Las noches de filin de David Oquendo son una de las armas secretas con que cuentan los cubanos de Nueva Jersey para enfrentar la nostalgia y la disolución. Sobrevivientes a dos cierres de restaurantes (Trova en North Bergen y Manchego en Union City) Las noches de filin en el restaurante The Cuban Around the Corner en Bergenfield son el tercer avatar filinesco de este músico todoterreno. Durante nueve años (1996-2005) Oquendo animó las legendarias Noches de la Rumba en el desaparecido bar La Esquina Habanera, con su conjunto, Raíces Habaneras, que le valió una nominación a los premios Grammy. Versatilidad y persistencia son dos de las marcas de distinción de un músico que le ha dado nueva vida a viejos géneros cubanos dirigiendo lo mismo tríos de son que orquestas de salsa. No se podrá escribir la historia reciente de la música cubana en Nueva York y alrededores sin mencionar el nombre de David Oquendo.
Pero incluso Las noches de filin son algo distinto en la carrera de David Oquendo. Protagonista en solitario -aunque suele contar con invitados de lujo como el percusionista Vicente Sánchez o el virtuoso Paquito D’Rivera- nada como estas noches para apreciar el profundo conocimiento y amor de Oquendo por el cancionero cubano y la amabilidad sin límites con que lo prodiga. David lo mismo complace las más recónditas peticiones del público que pone a prueba sus conocimientos musicales. En esas descargas, mientras los nostálgicos rememoran las del Pico Blanco habanero, mis hijos han hecho suyo uno de los cancioneros más hermosos compuestos en la lengua de sus padres.
No debo dejar de mencionar que David Oquendo es abakuá, condición que encarna en su sentido original de estricto código ético de respeto minucioso a sí mismo y a sus semejantes. La amabilidad de Oquendo es tan inagotable como meticulosa es su resistencia frente a cualquier imposición externa. Fue esa actitud la que lo llevó a pasar años de prisión por negarse a participar en la aventura castrista en Angola o, desde su salida de Cuba, a no olvidar las razones de su exilio.
El público de Oquendo en sus Las noches de filin lo componen tanto viejos conocidos como el público ocasional de todas partes de Hispanoamérica que acude a celebrar algo en los restaurantes donde toca. Oquendo, siempre atento a los deseos de los presentes, junto al repertorio usual de monstruos del filin -ese fecundo apareamiento entre el bolero y el jazz- como José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz o Marta Valdés, incluye en sus presentaciones temas de compositores mexicanos, boricuas o de cualquier otra parte del continente envueltos siempre en la calidez de su guitarra y su sonrisa.
Doy todos estos antecedentes para que se entienda mejor lo ocurrido el pasado sábado cuando, desde una de las mesas de restaurante, se empezaron a escuchar gritos de “¡Silvio! ¡Silvio!”. Esos gritos nos despertaban de la utopía filinesca que Oquendo nos ofrece para recordarnos que, en el mundo hispanohablante, un cubano con guitarra sentado en una banqueta se asocia casi automáticamente con Silvio Rodríguez, el músico con menos “filin” de aquella isla: un compositor de contorsionadas metáforas ya depuradas de la gracia que durante siglos ha distinguido la música cubana. Sin mencionar las resonancias políticas que el nombre de Silvio puede traerle a un viejo exiliado.
Al principio el amable David jugó a no entender de qué le hablaban. Los peticionarios, que suspenderían cualquier examen de sutilezas por fácil que estuviera, insistían canción tras canción. “¡Silvio, Silvio!”. Primero Oquendo adujo falsamente que no conocía sus canciones pero cuando los otros machacaron “Silvio, ‘Ojalá’” el músico completó.
-Ojalá que se muera.
A continuación les explicó a los hermanos latinoamericanos lo que significaba para él, exiliado cubano, complacer la petición que tan alegremente le pedían: lo insultante que le era que le exigieran canciones de un servidor del mismo régimen que lo había desterrado. Y los cubanos presentes aplaudimos a Oquendo con el mismo entusiasmo con que el variopinto público del bar de “Casablanca” se puso a entonar La Marsellesa en aquella famosa escena.
Hasta el fin de la primera parte del espectáculo la sonrisa se borró de aquellos labios que narraban amores bien o mal correspondidos. Cuando David dejó de cantar y fui a ofrecerle mis condolencias me dejó claro que su discordia con el famoso cantautor iba más allá de la abstracta cuestión política.
-Silvio Rodríguez es un traidor para mi generación. La primera vez que caí preso, a los trece años, fue por cantar una canción suya: "Resumen de noticias". La canté en un evento de mi ESBEC y terminé en Villa Marista.
Sí, porque alguna vez las canciones de Silvio fueron lo más contestatario que podía imaginar un joven cubano. Pero eso fue mucho antes de que se convirtiera en el más eficaz propagandista del mismo régimen que perseguía sus canciones más honestas.
Luego de su habitual descanso, David volvió a cantar, más distendido, y cuando le pedimos en broma que cantara “Ojalá” su sonrisa de siempre volvió a aparecer.
Todo quedaría como un incidente que apenas afeó una de Las noches de filin, arma secreta de los cubanos de Nueva Jersey. Pero entonces le da a uno por buscarle sentido a la conducta de alguien para quien la música es inseparable de su experiencia vital y su conducta ética. Así se comprende qué es lo que diferencia a un artista de un simple entretenedor ("un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva" como diría el cantor), por mucho que este domine su oficio.
Hasta el fin de la primera parte del espectáculo la sonrisa se borró de aquellos labios que narraban amores bien o mal correspondidos. Cuando David dejó de cantar y fui a ofrecerle mis condolencias me dejó claro que su discordia con el famoso cantautor iba más allá de la abstracta cuestión política.
-Silvio Rodríguez es un traidor para mi generación. La primera vez que caí preso, a los trece años, fue por cantar una canción suya: "Resumen de noticias". La canté en un evento de mi ESBEC y terminé en Villa Marista.
Sí, porque alguna vez las canciones de Silvio fueron lo más contestatario que podía imaginar un joven cubano. Pero eso fue mucho antes de que se convirtiera en el más eficaz propagandista del mismo régimen que perseguía sus canciones más honestas.
Luego de su habitual descanso, David volvió a cantar, más distendido, y cuando le pedimos en broma que cantara “Ojalá” su sonrisa de siempre volvió a aparecer.
Todo quedaría como un incidente que apenas afeó una de Las noches de filin, arma secreta de los cubanos de Nueva Jersey. Pero entonces le da a uno por buscarle sentido a la conducta de alguien para quien la música es inseparable de su experiencia vital y su conducta ética. Así se comprende qué es lo que diferencia a un artista de un simple entretenedor ("un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva" como diría el cantor), por mucho que este domine su oficio.
Porque tratándose de arte -no importa lo que digan los capitalistas- el cliente no siempre tiene la razón.
7 comentarios:
Bravo!
David Oquendo un músico completo, el si que sabe lo que se sufre en un país extraordinario dónde no te dejan vivir en libertad
Eso de "hermanos latinoamericanos" es harto dudoso, por no decir un oxímoron--a no ser que se trate de hermanos a lo Caín.
El Silvio hasta de muy jovencito daba seña de que había problema. Siempre tuvo un aire enfermizo, como una suerte de loquito acomplejado pero calculador. Su obra es asunto de otros; sencillamente no me interesa ni significa nada para mí.
Parece mentira que no captes el sarcasmo de "hermanos latinoamericanos" Realpolitik. Tu tambien Bruto?
Me alegro que fuera sarcasmo, Enrique, pero estoy traumatizado, por así decirlo, por todo el asunto "latino." Ese mote fue un invento del siglo XIX que siempre fue muy cuestionable, y solamente es aplicable a alguien como el tipo que encabeza el Vaticano ahora--no tiene absolutamente nada que ver con un Evo Morales, por ejemplo.
Pero, aparte de la semántica, hace rato que no acepto ser "latino" ni que se me tome por tal cosa. Me resulta indigno y denigrante, ya que hay tantísimo "latino" despreciable o nocivo, sobre todo en lo que a Cuba concierne. Ya con ser cubano, y si acaso hispano, tengo bastante "baggage," como dicen los americanos, y no soporto cargar el de gente tan ajena para mí.
Me alegra mucho saber que la música cubana vive por esos confines, que hay artistas como el Sr. Oquendo que mantienen viva esa llama. No creo que hoy conozcan dentro de Cuba mucho de ese patrominio. De la trova plañidera al reguetón vulgar. Aquí en Puertorro Silvio es la musa de, al decir de Juan Abreu, trasnochados revolucionarios de iPhone. Saludos.
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