Patriotismo. A mí también la palabrita me ha causado (aún me provoca) urticaria. Como "solidaridad". Como "pueblo". Escucharla es casi siempre un indicio de que alguien está preparando condiciones para joderte. Debe ser lo más cerca que podemos estar de las moscas cuando sienten el vientecillo que anuncia el manotazo. Y sin embargo… Debe haber una palabra que sirva para explicar el cariño desinteresado y caprichoso por un trozo de paisaje, los minutos de gracia que le concedemos a quien comparta nuestro acento en tierra extraña, las horas de desvelo por lo que creemos un destino común, la vida dedicada a conservar y defender una parte, por minúscula que parezca, de un legado que sólo adquiere sentido pleno en los límites (amplios o estrechos, según se vea) de lo nacional. Me conmueve mucho menos el recuerdo de los grandes fantasmas nacionales que la disposición contemporánea a laborar por el bien común. No es, en todo caso, el vasallaje con el que en el país real hasta estar (por 21 días) puede ser un privilegio.
En su reciente discurso de aceptación del premio Nobel el novelista Mario Vargas Llosa creyó necesario distinguir al nacionalismo del patriotismo:
"No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver"
Creo sin embargo que patria no es solo la melancolía que, entre otros escalofríos, podrían estremecer al que la ve a la distancia. Patria puede y debe ser un pacto entre iguales, un ir más allá de lo estrictamente necesario para la satisfacción personal hacia eso que podemos definir, no sin cierto rubor, como bien común. La patria –por difícil que sea imaginarlo ahora- como una conveniencia donde confluyan bienestar concreto y una satisfacción sentimental de la que somos menos exentos de lo que querríamos confesar*. Dios nos proteja de confundir la patria con los que no han hecho más que dilapidar el legado de siglos o con la vaselina que usan para facilitar sus más inconfesables (y multitudinarias) penetraciones. Pero algún nombre debemos darle a ese sentimiento que se nutre de nuestra mejor parte y que puede ayudarnos a ser nuestra vida algo más habitable. Y ante las inconveniencias de los neologismos no sería mala idea reconciliarnos con esa palabra, patria, que por vieja facilita la comunicación. Y queda todavía una buena razón para insistir en ella: no dejar que nos roben ciertas palabras.
*Cuando a Borges le preguntaron por el significado del tango para los argentinos respondió: “Estando en Texas, un amigo paraguayo me hizo escuchar discos argentinos que a mí me desagradan; por ejemplo, "La comparsita", "Flaca, fané, descangallada", "El organito de la tarde", en fin, esos tangos que a mí me parecen realmente atroces. Me gusta otro tipo de tangos, "El choclo", "El poyito", "El apache argentino", "Noche garufa"...Bueno, mientras escuchaba y pensaba que todo eso era una miseria, de igual manera que el "Martín Fierro", los lagrimones me rodaban por la cara...es decir que había algo en mí que gustaba de todo eso, mientras mi mera inteligencia estaba condenándolo. Es un misterio y dejémoslo así”.