domingo, 31 de enero de 2016

Los cálculos de Anteo

Irse de Cuba o quedarse en ella ha sido, más que una decisión, un dilema al que se ha enfrentado cada uno de los cubanos de las últimas tres o cuatro generaciones. Para mí, tan legítima puede ser una opción como otra. Pero qué decir de los que hacen de la decisión de quedarse una apuesta estratégica y convierten en acto patriótico lo que no es más que puro cálculo. Pienso sobre todo en los artistas ya curtidos en el delicado deporte de jugar con la cadena sin que el mono apenas se entere. Que convierten en heroísmo lo que no es más que cobardía bien administrada. Que asombran a los extraños porque creen, parafraseando a Silvio (más franco en este aspecto, habrá que reconocerlo) que lo dicen todo, que se juegan la vida.

¿Qué decir? repito. Bueno, nada que no quepa en un libro que se titule "Del oportunismo como una de las bellas artes". (Y luego te dicen en la cara que no se van por temor a que se les acabe la inspiración. Y hasta se inventan la teoría de que Cuba es un país tan especial que alejarse de él te afecta irremediablemente las capacidades creativas. Como si media cultura cubana no hubiera sido creada fuera de la isla. Como si la razón por la que no se van es para que sus tan limitadas audacias adquieran algún valor en el mercado internacional o en el doméstico. Y luego se encuentra uno con gente buena –joven o ya madura, da igual- y bien intencionada sugestionada por esta versión totalitaria y tropical del mito de Anteo). Lo que jode en fin, no es que se queden o se vayan. O que hagan o dejen de hacer. Lo que me jode es ese servilismo disfrazado de audacia. O esa cobardia que quiere pasar por patriotismo.

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