El 4 de julio de 1992 fue fijada como la fecha en que el arte cubano entraría en una nueva y definitiva etapa. En esa fecha un personaje de caricatura creado por una vieja gloria del arte patrio entraría en el mundo real, sacudiéndolo de manera radical. Para ese día los miembros de la Agrupación 30 de Febrero habíamos programado inaugurar la exposición “Del Bobo un pelo”. En dicha exposición pensábamos devolver al Bobo de Abela sus rebeldías antimachadistas en pleno Período Especial sólo para terminar comprobando que, comparado con el Comandante y sus secuaces, Gerardo Machado después de todo era un demócrata.
En el ínterin el director del Museo Armería 9 de Abril había sido sustituido por joven ex oficial del MININT que, arrastrado por el proceso que años atrás barriera medio ministerio, intentaba mantenerse en un perfil bajo a la espera de que la corriente le fuera otra vez favorable. Este no sin cierta suspicacia aprobó el proyecto y de inmediato empezamos a reunir el material para el montaje. Las fotocopias de las caricaturas y de los catálogos fue lo más fácil de conseguir gracias a Luis Carlos Márquez, un socio que trabajaba en una corporación como informático quien tranquilamente –nunca ha sabido hacer nada en su vida que no sea con total tranquilidad- accedió a fotocopiar lo que hiciera falta siempre que fuera en la hora de almuerzo… de los jefes.
Para el traje del Bobo contamos con generosa ayuda de la familia del mismísimo Eduardo Abela. Su nieto, un notable caricaturista del mismo nombre me presentó a su madre quien sin pensárselo dos veces accedió a prestarnos la reliquia familiar por el tiempo que estuviera la exhibición. (Luego cumplimos con la promesa de devolvérselo aunque lamentando no haber aprovechado la oportunidad para casarnos sucesivamente todos los miembros de 30 de Febrero vestidos con el traje de Abela). Los zapatos de dos tonos nos los prestó el utilero de un grupo de teatro que radicaba en La Casona de Línea. La bufanda era de mi padre que la había traído de algún viaje al extranjero. La imagen de Santa Rita y el cirio que solía usar el Bobo como símbolo de esperanza nos la dio el párroco de la Iglesia del Cristo situada al inicio o al final, según el punto de vista de cada cual, de la calle de la Amargura nombre que en aquél momento, no sé por qué, no nos sonó premonitorio.
Para completar la imagen de un Bobo real a estos objetos le añadimos uno que consideramos decisivo: un álbum fotográfico familiar de los años veinte perteneciente a la familia de mi abuela. Con la propaganda de Trinidad y Hermanos impresa en sus páginas y sus fotos sepias al álbum le añadimos caricaturas del Bobo. Estas fueron retocadas por Tejuca en los mismos tonos que las fotos reales lo que hacía parecerse al Bobo a cualquiera de mis tíos abuelos de la era del sombrero de pajilla con la diferencia de que el Bobo lucía un poco más real. En el propio álbum añadimos un detalle que prometía ser la estrella de la exposición: un alambre pintado de negro que en el pie de pieza correspondiente aclarábamos que se trataba de un pelo de la poco abundante cabellera del Bobo.
Pero eso no era todo. Como varios de los chistes que aparecían en las caricaturas se referían a la famosa frase martiana de que “nuestro vino es agrio pero es nuestro vino” llevé al museo un botellón de agua mineral lleno de vino casero que gracias a mis conocimientos de enología y al clima de nuestra isla tan apropiado para la fermentación era tan agrio como preconizaba nuestro Apóstol y con el que pensábamos brindar en la recepción inaugural.
También en el museo de la Música me dediqué a buscar grabaciones de época del septeto Nacional de Ignacio Piñeiro a la que a veces aludía el propio Bobo en sus caricaturas para ambientar la recepción de apertura.
El catálogo por su parte consistía en una banderita cubana -como la que el Bobo solía llevar casi siempre- que en su reverso tenía pegado el texto con la información básica sobre la exposición fotocopiado por el diligente Luis Carlos. Llegamos incluso a imprimir varios afiches alusivos a la exposición en el taller de grabado del Callejón del Chorro donde gracias a nuestra pericia estuvimos a punto de destruir una prensa que posiblemente había sobrevivido a la toma de La Habana por los ingleses, dos guerras de independencia, dos intervenciones norteamericanas y una que otra nacionalización.
El viernes 3 de julio le estábamos dando los toques finales a la exposición –yo ponía los objetos en las urnas y Tejuca pintaba un Bobo de tamaño natural para colocar a la entrada del museo a una velocidad que le ganó el sobrenombre de printer láser- cuando el destino que hasta entonces parecía sonreírnos nos hizo una mueca que tomó la forma de un representante de la Seguridad del Estado. El tipo –botas militares, pantalón de camuflaje y camiseta negra- llegó cabalgando una moto y sin preguntar donde se comía o se dormía entró como una tromba, lanzó un rápido vistazo a la exposición, preguntó dónde estaba el teléfono y una vez comunicado lanzó por el aparato la primera frase histórica de aquél día: “todo bajo control”. Y con la misma volvió a cabalgar en la moto y se marchó. Nosotros pensando que si todo estaba bajo control no había de qué preocuparse proseguimos con el montaje. Pero las visitas a un museo por el usualmente no pasaban ni los fumigadores no hacían más que empezar. Poco después apareció la jefatura del Partido del municipio Habana Vieja en pleno. Entre ellos andaba una rubia teñida que no hacía mucho había conocido sus quince minutos de fama al aparecer en televisión declarando que le había hecho tragar una proclamas subversivas a una conocida poeta disidente. Esta vez no nos hicieron tragar ninguna caricatura del Bobo. Ni siquiera hablaron con los no muy futuros mártires del 30 de Febrero sino que fueron a reunirse directamente con el director del museo.
Durante una hora este trató de defender una exposición que él mismo había autorizado como algo perfectamente inocuo por lo que no valía la pena armar tanto revuelo. Al parecer no tuvo mucho éxito en su alegato. Al bajar de la oficina los representantes del partido les preguntamos que por qué habían decidido cerrar seis décadas más tarde la exposición sobre un personaje que durante una de las dictaduras más terribles que había conocido el país se le permitía aparecer a diario en la prensa. El que parecía el jefe de estos primero trató de convencernos de que no habían ido allí a hablar de la exposición. Cuando le recordamos que la oficina en la que se habían reunido no tenía paredes y los habíamos oído perfectamente entonces lanzó la que sería la segunda frase inmortal dicha aquella tarde: “Nosotros no somos censores: no vinimos a censar”. Todavía quedaría una visita aquella tarde, la del presidente del Poder Popular de la Habana Vieja quien fue el que trajo la noticia oficial de que la exposición estaba cancelada.
Yo, que había invitado a montones de amigos para el día siguiente, había repartido invitaciones por todo el barrio e incluso había conseguido a través de un conocido insertar el anuncio de la exposición en el mismísimo periódico Granma todavía no me daba por vencido. Así que decidí ir nada menos que a casa de –sí, díganme imbécil, lo merezco- Adelaida de Juan, esposa del inefable Roberto Fernández Retamar y autora de varios estudios sobre el Bobo de Abela a sugerencia de Ernesto Hernández quien en esos días tenía una novia vecina de la susodicha. No sé si disculparme diciendo que era una época baja en proteínas en la que uno lo mismo disfrutaba viendo “El lado oscuro del corazón” que pensaba que la señora esposa del presidente de la Casa de las Américas por el simple hecho de haber publicado algún libro sobre un personaje de caricatura iba a indignarse porque censuraran una exposición sobre ese mismo personaje en un museo que merecía ser declarado por la UNESCO Reserva Mundial de telarañas. La señora a pesar de que el mismo día de la exposición asistiría a una reunión a 200 metros del museo no quiso comprometerse siquiera a echarle un vistazo.
El día de la exposición sin tiempo para avisarle a los amigos e invitados del cierre de la exposición fuimos al museo, (cerrado para evitar la entrada de curiosos) para ofrecerles nuestras disculpas a todo el que fue apareciendo. Como no quedaba mucho por hacer nos limitamos a repartir las banderitas –catálogo y a tirarnos fotos con el Bobo tamaño natural. La mejor foto de aquél día en la que los asistentes frustrados posan banderitas en mano con las puestas de museo cerradas a sus espaldas y el Bobo entre ellos como una persona más está, ahora está, sospecho, perdida para siempre. Me queda en cambio la de los tres curadores de la exposición (Tejuca, Ernesto y yo) posando junto al Bobo en un parque al costado del Museo. El atardecer nos sorprendió tomando vino agrio en la Plaza de Armas y acordándonos sin demasiado cariño de la madre del Apóstol.
Una semana después, luego de intensas discusiones del director del museo con los dirigentes municipales –consciente que una exposición contrarrevolucionaria era una mancha en el expediente muy difícil de quitar insistió en que había sido vista fuera de contexto- la exposición sería abierta al público aunque sin inauguración ni publicidad.
En cuanto a mí no pude quejarme: poco después fui recompensado con una movilización en la agricultura y cuando al poco tiempo de regresar el museo fue cerrado por reparaciones el resto de mis compañeros fue reubicado en nuevos puestos en el municipio mientras que yo fui liberado de hacer con mi vida lo que me diera la gana. Encontrándome en situación tan envidiable regresé a trabajar en el cementerio liberado a su vez de la presencia de mi antigua jefa, quien acababa de recibir un incruento golpe de estado. A partir de entonces el centro operaciones de la Agrupación 30 de Febrero estaría repartido entre la casa de Bejuca y la Necrópolis Cristóbal Colón.
Nota 1: A cualquiera que tenga material sobre la exposición “Del Bobo un pelo” (afiches, catálogos, fotos) le agradeceré infinitamente que me haga llegar una copia.
Nota 2: Si estaban esperando algo sobre Silvio se jodieron: el calvo era pura carnada.