En persona lo
conocí muy brevemente. Apenas el año pasado en los alrededores del evento anual
del Latin American Studies Association (LASA) que se celebró en Nueva York. ¡Al
fin! Nos dijimos, porque llevábamos años (diez para ser exactos) de intercambio
epistolar, de yo enviarle artículos para las dos revistas que fundó: Islas e Identidades. Dos revistas dedicadas a temas afrocubanos. Dos
revistas hechas en libertad, que en el caso cubano equivale a decir en el
exilio. Porque de ambas se podrían hacer unas cuantas críticas menos que pertenecieran
a esa rama de los estudios afrocubanos que no pasan de la etnología pintoresquista
y complaciente, el jineteo académico cuando no la abierta y declarada defensa o
encubrimiento de la opresión (“a los negros cubanos se les niega el derecho a
expresarse pero eso no hace al gobierno cubano racista: son los mismos derechos
que les niegan al resto de la población”).
Confieso que fui un
colaborador esquivo bajo el argumento, fácilmente demostrable, de mi ignorancia
sobre la cultura afrocubana. Esa esquivez puso de relieve dos virtudes de
Alvarado, paciencia y tenacidad, tan necesarias para lidiar con informantes
reticentes en un estudio de campo. Con el tiempo fui descubriendo otras
cualidades como la flexibilidad, la inteligencia y el entusiasmo infinito y
contagioso, detalle imprescindible para emprender nuevos proyectos. Fue así
como me fue exprimiendo artículos sobre temas en los que me atrevía algo más como
la música, el cine o sobre esa variante de discriminación que di en llamar “racismo
revolucionario”. En abril, sin que me lo pidiera le anuncié que quería
colaborar en el próximo número que ya no sé si saldrá. Me imagino que se
sorprendió pero la escritura del texto –o la más difícil tarea de encontrar
tiempo para hacerlo- se demoró más de lo que esperaba. Pero mis demoras no
conseguían agotarle la paciencia Alvarado y mis pedidos de prórrogas fueron
concedidos varias veces. Hasta a finales de abril en que estando él en un nuevo
congreso del LASA, esta vez en Lima, me repondió: “yO REGRESO EL 6 DE MAYO DE
LIMA. Crees que sería posible para el 7 de mayo???”. Le dije que sí pero no fue
hasta el día 9 que conseguí enviarle el trabajo. Esta vez, sin embargo no me contestó
de inmediato como otras veces para darme su opinión sobre el artículo. No supe
más de él hasta el pasado domingo en que leí la noticia de su muerte el viernes anterior.
A orillas del East River, Williamsburg, Brooklyn con Juan Antonio Alvarado y Manuel Cuesta Morúa |
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