El bolero, rey de
noches y vitrolas habaneras de mediados del siglo pasado ha tenido muy poco
nuevo que enseñar desde entonces. Su más prometedor intento de subversión, de
renovación, el feeling (o filin) fue un género trunco, con muchas más
posibilidades –las que le ofrecían las asociaciones del bolero con géneros de la música afronorteamericana, empezando por el blues- de las que consiguió
plasmar. Poco ha ocurrido en las últimas décadas en términos de renovación de dichos
géneros y por ello se agradecen especialmente grabaciones como “Brooklyn Nights”
del cubano Roberto Poveda que les rinde homenaje por la vía más difícil, la de
la re-creación, la de empujarlos bastante más allá de lo que la inercia les permite alcanzar.
Poveda aborda el
filin como si lo acabase de descubrir o más bien como si todavía estuviese en plena destilación. Con inteligencia y sensibilidad pero sin demasiadas reverencias lo
mete en una coctelera con músicas, afines por su genealogía pero no por la
costumbre de verlas juntas. Invita a una fiesta a primos que no se ven con
frecuencia menos a que se conozcan que a que disfruten juntos sus afinidades. Filin
con funk en “Días”, bolero con ska en “Mulatto”, bossa nova con flamenco en “Pakete”,
bolero, rumba y rock en “Sombras de ti”. Más que experimentos –palabra temible
cuando encubre tanta chapucería con pretensiones- son hallazgos que emparentan este
disco -sin repetirlo- con el magnífico “Sé feliz” en el que Fernado Álvarez con
las últimas hilachas de su vieja voz cantó los neoboleros de Descemer Bueno. El
final de un disco como “Brooklyn Nights”, lleno de sorpresas, no es menos
sorpresivo: el “Hallelujah” de Leonard Cohen cantado con la misma discreta
vehemencia que la de su creador. Y algo de todo eso tiene “Brooklyn Nights”, de
celebración de la creación en su más natural goce.
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