejuca dijo...

aclaremos algo, el almuerzo es el nombre dado a un vino que hacia nuestro enrisco que dada la cantidad de pulpa que le dejaba sin colar nos servia de dos cosas, alcohol para el cerebro y pulpa para el estomago, de hecho era comun ver a los amigos tomandose un trago y masticando al mismo tiempo, es uno de los casos mas raros de gastronomia en periodo especial para no hablar de la sopa de agua de espaguetti con ajo refrito que se solia comer en aquella casa de playa. Pues aclarado esto debo señalar que mucho antes del "dia mortal" ya habiamos bajado muchisimos almuerzos, no se cual fue el primer dia, pero lo mismo en el carlos marx, que en la madriguera, que hasta dentro de un cine en fectival me acuerdo haber mascado un trago.

Anónimo dijo...

Muy bueno el cuento, me encanto.
Veronica