domingo, 26 de marzo de 2023

¡Oh, San Zumbado!

No hubo humorista más importante para nuestra generación que Héctor Zumbado. En una época -que abarcó los setentas hasta bien entrados los ochentas- en que decir “humor” era referirse a una sarta de lugares comunes y calculadas cobardías Zumbado resplandecía con un brillo único: el de la inteligencia crítica. Y graciosa. En el dócil rebaño que componían los que se hacían llamar humoristas por entonces Zumbado resaltaba como la oveja negra. Hablo de una época en que el Estado lo producía todo, desde el café a las croquetas y burlarse de ellos era hacerlo de la incapacidad de ese Estado para completar la más humilde tarea. Como la de trasladar la población desde punto A a punto B en el horrendo sistema que teníamos por transporte urbano. Y de todo eso Zumbado ya se burlaba en sus columnas de 1969 y 1970, apenas meses después de que el Estado hubiese absorbido la práctica totalidad de la economía nacional tras la infame Ofensiva Revolucionaria de 1968.


Cierto que existió entre nosotros, los humoristas que emergimos en la década de los ochenta, cierto espíritu parricida. Recuerdo que alguna vez se redactó un manifiesto en que se abjuraba de los chistes de “taxis y roquetas” que ya se habían convertido en el nuevo lugar común. Supongo que pretendíamos apuntar más alto, al sistema encargado de producir una vida tan mediocre. Atacar el famoso mono en lugar de la cadena. Pero no estoy muy seguro de que siquiera fuéramos muy conscientes de ello: era tanto el miedo ambiente que ni siquiera nos podíamos dar el lujo de tener las cosas tan claras. Por eso mismo nos habrá costado entender que la grandeza de Zumbado no estribaba en los objetos paupérrimos de su sátira sino en la brillantez con que la ejercía.
Pero al gran Zumbado le parecía importar muy poco nuestra juvenil soberbia y no hubo miembro del gremio más dispuesto a ayudarnos, con menos miedo a que sus hijos le saliéramos un poco contestones, a que pretendiéramos opacar su brillo. De ahí que no fuéramos pocos los que encontráramos en la sección humorística de Bohemia que dirigía Zumbado en la segunda mitad de los ochenta, “Una de cal y otra de sal” uno de los escasos espacios donde podíamos publicar textos inadmisibles en el resto de la prensa escrita (los otros eran el DDT con su triada genial de Manuel, Ajubel y Carlucho o la sección de humor de Alma Mater a cargo de Jorge Hernández y Otto Treto. Otro espacio de mínima libertad -en este caso radial- era El Programa de Ramón, hijo y buque insignia de aquella época que por entonces creíamos nueva).

De ahí que la misteriosa paliza que dejó a Zumbado incapacitado para caminar o hablar, para no hablr de escribir, dejara a toda nuestra generación de humoristas en estado de orfandad. Muchas veces, en medio de la crisis espantosa que cayó sobre toda Cuba en los noventa se preguntaba el cubano “¿qué diría Zumbado ahora?”. ¿Qué diría desde su lucidez etílica el gran humorista que nos enseñó a reírnos de las guaguas y las croquetas ahora que estas prácticamente habían dejado de existir? Por eso, al organizar el Primer Festival Aquelarre en diciembre de 1993, no se nos ocurrió humorista más merecedor de homenaje que Héctor Zumbado. Con un Zumbado fuera de combate desde hacía años, a las autoridades de entonces, encarnadas en el presidente de la Asociación Hermanos Saíz, Fernando Rojas, debió parecerles una opción inocua.



Fui encargado de escribir el homenaje. No sé qué esperarían de mí. Supongo que recalentar las croquetas y los panes de los que Zumbado se había burlado inmisericordemente años atrás y que en aquel 1993 eran mera carne de nostalgia. Pero ¿qué tal si usaba el homenaje a Zumbado para burlarme de las innombrables miserias de aquellos días nuestros? (Porque lo peor del hambre de no era el hambre en sí sino que hubiera que soportarla en silencio). Y ya que estábamos en el negocio de la burla ¿qué tal burlarnos de nosotros mismos y de nuestra añoranza por aquellos tiempos con los que Zumbado había sido tan inclemente? Nunca un texto me ha salido tan fácil: bastó con convertir a Zumbado en “santo defensor de los usuarios” e imaginar a alguien que le reclamaba por criticar todas aquellas miserias que ahora añorábamos. Debo haber escrito aquel monólogo en unos quince minutos guiado por el sonido de la voz desafinada de Ulises Toirac a quien pensaba el actor ideal para interpretar el monólogo. Ulises sin embargo tenía un compromiso para la noche del domingo de clausura del Festival por lo que tendría que buscarme otro actor. Posiblemente fue el propio Ulises quien sugirió el nombre de Osvaldo Doimeadios.

Al día siguiente, sábado, fui al Mella donde ya había 
 arrancado el festival y le di el texto a Doime que de inmediato aceptó representarlo. Recuerdo que al poco rato hicimos en el vestíbulo del propio teatro una lectura de textos humorísticos para el público invitado, lectura que terminó con un Rojas indignado. Fue Rojas quien, en una reunión de emergencia con los humoristas, advirtió que si nos atrevíamos a llevar textos como aquellos al escenario del teatro sería él mismo quien nos bajaría a la fuerza. Recuerdo también mi risa interior pensando en el monólogo que le acababa de pasar a Doime y que se representaría a la noche siguiente bajo la inofensiva categoría de homenaje. Ha sido una de las pocas veces que he puesto en práctica lo que se puede considerar como silencio estrategico.



Llegó la noche del domingo y el homenaje a Zumbado. El humorista ya podía volver a caminar luego de la golpiza pero apenas podía reproducir frases inconexas aunque llenas de intención que completaba con un pícaro “lalalala”. Así subió al escenario del Mella, tarareando el tema de Casablanca, “Hoy como ayer” o "Yesterday", sus tonadas favoritas de entonces, para recibir el diploma que le ofrecía la Asociación Hermanos Saíz. Luego vino Doime. Ni en sueños pude haber imaginado una interpretación más rica e inteligente de mi texto. En apenas 24 horas y en medio del tumulto enloquecido que es cualquier festival el actor no solo se había estudiado y aprendido el monólogo sino que repensó la puesta en escena y llenó el texto con inflexiones o pausas que reforzaban su sentido. Doime desechó mis pobres indicaciones y en lugar del altar que yo había propuesto representó su monólogo de frente al público convirtiéndonos en el santo al que echaba en cara la miseria reinante. El recibimiento de aquella representación de apenas cinco minutos fue apoteósico y unánime, excepto, supongo, por Rojas y el resto de su séquito. Salí del teatro con una felicidad solo comparable con la rabia que debió haber sentido esa noche el presidente de la Asociación Hermanos Saíz. Una rabia que debo intuir porque lo cierto es que ni él ni nadie vino a pedirme cuentas. ¿No habían pedido un homenaje? Mi monólogo se ajustaba bastante a esa clasificación y, siendo un homenaje, no debería repetirse quitándole a la posible represalia cualquier sentido pedagógico.

Sin embargo, por un fenómeno común en un sistema donde la represión prefiere ser discreta, el mero hecho de que algo pueda ser representado una vez en público sin represalias visibles se convierte en su aprobación de hecho. De manera que a partir de entonces y usando como precedente su estreno en el Mella mi “Plegaria a San Zumbado” se convirtió en parte del repertorio de Doimeadios en aquellos años y de Sala-manca, el grupo que dirigía. Pronto me enteré que otros actores profesionales como Carlos Ruiz de la Tejera, Luis Alberto García o Tony Cortés declamaban también mi monólogo aunque solo alcancé a ver la versión del primero. Fue gracias a ellos 
-y a unos cuantos actores aficionados que tambien lo reprodujeron- que aquel texto escrito a la carrera con intención de ser representado una sola vez, con diferencia, el más conocido de cuantos escribí en Cuba. No obstante, cuando Carlos Ruiz de la Tejera lo grabó para un programa de televisión este fue censurado y sustituido por un viejo texto del maestro Zumbado que por repetido no ya no despertaba las alarmas de nadie.



No hace mucho una amiga en Miami descubrió el manuscrito original de mi monólogo entre sus papeles. Mi deuda con ella y con su esposo es tan larga que no sé por cuál de sus infinitos favores fue que les regalé aquellas dos cuartillas escritas mientras vivíamos en Cuba. De lo que me alegro, pues de haber quedado en mis manos estoy seguro que no habría sobrevivido a todas mis mudanzas de Cuba a España y de ahí a Estados Unidos. El manuscrito sigue en manos de mi amiga pero me ha enviado la foto de dos cuartillas, escritas por ambas caras con el monólogo y la nota que le dejé a Ulises Toirac pidiéndole que lo representara. No es gran cosa, lo sé, pero cuando uno no es Shakespeare o Cervantes o Piñera, tiene que conformarse con reliquias así, que te retrotraen a un tiempo de miseria abrumadora que, gracias a los esfuerzos de los dirigentes cubanos, ha sido superado por miserias más abrumadoras todavía. Ahora, por primera vez y a petición de otra amiga, hago la transcripción del texto original. Lo acompaño con la grabación que hizo del monólogo el caricaturista Eddy Abela, nieto del gran Eduardo Abela, en el teatro Carlos Marx en 1994, unos meses después de su estreno en el Mella. (Sí, hasta que no convirtieron el Acapulco en sede del Centro Promotor del Humor nuestras sátiras sobre los efectos del comunismo se escenificaban nombrados a mayor gloria de lideres comunistas. Justo ahora caigo en ello). Las pequeñas variaciones que introdujo Doime las prefiero al texto mismo ("agüita turbia" en vez de "oscura" del original, por ejemplo) porque le dan más fuerza y fluidez. No los entretengo más, que tampoco se trata del Primer Folio ni del manuscrito de “Aire frío”.


Plegaria a San Zumbado
¡Oh, San Zumbado, santo protector de los usuarios, escudo de los traspapelados en las envolventes aguas de la burocracia, tenaz castigador de administraiciones y cagástrofes, Oh San Zumbado, perdónanos por todos nuestros pecados y auxílianos en esta hora difícil!
¿Recuerdas San Zumbado que cuando acudíamos a ti desconcertados ante el escurridizo transporte urbano o frente al diabólico ritual gastronómico conocido como cambio de turno siempre nos consolabas? ¿Recuerdas San Zumbado [como] nos lamentábamos de la fértil imaginación de nuestros burócratas o de lo adormecedora que era nuestra televisión y tú, solo tú, lograbas el milagro de que a pesar de todo termináramos riéndonos?
¿Recuerdas San Zumbado cuando nos explicabas que aquella masa amorfa, impenetrable y elástica no era pan sino justamente su negación? ¿Recuerdas San Zumbado cuando nos hacías riflexionar que el verdadero sabor de las croquetas no era justamente aquel al que estábamos acostumbrados o que aquella agüita turbia que se vendía a 10 centavos en las esquinas no merecía que se le llamara café? ¿Te acuerdas San Zumbado? (suspira) ¡Qué tiempos aquellos!
¡Ay San Zumbado, tú no sabes nada! ¡Así que la burocracia! Si vieras ahora a los pobrecitos burócratas, dan lástima haciendo trámites en papel recuperado. No te imaginas lo triste que es un burócrata sin papel carbón. ¿Y nosotros los usuarios? No te imaginas cómo extrañamos los cambios de turno y todas aquellas delicias. ¡Ay San Zumbado! ¡Danos hoy el pan que criticábamos ayer! Nos conformamos con que no cumpla con los parámetros establecidos. San Zumbado, es que no todo puede ser perfecto porque lo perfecto es enemigo de lo bueno y en definitiva somos seres humanos susceptibles de caer en errores. San Zumbado, por tu madre, devuélvenos las croquetas aunque su sabor no se corresponda con la cosa en sí. Devuélvenos las guaguas aunque no se detengan exactamente en la parada y también aquella agüita oscura a la que cariñosamente insistíamos en llamarle café. Es más, devuélvenos la electricidad de nuestras noches aunque haya que ver la retrasmisión de la retrasmisión diferida del último concierto de Alfredito.
¿Dónde has metido todos aquellos defectos que animaban nuestra vida San Zumbado? Sí, porque la culpa es solo tuya San Zumbado por ser tan criticón. Por tu culpa y nada más que por tu culpa es que estamos así. Porque el que critica lo que tiene a pedir se queda. Y nuestro vino es agrio, pero es espumoso. Es más que me llevo la botella. Y las velas, que hoy me toca de 5 a 11.



5 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

Prueba de que cuando allá se piensa que se ha tocado fondo, lo venidero es mucho peor. Conocí a este humorista por ti y este foro, magnífico practicante de la crítica aguda y fina, rezago de la antigua República. Saludos.

Anónimo dijo...

El hombre que quiso enlatar el sol.... no puedo leerlo sin que se me salgan las lagrimas...

Anónimo dijo...

Ese manuscrito sobrevivió a nuestra travesía por Chile. Lo enviamos junto con otras cosas personales por DHL antes de venir a Miami, algunas de ellas nunca llegaron. Al parecer, el Santo de las croquetas raras y el café aguado hizo lo suyo. 😜 Felicitaciones y gracias por tu amistad. 🌹

Anónimo dijo...

Y por por que fue la golpiza que lo dejó tumbao ?

ajubel dijo...

Excelente lo escrito Enrisco sobre el genio de todos los tiempos: Zumbado. Algunas anécdotas con el amigo Zumbado les ido contando a sus hijas. Me viene una a la mente y fue en una de aquellas famosas 4 reuniones con Fidel. Después de cuatro días, mañanas, tardes y noches hasta bien tarde discutiendo cosas y el bla bla blá, el cuarto día en la tarde a poco para la clausura Zumbado levanta la mano y pide la palabra, se hizo un silencio sepulcral, le dan la palabra y acto seguido dice con aquella calma aparente que le caracterizaba: Solo quiero que me aclaren algo, llevamos cuatro aquí, aún no sé qué ensalada me corresponde en la mesa si la de la derecha o la izquierda, gracias y se sentó tranquilamente. No recuerdo qué pasó después que dejó caer aquella bomba allí. Zumbado era un genio total.