Para muchos ha sido uno de los logros más indiscutibles de la Revolución Cubana. La masiva campaña de alfabetización de 1961 que llevó la tasa de analfabetismo desde un 22% de la población adulta (sí, una de las más bajas de Latinoamérica en aquellos días me recordará alguien, pero altísima para los estándares actuales) hasta apenas el 3%. Para otros se trataba de un perverso plan de adoctrinamiento del campesinado cubano donde las primeras palabras que se armaban con la letra “F” eran “Fidel” y “fusil” y donde se daba por terminado el aprendizaje con una carta al Comandante en Jefe. Hay otros, menos, que lo consideran como un proyecto de importancia estratégica, militarmente hablando. Como una manera de infiltrar los campos cubanos, en aquellos días infestados de guerrillas anticastristas a lo largo del país, con maestros improvisados que harían las veces de activistas políticos, informantes del castrismo y –llegado el caso- mártires de la Revolución que usaría profusamente sus nombres en las campañas para demostrar la maldad infinita de los que se oponían al gobierno: un escudo humano avanzando alegre y despreocupado sobre el campo enemigo.
Una versión bastante retorcida. Incluso tratándose de Fidel Castro.
Veamos qué decía éste en los días previos al inicio de la campaña. Tomemos, por ejemplo, el discurso de clausura del primer Congreso Nacional de Consejos Municipales de Educación (algún día habrá que contar cuántos primeros congresos celebró el castrismo de cosas que no tuvieron continuidad) celebrado el 10 de octubre de 1960 y en el cual el líder de la Revolución anuncia la campaña y explica sus objetivos.
“Nos estamos proponiendo algo muy ambicioso, una tarea difícil y que, en realidad, va a poner a prueba la capacidad de todos nosotros, va a poner a prueba la capacidad de nuestro pueblo, ya que nos estamos proponiendo hacer en un año lo que no pudieron o no quisieron hacer otros en 58 años. Es decir que nos proponemos en el año 1961, que ya lo hemos calificado como el Año de la Educación, erradicar el analfabetismo en nuestro país”
Y como no se contaba con número suficiente de maestros la solución sería convertir a “todo el mundo en un maestro, todo el que sepa leer y escribir”. Pero tanto o más que de la monstruosa campaña educativa que se estaba gestando Fidel Castro habla del avance de la contrarrevolución.
“Dijimos que íbamos a hablar de educación primero y de problemas contrarrevolucionarios luego. Hemos hecho al revés: hemos hablado de problemas contrarrevolucionarios primero y falta decir algo breve —pero breve de verdad— sobre el objetivo fundamental de este congreso”
El objetivo fundamental del congreso era la organización de la campaña de alfabetización y sin embargo durante la mayor parte del discurso de clausura el principal orador no deja de hablar de la contrarrevolución, incluso cuando haga todo lo posible para disminuirla.
Es decir que para combatir los grupitos contrarrevolucionarios del Escambray, movilizamos a las milicias del Escambray, 1 000 milicianos campesinos. Pero, además, para que no pudiera moverse un solo contrarrevolucionario, le movilizamos 700 milicianos campesinos de la Sierra Maestra y del Segundo Frente de Oriente (APLAUSOS) y, además de los responsables, es decir, de los jefes de milicias de la capital que están en entrenamiento en la provincia de Matanzas, movilizábamos también una compañía que se iba turnando”
Pero al mismo tiempo reconoce que no va a ser tan fácil hacer desaparecer los focos de resistencia al gobierno incluso tratándose de “grupitos” porque para algo está el imperialismo:
“¿Quiere decir que desaparezcan los hechos de terrorismo y de sabotaje? ¡No!, es posible que aumenten; es posible, a mayor cantidad de recursos, a mayor asistencia, a mayor apoyo del imperialismo, movilizando toda su escoria de decenas de miles de gangsters y de criminales, movilizando sus millones y millones de dólares, facilitándoles explosivos, facilitándoles medios para hacer los sabotajes; es decir que tendrá su auge, pero tendrán también su declive”
Nótese como aquellos “grupitos” súbitamente se convierten en “decenas de miles de gangsters y de criminales”. La estrategia contra estos sería organizar “militarmente al pueblo en las milicias” y “civilmente en comités de vigilancia colectiva”.
¿Por qué organizar entonces la campaña de alfabetización en momentos en que el país estaba enfrascado en una virtual guerra civil? Esta es la manera en que racionaliza Fidel Castro su plan de poner en riesgo la vida de decenas de miles de adolescentes cubanos:
la misión de nosotros en el país no es derrotar contrarrevoluciones, sino hacer revolución; esa es nuestra misión en el país. Nuestra misión en el país es crear; combatimos porque queremos crear; combatimos porque tenemos que defender lo creado; combatimos porque queremos seguir adelante; y, sobre todo, no estamos aquí por combatir, sino estamos aquí para crear.
Lo que sí sería una victoria de la contrarrevolución sería que atrasara los planes de la Revolución, que atrasara los planes de la reforma agraria, los planes de educación, los planes de industrialización, los planes de construcción de viviendas, los planes de desarrollo general de nuestra economía; esa sí sería una victoria de la contrarrevolución y por eso a la contrarrevolución hay que ganarle la batalla no solo en el campo militar; hay que ganarle la batalla en el campo de creación revolucionaria
Lo que Castro plantea como dos problemas distintos (la derrota de la contrarrevolución y el cumplimiento de la anunciada campaña alfabetizadora) los asume como uno solo: la campaña alfabetizadora será al mismo tiempo un arma para derrotar a la contrarrevolución. Si en las ciudades contaba con la organización de los CDR en el campo necesita algo que complete esa “organización civil del pueblo” que ha concebido “para vigilar a los contrarrevolucionarios, para reprimir sus actividades y para estar preparados en caso de lucha, cumplir la misión que corresponde a esos comités que deben estar organizados manzana por manzana, barrio por barrio, ciudad por ciudad, y campo por campo”.
(No sería esa después de todo la única vez que un objetivo en apariencia beneficioso para el país, independientemente del gobierno que lo emprendiera, formara parte de la estrategia de control totalitario del castrismo. Me cuenta mi padre que el plan de reforestación de los principales macizos montañosos del país fue diseñado de acuerdo con una vieja obsesión castrista: la de crear las condiciones para que en el futuro no fuera posible un alzamiento en las montañas como el que le sirvió para llegar al poder.)
Muchos años después una película que señala uno de los puntos más altos de nuestro más bien pobre realismo socialista “El brigadista” resolvía en un solo personaje el dilema que planteaba Fidel Castro en el discurso mencionado: el alfabetizador tímido y un tanto miedoso que al final de la película supera su repugnancia por la violencia matando a un alzado. Una metáfora atrevida e insidiosa pero no muy distante de lo que había ocurrido en realidad. Porque Castro –como todos los buenos aprendices totalitarios- es un seguidor hiperbólico de Clausewitz, de esos que convierten cualquier cosa en medio para hacer la guerra.