miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un viaje

“Allí en las estrechas calles, en casitas y bloques de pisos hechos de remiendos, habita la población local, que vive sobre todo del turismo: extremadamente pobre, acaso desesperada, pero por lo general poco proclive a la protesta […] Días más tarde, el cónsul de Alemania Occidental nos obsequió con el comentario de que las prostitutas de Río no aceptaban dinero, o al menos no contaban con que se les diera, y se sorprendían si un cliente se ofrecía a pagar
Eso lo escribió Joseph Brodsky en 1978 tras un viaje a Brasil. Podría sorprender que un ser tan inteligente y sensible tragara (y reprodujera) de manera tan cándida uno tras otro los lugares comunes de la ignorancia turística. Que dejara a un lado su aguda capacidad de observación simplemente porque no están dispuestos a hacer el esfuerzo que requiere asimilar el obvio y superficial cambio de códigos para descifrarla. Menos cuando esa realidad invita de manera tan insistente a la relajación, a deponer por el rato que dure la estancia sus facultades racionales y críticas. Puede sorprender que no vea zonas de contacto entre la poca proclividad de la población nativa a la protesta y la de su Unión Soviética natal. Que no se preguntara si, descartada la cercanía climática y cultural, algo tendría que ver que Brasil llevara años sometido a una dictadura menos pretensiosa que la de su país pero con la suficiente capacidad de inhibición de cualquier prurito de rebeldía.

Sorprendería este rapto de frivolidad si se ignoran los esfuerzos que siempre hizo Brodsky por desquitarse los años de miseria soviética no sólo en términos materiales o espirituales sino también en ese desgaire mundano que caracteriza a la intelectualidad del Primer Mundo.  Como se revela en ciertos momentos de su obra Brodsky intentaba imitar el cosmopolitismo occidental no sólo en la variedad y extensión de sus intereses sino también en su más descarada ligereza. Era su manera de alejarse a toda la prisa posible de los penosos instintos del homo sovieticus

Pero, para fortuna de sus lectores, tales afanes le duraban poco. Podía más su natural decencia de hablar de lo que realmente conocía que era su propia condición humana, de sus debilidades y su ignorancia. Por eso es que da fe de la imposibilidad como viajero temporal de entender nada de lo que está viendo: “un viaje de ida y vuelta es una terrible trampa psicológica: la idea del retorno nos despoja de cualquier posibilidad de involucrarnos con el lugar visitado”. Si algo deberíamos aprender en un viaje –intenta decirnos Brodsky- no es sobre el lugar que visitamos sino de nosotros mismos porque al fin y al cabo “empiecen donde empiecen, todos los viajes acaban igual: en nuestro rincón, en nuestra cama”. Y más que sobre nosotros deberíamos aprender nuestra irremediable insignificancia:
No existen criterios para juzgar la importancia de una vida; pero nada la reduce más que exponerla a parajes extraordinarios y multitudes. Es decir, al espacio. A la postre, quizá por eso viajamos, por eso frotamos nuestras pupilas, nuestras espaldas y nuestros ombligos con desconocidos. Quizá todo sea una cuestión de humildad, y la fatiga instalada en nuestros huesos la verdadera voz de tal virtud
El enfrentamiento de Brodsky a su propia insignificancia no es más revelador –lo intuimos- que cuando se encuentra con un “farmacéutico local de origen yugoslavo” que “dio la casualidad que se había leído casi toda mi obra”. He ahí al escritor relativamente famoso que, escapado del congreso donde todos sus asistentes se inclinan ante su renombre, descubre a un admirador sincero entre la masa de seres que lo ignoran con no menos sinceridad. “Cuando conozco gente como él, me siento como un impostor, porque lo que creen que soy no existe”, confiesa. Es allí en medio de la admiración particular del farmacéutico donde Brodsky comprende la irrelevancia de cualquier intento de entender esa realidad o, puestos a pensar, cualquier realidad que permanecerá impasible frente nuestros esfuerzos por hacernos sentir.

Porque no hay más que polvo, tierra rojiza, trozos de metal oxidado, edificios inconclusos, multitud de seres de piel morena para los que no significamos nada, como tampoco significamos nada para los de nuestra patria.        

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo. Me encantó

Anónimo dijo...

Me encantó el texto. Es maravilloso