domingo, 22 de abril de 2012

Historia y destino


Guicho me dejó este comentario un par de post atrás:
La mayoría de los cubanos hace rato que no saben lo que es moral o amoral. Apenas saben lo que es peligroso o fácil. 
Décadas atrás, cuando los cubanos eran bobos, se habría podido desestabilizar al régimen con algo tan simple como el video de Castro I matando a Cienfuegos o el de Castro II con el miembro de un miembro del M-26-7. Ahora, no. 
El grado de degeneración nacional se puede analizar en condiciones de mercado libre en Miami. En las empresas donde los cubanos son mayoría se frena, aisla y aniquila a los empleados productivos para que no fastidien el ocio de la masa. El "aunque yo no goce te voy a joder" se practica de forma generalizada doquier que se juntan los hombres nuevos. Así que con el cayo lleno de ellos no hay que pensar en Kant, sino más bien en Dante.
Este comentario me recuerda una época en que recién graduado de licenciatura de Historia me puse a buscar trabajo como profesor de Historia de nivel medio con la intención de "abrirle los ojos a las nuevas generaciones". Buena parte de la apatía y la confusión entre los jóvenes cubanos proviene, me decía, del adoctrinamiento que recibían en las escuelas sobre la historia de su país en la cual el régimen bajo el cuál vivía se mostraba generoso, liberador y, sobre todo, inevitable. Primero intenté buscar trabajo en la escuela Lenin en parte allí había estudiado y en parte porque en ella se educaba lo que iba a ser la élite del país en unos años. Pero no tuve ni que llegar a la escuela para que mi plan se frustrara. Apenas tomo la guagua rumbo a la escuela para hacer mi solicitud cuando como me encuentro con un antiguo condiscípulo, un tipo que destacaba en mis años del preuniversitario por sus bromas pesadas y una inteligencia bastante inferior a la media. Cuando le pregunté en qué trabajaba me respondió sin empacho que atendía por parte de la Seguridad del Estado la mitad del parque Lenin y toda la escuela en la que habíamos estudiado. Fue así que al enterarse de mis intenciones de solicitar trabajo que me dijo que si quería conseguir trabajo no tenía más que hablar con él -como si no lo estuviéramos haciendo en ese momento- pues bastaba que estuviera de acuerdo en “colaborar” para conseguir el puesto de profesor. Por supuesto que le dije que no, que no hacía falta que me ayudara, que trataría de conseguir el puesto por mis propios medios. Por supuesto que no me dieron el trabajo.
Insistí en mi empeño hasta terminar como profesor en un tecnológico de gastronomía y comercio, un sitio que se correspondía con el séptimo y octavo círculos del infierno diseñado por Dante, los dedicados a almacenar a los que incurren en la violencia y el fraude. No obstante, padeciendo de una condición que puede describirse como impermeabilidad a la realidad, persistí en mi plan de compartir con mis estudiantes una versión bastante distinta de lo que se enseñaba por aquellos días en las escuelas. La respuesta de los muchachos, enredados en los inicios de esa debacle conocida con el eufemismo de “Período Especial”, fue casi nula. Daba más o menos igual que les dijera que Mella había sido expulsado del Partido Comunista cubano o que años después ese mismo partido se hubiese aliado a Batista. Faltos de referencias y de interés yo debí ofrecerles una imagen más o menos extravagante de un tema que no les interesaba para nada, dijese lo que dijese de él. 
El curso transcurrió como un largo malentendido hasta que llegó la clase en que tocaba hablar de Camilo Cienfuegos. Resultó ser que todos los estudiantes asumían que a Camilo lo habían matado entre Fidel y Raúl algo en lo que yo era bastante más cauto, convencido de que los historiadores, al igual que los jueces, deben trabajar con pruebas no con sospechas o rumores. Mis razonamientos les importaban poco: la convicción de que Camilo Cienfuegos lo habían asesinado era tan firme como su apatía hacia el pasado del país. Como hacía apenas unos minutos habían estado inscribiéndose en una lista para participar en un trabajo voluntario les pregunté cómo era que podían asumir con tanta tranquilidad que los dos máximos dirigentes del país había matado a su compañero de lucha y al mismo tiempo ofrecerse a trabajar gratuitamente para los asesinos. En ese momento me miraron como si les hablara en un idioma especialmente hermético. Como si no entendieran qué relación pudiera haber entre un crimen cometido hacía más de treinta años con el cumplimiento de ciertos rituales. No tardé en reconocer que a pesar de los diez años que le llevaba a mis estudiantes yo era mucho más ingenuo que ellos, por usar una expresión suave. Desde entonces han pasado dos décadas y me pregunto en qué términos se puede todavía hablar con aquellos muchachos o incluso con sus hijos para convencerlos de que su destino es menos fatal de lo que la realidad les ha inculcado.  

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrisco, nadie se hace Mesías en 5 minutos...
MS

Anónimo dijo...

En todas las sociedades a la gran mayoria de los ciudadanos les importa poco lo que hagan sus gobernantes siempre y cuando este horror no les toque muy de cerca. Cuba en esto no constituye una excepcion sino una variante un poquito mas siniestra de la regla.

Enrisco dijo...

MS: no trataba de ser Mesias. apenas maestro en el sentido mas humilde de la palabra, alguien que enseña una materia concreta. ni fueron 5 minutos sino un año. pero tienes razon. no era tiempo suficiente (ni apropiado) para enseñar historia.

Anonimo: la diferencia fundamental es que en otros paises los gobernantes ocupan un espacio mucho menos importante en la vida de los gobernados, no son en fin mas que empleados con demasiadas atribuciones con contratos mas o menos definidos y la relacion que se establece con ellos es muy distinta.

Güicho dijo...

Tigre, la lección más dura de entender es la indolencia del prójimo. Y lo peor es que aprenderla no nos hace mejores.

Enrisco dijo...

si, Guicho, lo dices muy bien, no nos hace mejores.

Anónimo dijo...

Ud estudio en la Lenin? yo conoci un del rtisco alli pero estudio biologia creo , es su familia?

César Reynel Aguilera dijo...

Bros,

La política es como el billar, sólo hace falta ver a La Bestia con cara de bola. El plural también se aplica.

Abrazos