Luis Hartmann (Guicho Crónico) ha publicado un artículo muy interesante sobre un par de teóricos de las insurrecciones populares como las que están ocurriendo en estos día. Ahí les dejo un fragmento pero les recomiendo leerlo completo y asomarse al PDF del libro de Gene Sharp From dictatorship to democracy: A conceptual framework for liberation:
Para ver el libro de Gene Sharp pinche aquí.
Tullock demuestra -digámoslo sin rodeos- que entre más inteligente es el pueblo menos rápido se acaba la dictadura. Dentro de esa lógica la tiranía no se tambalea mientras la necedad popular no alcanza un peso crítico, que en el actual caso árabe ha llegado con la temeridad juvenil de la mitad de la población. En todo caso, cuán terribles sean la pobreza y la opresión no juega ningún papel para el estallido social.
Dando por sentado el descontento general, la ecuación de Tullock es de una evidencia elemental. Para el éxito de una revuelta popular son necesarios cientos de miles o millones de personas. Si se llegan a reunir tantos, no tiene peso que yo participe o no. En cambio, si participo pero no llegamos a ser suficientes -con el consecuente descalabro-, entonces sufriré severas consecuencias. Luego, es obvio que la única elección inteligente para mí es no participar.
Por suerte, en esa fórmula hay una variable atenuante de la irracionalidad revolucionaria: la convicción de que lo pagaré caro si fracasamos. Es decir, si en el pueblo no abundan los necios, la única forma de estimular la dinámica subversiva es alterando esa variable. Hay que rebajar la expectativa de castigo.
Veámoslo más de cerca. La expectativa se compone de dos factores: la severidad del castigo y la probabilidad de recibirlo. La severidad suele ser casi constante. No puede disminuir de otra forma que por decreto del propio régimen, o sea, mediante una inopinada gorbacheada. La probabilidad, por su parte, es muy difícil de calcular. Es, además, una cuestión altamente subjetiva. De hecho, no se trata tanto de que sea menos alta o más baja, sino de que sea calculable de alguna manera. Entre más incierta, tanto más tremenda y aterrorizante. De ahí que las dictaduras de milicos sean tan frágiles y las dictaduras de chivatos sean tan sólidas. El número de uniformes, toletes y pistolas se puede contar. Empero, el número de lenguas denunciantes es incalculable, tiende paranoicamente al infinito, y en la práctica convierte a la expectativa de castigo en un valor fijo mayor.
Cada dictadura que pretenda durar está obligada a reclutar el máximo de chivatos.
Lo repito: la red de vigilancia en esencia lo que hace es impedir que el sujeto con potencial disidente pueda definir su expectativa de castigo. Así el individuo razonablemente prudente no se mueve. No obstante, hay una forma de contrarrestar ese efecto: el tumulto. Aquí entra a colación la sicología de las proporciones, un tema que se ha estudiado muy bien en los estadios de fútbol. Si se juntan 100 chivatos con 10 opositores en un ambiente caldeado, habrá una golpiza garantizada para los segundos. Si los disidentes son 1.000, entonces los 100 chivatos se limitarán a tomar nota. Si son 10.000 los opositores, los 100 chivatos se concentrarán en no hacerse notar. Si los disidentes son 100.000, una parte de los chivatos gritarán contra la dictadura.
Para ver el libro de Gene Sharp pinche aquí.