jueves, 8 de agosto de 2019

Entrevista en Librújula




A continuación les transcribo la entrevista que me hiciera Lorenzo Rodríguez Garrido sobre Turcos en la niebla para el número mayo-junio de la revista Librújula

Wonder, uno de los cuatro personajes/narradores de la novela, se atrinchera en su carpintería para evitar ―o al menos pelear hasta las últimas consecuencias― su desahucio. Este es el punto de partida de la novela, pero en realidad se trata de una excusa para poner en marcha el engranaje de este puñado de historias.


Casi desde que desembarqué en el Aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York me vi inmerso en un mundo de historias acumuladas por generaciones de exiliados que desde mediados del siglo pasado vinieron a asentarse por esta zona, sobre todo del lado de Nueva Jersey. Un mundo fascinante. Muchas nostalgias, dolor y violencia acumulada. Desde aquellos que en los sesentas al salir solo les permitían llevarse diez centavos para poder llamar a sus familiares al llegar (ni los anillos de compromisos ni las fotos le dejaban llevarse) hasta otros que tuvieron que pasar por un régimen de trabajos forzados para “ganarse” la salida. O los que pasaron diez, veinte y hasta veintiséis años en prisión a veces simplemente por pensar distinto (era una época en que la ley establecía que la pertenencia a un grupo disidente –“contrarrevolucionario” le llamaban- bastaba para fusilarte). También había otro tipo de historias, más íntimas (o menos conectadas con la gran Historia colectiva) pero igualmente intensas y atractivas. El reto era integrar todas esas historias en una sola que revelara aunque fuera en parte la complejidad de esa experiencia humana. Y la mejor manera de integrar todo eso era –pensé- imaginarlo como se imaginaría la historia de una tribu, a través de personajes paradigmáticos. El otro día le comentaba en broma a un amigo que esta es la Ilíada de West New York: en vez de la cólera de Aquiles uso como premisa dramática la cólera de Wonder. Y la cólera, en un país tan laxo en la compra y posesión de armas automáticas, puede ser cosa seria.


La acción narrativa transcurre en una comunidad latina a orillas del río Hudson. Creo que Ud. la define como una novela «del exilio dentro del exilio». Alguien ha dicho también que sus personajes recuerdan un poco a los judíos que retrata Philip Roth. A mí la novela, por su mundo, gentes y escenario, me recuerda mucho a Sombras sobre el Hudson, la espléndida novela de Isaac Bashevis Singer.  


Tanto el mundo de Roth como el del Singer de Sombras sobre el Hudson quedan geográficamente muy cerca del de Turcos en la niebla. No así cultural o históricamente. Cuando mi esposa compró Sombras sobre el Hudson ya yo había empezado Turcos (empecé hacia el 2010) y pensé leerla. Sin embargo, cuando mi mujer empezó a comentármela me parecieron experiencias tan similares que decidí no leerla para evitarme la tentación de que se parecieran todavía más. Con todo, la experiencia judía es el modelo más acabado y extenso de exilio que conocemos y es inevitable que sirva de referencia a un caso como el cubano que lleva casi siete décadas de exilios ininterrumpidos. Y casi dos siglos de exilio y emigraciones de todo tipo en los alrededores del Hudson. 


Turcos en la niebla es una novela de corte balzaciano. Recrea numerosas historias personales ―la intrahistoria, que diría Unamuno― que nos sirven para conocer una parte fundamental de la historia del siglo XX. La narración recoge anécdotas, sucesos históricos, referencias artísticas (Hopper, Thomas Cole). Supongo que fraguar todo eso en un sólido cuerpo narrativo no habrá sido fácil. Supongo también que, al ser ésta su primera novela y no ser ya precisamente un chico joven, es una forma de decir aquí estoy yo, de iniciar una carrera literaria con la suficiente calidad y ambición para ser tenido en cuenta.


Hace más de treinta años que no leo a Balzac. Mis modelos son más bien los de Europa Central y del Este. De Tolstoy a Grossman pasando por Kundera, Platonov, Bulgakov, Hermann Broch. O americanos, en su sentido más amplio, de norte a sur. Sitios (a excepción de Estados Unidos) donde el individuo no se da por sentado sino que siempre debe defender su condición frente al estado, la sociedad o la tradición.

Dicho esto, es cierto que Turcos en la niebla es mi primera novela pero a la vez es mi décimo libro. Antes había incursionado en la narrativa corta, las memorias, el humor y el ensayo. Con otro historiador devenido escritor, Francisco García, escribí una historia de Cuba en ficciones (Leve historia de Cuba). O escribí a solas mis memorias como inmigrante indocumentado durante dos años en Madrid (Siempre nos quedar҈ Madrid). En ambos casos me sugirieron que los presentara como novelas pero respeto demasiado el género para profanarlo así. Ese mismo respeto me llevó a abandonar tres novelas de las que había escrito en total unas ochocientas páginas pero no acababan de convencerme. El mundo no se merece que lo sigan agobiando con libros que no convencen ni a sus propios autores. Con lo que terminó siendo Turcos en la niebla fue distinto: por la naturalidad con que fluía todo, por lo a gusto que me sentía escribiéndola: para ellos bastó con crear personajes sólidos y creíbles y luego dejarlos que se metieran en problemas como solo ellos podrían hacerlo.  


Muchas de las historias que aquí se narran imagino que Ud. las conocerá de primera mano. Algunas son tan inverosímiles que cuesta creerlas. 


Cuando se trata de una novela poco importa si una historia es más increíble que otra. Al fin y al cabo la realidad está llena de hechos increíbles. Lo importante es cómo todas esas historias interactúan entre sí, como funcionan en el contexto de la propia novela que es lo único que debe importarle al novelista. Y sí, teniendo a mano un material tan rico me impulsó a inventarme historias que estuvieran a la altura de las reales, que las complementaran y les ayudaran a tener algún sentido sin que pareciera forzado. Mi objetivo como escritor es que el lector piense que me he inventado las partes reales y viceversa hasta que al final se rinda y termine creyéndose todo. Hacer que sienta que los personajes que le propongo son tan reales como sus amigos. No sé si lo he conseguido pero es lo que pretendía.


El título alude a la confusión, al desarraigo, a la desorientación vital que atraviesan estos personajes y que podría funcionar como una metáfora de la propia Cuba. Son personajes que tienen sueños con la consiguiente gran decepción que estos arrastran consigo.


El mundo cerrado, norcoreano, en que creció la gente de mi generación y de la siguiente, tendió a idealizar el mundo exterior. Era inevitable. Para luego comprobar que no porque salgas de ese lugar tus problemas desaparecerán mágicamente. Esos no te los confiscan los de la aduana en Cuba. Tus demonios te seguirán fielmente a donde quiera que te metas. Con la dificultad adicional de que no estás preparado para vivir en un mundo normal. Te la has pasado entrenándote en el caos y la arbitrariedad, puedes pelearte a brazo partido -literalmente- para conseguir un litro de aceite pero nunca has pasado por una entrevista de trabajo tal y como se concibe acá afuera. Algo similar a los que han pasado la vida presos en las condiciones más duras y no saben qué hacer con su vida en la blanda libertad de Occidente. No se trata solo de decepción sino de inadaptación. Un sistema como el cubano te prepara todo el tiempo para que no sepas qué hacer con la libertad cuando la tengas delante. Sí, esa misma libertad que acá apenas perciben y que a los que salimos de allá muchas veces nos abruma. Como cuando hay que elegir entre opciones que nunca habías tenido.


Es una novela melancólica, a veces triste, pero el humor también ocupa un papel muy importante. A veces es más irónico; otras, más socarrón. He pensado en Cabrera Infante, pero también en Reinaldo Arenas, y más concretamente en su novela El portero


Siempre digo que mi sueño es conseguir ese tono que tan bien manejó Cervantes en Don Quijote o Kusturica en Underground. Un tono donde quepa todo y se pase de la melancolía a la comedia con total fluidez. Otro modelo son esos boleros cubanos que empiezan en desgarramiento puro y terminan en un despelote total, un buen ejemplo de nuestra incapacidad para soportar el sufrimiento durante demasiado tiempo.  Cabrera Infante es un escritor monstruoso con quien comparto muchos intereses comunes (la historia, la música, el cine, el humor) pero de quien me separa el modo de escribir, de aproximarme al acto literario. El cultivaba su propio estilo incluso cuando parodiaba a otros autores. Yo suelo subordinar mi estilo a lo que tenga que contar.

De alguna manera como escritor me siento más cercano a Arenas, un contador de historias. Pero haciendo una salvedad esencial: Arenas llevó una vida terrible que poco tiene que ver con la mía. Primero la marginación y la persecución que sufrió en los durísimos años setenta. Y luego de un interludio más o menos feliz al salir de Cuba apenas cuatro o cinco años más tarde se sabe condenado a muerte por el SIDA. Más que de El portero me siento cerca de El color del verano, un libro mucho más divertido, incluso con ese humor tétrico de Arenas. (Libro que, por cierto, escribió al mismo tiempo que escribía sus recuerdos trágicos de Antes que anochezca). Pero incluso la literatura de Arenas, con todo lo oscura que pueda parecer, está marcada por la esperanza. Varios de sus cuentos y novelas –para no hablar de su carta de despedida: “Cuba será libre. Yo ya lo soy” dice- hablan de una apoteosis que terminará con el régimen castrista. Como si fuera algo inevitable. En cambio, buena parte de mi generación y las siguientes no vemos como inevitable la caída de ese régimen, por detestable que nos parezca. Eso de que al final el Bien siempre prevalecerá nos parece un mal chiste. Cada cubano tiene un doctorado en impotencia y tales casos no hay nada más desgastante que la esperanza. Una de esas novelas que felizmente abandoné tenía, en cambio, un comienzo con el que todavía me identifico: “La esperanza es lo último que se pierde. Y entonces ¡Qué alivio!”


La paternidad es otro de los temas que aparece en la novela. Casi diría que es el núcleo principal.


Hablo de una idea de paternidad en la que el padre encarna el modelo de la perfección y la autoridad indiscutible. Un modelo que en algún momento de la adolescencia debíamos cuestionarnos para alcanzar la adultez. En el caso de todos los personajes fundamentales de Turcos en la niebla ese proceso de cuestionamiento falla o muta ya sea porque desaparecen al padre (en el caso de Alejandra), lo meten preso (en el de Eltico), lo percibes como un héroe inalcanzable (Wonder) o comete una ofensa que te resulta imperdonable (el British). Y entonces el proceso de normalización de la figura del padre se atasca y lo percibes para siempre como héroe o como enemigo. El totalitarismo ha tomado mucho de ese modelo paterno. Porque lo que define al totalitarismo no son los campos de concentración o las ejecuciones masivas. Esos apenas cuentan como sistema de aprendizaje, como los castigos feroces que infligen los padres con fines supuestamente educativos. Lo que lo define es esa paternidad infinita donde el líder (o el estado o el partido) es el padre de todos, tiene un poder absoluto sobre ti (siempre por tu propio bien, claro), sabe lo que necesitas mejor que tú y, sobre todo, nunca va a reconocer tu mayoría de edad.  


Podríamos decir que se trata de una novela política, pero ésta siempre aparece en las acciones y en lo se cuenta de los personajes, es decir, de manera implícita, nada maniquea ni panfletaria.


Te parece que es política porque vienes de un mundo democrático que permite establecer una diferencia más o menos clara entre lo público, lo personal y lo íntimo. En el mundo totalitario toda esa distinción desaparece. Todo es público, político. Es eso lo que te permite espiar a tu amante y denunciar a tu padre. En el mundo totalitario la ambición y la servidumbre de lo político no conoce límites. En ese sentido tanto yo como mis personajes somos criaturas totalitarias porque nos cuesta trabajo hacer esa distinción, hasta lo más íntimo lo tenemos encharcado de política. Por eso, si queremos superar esa condición totalitaria debemos construir y descubrir el mundo de lo personal, de lo íntimo. Un mundo donde no permitamos que penetre lo público y lo político.

Pero eso no se puede lograr, creo yo, si no empezamos a asumir responsabilidad por nuestras acciones. Ese es el sentido de una cita de Joseph Brodsky que me gusta repetir: “si queremos jugar el papel de hombre libre, entonces debemos ser capaces de aceptar –o al menos imitar- la manera en la cual un hombre libre fracasa. Un hombre libre, cuando fracasa, no culpa a nadie”. Sin embargo, en ese empeño de intentar liberarnos mis personajes y yo nos sentimos bastante solos en una época en que a todo se le busca una dimensión política, donde la responsabilidad de nuestros fracasos queda siempre fuera de nosotros. Pero volviendo a tu pregunta: Turcos no es una novela política sino más bien lo contrario. Es una novela antipolítica o, si lo quieres, postotalitaria. Una novela en que los personajes pugnan por desintoxicarse de lo político intentando asumir lo que de personal e íntimo tienen sus vidas. Para bien o para mal. Por mucho trabajo que les cueste deslindar los males del mundo de sus demonios interiores.


¿Tiene intención de seguir explorando este territorio en futuros trabajos? 


Desde un inicio concebí a Turcos en la niebla como parte de una trilogía que intentaría relatar la existencia de una comunidad cubana en ambas orillas del río Hudson desde principios del siglo XIX hasta ahora. Porque el exilio cubano en la zona se inició cuando los diputados cubanos a las cortes que votaron por invalidar a Fernando VII en 1823 cuando éste retomó el poder huyeron a Nueva York. Y desde entonces la comunidad cubana en la zona no ha hecho más que crecer. A mi proyecto le puse Trilogía cubana del Hudson y está inspirado en la trilogía Los sonámbulos de Hermann Broch sobre la evolución del mundo de habla alemana desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Pero en realidad es un pretexto para situar en un sitio concreto y conocido temas que me obsesionan: la música, las artes visuales, la creación en general, el desarraigo, la identidad, las relaciones familiares, la amistad, la Historia, la vejez, la insignificancia, la muerte. Y decidí empezar por el final, por la parte correspondiente al siglo XXI que era lo que mejor conocía mientras investigaba el siglo XIX neoyorquino. Y, de esa segunda parte, la correspondiente al XIX llevo más de cien páginas escritas. Le he dado en llamar a esa novela “Los cimarrones de Greenwich Village”. Y va de lo mismo que el título sugiere. De la libertad, ese concepto tan decimonónico. Y siendo cosa del pasado me lo he tomado con más libertad que con el material de Turcos en la niebla. Porque no es el trabajo lo que te hace libre, como afirmaban los nazis o los comunistas, es la distancia.

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