Texto leído el pasado jueves 18 de febrero en el Instituto Cervantes de Nueva York durante la presentación del libro de Paquito D'Rivera Letters to Yeyito:
En una vieja pieza del grupo humorístico argentino Les Luthiers se hablaba de una tribu africana en la que había un personaje de piel tan oscura que en la tribu le decían “El Negro”. Recuerdo esto pensando en otra tribu, la de los músicos, gente ingeniosa, divertida, bromista y talentosa en la que sobresale un tipo como Paquito D’Rivera. Alguien al que en la tribu de los músicos lo llamarían el músico: o sea, el ingenioso, divertido, bromista y talentoso. Pero si pensamos en una tribu más específica, la de los músicos cubanos, su figura su presencia se hace todavía más especial. Porque si en cualquier cultura los músicos gozan de un estatus especial, en la cubana los músicos gozan de una condición más privilegiada aún. Piénsese que en Cuba –país sacudido en los últimos dos siglos por cataclismos sociales y políticos de toda especie– la profesión de músico ha conocido una continuidad ignorada por cualquier otra profesión. Continuidad y prestigio. Un prestigio mal pagado pero prestigio al fin, que se perpetúa incluso a través de famosas dinastías musicales. Piénsese que tal continuidad, tal espíritu de gremio, le ha permitido a los músicos cubanos conservar, difundir y desarrollar junto a una vasta tradición musical una menos reconocida pero igualmente importante tradición oral. Una tradición de raíz hondamente popular y que ha mantenido a ese pueblo, más allá de cualquier cataclismo, conectado con su gracia, una gracia que hoy identificamos con nombres como el de ese gran humorista que fue Guillermo Álvarez Guedes. Porque debo recordarles que Álvarez Guedes, mucho antes de convertirse en el gran cuentero cubano, fue músico, y que después de establecerse como reconocido actor cómico creó una de las más importantes empresas de grabación de música cubana. Alguna vez un amigo, músico de la provincia de Matanzas, me decía que buena parte de los chistes con los que Álvarez Guedes llenaba sus grabaciones ya los había escuchado a otros colegas de su provincia. O sea, que los famosos chistes de Álvarez Guedes eran ni más ni menos los chistes e historias que los músicos de Matanzas se habían estado contando de una generación a otra. Esos mismos chistes –me decía mi amigo– fueron los que debió haber escuchado Álvarez Guedes cuando en los comienzos de su carrera artística intentaba abrirse camino como cantante de una orquesta de música bailable. Esa revelación, lejos de disminuir mi admiración por Guillermo Álvarez Guedes, la acrecentó, al descubrir que, además de contador inimitable de historias, se había encargado de rescatar una riquísima tradición oral, para difundirla más allá de los confines de la tribu de los músicos matanceros.Pues con Paquito D’Rivera ocurre algo parecido, potenciado por un talento que ha sido al mismo tiempo precoz y persistente. Su precocidad ha conseguido que su trato y sus recuerdos con las figuras más importantes de la música cubana abarque más décadas que las de otros músicos con una carrera artística menos monstruosa. La persistencia le permitió que su intimidad con lo mejor de la tribu musical de todo el planeta fuera igualmente apabullante. Si a eso se le añade su espíritu amistoso, su don de gentes y su memoria, tan privilegiada como su oído musical, uno entiende que haya podido acumular experiencias que alcanzarían para varias y animadísimas vidas y unos cuantos libros. Así no solo se ha convertido en referente inevitable de la música cubana y universal sino también en uno de sus más persistentes mitólogos.Nótese que no digo “mitómano”, que es el modo elegante de llamar a un mentiroso. Ni que intente separar lo real de lo ficticio en las historias que le cuenta Paquito a Yeyito. Solo anoto que las historias que cuentan las cartas a Yeyito pertenecen a la cultura oral de una tribu mitológica en sí misma. Mitológica por la tendencia de los músicos a vivir hiperbólicamente, ajenos a ese sentido del límite presente en el común de los mortales. Una tribu que convierte sus anécdotas en algo más que historias personales más o menos llamativas. Gente a las que les interesa menos el dónde y el cuándo –esas exquisiteces de los historiadores– que el qué y el quién. Gente cuyas historias no pertenecen al tiempo y al espacio sino a cierta idea de la eternidad. ¿Qué importa la exactitud de sus detalles, su realidad, si las anécdotas que se cuentan de ellos confirman su condición de seres especiales? Como aquella anécdota del funeral de Dizzy Gillespie que rememora Paquito en su libro. Los amigos del difunto, reunidos en torno al ataúd comienzan a comparar las diferentes versiones que el trompetista les había dado sobre el origen de la piedra que le colgaba del cuello para darse cuenta de que a cada uno les había dado una versión distinta y a cada cual más fantástica. Solo entre gente con ese sentido mitológico tan aguzado como el de los músicos, con ese profundo desprecio por lo que el resto de los mortales llamamos “la normalidad” pueden producir sin descanso anécdotas como las que se amontonan en este libro. Gente como Astor Piazzola, como el gran cellista YoYo Ma, como el violinista Fernando Suárez Paz, como el trombonista Pucho Escalante o como el saxofonista Virgilio Vixama, “El Jamaiquino”, o como el propio Paquito. Gente a los que la vida les queda definitivamente chiquita.
A diferencia de lo que ocurre con su anterior libro de memorias Mi vida saxual, las cartas a Yeyito no se ajustan a su cronología vital. Toma como pretexto la carta que le enviara un cuasi anónimo admirador y aspirante a músico –pues no hay nada más cerca del anonimato que firmar una carta en Cuba como Yeyito– para respondérsela casi medio siglo después con todo un libro. Letters to Yeyito no es un recuento autobiográfico del músico que es Paquito D’Rivera sino que avanza en diferentes direcciones agrupando sus historias y las de colegas y amigos por orden temático. Allí caben desde su relación con algunos de los grandes maestros con los que le ha tocado trabajar, hasta su opinión sobre diferentes instrumentos musicales y algunos de sus virtuosos. O sobre sus rincones favoritos de este planeta como La Habana previa al desastre, Nueva York, Veracruz. O su intento de resumir sus relaciones con la tradición musical brasileña. O con la literatura. Estas cartas a Yeyito son, para decirlo rápido, una extensión duradera y accesible del placer de hablar con Paquito D’Rivera: un ser al que basta la mención de un nombre, un sitio, una pieza musical para provocar su desenfreno narrativo, sus juicios agudos, su generosa valoración del talento ajeno.En la contraportada de Letters to Yeyito se compara este libro con la “guía amable y el celo misionero” de Wynton Marsalis en sus cartas To a Young Jazz Musician. La comparación es halagadora pero no necesariamente exacta. Aunque -al igual que el libro del famoso trompetista- Letters to Yeyito se propone ser una guía para un joven músico la naturaleza de Paquito lo empuja en otra dirección. Más que Maestro con mayúsculas, en lo que intenta convertirse es en amigo de su destinatario, que es, en este caso, cualquier lector. Y no es que al libro le falte la sabiduría del que ha conocido mucho, se ha esforzado mucho, ha conseguido mucho. Solo que ese conocimiento, ese esfuerzo o esos logros no los explica como intenta hacerlo Marsalis, sino que se disimulan con pudor y eficacia en los relatos que conforman este libro. Porque este libro también intenta, como cualquier libro que se respete reflexionar sobre el sentido de la vida o sobre la resistencia de la vida a adquirir sentido. Y sobre el papel no siempre alegre que le toca representar a la tantas veces maltratada tribu de los músicos. Reveladora es la anécdota en que Paquito, acabado de llegar a Nueva York, es contratado para tocar con una orquesta en un restaurante. Cinco dólares y una hamburguesa es el pago fijado. Al pedirle a la camarera que le añada queso a su hamburguesa esta le advierte que su contrato no incluía el queso de la hamburguesa así que tendría que descontarle un dólar a su paga. Paquito no se extiende sobre su significado pero la anécdota, incluida en un capítulo dedicado al dinero y a la tarea de buscar un “equivalente económico al trabajo”, constituye de por sí una enseñanza sobre la relatividad del valor de la cultura y de la vida misma. Pero sobre todo esta anécdota constituye una lección de humildad y de libertad transmitida en el sosiego con que Paquito describe una situación que era parte del destino que él había escogido. Pero Paquito, a diferencia de Marsalis, no nos explica la importancia de la humildad o de la libertad, ni las propone como condiciones fundamentales para el aprendizaje de todo lo que es importante en la vida. Más que explicar la humildad, la practica, y esa humildad le sirve lo mismo para reconocer el talento ajeno que para relativizar el propio no tomándose demasiado en serio. Y es esa humildad, esa gracia, esa memoria y esa imaginación libérrima los instrumentos con los que Paquito escribe estas falsas cartas y se confirma como aquel al que en la tribu de los músicos le decían el músico. Un tipo ingenioso, divertido, talentoso, humilde y sobre todo libre. Tremendamente libre.
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