viernes, 24 de agosto de 2007

(EL) HUMOR (ENTRE LA) LIBERTAD Y (EL) PODER.

(Este artículo “teórico” apareció en la revista de humor literario Aquelarre en 1994. Dicha revista no pasó de su primer número en parte por publicar este mismo artículo junto a otro de Eduardo del Llano titulado “La Historia nos absorberá” que resumía la breve historia del movimiento humorístico que se inicia a mediado de los 80. Aquelarre fue una revista creada enteramente por los humoristas y publicada bajo la sombrilla de la Asociacion Hermanos Saiz y se suponia que acompañaría a la aparición de un festival de humor del mismo nombre que preparábamos paralelamente. La revista no salio publicada sino un año después pero fue prohibida (seguramente los encargados de hacerlo usaron un termino mas delicado que ahora no recuerdo) apenas apareció el primer número. (El festival de teatro pese a sus tropiezos tuvo más suerte y tengo entendido que todavía se celebra en La Habana cada diciembre). Poco después de salir ese primer número –que fue recogido de inmediato por la UJC- tuvimos una reunión con los principales figurones de dicha organización quienes nos comunicaron oficialmente que la revista no pasaría de alli. Todavía recuerdo cómo uno de ellos sostenía un ejemplar en la mano abierto en la página en que aparecía mi artículo, al cuál lo había acribillado con subrayados en negro. Uno de esos párrafos estaba subrayado íntegramente exceptuando el nombre de Oscar Wilde que al parecer no le pareció lo suficientemente sospechoso. Como todavía el tema sigue siendo objeto de discusión como lo demostró un reciente artículo en Encuentro en la red lo desempolvo para ustedes)

(EL) HUMOR (ENTRE LA) LIBERTAD Y (EL) PODER

En honor a la lógica y las buenas costumbres empezaré por el principio, y el principio, en este caso, sería definir los tres elementos que se enuncian en el título. El primero (la libertad) según el diccionario es "el poder de obrar según se escoja". (Nótese la intrusión del poder incluso a la hora de definir la libertad). Pero como saben nuestros lectores o lo sabrán algún día, el asunto no es tan fácil y el hombre, desde los murales de Altamira o un poco antes, en lo que a libertad respecta, ha debido contentarse con ese sublime simulacro que llamamos arte.
Pero es sabido que lo sublime tiende a evitar familiaridades excesivas con elementos de tan escasa reputación como es el humor. Acerca de él se han intentado defensas desesperadas ya sea mediante la invocación de personajes ilustres (Cervantes, Shakespeare) que se han servido del humor en sus obras o unciéndolo con ciertas resonancias filosóficas, recursos que a la larga son otra forma de decir que éste en sí mismo no vale gran cosa. Pero, ¿qué es en sí el humor? Para evitarles cualquier sospecha de parcialidad no le atribuiré el primer significado que se me ocurra. Cito cualquier enciclopedia (de hecho, dos o tres): "Estilo literario, plástico y gráfico en que la gracia se hermana con la ironía y lo alegre con lo triste." También se dice que es la "especial alegría que produce en el espíritu observar el mundo y la humanidad desde el punto de vista estrictamente personal y supuestamente objetivo." Nótese cómo no se ha mencionado la risa con la cual lo asociamos incansablemente, para encima rematar con que "se diferencia de lo simplemente cómico en que en el humor hay siempre un elemento profundamente humano y que tal vez, roza lo trascendente. Es decir, de atender a las enciclopedias, humor no es todo aquello que provoque risa (como las caídas ajenas y las cosquillas propias). Por lo tanto, sería justo que a la hora de subestimar al humor no se le confunda con cualquier payasada aunque sea porque es un poco más pretencioso ("tal vez roza lo tracendente", ¿recuerdan?). Entonces tenemos que el humor, distanciado de las variantes bastardas de lo alegre ha sido uno de los ingredientes más recurridos en el ejercicio de la libertad artística. ¿ Por qué se le menosprecia entonces ? He de reconocer que, a pesar de sus pretensiones (y de las de sus cultivadores), puede acusársele de superficial, sin ser demasiado injusto. Y es el caso que el humor, de acuerdo a la dinámica que le es propia está condenado a funcionar en la relación con lo inmediato y con efectos instantáneos o, en el mejor de los casos, con respecto a materias trascendentales pero en su manifestación más circunstancial. En su carácter alegórico termina, con frecuencia esclavizándose a las referencias de que se sirve. Esta no es la única tentación que lo asedia. Su natural atractivo y la constante exhibición de ingenio lo conducen, en muchos caso, a una autocomplacencia estéril. Todas estas razones le llevan a embotar sus posibilidades de profundizar en los conflictos humanos.
Pero hemos de pedir al olmo lo que nos pueda dar, que no es poco. Siempre que cumpla con su esencia, el humor podrá quedarse corto en cualquier sentido menos en aquel que le da su razón de ser: la de subvertir el orden de cosas reinantes. Es decir, para que el humor sea fiel a sí mismo no puede dejar piedra sobre piedra de aquello de lo que trate, ya sea en el ámbito de la lógica, la estética, la moral o la política. Cualquier observación desapasionada y objetiva de las cosas que transcurren en el reino de este mundo llevará a la conclusión de que no existe ningún orden de cosas en cualquiera de sus manifestaciones que sea absolutamente superior a los restantes. Por tanto, es lógico que el humorista encuentre razones para impugnar a cualquiera de estos órdenes, siempre que éste sea el imperante o amenace con serlo. En caso contrario, brotará afectado y falto de sentido. El humor visto así nos ayuda a cuestionar el sentido del orden establecido de que se trate, pero no se pretende a través de él descubrir o defender un orden que se suponga correcto.
El carácter esencialmente subversivo del humor le impide afirmar nada. No creo que sea algo nuevo decir que el humor es en esencia negación ( filósofos hubo que lo definieron como el "malestar del YO frente al universo"). Por tanto sería tonto pedirle al humor que sugiriera alguna salida que, con lógica consecuencia, negaría a su vez. Esto hace de la subversión humorística un estatus permanente e irresponsable. Es lógico entonces que, ante las posibilidades que ofrece el ejercicio de libertad se haya visto al humor como afiladísimo instrumento para abrirle caminos al espíritu. Piénsese en Boccacio, tan involucrado a la subversión espiritual del medioevo o, más cerca, en el acento humorístico con que las vanguardias condujeron su esfuerzo crítico. Si, fundamentalmente en los momentos de ruptura, el humor le ha desbrozado los caminos al arte, luego éste prefiere seguir solo o usando al primero con las reservas que se le deben a un acompañante incómodo. No obstante, arte y humor (aceptando una diferenciación arbitraria) saldrán enriquecidos del intercambio lo que no quita que al último se le desprecie con ternura.
Si ese es el tratamiento que recibe el humor del arte como variante sublimada de la libertad, qué decir cuando se trate de las relaciones con el tercer elemento de nuestro título. El poder (se sobreentiende que político) es definido como "autoridad, dominio, imperio del estado sobre las cosas que le interesan" que es de sospechar que sean todas. Por tanto, es natural que el poder se considera a sí mismo suficiente, justo y positivo. Es de suponer que no esté en la mejor disposición de aceptar los reparos que se vea forzado a hacerle el humor, si éste ni siquiera ofrece a cambio una propuesta tan respetable y equilibrada como la que el poder impone.
Tratando de abreviar, la conciliación entre humor y poder resulta a ojos vista esencialmente imposible, ya que desde hace mucho el humor ha encontrado entre sus primeras razones de existencia la negación del innegable poder. De ahí que, parafraseando sin mucho esfuerzo a Oscar Wilde, se debe concluir que el humor que no sea peligroso no merece ser humor Debo decir que cuando digo esto no me circunscribo a la sátira política (que por lo demás tiene diferencias conceptuales respecto a lo que se entiende como humor). El poder no es sólo un hecho político, por mucho que intente reducir todas las manifestaciones del espíritu a la medida de sus propósitos políticos. El poder, por tanto, en proporción directa a la idea que tenga de sí mismo, intentará seducir, aplastar o adulterar a su enemigo jurado hasta que termine negándose a sí mismo, o lo sobrellevará a distancia si la tolerancia es parte esencial de su imagen pública.
Como muestra más sistemática y universal de todo lo dicho anteriormente está el vastísimo acervo de chistes populares protagonizados por seres subversivos por naturaleza (los locos, los borrachos y los niños malditos) de donde el poder nunca sale bien parado o, al menos , no como él desearía. Es así como en los momentos de máximo unanimismo y adulación alrededor del poder, el chiste callejero se convierte en uno de los reductos (quizás el más vital) donde se conserva la libertad de crítica. Un chiste adulón con el poder no haría otra cosa que desnaturalizar su esencia.
Si todo lo anterior fuese tan evidente como parece, no hubiera tenido sentido mencionarlo, pero el hecho es que la generación de humoristas con la que me siento comprometido (y me atrevería a incluir a muchos otros artistas) se acercaron al humor como medio de contribuir a la rectificación de un orden de cosas estúpido, empezando por lo que en nuestro ámbito aún se llama humor. Mucha de esta inocencia, muy comprensible en aquellos inicios ha quedado en el camino y, tras descubrir pecados originales y nuevas estrategias de la subversión, las opciones se amplían. Con esto quiero decir que aquello que se puede ver como vanguardia de nuestro humor actual se aleja cada vez más de la quimera de la crítica constructiva (contrasentido ante el que se ha demostrado su impotencia) y se ha acercado más al arte en su acepción ya enunciada de libertad fuera de la realidad o, si se quiere, contra ésta.
No desaría que al final de estos párrafos quedase una impresión plañidera sobre un tema al que me dedico tan a gusto. Ver el humor como ejercicio inteligente, subversivo y burlón (aunque imaginario) de la libertad no es poca cosa. Mientras éste se asuma con la dignidad y el talento necesarios servirá para recordarnos a cada rato que no somos una manada de oligofrénicos de estoicismo uniforme aunque se corra el peligro de que entre chiste y chiste se imponga la resignación. En cuanto a la trascendencia y la falta de papel, la práctica aconseja el humor rupestre como medio más seguro de ser atendidos por la posteridad. Aunque se corre el riesgo de que a ésta le haga la misma gracia que a nosotros los dibujos de Altamira. Terminaré como se debe: pidiendo absolución por nuestros pecados y reconociendo que, además del humor, existe la vida.

ENRISCO (Julio 1993)

3 comentarios:

Garrincha dijo...

évora tamayo dijo un día en algún encuentro, que después del 59 el reto de los humoristas (gráficos, escribanos, todos) era "hacer humor desde el poder".
y lo decía bien claro acentuando lo de reto.
évora y todos los allí pensantes sabíamos que eso no era un reto, era una utopía, y bien lo sabe la vieja cañada.
al menos en cuba, cuando el poder y el humor se tropiezan, uno se engrifa por dentro y el otro por fuera.
oh, shit... y cuando abel prieto nos dijo de hacer un libro de la historia de cuba en caricaturas... don't get started, please.

Jorge Salcedo dijo...

Humor y subversión coinciden en ciertos casos, pero es obvio que existen textos subversivos que no son humorísticos y viceversa. Tomo la primera frase de Groucho Marx de tu entrada de hace unos días: "Debo confesar que nací a una edad muy temprana." Aquí, más que subversión, hay desautomatización, como diría Sklovski. La frase que comienza con "Debo confesar" nos prepara para una confesión y nos entrega, en su lugar, una trivialidad. La desviación de la norma hacia un giro individual, creativo, del lenguaje, la comparte el humor con otras formas literarias. Pero lo propio, lo específico del humor es que su desautomatización mueve a risa. Dicho de otro modo, en la operación humorística, el lenguaje socializado, la norma, lo establecido, lo estatuido (por convención, imposición, costumbre, etc.) en cualquier orden, pierde seriedad. Y hay ciertas realidades que cultivan, demandan o imponen ser consideradas siempre con la mayor seriedad, no pueden vivir sin ella. Lo sagrado, lo venerable, lo sublime, cuando es tal, puede resistir el examen humorístico. Cuando no es tal, no pasa el examen; y evita a toda costa ser puesto a prueba. En estos casos, tratar de estas realidades desde el humor, es subvertirlas. Lo demás es darle un significado demasiado amplio a la palabra "subversión".

Ahora bien, ¿de dónde sacabas tú energías para escribir nada en Cuba en 1993?

Enrisco dijo...

Tienes razon Salcedo. De escribir ese mismo texto ahora seria bastante menos rotundo. ayudaba a esas generalizaciones bastante ingenuas el que para mi la realidad cubana en ese momento era toda la realidad aunque sospechara otras, que no ees lo mismo sospechar al que conocerlo de verdad. de haber podido (se trataba de un texto que trataba de publicarlo en Cuba) hubiera dicho que el humor verdadero frente al poder totalitario no puede ser otra cosa que subversivo aunque al mencionar el "poder, (...) en proporción directa a la idea que tenga de sí mismo" contemplaba la opcion del poder totalitario. era una forma de decir: "no nos pidan criticas constructivas que el humor no puede proporcionar". te iba a decir que que sacaba las energias para escribir en Cuba de donde mismo la sacabas tu pero me doy cuenta que esa no es tu pregunta. tu pregunta es: de donde sacabas tanta ingenuidad para intentar publicar lo que escribias? no se pero supongo que se deba al hecho de que irme o resignarme (a callarme) no eran opciones claras para mi en ese momento.