Hace tiempo mi
carnal Armando Tejuca me viene insistiendo en que no debo dejar pasar este año
sin celebrar el treinta aniversario de mi primer libro, el plaquette que llevó
por título el de “Obras encogidas”. Ocho cuentecillos humorísticos cargados con
la máxima malicia permisible en aquellos días. Que apareciera tal librillo en
1992, en pleno Período Especial, y nada menos que en la Editorial Abril que era
la de la UJC es un milagro con nombre y apellidos: Luis Felipe Calvo Bolaños, fundador
del grupo Nos-Y-Otros, corrector y redactor de la revista Caimán Barbudo y
amigo para todo lo que sea posible.
De la antigua
sede en la calle Paseo el Caimán Barbudo -como una de las medidas de emergencia
en medio de la crisis de casi todo- había sido confinado a un rincón de la
Editorial Abril. Dicha editorial se alojaba en el mismo edificio de Prado y
Teniente Rey que había sido la sede del Diario de la Marina, el -más antiguo de
ellos periódicos latinoamericanos en activo, pasado a jubilación forzosa en
mayo de 1960 junto al resto de la prensa cubana independiente. Como antes en la
sede de Paseo hasta allí iba cada vez que podía a ver a Luis Felipe. Ahora lo
visitaba desde mi trabajo en un museo olvidado de la Habana Vieja para de paso
matar el hambre en el comedor de la editorial, uno de los pocos que permanecía
abierto en la zona.
Cuando Luis
Felipe, junto a otros miembros de la editorial, inició el proyecto de Ediciones
Poramor (¿al arte? ¿Poramor se está hasta matando?) yo era -literalmente- uno
de los autores que tenía más a mano. Puro sociolismo que les agradezco. Por
fortuna los cuentos apenas pasaron por el escrutinio cómplice de Luis Felipe y
de alguien más en dicho sello de ahí que pudieran ver la luz historias como
aquellas: la de la biografía de Carlos Marx que no conseguía ingresar a un
núcleo del PCC, la de la suerte de una oscura tribu de cazadores de noticias,
la de una brigada de estudiantil por la Sierra Maestra que terminaba mutilando
a uno de ellos guajiritos que había ido colonialmente a redimir.
Las ilustraciones
y el diseño de portada corrieron a cargo de Armando Tejuca a quien nunca le
agradeceré bastante todo el talento derrochado en mejorar visualmente mis
libros a lo largo de los años. Quisimos que cada detalle se convirtiera en una
burla de algo. Desde el título “Obras encogidas” que sería complementado por
una numeración exagerada de las páginas -en realidad solo 24- que aunque planeé
elevarla hasta 600 páginas apenas se pudo alterar hasta las cincuenta y tantas.
Mi propia minibiografía era una parodia de la de aquellos escritores “revolucionarios”
que exhibían cuanto mérito “combativo” pudieran atribuirse: desde participar en
los combates de Girón a ser secretarios del sindicato en su centro de trabajo. La
lista de “últimos libros publicados” era igualmente paródica en la que se
mezclaban títulos reales con otros de libros inexistentes como “La leve
determinación del ser social” o “Historia Universal con final feliz”.
Difícil
imaginarse comienzo más modesto de una carrera que nunca ha brillado demasiado.
Si no por las historias que contiene “Obras encogidas” es por la sarta de
complicidades que lo hizo posible que, en vez de renegar de este librito, lo
celebro con orgullo. Muchas gracias a todos los que hicieron posible su
aparición o que luego ayudaron a promoverlo en la -literalmente- oscura Cuba de
la primera mitad de los 90.
P.D.:
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