martes, 21 de mayo de 2024

Los hijos bastardos del jazz

 


Una distorsión, la que aparece en este árbol genealógico del jazz, no por repetida es menos grave. Una historia tras otra del jazz, incluida la monumental serie documental de Ken Burns, se esfuerzan por ignorar el inmenso aporte de los músicos hispanos en la conformación y desarrollo del jazz. En el árbol genealógico del jazz, de lo latino aparecen solo un par de ramitas y ningún nombre. Solo algunos especialistas del jazz latino -convertido en pariente pobre del género- señalan el aporte esencial de la música hispana a ese cocido complejísimo que es el jazz. Al menos en esto acompañados nada menos que del legendario músico Jelly Roll Morton, quien habla del “Spanish tinge”, el toque o dejo español, que hizo de la música de Nueva Orleans donde germinó la semilla del jazz, algo esencialmente distinto de la que se producía en el resto de los Estados Unidos.

No se trata solo del nombre fundacional de Emmanuel o Manuel Pérez, con ese apellido resistente al disimulo. Se trata del intenso intercambio que tuvo el danzón cubano a inicios del siglo XX con el ragtime como lo demuestran las piezas compuestas y grabadas por Enrique Peña. O de que el primer solo de flauta del jazz fuera grabado en 1927 por Alberto Socarrás. O de que uno de los grandes clásicos del jazz, “Caravan” fuera compuesto por el boricua Juan Tizol, integrante fundamental de la orquesta de Duke Ellington. O que otro boricua, Noro Morales hiciera aportes significativos al apareamiento del jazz con los ritmos latinos proseguidos y ampliados luego por Machito y sus Afrocubans. O la influencia tremenda de los arreglos de Bauzá en la orquesta de Chick Webb a la que llevó, recién descubierta por él mismo, a la gran Ella Fitzgerald. O los decisivos arreglos de Chico O’Farrill. O el giro copernicano que supuso para el jazz la introducción de los ritmos afrocubanos en el bebop por Chano Pozo que fueron luego sucedidos y ampliados por una pléyade de percusionistas que van desde Cándido Camero, Patato Valdés, Sabú Martínez, Ray Barreto, José Mangual, Francisco Aguabella, Armando Peraza, Mongo Santamaría (quien popularizó “Watermelon Man” mucho antes de que su autor, Herbie Hancock se decidiera a grabarla) a Gionanni Hidalgo y Roberto Vizcaíno Jr. O las insistentes búsquedas en el lenguaje que de las músicas afrocubanas y afrobrasileñas hicieron músicos norteamericanos como Dizzy Gillespie, Stan Kenton, Charlie Parker, John Coltrane, Miles Davis (basta recordar los aires de mambo de su álbum "Sketches of Spain") HoraceSilver, McCoy Tyner, Erroll Garner, Charlie Mingus, Herbie Mann, Kenny Dorham, Joe Henderson, George Sharing, Carl Tjader, Donald Byrd, entre muchos otros. O la irrupción sísmica en el panorama jazzístico de los 70s de Irakere con los inmensos Chucho Valdés, Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval. O los aportes constantes de músicos de la talla de Tito Puente, Gato Barbieri, Dave Valentin, Michel Camilo, Danilo Pérez, Airto Moreira, Alex Acuña, Claudio Roditti, Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal y Jorge Dalto. O los talentosísimos músicos que ahora mismo siguen enriqueciendo el legado del jazz sintiendo que les pertenece desde su misma cuna y no como adquisición foránea.  

Sospecho que una de las razones fundamentales para este “olvido” se corresponde a la condición subalterna que lo hispano ocupa en la construcción de la historia y la cultura norteamericanas. Que en el eje blanco-negro sobre el que se ha hecho girar la noción de lo estadounidense lo hispano y lo latino están condenados a ejercer la condición de eternos recién llegados, de extranjeros permanentes. Poco importa que el español se haya hablado en territorio norteamericano antes que el inglés. O que las primeras ciudades de Norteamérica fueran fundadas por españoles. O que el 18% de los nombres de los futuros estados de la Unión tengan origen hispano. O que el 15% del territorio de Estados Unidos fuera alguna vez mexicano. O que casi el 20% de la actual población sea de origen hispano. En una historia y una cultura profundamente racializadas como la norteamericana los latinos siguen condenados a quedar fuera del retrato de la nación.

1 comentario:

Miguel Iturralde dijo...

Muy bueno. Saludos.