Regresa el viejo ciclo de la descompresión luego de que la olla parecía reventar. Como tras el Mariel, o tras el maleconazo: entreabrir las puertas de la iniciativa privada, vender esperanza y comprar tiempo. La diferencia es la magnitud del gesto. El permiso a contratar trabajadores más allá de la familia, a alquilar la casa incluso si se vive en el exterior; el millón y pico de despidos previstos que se supone que quepan en 178 tipos de empleos por cuenta propia que ahora autoriza el gobierno. Ni los neoliberales más salvajes –variante Tarzán- se hubieran atrevido a tanto. Como si el Estado cubano le estuviese preparándole terreno a los capitalistas del futuro que no serán otra cosa que los comunistas del presente, en una operación que ya tiene copyright ruso.
Y la gente que no querrá que le hablen de otra cosa que de cómo abrir un negocito nuevo, alquilar la casa, conseguir un crédito en el banco, iniciarse en la novedades económicas de la Alta Edad Media. Si antes costaba trabajo que firmaran carta pidiendo la libertad de los presos, el respeto a los derechos humanos, ahora, con la posibilidad de unas rentas que proteger no habrá manera que tomen el asunto en serio. Biscet y el resto que exige que salir de la cárcel no signifique una expulsión del país se encontrarán con los parientes diciéndoles que muy bonito todo pero ahora la cosa está en escoger entre cartomántico o desmochador de palmas porque la de opositor sigue siendo una actividad laboral no autorizada.
Esa no es una predicción, por supuesto, como no tiene gracia predecir los efectos de la ley de gravedad. O decir que en la pelea del capitalismo de Estado contra el mono amarrado, el mono, esperanzado al principio, lleva todas las de perder. Ua sugerencia: si a pesar de todo a alguno le funciona su bisnecito debería recordar a quiénes les debe esos cambios en última instancia. Sí, esos que forzaron al gobierno a usar la carnada económica para que los derechos humanos siguieran siendo una falacia del imperialismo. Que no se corten si se les ocurre ponerle al taller de reparación de muebles el nombre de Orlando Zapata Tamayo. O al negocio de alquiler de trajes de boda llamarle, sin forzar mucho el sentido comercial “Las Damas de Blanco”.