sábado, 4 de febrero de 2023

Antiguas y nuevas aventuras del racismo revolucionario*

 


Antes de que, en medio de la conversión del castrismo a la fe capitalista, el fragor de la economía y los números terminen ahogando los ya apagados gritos de la ideología convengamos en una cosa: pocos regímenes como el inaugurado el primero de enero de 1959 ―si bien frustrado en lo esencial económico― puso de moda tantos productos del espíritu. Desde las barbas y melenas de sus héroes a la imagen de su Santidad Guerrillera atrapada por Korda y difundida por Feltrinelli; desde los logros deportivos a los educativos (por más que bastara ponerle un micrófono en frente a un deportista para empezar a dudar de la eficacia del sistema educativo que lo formó). De todos ellos pocos han tenido un impacto tan duradero en la conciencia universal ―les recuerdo que escribo desde una era hipster en la que han regresado las barbas aunque despojadas de melenas― como la llamada política racial de la Revolución Cubana. Poco importa que ―como señalara Sir Hugh Thomas― en el texto programático del castrismo temprano, “La Historia me absolverá” no hubiera la menor alusión al tema racial o ni siquiera se mencionara la palabra “negro” una sola vez, ni siquiera como parte del espectro cromático. O que en los albores de aquella Revolución nada anunciara que la cuestión racial se iba a convertir en leitmotiv de los primeros años de poder revolucionario. 

Visto a cierta distancia se entiende. No se hubiera visto del todo coherente que un blanco hijo de inmigrante español llamara a una revolución en nombre de la equidad racial contra un gobernante mestizo ―negro en las estrictas categorías raciales norteamericanas― que mal que bien había llevado adelante una discreta política racial y que fue discriminado ―como insiste la versión oficial hasta el día de hoy― por parte de la burguesía cubana incluso después de haber llegado al poder. El mismísimo Fidel Castro ―a pocos días del triunfo de la Revolución que encabezara― diría a un periodista norteamericano que la “cuestión del color” en Cuba “did not exist in the same way as it did in the U.S.; there was some racial discrimination in Cuba but far less; the revolution would help to eliminate these remaining prejudices”[1]. Pero no insistamos demasiado en declaraciones de la misma época en que el líder máximo de la Revolución insistía ―con persuasiva vehemencia― en que no era comunista. Apenas un par de meses después, en marzo de 1959 llamará a hacer “una campaña para que se ponga fin a ese odioso y repugnante sistema con una nueva consigna: oportunidades de trabajo para todos los cubanos, sin discriminación de razas, o de sexo; que cese la discriminación racial en los centros de trabajo”[2]. Poco o mucho el racismo que hubiese en Cuba antes de 1959 a la Revolución (o a Fidel Castro, si es que hay alguna diferencia) le iban a bastar menos de tres años para declarar, el 4 de febrero de 1962, suprimida “la discriminación por motivo de raza o sexo”[3]. Y la humanidad al completo necesitada de finales felices, parecía creerlo.

Luego de eso, el silencio.

(El estudioso Alejandro de la Fuente afirmaría en un texto fundamental sobre los temas raciales en Cuba: “La campaña inicial contra la discriminación decayó después de 1962, conduciendo a un creciente silencio público  alrededor del tema –excepto para destacar el éxito de Cuba en esta área”[4]).

Esa sería una versión de los hechos.

Existe otra. La que afirma que la Revolución Cubana más que suprimir el racismo lo revolucionó. Engendró, por así decirlo, un racismo revolucionario. Mientras el racismo tradicional hace todo lo posible por conservar y justificar las desigualdades sociales, económicas y políticas el racismo “revolucionario” se empeñaría en eliminar cualquier modo obvio de discriminación para a continuación prohibir toda referencia crítica al tema de la discriminación racial o de la raza en general como no sea una referencia folklórica. Como lo reconoce el profesor Alejandro de la Fuente “Si los actos abiertamente racistas era juzgados como contrarrevolucionarios, cualquier intento por debatir públicamente las limitaciones de la integración cubana era considerado igualmente como obra del enemigo”[5]. Y así fue. Todas las sociedades “negras” existentes en el país fueron clausuradas junto con aquellas sociedades “blancas”. La represión automática y sin atenuantes contra intelectuales negros críticos con la política racial de la Revolución como Walterio Carbonell y Carlos Moore no fue precisamente un aliciente para crear asociaciones con un perfil racial más o menos autónomo. Nada de lo ocurrido en aquellos años induce a pensar que la aparición de un Partido Independiente de Color como el fundado en 1908 y aplastado en 1912 habría provocado en el Gobierno Revolucionario una reacción distinta a la del presidente José Miguel Gómez.

De manera que las “minorías” hasta entonces discriminadas no les quedó otra opción que delegar su capacidad de reclamo en la vanguardia “revolucionaria”, depender de la bondad y el grado de empatía de dicha vanguardia para con sus problemas. Aunque no compartiera con el racismo tradicional su discurso público sobre la inferioridad manifiesta de la minoría en cuestión el racismo revolucionario coincidiría con este en que tal minoría no podía ni debía decidir por sí misma lo que le convenía o no hacer. Como si a pesar de las declaraciones públicas de igualdad la Revolución sugiriera implícitamente que en cuestiones de autonomía y autoconciencia social tales minorías eran decididamente ineptas. Se puede objetar, no sin razón, a esta visión del racismo revolucionario que la mencionada “vanguardia revolucionaria” no se caracteriza por reconocer autonomía y autoconciencia social a nadie más que a sí misma. Que si se trataba de libertad de expresión, de asociación y de crítica todos los componentes de las denominadas masas están igualmente limitados por su puntillosa suspicacia. Que llegado al punto de la coerción y ejercicio represivo un régimen como el cubano es indiscriminado e igualitario.

Tal igualdad en la represión sería cierta si no fuese porque en el caso de la población afrocubana pesara la obligación adicional de agradecer la infinita generosidad de la Revolución Cubana para con ella. Como si más que restituirles derechos inalienables en un acto de pura justicia se le hubiese hecho una concesión exagerada. Como si en el fondo se considerara a dicha parte de la población, inferior. De manera que a partir de concedida tan inmerecida igualdad la Revolución le exigirá, aparte de la cesión absoluta de su capacidad de expresar y defender sus reclamos particulares, incansable devoción y eterno agradecimiento.

Es allí donde el racismo revolucionario, a diferencia del tradicional, sí hace una distinción entre las personas pertenecientes a la raza negra. La distinción entre negros útiles y negros imperdonables. Útiles como todas las figuras negras que, tras una demostrada obediencia, son exhibidas, de manera más simbólica que real, como legítimos representantes de la Revolución. Esos serían los casos de Juan Almeida en los albores de la Revolución o Esteban Lazo en la inacabable agonía de esta. Negro imperdonable sería el disidente Orlando Zapata Tamayo ―muerto tras más de ochenta días de huelga de hambre en la cárcel en 2010― por su alevoso intento de dañar la imagen de la Revolución con su muerte. Tan imperdonable que, pese al reconocimiento de organismos internacionales como prisionero de conciencia, fue acusado, tanto en vida como póstumamente, de ser un “delincuente común”[6]. O como lo atestiguaba el recientemente fallecido escritor Jorge Valls en sus recuerdos de su paso por las cárceles cubanas de 1964 a 1984: “...los negros eran objeto de un trato especialmente malo: ‘tú, negro’ decía el vigilante, ‘¿cómo pudiste rebelarte contra una revolución que está haciendo seres humanos de ustedes?’. Siempre acababan con más golpes y pinchazos de bayoneta que los demás”[7]

Pero si algo distingue al racismo revolucionario de su variante tradicional es en su pragmatismo. En su comprensión de que no reconocerle todos los derechos a un grupo humano no significa renunciar a utilizarlo en beneficio propio más allá del simple rédito económico. En explotar el valor simbólico de ciertas concesiones que no garantizan la igualdad pero la simulan con bastante eficacia. Y la Revolución, ese ente que funciona como sobrenombre de algún Castro, no es sólo es responsable de que la población negra tenga dignidad sino también la única garantía para que la conserve. Así en las primeras horas de la invasión a bahía de Cochinos Fidel Castro firma un comunicado llamando a combatir la invasión declarando que los invasores “vienen a quitarle al hombre y la mujer negros la dignidad que la Revolución les ha devuelto” mientras “nosotros luchamos por mantener a todo el pueblo esa dignidad suprema de la persona humana”[8]. O en el interrogatorio a los miembros negros de la brigada invasora ―una vez capturados― cuestiona los ideales de los que luchan “contra una Revolución que ha establecido la igualdad social, y que le ha dado al negro el derecho a la educación, el derecho al trabajo, el derecho a ir a una playa y el derecho a crecer en un país libre, sin que se le odie y sin que se le discrimine”[9].

Ese enfrentamiento epidérmico y retórico al racismo servía además para contrastar el igualitarismo de la naciente Revolución contra unos Estados Unidos que todavía se debatían contra la segregación racial en el sur del país. Así Fidel Castro se permitía hablar compasivamente de “los negros semiesclavizados de Estados Unidos”[10] en contraste con los cubanos. Todo conflicto entre raza y nación se resolvía con dos frases: una de Martí y otra de Maceo. La de Martí diseccionada en un seminal ensayo de Enrique Patterson[11] (“En Cuba no hay temor a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”) quedaba contraída por la rutina política a un “cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro”. Y la de Maceo “quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha” (en este caso el único cambio que le ha hecho el uso político es el de cambiar “apropiarse” por “apoderarse”) ni siquiera mencionaba el tema racial. La única frase de Maceo presente en el repertorio político cubano dejaba claro que la principal preocupación del más importante prócer nacional de ascendencia africana era el peligro de intervención extranjera. El racismo cubano debía resolverse pues entre cubanos y como se sabe cubano es más que blanco, más que negro, más que…

Pero el tiempo pasaba y a la acumulación de problemas sociales de todo tipo en la sociedad cubana ―entre los que estaban la fusión entre los remanentes del racismo tradicional con la práctica del racismo revolucionario― no la atenuaba la idea de que toda crítica tenía su origen en los cuarteles generales de la CIA en Langley, Virginia. Si en el presente las condiciones de vida de los afrocubanos no dan señales de mejorar al Ministerio de la Verdad local siempre le quedará el recurso de empeorar el pasado. Mientras que para Fidel Castro en enero de 1959 la “cuestión de color” no existía “en la misma manera que en Estados Unidos” y apenas había “cierta discriminación racial” y “prejuicios remanentes” que la revolución eliminaría sin dificultad, de acuerdo con la actual versión de enciclopedia digital oficialista “En La Habana de los años cincuenta del siglo XX los estudios universitarios eran parcela prácticamente vedada a negros y mestizos” pese a todas las evidencias en sentido contrario. Allí se afirma que “la política era también negocio de blancos” y que el “único partido político en el que los negros podían desarrollar sus cualidades de dirigentes era en el Partido Socialista Popular” ignorando detalles como que Fulgencio Batista llegó incluso a la presidencia del país sin ser rubio ni comunista. En el pasado que maneja Ecured en estos días se afirma que “los negros podían ser obreros agrícolas, trabajar en artes y oficios, ser obreros de la construcción. Para las mujeres, el trabajo como empleadas domésticas [sic]. Los cuerpos de policía eran casi solo de blancos, al igual que las fuerzas armadas, sobre todo la oficialidad”. Al parecer la dificultad para transformar a Benny Moré y Celia Cruz en caucásicos los lleva a afirmar que “El único sector que mantuvo la tradición existente desde el siglo XVIII con amplia participación de negros y mestizos fue la música”[12]. Que antes de hacerse cantante profesional Celia Cruz se recibiera de maestra normalista debe de ser un infundio de la gusanera de Miami. (De hecho, si vamos a ser estrictos Celia Cruz y su carrera toda son un infundio de la gusanera de Miami)[13].

Pero si el pasado cubano no es difícil de modificar el presente de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos complica esa visión idílica y señorial del racismo castrista. En parte porque las imágenes de perros pastores alemanes atacando a manifestantes negros han pasado un poco de moda, en parte porque no toda la situación actual puede resumirse con las muertes de afroamericanos a manos de la policía de las que puntualmente informa la prensa cubana. Pese al eficiente aparato propagandístico cubano es más difícil transformar el mundo exterior que el pasado nacional; convencer a su público cautivo que toda la población negra en los Estados Unidos está condenada a trabajar como obreros agrícolas, artesanos o a ser obreros de la construcción. O que, en caso de no tener talento musical, las mujeres negras tienen como única opción laboral la de empleadas domésticas. Décadas de ver producciones de Hollywood le han servido a los cubanos para descubrir que ser negro en Norteamérica no es incompatible con la profesión de abogado, juez, jefe de policía, o actor. O si se fijan en las noticias comprobarán que tampoco es incompatible con el puesto de Secretario de Estado y hasta, ocasionalmente, presidente del país.

Y es precisamente la visita de dos días del presidente Barack Obama al “primer territorio socialista en América” lo que ha puesto al racismo revolucionario contra las cuerdas y, al mismo tiempo ―como ocurre con los boxeadores acorralados― lo ha obligado a dar el máximo de sí. Intentando recuperarse del aluvión simbólico que supuso la visita de Obama ―de “caída de los imaginarios” la tilda la estudiosa Yesenia Selier[14]― el gobierno y la prensa cubana intentan restaurar las trincheras frente a un “enemigo” que se desplegó en toda su imperial humildad. A la astucia imperialista de elegir como su representante a un hijo de kenyano Raúl Castro apenas pudo oponerle la sustitución de su nieto como acompañante habitual por la presencia un tanto fantasmal de Esteban Lazo. Sobre todo si se compara con la interlocución activa que tuvo Obama con personalidades negras en su encuentro con representantes de la oposición y la sociedad civil cubana.

La respuesta oficial a la visita ―a la que el canciller cubano Bruno Rodríguez calificó de “ataque” a “nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestros símbolos”― ha sido al mismo tiempo la apoteosis del racismo revolucionario. De estas respuestas las más escandalosas fueron precisamente las del fundador de dicho racismo y la de un periodista negro. Fidel Castro advertía que las “palabras más almibaradas” del discurso del norteamericano al pueblo cubano venían cargadas de veneno. “Se supone que cada uno de nosotros corría el riesgo de un infarto al escuchar estas palabras del Presidente de Estados Unidos”, asumió. Y más cuando no ocultaba sus expectativas favorables hacia la visita. “De cierta forma yo deseaba que la conducta de Obama fuese correcta. Su origen humilde y su inteligencia natural eran evidentes”[15]. (Llama la atención su insistencia en recalcar la inteligencia del norteamericano, como si hubiese alguna contradicción implícita. Ya había dicho antes: “sin dudas inteligente, bien instruido y buen comunicador-, hizo pensar a no poca gente que era un émulo de Abraham Lincoln y Martin Luther King”[16]). Esas expectativas llevan al fundador de la única dinastía cubana a echarle en cara a Obama su mal comportamiento, su conducta impropia. Lo que lo lleva de inmediato a invocar a  Mandela en el momento que “estaba preso de por vida y se había convertido en un gigante de la lucha por la dignidad humana”. En “El hermano Obama” la mente del viejo dictador desvaría pero no se aleja demasiado de su adjetivo principal. Advertir que por lejos que esté Obama de la imagen de las viejas profecías sobre el enemigo imperialista ―ese señor blanco y obeso con una bolsa cargada de monedas― es la encarnación misma del enemigo. “Nadie se haga la ilusión” advertía. “No necesitamos que el imperio nos regale nada” insistía. Y volvió a echar mano a la frase-talismán de Antonio Maceo: “ ‘Quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha’, declaró el glorioso líder negro Antonio Maceo” dicen que dictó el anciano dictador en nuevo llamado al degüello simbólico del viejo enemigo.

Elías Argudín, periodista negro del diario “Tribuna de La Habana” fue bastante más diáfano al decir que Obama “optó por criticar y sugerir, con sutilezas, en una velada, pero a la vez inconfundible, incitación a la rebeldía y el desorden, sin importante estar en morada ajena. No cabe dudas, a Obama se le fue la mano. No puedo menos que decirle ―al estilo de Virulo― “¡Pero Negro, ¿tú eres sueco?”[17]. Vale la pena recordar aquí el origen de la frase que también dio nombre a un artículo tan criticado que obligó al autor a una suerte de retractación. Se trata de un viejo sketch humorístico de principios de los ochentas en que un hombre negro intentaba entrar en una tienda exclusiva para personal diplomático y otros extranjeros con un pasaporte sueco y lo detienen en la puerta con esa frase. O sea, una expresión originada en las condiciones del particular apartheid cubano. Ese que impedía a la gran mayoría de los cubanos el acceso a servicios e instalaciones reservados a extranjeros y ciertos cubanos. Una expresión que desde entonces se ha usado para recordarle con cierta jocosidad insultante a los cubanos en general y los negros en particular los límites que supone su condición. En este nuevo contexto la frase parece encaminada a recordarle al presidente norteamericano lo que no le “toca” hacer en su condición de negro o de invitado, por muy presidente que sea.   

El racismo revolucionario se hacía notar en este caso en la insistencia en ciertas expectativas asociadas con la raza del actual presidente norteamericano. De ahí que la reacción en los medios oficiales a la visita del presidente norteamericano ―y en especial a su discurso en defensa de los valores democráticos del país que representa― haya sido tan visceral. Siendo negro la democracia norteamericana es algo “no le toca” por mucho que Martin Luther King Jr. iniciase su cruzada antirracista con un llamado a “aplicar nuestra ciudadanía [norteamericana] a la totalidad de su significado”[18]. Aunque los periodistas o funcionarios que atacaron al presidente norteamericano debían saber que Obama llegó a la presidencia con la mayoría de los votos de un país que durante décadas han demonizado no pudieron ocultar la sorpresa que les produjo su defensa de valores esencialmente norteamericanos. De alguna manera esperaban del presidente norteamericano la misma devoción que esperan de la población negra en la isla. Porque el racismo revolucionario ―como cualquier otro― consiste en asociar el color de la piel de una persona con cierta actitud. En este caso se trataría de esperar al menos alguna suerte de complicidad de parte de Obama en nombre de las supuestas ventajas otorgadas por la Revolución a la raza a la que pertenece.

El estupor y la saña de los ataques que durante semanas se han sucedido en la prensa oficial cubana excede el simple antagonismo político. Denota una rabia mal controlada hacia un fenómeno que no acaba de entenderse porque nunca se entendió: el de negros que no estuvieran agradecidos a los desvelos de la Revolución por convertirlos en seres humanos. Ese racismo revolucionario, paternalista con los que le prestaban obediencia y brutal con los que la rechazaban, no debe sorprenderle a nadie porque siempre estuvo ahí. Siempre se basó, como cualquier otra variante de racismo, en no reconocer a determinado grupo humano en absoluto pie de igualdad. Si hoy lo notamos más no es por una alteración de la norma por parte de la añeja vanguardia revolucionaria. Lo que ha cambiado es el mundo a su alrededor en las casi seis décadas que lleva en el poder. Nada como la presencia del primer presidente norteamericano negro en La Habana para acentuar el contraste y el absurdo anacronismo que representan esos octogenarios con ínfulas de libertadores. Ahora le toca al racismo revolucionario dar un paso más en su evolución frente a los nuevos retos sin perder su propia idea de superioridad esencial. Adaptar por ejemplo la vieja frase de Martí a los nuevos tiempos y decir: “el enemigo imperialista es más que blanco, más que mulato, más que negro”[19]. Y así recordarnos que más allá de sus atavismos y supersticiones el racismo en su variante “revolucionaria” es ante todo parte de un sistema de dominio sobre toda la sociedad.

 



[1] Thomas, Hugh. Cuba or the Pursuit of Freedom. New York: Da Capo Press, 1998, pág 1120.

[2] Castro, Fidel. “Discurso pronunciado el 22 de marzo de 1959”. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f220359e.html

[3] Castro, Fidel. “Segunda declaración de La Habana”. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1962/esp/f040262e.html

 

[4] Fuente, Alejandro de la. Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba. 1900-2000. Madrid: Editorial Colibrí, 2000, pag 383.

[5] Ibid.

[6] Ver el “Pronunciamiento de la UNEAC y la AHS a los intelectuales y artistas del mundo” (http://mesaredonda.cubadebate.cu/noticias/2010/03/16/a-los-intelectuales-y-artistas-del-mundo-pronunciamiento-de-la-uneac-y-la-ahs/) o el artículo “¿Para quién la muerte es útil?” de Enrique Ubieta (http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/02/26/orlando-zapata-tamayo-la-muerte-util-de-la-contrarrevolucion/#.VxpGTDArIdU)

 

[7] Valls, Jorge. Veinte años y cuarenta días. Madrid: Ediciones Encuentro, 1988, pag 51.

[8] “Los comunicados de Fodel los días 16 y 17 de abril de 1961”: https://verbiclara.wordpress.com/2009/04/16/los-comunicados-de-fidel-entre-los-dias-15-y-19-de-abril-de-1961/

[9] Playa Girón: Derrota del imperialismo. La Habana: Ediciones R, 1962, pag 457. El cuestionamiento de la presencia de combatientes negros en la tropa invasora por parte de Fidel Castro y sus partidarios tiene su simetría inversa en el momento en que, tras fracasar el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 “Batista’s soldiers openly said that it was a disgrace to follow a white such as Castro against a mestizo such as Batista. When Captain Yañes [sic] came on Castro hiding sleep in a bohío, it will be recalled that the soldier who found them cried: ‘Son blancos””. Thomas, Hugh. Op. Cit. pag 1122.

[10] Castro, Fidel. “Discurso pronunciado el 22 de marzo de 1959”. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f190561e.html

 

[11] Patterson, Enrique. “Cuba: discursos sobre la identidad”. Encuentro de la Cultura Cubana. No 2, 1996, pags 49-67.

[13] Muñoz Usaín, Alfredo. “La prensa cubana despide al ícono de los anticastristas” http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/prensa-cubana-despide-icono-anticastristas_68044.html

 

[14] Selier, Yesenia. “Obama y la caída de los imaginarios” http://www.diariodecuba.com/cuba/1459548754_21390.html

 

[17] El artículo fue retirado de la red. Pueden verse referencias a este en numerosos artículos como por ejemplo: “Polémica en Cuba por el artículo contra Obama “Negro ¿tú eres sueco?” http://www.elmundo.es/internacional/2016/03/30/56fc146122601dcd088b4640.html

 

[19] Debe recordarse que a propósito de la Cumbre de las Américas celebrada en abril del 2012 en Cartagena de Indias apareció en el periódico Granma una caricatura del presidente Obama vestido de guayabera mientras un personaje vagamente andino le decía a otro “¡Y que el imperio aunque se vista de seda, imperio se queda!” parafraseando el conocido refrán de “Mono aunque se vista de seda, mono se queda”. http://www.granma.cu/granmad/secciones/opinion-grafica/lapiz361.html


*Publicado originalmente en la desaparecida revista Identidades, Número 8, junio del 2016.

 

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