El problema de los progresistas no es que piensen que el progreso es la tendencia normal de la historia sino que suelen confundir cualquier evento diferente a una vida que por otro lado le parece mortalmente aburrida con alguna modalidad del progreso humano. Iba a decir “drama” en lugar de “problema” pero me detuve porque hay que reconocer que los progresistas –los reales porque en abstracto hasta yo me reconocería como uno de ellos- asumen sus incongruencias con suma ligereza. Pongamos por caso lo que se ha dado en llamar “la Primavera Árabe”. Los mismos que ayer veían a los tiranos de esa vaga zona que la geopolítica llama Mundo Árabe, Oriente Medio, como representantes de la resistencia a los desmanes de Occidente hoy saludan con efusión su derrocamiento.
Los que consideraban la dictadura como un acendrado y necesario rasgo cultural de las sociedades árabes ahora aplauden su destrucción sin que ello afecte en lo más mínimo la confianza en una manera de ver el mundo que la realidad se empeña en desmentir. El ejemplo más circense es el del actor Sean Penn antiguo admirador de Sadam Hussein y actual de Hugo Chávez -el aliado más persistente que le queda a Gadafi- apareciéndose en Trípoli para felicitar a los libios para derrocar al dictador. Pero ese es un caso extremo, los que abundan son los más sutiles que transitaron desde su veneración discreta de la mayor reserva de antiamericanismo del mundo que era el despotismo árabe –la progresía sobrevivió sin problemas la desaparición de la Unión Soviética pero cuesta trabajo imaginársela sin los Estados Unidos- a su exaltación actual por revueltas pidiendo esa democracia que solo parecía tener sentido –y no mucho- en Occidente.
Donde otros ven hipocresía yo me inclino a verlo como una muestra de sensibilidad. La misma con la que los progres celebraron la caída del Muro de Berlín o las ocurrencias de Hugo Chávez y Evo Morales. Porque aunque los sucesos de 1989 o las revueltas árabes hayan introducido mínimos cambios en su idea del socialismo real o de las autocracias del Medio Oriente no consiguen modificar su impulso primordial que es el de celebrar cualquier amago de movimiento. Basta con que algo se mueva para que lo vean como signo de progreso, independientemente de su dirección. Porque en la aprehensión básica de la vida los progres de este mundo comparten con los conservadores la misma pereza mental, el mismo paternal desprecio por la gente que anhela lo que ellos poseen con la incomodidad que se reserva para las novias feas. No entienden que esas dos palabras, libertad y prosperidad sigan siendo una utopía para muchísima gente en este mundo, les incomoda el entusiasmo infantil con que se pronuncian esos emblemas del mal gusto político. Acaso piensan que los niños hambrientos de África sólo existen como objeto de su compasión o su sentido de culpa o para obligar a sus propios hijos a tomarse la sopa. No comprenden que el tercermundismo consiste precisamente en ilusionarse con los lugares comunes del Primer Mundo. Pero que eso no hace diferentes a los tercermundistas. Denles tiempo y verán que tras haber alcanzado esos tópicos en un par de generaciones ya se empezarán a aburrir.
Los que consideraban la dictadura como un acendrado y necesario rasgo cultural de las sociedades árabes ahora aplauden su destrucción sin que ello afecte en lo más mínimo la confianza en una manera de ver el mundo que la realidad se empeña en desmentir. El ejemplo más circense es el del actor Sean Penn antiguo admirador de Sadam Hussein y actual de Hugo Chávez -el aliado más persistente que le queda a Gadafi- apareciéndose en Trípoli para felicitar a los libios para derrocar al dictador. Pero ese es un caso extremo, los que abundan son los más sutiles que transitaron desde su veneración discreta de la mayor reserva de antiamericanismo del mundo que era el despotismo árabe –la progresía sobrevivió sin problemas la desaparición de la Unión Soviética pero cuesta trabajo imaginársela sin los Estados Unidos- a su exaltación actual por revueltas pidiendo esa democracia que solo parecía tener sentido –y no mucho- en Occidente.
Donde otros ven hipocresía yo me inclino a verlo como una muestra de sensibilidad. La misma con la que los progres celebraron la caída del Muro de Berlín o las ocurrencias de Hugo Chávez y Evo Morales. Porque aunque los sucesos de 1989 o las revueltas árabes hayan introducido mínimos cambios en su idea del socialismo real o de las autocracias del Medio Oriente no consiguen modificar su impulso primordial que es el de celebrar cualquier amago de movimiento. Basta con que algo se mueva para que lo vean como signo de progreso, independientemente de su dirección. Porque en la aprehensión básica de la vida los progres de este mundo comparten con los conservadores la misma pereza mental, el mismo paternal desprecio por la gente que anhela lo que ellos poseen con la incomodidad que se reserva para las novias feas. No entienden que esas dos palabras, libertad y prosperidad sigan siendo una utopía para muchísima gente en este mundo, les incomoda el entusiasmo infantil con que se pronuncian esos emblemas del mal gusto político. Acaso piensan que los niños hambrientos de África sólo existen como objeto de su compasión o su sentido de culpa o para obligar a sus propios hijos a tomarse la sopa. No comprenden que el tercermundismo consiste precisamente en ilusionarse con los lugares comunes del Primer Mundo. Pero que eso no hace diferentes a los tercermundistas. Denles tiempo y verán que tras haber alcanzado esos tópicos en un par de generaciones ya se empezarán a aburrir.
4 comentarios:
Muy bueno, Enrisco.
Amazingly good, terrific!.
Lo comparto.
magistral, brother!
Lo que cansa es lo progre mismo, cansan porque tienen un irremediable y funesto final: como que piensan que tienen un derecho divino a pensar por el resto de nosotros siempre acaban en el lado de los Pol Pots, Maos, Hugos, Ches y Fidels...ustedes aburren
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