sábado, 28 de septiembre de 2024

Náufragos


 

El otro día un amigo decidió emboscar a su novia para ofrecerle matrimonio. La emboscada tendría lugar en la cocina de mi casa con el pretexto de una una comida repentina a la que los debía invitar. La sorpresa que tenía preparada mi amigo no funcionó tal como había pensado y tuvo que aparecer mi mujer a "descubrir" la cajita con los anillos que la novia debió haber encontrado entre las copas de vino. Mi amigo, arrastrado por el ejemplo de las películas y de Tik Tok, arrodilló su corpachón enorme frente a la novia y ahí fue que apareció la duda: no le quedaba claro en qué dedo colocarle el anillo a su -ahora- prometida.
Yo, que me casé de emergencia en un registro civil días antes de irme de Cuba y pertenezco a la generación que se apareó inceremoniosamente sin el ritual de los anillos apenas atiné a decirle que creía que de novios los anillos se usaban en la mano izquierda y, ya casados, en la derecha. Por suerte en ese momento apareció una señora mayor, de las de antes -en mi casa siempre aparece alguna señora mayor dispuesta a compartir su sabiduría- para confirmar mis sospechas, para darle a mis sospechas la firmeza de la tradición.
Cuento esto como una de las tantas instancias en que se revela nuestra condición de náufragos. Ni siquiera de náufragos adultos sino niños náufragos como lo eran los de aquella famosa película “La isla azul” donde a cada paso enfrentaban las circunstancias más elementales como si fuera la primera vez. Sin siquiera la presencia de una señora mayor para recordarnos cuáles eran los dictados de la tradición que una vez violentaron nuestros padres -y acaso también aquella señora- para luego quedarse con las manos vacías e hijos que no recuerdan ni las rutinas de la costumbre ni el sentido profundo de rebelarse contra ellas.

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