El partido Irán-Estados Unidos lo anunciaban como el inicio de la Tercera Guerra Mundial pero terminó siendo una telenovela. De las peores. De esas a las que la gente va a sufrir aunque sepa que al final todo terminará bien. De esas en las que uno se pregunta por qué el bueno es tan bruto y el malo tan inepto. Bueno, depende de a quién consideres el malo y a quién el bueno. Porque los jugadores iraníes, para demostrar que su rechazo al gobierno -ese que mata mujeres por el crimen terrible de dejar el pelo expuesto a las miradas ajenas- se habían negado a cantar el himno en el primer partido. En cuyo caso el bueno sería inepto y el malo, bruto.
Estados Unidos empezó dominando el partido aunque el dominio se traducía en correr de un sitio a otro con la pelota entre los pies sin demasiado peligro para la portería rival. Los iraníes, por su parte, no parecían la banda de islamistas sedientos de sangre del gran Satán de Occidente como los pintaba la propaganda. Más bien parecían una banda de hípsters con barbitas en camino al café más cercano para encargarle una bebida con un nombre más largo que el código de Hammurabi. El asunto es que en algún momento, casi sin quererlo, los yumas se encontraron con el gol. Lo anotó su mejor jugador, Christian Pulisic en el minuto 37 del primer tiempo. Minutos después parecía que la ventaja norteamericana sería más holgada con un gol de Tim Weah pero el juez de línea, amigo de las emociones fuertes, anuló el gol por un fuera de juego milimétrico.
En el segundo tiempo los yumas no se aparecieron con intenciones de rematar el partido. Eso queda para otros equipos con otra idea de la autoestima. Así que los hípsters persas fueron agarrando confianza y acercándose a la portería americana como si estuvieran en 1979 y aquello fuera la embajada americana en Teherán. Aquello se iba poniendo feo por minuto para los súbditos del imperio yuma pero sin ser demasiado esperanzador para los otros quienes fallaban sus ataques uno tras otro como stormtroopers en la Guerra de las galaxias. Y nada, que al final todo quedó como en el primer tiempo, 1-0 , pero con bastante más angustia.
Estoy a punto de unirme a la Iglesia Pare de Sufrir. Seguro que la primera condición que me impondrán es que deje de ver fútbol. Sobre todo si los que juegan son los yumas.