Se cita hasta la saciedad la carta de Martí a su amigo Manuel Mercado del 18 de mayo de 1895 en la que le revelaba que el propósito de su lucha era “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Mucho menos conocida es una carta abierta que escribiera el propio Martí apenas dos semanas antes, el 2 de mayo al director del periódico New York Herald [aparece incompleta en el link]. Dicha carta estaba dirigida a buscar la simpatía del público norteamericano al esfuerzo independentista e insiste en los beneficios que para la independencia cubana traería para la economía norteamericana cuando el país “tienda anchos sus puertos y sus aurígenas entrañas, al mundo repleto de capitales desocupados y muchedumbres ociosas, que al calor de la República firme hallarían en la Isla la calma de la prosperidad y un crucero amigo”. Hacia el final de dicha carta se dice que
La diferencia de contenidos es notoria aunque no totalmente inconciliables entre sí aunque a fuerza de dar una visión más matizada de las intenciones martianas. Se suele desconocer también que la carta a Mercado no era una confesión íntima sino un intento de cabildeo de ayuda para la guerra de parte del gobierno de Porfirio Díaz de quien Mercado habia sido subsecretario de gobernacion. El análisis menos apasionado vería en estas cartas el intento de Martí de recabar ayuda y simpatía casi en cualquier parte (tanto a un gobierno dictatorial como el mexicano o uno de abierta vocacion imperialista como el norteamericano) sin ofrecer a cambio otra cosa que futuras ventajas estratégicas. Incluso los que se inclinen por pensar que la carta al periódico norteamericano es pura maniobra de distracción tendrían que reconocer lo que tantas veces se ha dicho: que no debería tomársele cada texto a Martí al pie de la letra, que cada cita que se usa profusamente para justificar cualquier cosa debería situársele en el contexto en el que fue escrita y no como oráculo para responder a cada disyuntiva cubana por toda la eternidad.
“Al pueblo de Estados Unidos mostramos en silencio, para que haga lo que deba, estas legiones de hombres que pelean por lo que pelearon ellos ayer, y marchan sin ayuda a la conquista de a libertad que ha de abrir a los Estados Unidos la isla que hoy le cierra el interés español”.
La diferencia de contenidos es notoria aunque no totalmente inconciliables entre sí aunque a fuerza de dar una visión más matizada de las intenciones martianas. Se suele desconocer también que la carta a Mercado no era una confesión íntima sino un intento de cabildeo de ayuda para la guerra de parte del gobierno de Porfirio Díaz de quien Mercado habia sido subsecretario de gobernacion. El análisis menos apasionado vería en estas cartas el intento de Martí de recabar ayuda y simpatía casi en cualquier parte (tanto a un gobierno dictatorial como el mexicano o uno de abierta vocacion imperialista como el norteamericano) sin ofrecer a cambio otra cosa que futuras ventajas estratégicas. Incluso los que se inclinen por pensar que la carta al periódico norteamericano es pura maniobra de distracción tendrían que reconocer lo que tantas veces se ha dicho: que no debería tomársele cada texto a Martí al pie de la letra, que cada cita que se usa profusamente para justificar cualquier cosa debería situársele en el contexto en el que fue escrita y no como oráculo para responder a cada disyuntiva cubana por toda la eternidad.
12 comentarios:
Cuando se haga una revalorarización de lo que dijo o dejó de decir Martí, nos vamos a encontrar muchas sorpresas. Lo terrible y como siempre, cada bando le saca al Apóstol la tajada que le conviene. El Castrismo, la veta antimperialista para poder legitimizar el engendro en que ha metido a al Isla en los casi 50 años. Pero analizando los que has publicado, habría que decir que Martí era un cabróncito que sabía lo que había que decir y en qué momento. Nobody's perfect.
Bueno, mas que decir que ese es un Marti mucho mas interesante que el heroe sin macula que ya nos presentaron. Iria aqui tambien, como otra manera martiana de buscar simpatia, la anecdota de "Cuba llora"? Cuantos Marti crees que existan? El romantico, el manipulador, el patetico, el suicida...cuantos mas?
Y que efectos crees que habrian o cuales te gustaria ver como resultado de estos enfoques "revisionistas" que quitan al idolo y ponen a la persona, con sus defectos y mañas, en el llamado imaginario social y en la educacion de "las nuevas generaciones"?
"Cuántos Martí crees que existan? El romántico, el manipulador, el patético, el suicida...cuántos más?"
Eso me recuerda aquel sofisma que preguntaba "¿Cuántas Elena existen?", para responder: "Depende de como se cuente: por lo pronto hay una hoy y otra mañana."
Podemos estar seguros es de que hay un sólo Martí que modulaba su lenguaje, de manera que sólo lo comprendieran los lectores confiables, y aquellos que no lo fueran comprendieran lo que les fuera más apropiado. ¿Recuerdan a Strauss?
marti el habil, marti el sofista, marti el hermetico...quien da mas?
No se organiza una guerra o se convence a generales que venian de vuelta de muchisimas cosas siendo alguien con ningun historial belico sino es a base de habilidad, tacto y muchisimo esfuerzo. cuando uno trata de organizar cosas mucho mas modestas y se encuentra con un millon de obstaculos no puede menos que admirarse de alguien que haya conseguido tanto con tan poco. el problema es cuando se da el salto tan frecuente entre nosotros de la admiracion a la supersticion y el dogma.
marti el entrepreneur?
No se organiza una guerra o se convence a generales que venian de vuelta de muchisimas cosas siendo alguien con ningun historial belico sino es a base de habilidad, tacto y muchisimo esfuerzo
Eso me recuerda a alguien..... y no a Martí precisamente
Enrique, sería interesante poner atención a ese tránsito de la admiración a la superstición. Y lo primero que hay que notar es que la deformación recae en quien admira, no en quien es admirado. No hay mayor problema con Martí, un tipo admirable como escritor, político y demás. Pero, entre nosotros, parece que es imposible admirar a nadie sin endiosarlo. No podemos admirar al prójimo, a una persona de carne y hueso. Quizás porque no podemos admirarnos a nosotros mismos. A un semidiós, a un ídolo, sí; a mi semejante, ni en broma. El problema es que los semidioses y los ídolos, por definición, no son nuestros iguales. Y como no son nuestros iguales, no tienen que regirse por las mismas reglas que nosotros. Es como una predisposición colectiva para la tiranía. Queremos a alguien a quien podamos admirar y no podemos admirar más que a los semidioses. Más que una separación de la iglesia y el estado lo que necesitamos los cubanos es una separación íntima de lo sacro y lo civil. La modernidad, en política, es la organización de la vida pública atendiendo, primeramente, a la igualdad entre los miembros de una sociedad. Nosotros hacemos precisamente lo contrario: identificar al líder. Y el líder, aunque no sea un tirano, nos tiraniza hasta después de muerto.
No tengo mucho que objetar, Salcedo. Si me detengo antes de llegar a las mismas conclusiones es porque estas –pero no por eso menos lúcidas- me parecen como un reverso de la arrogancia cubana. Pero fuera de esa reserva digamos sentimental todo suena dolorosamente cierto. En adición a tu tesis sobre nuestra compulsión al endiosamiento puede achacarse por un lado a la fragilidad de nuestras estructuras civiles, sobre todo a nivel mental o al contraste entre nuestras pretensiones como nación empujada siempre a buscar en el futuro lo que no hubo nunca en el pasado (en lo que no nos diferenciamos demasiado de norteamericanos o argentinos) pero al mismo tiempo lastrados por prejuicios y complejos de todo tipo. Pero también se puede deber al poco espesor de lo sagrado en Cuba que va desde una religiosidad tradicionalmente ligera y de raíz escasa hasta la inexistencia de mitos ancestrales que tratamos de reemplazar con otros recién salidos de nuestras calenturientas cabezas. Y, como resultado, los desengaños suelen ser tan violentos como los engaños.
Enrique, me extraña un poco que me digas que te detienes antes de llegar a mis conclusiones pues éstas se derivan de tu propia observación. Tu nota sobre Martí lo revela como un político hábil que ajusta su discurso a la audiencia a la que se dirige. Por eso dices que no se debe tomar cada cosa escrita en sus discursos "como oráculo para responder a cada disyuntiva cubana por toda la eternidad", y yo estoy de acuerdo. No creo que a ti Martí se te desplome por eso ni que ahora lo consideres un sinvergüenza manipulador. Yo tampoco. Lo que tú propones es desacralizar la relación con Martí —casi todo un tópico generacional— y yo no he hecho más que apuntar que ésa, la sacralización de nuestras figuras públicas, es una tendencia bien arraigada entre nosotros. A derecha e izquierda, dentro y fuera de Cuba. Una de las cosas que nos separa de —y nos depara encontronazos con— un sector bastante amplio del anticastrismo es nuestra pobre predisposición para establecer un comercio afectivo con los héroes en ese orden de magnitud. Admirar, sí; reverenciar, no. Y tú lo sabes bien, por eso titulas tu nota "revisionismo". Esa acusación, tan siglo XX, te puede venir de cualquier bando cuando hablas de Martí sin la suficiente veneración.
Recién llegado a Boston, hace poco más de una década, una amiga me contaba sobre todos los invitados que había traído su grupo para la celebración del 10 de octubre en esta ciudad. Uno de ellos había sido Mas Canosa. Mi amiga me decía que Mas Canosa no la había impresionado mucho, pues era un tipo bajito que no lograba estremecerla con sus discursos. No digo que los cubanos seamos los únicos que atendemos al carisma de los políticos, pero estaba claro que mi amiga iba a la política buscando estremecimientos. Quería que la movieran, la conmovieran, la zarandearan por dentro y quién sabe si por fuera. No buscaba a alguien capaz de representar sus intereses y aspiraciones, sino alguien con suficiente estatura y energía para subírsele encima y ponerla a gozar. Quería ser dominada. Perdóname si generalizo, pero tengo la impresión de que así nos relacionamos los cubanos con las figuras públicas, vivas o muertas. Sólo nos sentimos cómodos frente a ellas cuando nos obligan a arrodillarnos.
Tú dices que estas conclusiones te parecen el reverso de la arrogancia cubana. Una forma cortés, pero no muy sutil, de descalificarlas como la otra cara de la misma moneda. Es como ir del nacionalismo exaltado a "la cubanidad negativa", del fervor revolucionario al fervor contrarrevolucionario, del engaño al desengaño que tú mismo mencionas. Ir dando bandazos, en fin, de un extremo a otro. No está de más decir que yo no he pasado por eso. Me faltó la primera fase y no llego a la segunda. Yo no he sido revolucionario ni soy contrarrevolucionario porque ése no es mi tempo. Llámame, si quieres, sí, un poco conservador. Creo que estas cosas cambian de un modo lento, muy lento, y no siempre para bien. Mi observación sobre la forma de relacionarnos con las figuras públicas no llega a una descalificación de los cubanos para la eternidad. Estoy seguro de que para entonces ya la habremos corregido.
¡Buena suerte en Miami!
giselle:
oye, salcedo se lo cogió tan en serio que se me ha congelao la risa.
Con el mayor respeto y permiso de los presentes, y siguiendo uno de los criterios aquí planteados sobre encontrar en el futuro lo que no ha existido en el pasado, me ha gustado tanto este intercambio de ideas que lo guardé sólo con la esperanza de ver lo interesante que sería exponerlo en cualquier bar de La Habana dentro de unos 15 años.
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