Por Alejandro
Luque
En 1990, el
promedio de entierros en el principal cementerio de La Habana oscilaba entre 40
y 50 diarios. Tres años después, la cifra ascendía a los 80 a 100. Enrique Del
Risco lo sabe porque trabajó allí como historiador. En aquella terrible mitad
de los años 90, marcada por la caída del muro de Berlín, asistió a otros
fenómenos, como la desaparición a su alrededor del transporte público, los
gatos y los gordos. O la aparición de las bicicletas y el ron a granel. Lo
cuenta en Nuestra hambre en La Habana (Plataforma), una crónica personal de los
años más duros del llamado Periodo Especial.
Lo primero,
aparte de felicitarte porque me ha parecido magistral es saber si hay
precedentes de libros que hablen del tema del Periodo Especial como crónica
personal, dentro o fuera de la isla. A mí no me constan.
Gracias por la
complicidad, algo de que los cubanos estamos tan necesitados en estos tiempos.
A mí tampoco me consta la existencia de un libro así, algo quizás que me
hubiera disuadido de escribir el mío. En medio del llamado Período Especial
hubo varios libros que abordaron esa etapa terrible desde la ficción: la Trilogía
sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, La nada cotidiana de Zoe
Valdés, El hombre la hembra y el hambre de Daína Chaviano entre los más
conocidos. Existe algún libro entre el periodismo, la sociología y la apología
del sistema e incluso una antología de textos de escritores sobre el Período
Especial publicada en Cuba que acabo de descubrir Google mediante. Se llama No
hay que llorar y según se describe en la Wikipedia local se describe como
testimonios de “quienes no dejaron de soñar, crear y apostar por el futuro” y
en la Cuba oficial cuando se habla de futuro obviamente se refieren al futuro
del castrismo. Pero una zambullida personal a lo largo de todo un libro en
aquellos recuerdos no creo que exista ningún otro. Todavía.
Voy
preguntando a saltos: lo que más me ha llamado la atención es que se aborde una
cosa tan seria sin patetismo, y hasta con humor. ¿Es la vaselina? ¿Salvó el
humor años cubanos en aquellos años?
Tratándose de mí el
humor es casi inevitable, sobre todo cuando se corre el peligro de caer en el
patetismo. Hay muy pocas tragedias que justifiquen los excesos del patetismo.
En el resto de los casos el patetismo es pura indecencia. También quería que Nuestra
hambre en La Habana fuera fiel al joven que era en aquellos días y que, más
que tomarse aquella tragedia con humor, veía en el humor un instrumento para
desenmascarar aquella tragedia, porque lo peor no era que la gente se estuviera
muriendo de hambre, sino que debía hacerlo en silencio. O peor, debía seguir
dando vivas al régimen. Un chiste de la época decía que los cubanos éramos como
las focas: teníamos el agua al cuello y todavía nos quedaban ganas de aplaudir.
En todo caso el humor no salvó a los cubanos. Lo que los salvó fue el dinero de
sus familiares en el exterior, la prostitución con el turismo extranjero o la
fuga. Por otra parte, si aquello fue una suerte de masacre -en la que murieron
miles ya fuera por causas relacionadas con las penurias de aquellos días o
ahogados tratando de escapar- también es cierto que fue una masacre en cámara
lenta. Y esa es precisamente la definición de comedia que alguna vez dio Woody
Allen: tragedia más tiempo.
¿Fue la gran
debacle de la Revolución? ¿El fracaso total? ¿O había empezado antes y
disimulado, al menos de cara a la galería?
La revolución en
sí misma fue una larga debacle subvencionada. Sin mencionar las violaciones de
los derechos humanos que empezaron con los fusilamientos de los primeros días
de 1959 so pretexto de juicios que eran puras farsas, la revolución consistió
en una larga cadena de desastres económicos. Desde que, luego de apropiarse del
70% de la tierra cultivable, el Estado no tuvo mano de obra con qué cultivarla
y echó mano a homosexuales, religiosos y “otros elementos antisociales” para
hacerla producir. O al famoso trabajo voluntario. O a los estudiantes de
escuela secundaria y preuniversitaria. O a los reclutas de la mili. Todo para
que donde único abundaran las patatas fuera en los noticiarios. Cada uno de los
faraónicos proyectos de Fidel Castro fracasó, desde la famosa zafra de los diez
millones de toneladas de azúcar hasta la termonuclear de Juraguá. El castrismo
económicamente siempre fue inviable. Lo que pasó a partir de 1990 es que dejaron
de llegar las subvenciones soviéticas y toda la escenografía que se había
montado con su ayuda se vino abajo.
Me interesa mucho el proceso de desengaño, porque esa inviabilidad la vemos clara hoy, pero en los 90 todavía había una parte significativa de la población cubana echando la culpa al bloqueo, etc. ¿Fue el PE el momento en que esa gente quedó sin argumento? ¿Llegaste tú a tener conversión? ¿Te caíste del caballo en camino a Damasco?
Sobraban razones
para desencantarse desde mucho antes del PE. De hecho, uno de los retos
constantes que tiene un régimen así es cómo reactivar a cada rato el entusiasmo
de las masas. De ahí la continua necesidad de campañas de depuraciones,
rectificaciones, batallas de ideas, revoluciones culturales etc. A mediados de
los 80 en todo el mundo comunista cundía el mismo desencanto que salió a la luz
con el proceso de la perestroika y la glasnost. Yo, que empezaba en la
universidad y todavía me forzaba a creer en la bondad esencial de la revolución,
pensaba que Cuba se integraría al proceso de renovación socialista que proponía
Gorbachov. En aquellos tiempos en las universidades cubanas pululábamos un
montón de estudiantes reformistas, perestroicos, que presionábamos a los
dirigentes a todos los niveles para que se unieran al proceso de cambios.
Incluso el propio Fidel Castro llegó a reunirse con los estudiantes de la
facultad de periodismo, pero se fue de allí enfurecido por los cuestionamientos
que le hicieron estos. El desencanto sobrevino al darnos cuenta de que el régimen
no solo no estaba dispuesto a escuchar nuestros reclamos de mayores derechos y
libertades (expresados muy tímidamente, eso sí) sino que nos aplastaría si nos
propasábamos de ciertos límites.
El punto de no
retorno fueron los juicios y condenas contra los generales Arnaldo Ochoa y José
Abrantes. No tanto porque estos representaran una posibilidad de cambio (aunque
hubo ciertas señales en ese sentido) sino porque en esos juicios, que
terminaron con la ejecución de Ochoa y la condena y extraña muerte del ex
ministro del interior, quedó más que claro que al régimen estaba dispuesto a
quitarse del medio a todo el que creyera necesario. Fuimos muchos lo que nos
caímos del caballo rumbo a Damasco en esos días.
La apertura al
turismo fue un balón de oxígeno para el sistema, pero lo increíble es que la
población siga resistiendo después de 30 años. ¿Cómo lo hace? Porque doy por
hecho que las dificultades de fondo se han mantenido.
Debe tomarse en
cuenta que todas las entradas económicas son acaparadas en Cuba en primer lugar
por el Estado y por compañías asociadas con este. El negocio hotelero está
monopolizado por la parte cubana por GAESA, que es una compañía creada por el
ejército y que tiene de jefe a un ex yerno de Raúl Castro. Y encima el Estado
se apropia del sueldo de los cubanos que trabajan para empresas extranjeras y
luego les pagan como estimen conveniente. O del sueldo de los médicos y
entrenadores deportivos que envían a trabajar al extranjero. O cobra una tasa elevadísima sobre las
remesas que se envían desde el exterior. O multiplica por 2,4 el precio de lo
que vende en las tiendas de divisas convertibles. Los cubanos viven de lo que
va cayendo por los intersticios de ese mecanismo gigantesco e ineficiente. De
lo que logran “resolver”, que es el eufemismo cubano de robarle al Estado. Pero
la mayor entrada de dinero y recursos a Cuba no ha venido del turismo sino de
las remesas. En el 2019, para hablar del último año “normal” las ganancias
cubanas por el turismo fueron de 2.9 mil millones de dólares y las de las
remesas 3.1 mil millones y la diferencia es todavía mayor si se piensa que a
diferencia del turismo las ganancias de las remesas son netas. Pero más importante que todo lo anterior fue
el monstruoso apoyo en dinero y recursos del régimen venezolano, como lo fue
antes el de la Unión Soviética.
¿Y China?
China también pero no se compara con la generosidad soviética o venezolana.
¿Tan eficaz es el sistema para sofocar cualquier revuelta, o es que los cubanos están tan amansados como desmoralizados?
El Sistema es
eficacísimo no solo en sofocar revueltas sino en prevenirlas. Y un recurso
esencial en esa labor de prevención consiste precisamente en desmoralizar a la
gente: desde disuadirlos de antemano del éxito y sentido de una revuelta hasta
sembrar la desconfianza en el prójimo. Los cubanos -como en su momento los
alemanes de este- viven convencidos que cada cuatro o cinco disidentes hay uno
que trabaja para la seguridad del Estado. No se trata de una cuestión de
nacionalidad. Los totalitarismos, donde quiera que se han establecido, han
demostrado estar a prueba de insurrecciones populares. Solo han conseguido ser
derrocados desde afuera (como el nazismo) o desde arriba (como el comunismo
europeo). La única insurrección popular victoriosa, la de Rumanía, no habría
tenido éxito sin el apoyo del ejército y sin el contexto regional. Recuérdese
que la revuelta de Timisoara que detonó la explosion popular en el resto del
país tuvo su origen en transmisiones televisivas desde la vecina Hungría.
De ahí lo
asombrosa que fuera la masiva protesta del pasado 11 de julio en toda Cuba y la
desmesurada respuesta del regimen condenando a los manifestantes entre diez y
veinte años de cárcel. Quieren asegurarse a toda costa que no se
repita.
Los turistas
que llegaban a Cuba en los 90...
Eran como
aprendices de Lope de Aguirre o de Hernán Cortés que se creían el Che Guevara.
¿O son uno los tres? Uno se preguntaba cómo se podía hacer turismo en medio de
tanta miseria, pero te dabas cuenta que buscaban en Cuba el último reducto de
la utopía, un territorio virgen de capitalismo, el paraíso perdido, ¡qué se yo!
cualquier cosa para embellecer el hecho de que un puñado de dólares y un acento
diferente se sintieran deseados, convertidos en seres superiores. Y que
pudieran acostarse con algunas de las personas más bellas de un país que desde
hacía mucho tiempo era parte de sus fantasías políticas y sexuales. Algo habrá
cambiado desde entonces pero no lo suficiente como para que dejen de
aprovecharse de la degradación que ha sufrido una sociedad que lleva demasiado
tiempo bajo dictadura. Pero no solo se trataba solo de turistas. En los noventa
una compañía como Meliá entró a saco en Cuba y hoy administra cuarenta hoteles
en la isla, más que en ningún otro país a excepción de España. Los cubanos
seguimos siendo esclavos del sueño de otros. Otros a los que les parece muy
bien el mito de la Revolución siempre que se mantenga a distancia. Gracias al
turismo Cuba es para buena parte de la humanidad un metaverso muy atractivo.
Sobre todo si se experimenta por un tiempo limitado y con euros. Y todo eso
sería simplemente ridículo si no fuera por los millones de personas reales que
siguen viviendo dentro.
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