viernes, 17 de marzo de 2023

Mabel viene a ofrecer su corazón


De In your face, papi! se puede decir lo mismo que decía Walt Whitman de sus Hojas de hierba “Camarada! Este no es un libro. Quien lo toca toca un hombre”. Y digo “casi” porque quien toca In your face, papi! no toca un hombre sino toca esa fuerza de la naturaleza llamada Mabel Cuesta. Hablo de la que en su muro de Facebook aparece como un ser generoso y bueno y al mismo tiempo feroz contra todo lo que le parece malvado o simplemente injusto: la Mabel que se enfrenta al castrismo, el machismo o el racismo y, a su vez, revuelve cielo y tierra para enviar medicinas a Cuba, recoge dinero para un periodista independiente varado en México, firmas en defensa de compatriotas encarcelados o reparte bocaditos a migrantes que encuentra en los aeropuertos.

Tanto en su muro de Facebook como en este libro, Santa Mabel de los Aeropuertos demuestra no solo que no hay contradicción en ser de izquierdas y condenar el castrismo, ese Robin Hood que le roba a los pobres para construirle hoteles a los turistas. Mabel también hace ver que si la izquierda fuera mínimamente consecuente con sus principios de libertad y justicia social no tendría otro remedio que reprobar a la dictadura turístico-militar que domina Cuba. Sucede que mientras buena parte de la izquierda asume estos principios como pose, Mabel no deja de practicar el difícil arte de la consecuencia y hace de este el tema recurrente de lo que piensa y hace. Esa fórmula, tan sencilla de enunciar como complicada de practicar, hace de Mabel una rareza tanto en la academia —donde se gana el pan, los frijoles y la masa de las croquetas que la han hecho famosa— como en el mundo real donde fríe, come y comparte esas croquetas. Porque entre tanto equilibrio vital Mabel, con todo y su exitosa carrera universitaria, no olvida, como Rimbaud o Kundera, que la vida está en otra parte, donde la gente ama y sufre de verdad, no con bibliografía al estilo de la MLA y notas al pie.

Y, sin embargo, hay una diferencia esencial entre el avatar de Mabel en las redes sociales y la que aparece en las páginas de In your face, papi! Mientras en su muro de Facebook Mabel se defiende, ataca, alecciona y pontifica en su cruzada contra la tontería y la vileza ambientes, en las más sosegadas páginas de este libro la escritora se da el tremendo lujo de la duda. Visto así, al título de In your face, papi! se le puede acusar de publicidad engañosa pues el tono general del libro tiene más de abrazo que de bofetada. Sorprenderá, a quien no conozca personalmente a Mabel, encontrar a una escritora que, sin perder un ápice de incisión o fiereza, nos habla con voz delicada y vulnerable. Aquí Mabel se muestra consciente de que, al margen de sus convicciones o lealtades, la verdad no le pertenece por definición a nadie y mucho menos a ningún bando, los cuales casi siempre terminan articulándose —más allá de las declaraciones oficiales— en torno a oscuros pactos y profundos cinismos. La bondad esencial de Mabel le permite ser honesta sin tener que ser cínica porque sus convicciones más hondas pasan por confiar en el entendimiento entre la gente y por una íntima humildad que le permite lo mismo disculpar al contrario, que reconocer sus errores y hasta excusarse por estos. La Mabel de este libro parece creer que en cada uno de nosotros existe —la cultive o no— la semilla del bien, y que ya ese detalle basta para soñar con un mínimo pacto de decencia.

Hablo de humanidad, pero advierto que In your face, papi! se concentra en esa variedad de lo humano que es ser cubano. Y lo que resalta en este retrato nacional es lo amplio e inclusivo que puede ser para esta confesa “bebedora de ciudades”. La Cuba de Mabel no se circunscribe a la isla claustrofóbica de once millones de cuerpos ni al afuera amplio y disperso que acumula otros tres millones. El mapa cubano que traza Mabel en este libro más bien breve es tan abarcador como aquel de Borges donde “el Mapa del Imperio tenía el tamaño del Imperio”. De tan abarcador que es, cabe hasta el portal de mi casa en Nueva Jersey. En vez de un país partido en su interior y el exterior Mabel habla de 14 millones de cuerpos y almas sangrantes de todo tipo de heridas y al mismo tiempo gozosos: contradictorios como siempre lo han sido los nativos de un sitio que erigía paraísos tropicales subvencionados por el infierno de la esclavitud; o que supo hacer de la utopía revolucionaria una prisión perfecta en la que los convictos reforzaban los barrotes y coreaban entusiasmados el nombre del carcelero. Mabel consigue trazar este mapa de lo cubano sin atenuar lo inhabitable del adentro para justificar sus vacaciones en la isla, como hacen tantos. Pero, al mismo tiempo, Mabel tampoco oculta el desgarro que le ocasiona vivir a distancia de los suyos. Es el valor con que la escritora logra encarar ambos dolores lo que le permite decir sin retórica tramposa que Cuba es “el único país a donde regresar para sentirme entera” y al mismo tiempo “el único país en donde vivir me resulta imposible”. Gracias a que Mabel tiene las cosas tan claras, puede decirnos sin sonrojo que el centro de su vida reside en los alrededores de su abuela y que su “tiempo se divide en dos partes: el que paso a su lado, el que me falta para volver a estarlo”. No usar sus circunstancias personales —que la obligan a regresar una y otra vez al lugar donde vivir le resulta imposible— como pretexto para mentirse, le sirve a Mabel para entendernos mejor. Y nos entiende para, a su vez forzarnos, a los que vivimos adentro o afuera, a vernos no como meras abstracciones sino como seres humanos, gente comprensible a pesar de la distancia física y la otra. El antídoto de Mabel contra estas abstracciones es la humanidad, la empatía y el valor de que carecen muchos de sus colegas de academia. Me refiero a esos que maquillan los horrores de la isla pretendiendo que hay algo en la naturaleza de sus habitantes que los hace disfrutar lo que en otros sitios resulta intolerable. O sea, el viejo racismo de toda la vida disfrazado de respeto a la diferencia.

Empatía, humanidad, valor, pero también imaginación, piensa Mabel que necesitamos los cubanos para superar tantos años del sofisticado despotismo que nos tocó en desgracia. Solo entonces “el binarismo del ‘cubano de Cuba’ vs. ‘cubano de fuera’ se tendrá que ir por el mismísimo retrete”. Es así como podremos imaginarnos como un todo sin necesidad de ignorar tanto horror. Justo lo contrario de aquellos funcionarios de la isla que hablan de una sola cultura al tiempo que persiguen sus expresiones más vitales, tanto dentro o fuera, que en eso de perseguir son muy democráticos. Pero para poder recuperar la imaginación —diagnostica Mabel— deberemos sanar nuestros cuerpos reales y el cuerpo imaginario de la nación porque “un cuerpo enfermo no puede imaginar”.

Mabel ha entendido a la perfección la trampa que nos divide como pueblo y nos enfrenta. (Se me ocurre un nuevo intercambio entre el Bobo de Abela y Martí. Bobo: Maestro, ¿recuerda cuando decía “¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión.”? Martí: Claro que me acuerdo. Bobo: ¡Si usted nos viera ahora!). Pero la trampa no solo divide a los de adentro y los de fuera sino que también nos separa según la fecha y el modo en que llegamos al destierro. O por el sitio exacto en que hemos recalado. Y con lo mismo que los exiliados más antiguos ven con suspicacia o desprecio a los recién llegados, muchos de los que viven lejos de Miami miran a la capital del exilio con arrogancia saudita. Como Mabel no puede ni pretende hablar por todos, habla y pide perdón por sí misma. Se disculpa por la recién llegada que fue y a la que le bastaron cinco días en la ciudad para creer que la había entendido del todo. Por eso a los catorce años de su primera visita a Miami, Mabel, en uno de los textos más valientes de un libro repleto de coraje, reconoce el miedo que le dio en su primera visita la mirada entre rencorosa y despectiva que le lanzó una camarera trasplantada de cafetería habanera a una de Miami. Pues esa misma mirada que le hizo formarse una idea temible de la ciudad, ahora le “provoca ternura y una punzadita en el pecho a la que todavía no le puedo dar un nombre”. De esa hostilidad mutua somos culpables todos, pero Mabel entiende que es demasiado pronto para los ajustes de cuentas entre hermanos de causa, que “no es este momento de emplazar a la víctima; porque eso somos, además de seres despojados de toda imaginación, una panda de 13 ó 14 millones de víctimas”.

Pero no se confundan. In your face, papi! no es un libro victimista. Este libro es tanto un mapa del dolor como del placer y ya se sabe que la ideología del victimismo no acepta víctimas que sepan tomarse un descanso. In your face, papi! también incluye placeres: el de estar en casa junto a su esposa y el de conocer mundo, el de airearse los pulmones y el intelecto pero no para encontrar pretextos con qué despreciar el sitio de donde salió sino para entenderlo mejor. O para sentirse menos sola. Como cuando se entera de que en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia se conserva el corazón de Chopin, mientras el cuerpo yace en un cementerio en París. Mabel nos comenta que el más famoso de los músicos polacos “no renovó su pasaporte en la Embajada rusa de Francia y fue así como perdió la posibilidad de regresar legalmente a su país” y ese detalle nos acerca a Chopin tanto como su música. Un detalle que debería devolver a la autora a la circunstancia familiar de tramitar el regreso al país natal en embajada enemiga. Sin embargo, Mabel prefiere enfocarse en el corazón de Chopin para asociarlo al de otro músico, el cubano Mike Porcell, a quien toda la maldad sufrida durante años no ha conseguido inocularle una gota de rencor.

La mirada apasionada y generosa de Mabel le permite hacerse preguntas implacables y dar respuestas prolijas. Como al preguntarse “¿quién ganó esta guerra sin guerra?” refiriéndose a ese conflicto que la fuerza de la mala costumbre nos hace llamar “revolución”. Evitando el lugar común, Mabel se responde con el paisaje del apocalipsis castrista: “¿ganó la vecina que, sin nunca abandonar los predios de su sala, despotrica de las jineteras del barrio mientras su hermana desde la factoría en Hialeah la sueña pobre e infeliz y apoya con su fiel remesa el control que ejerce sobre la cuadra, sobre la nada?”.

Para conseguir tanto en tan pocas páginas Mabel Cuesta debió hacer uso intensivo y sintético de la lengua. De un lenguaje poético quiero decir, siempre que entendamos poesía no como arreglo floral de las palabras sino como el medio más preciso de “sentir lo que es” al decir de Mabel. Y para eso trata de evitar en lo posible la jerga con que los académicos se hacen respetar en su medio a costa de no hacerse entender. Pero no basta el uso apropiado de la lengua cuando se intenta dar constancia de los vaivenes del día a día sin que las palabras terminen traicionándonos o emplazándonos meses, años después. Porque escribe como vive, porque la ética es su verdadera política, Mabel puede publicar sin avergonzarse estos textos circunstanciales que vieron la luz a lo largo de años tan convulsos, años que han hecho cambiar a tantos de bando o de ideología. Sin avergonzarse, y hasta con legítimo orgullo. El orgullo de ser testigo de sus días y noches sin bajar la frente, que es la postura que le ha permitido a Mabel dar fe de lo que vive y piensa sin renunciar ni a la decencia ni a la verdad.

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