miércoles, 28 de abril de 2021

La Revolución y los árboles

 




    
                A Mabel Cuesta, ella sabe por qué

Siempre fue una relación tensa, como todas las relaciones desiguales y mal correspondidas
. Mientras los árboles daban sombra, oxígeno o frutos con la misma parsimonia con que los habían entregado a regímenes anteriores la Revolución más que devolverle los favores condicionaba su relación a objetivos mucho más vastos. Si había que llevarse la mitad de los bosques por delante para sembrar caña para la zafra de los 10 millones, el Cordón de La Habana u otro eslabón de la cadena de ilustres fracasos revolucionarios, se hacía. Si se ponía de moda el ecologismo y la repoblación de bosques, también se hacía. Pero lo que nunca permitía la Revolución era que su relación con los árboles la distrajese de sus objetivos estratégicos. Y, como su máximo líder siempre lo dejó claro, para una Revolución no hay mayor objetivo que mantenerse en el Poder.

Mi padre, ingeniero forestal, botánico, ecólogo que ha consagrado su vida al estudio de los bosques cubanos siempre me lo dejó claro: la existencia de los árboles en Cuba está condicionada al bienestar del poder. Cuando participaba en los planes de repoblación forestal en la Sierra del Rosario o en cualquier otra parte del país le dejaban claro que más importante aún que la conservación y el crecimiento de los bosques en Cuba era asegurarse que nadie se volviera a alzar en montaña alguna. La siembra de nuevas posturas podía ser todo lo improvisada e ineficaz que se podía esperar en aquel sistema pero lo realmente importante era garantizar las vías de acceso de tropas y tanques a las montañas cubanas en caso de necesidad. Si es que no se habían plantado, junto con los nuevos árboles, discretos asentamientos militares por los alrededores.

Ahora me llega desde La Habana una explicación para la furia arboricida que ha atacado a la ciudad en los últimos meses: necesitan despejar la ciudad para facilitar la circulación de drones encargados de la vigilancia de disidentes y otras especies perniciosas. O limpiarle el campo visual a las cámaras de vigilancia. Suena paranoico, ya lo sé. ¿Como en medio de la crisis mayúscula que está llevando al país a un nuevo medioevo es posible que se dediquen tantos recursos a abrirle camino a esos heraldos de la represión posmoderna? La explicación empieza a parecer más racional si se piensa que lo que siguió al levantamiento pacífico del 27N frente al MINCULT fue justamente la tala de los árboles de la cuadra en la que se enclava el ministerio. Puede haber otras explicaciones al actual ensañamiento contra los árboles habaneros pero dado el orden de prioridades de la Revolución no sería extraño que se trate de otra medida estratégica para salvaguardar la gloriosa Madre de Todos los Poderes de la isla. Esa que supedita cada brizna de yerba que crece en la isla a su existencia.

martes, 27 de abril de 2021

La sombra de Padilla


En el 50 aniversario de la famosa "autocrítica" Heberto Padilla la artista Coco Fusco acaba de estrenar un performance consistente en la lectura colectiva de su texto por un grupo de artistas, activistas, escritores e intelectuales cubanos de la isla y el exilio. En dicha lectura participamos Carlos Aguilera, Lupe Álvarez, Katherine Bisquet, María Antonia Cabrera Arus, Sandra Ceballos, Armando Correa, Mabel Cuesta, Néstor Díaz de Villegas, Rafael Díaz-Casas Julio Llópiz Casal, Eilyn Lombard, Martica Minipunto, Yanelys Nuñez Leyva, Amaury Pacheco, Orlando Luis Pardo Lazo, Alexis Romay, Iris Ruiz, Abel Sierra Madero y un servidor. El diseño es de Hamlet Lavastida.
Se han hecho eco del performance medios como Index on Censorship, The Show Room, HyperallergicDiario de Cuba, El Nuevo Herald,  Clarín (Argentina) etc.

Para ver el performance hacer click aquí.

De exilios y diásporas


 Ver el video del conversatorio aquí. (Hablo sobre la hora y 18 minutos y luegoa las 2 horas y 3 minutos).

domingo, 25 de abril de 2021

Discurso de Isaac Bashevis Singer en el banquete del Premio Nobel, 10 de diciembre de 1978


Sus Majestades, Altezas Reales, damas y caballeros:

La gente me pregunta a menudo: "¿Por qué escribes en un idioma moribundo?" Y quiero explicarlo en pocas palabras.

En primer lugar, me gusta escribir historias de fantasmas y nada se adapta mejor a un fantasma que un idioma moribundo. Cuanto más muerta es la lengua, más vivo es el fantasma. A los fantasmas les encanta el yiddish y, hasta donde yo sé, todos lo hablan.

En segundo lugar, no solo creo en los fantasmas, sino también en la resurrección. Estoy seguro de que millones de cadáveres que hablan yiddish se levantarán de sus tumbas algún día y su primera pregunta será: "¿Hay algún libro nuevo en yiddish para leer?" Para ellos, el yiddish no estará muerto.

En tercer lugar, durante 2000 años el hebreo se consideró una lengua muerta. De repente se ha vuelto extrañamente vivo. Lo que le sucedió al hebreo también puede sucederle al yiddish algún día (aunque no tengo la menor idea de cómo pueda ocurrir este milagro).

Todavía hay una cuarta razón menor para no abandonar el yiddish y esta es: el yiddish puede ser un idioma moribundo, pero es el único idioma que conozco bien. El yiddish es mi lengua materna y una madre nunca está realmente muerta.

Señoras y señores: Hay quinientas razones por las que comencé a escribir para niños, pero para ahorrar tiempo mencionaré solo diez.

Número 1) Los niños leen libros, no reseñas. Les importa un comino las críticas.

Número 2) Los niños no leen para encontrar su identidad.

Número 3) No leen para liberarse de la culpa, para saciar su sed de rebelión o para deshacerse de la alienación.

Número 4) No les sirve la psicología.

Número 5) Detestan la sociología.

Número 6) No intentan entender a Kafka ni el Finnegan’s Wake.

Número 7) Todavía creen en Dios, la familia, los ángeles, los demonios, las brujas, los duendes, la lógica, la claridad, la puntuación y otras cosas obsoletas.

Número 8) Les encantan las historias interesantes, no los comentarios, las guías o las notas al pie.

Número 9) Cuando un libro es aburrido, bostezan abiertamente, sin vergüenza ni temor a la autoridad.

Número 10) No esperan que su amado escritor redima a la humanidad. Por jóvenes que sean, saben que eso no está en su poder. Solo los adultos tienen ilusiones tan infantiles.



sábado, 24 de abril de 2021

Leyendo A Homero En La Habana



Por Enrisco

En mi juventud habanera casi todo estaba racionado: la comida, la ropa, los zapatos. Pero, sobre todo, las lecturas. Cierto que había muchos libros disponibles, pero la gran mayoría de ellos, al igual que la música y el cine, respondían al mismo sesgo ideológico o, como se decía en aquellas circunstancias, a la misma concepción científica y revolucionaria del mundo. Imposible tropezarse en las librerías con George Orwell, Mijail Bulgakov o Milan Kundera en los estantes de literatura europea, con Mario Vargas Llosa, Octavio Paz o Jorge Luis Borges en los de latinoamericana o Virgilio Piñera, José Lezama Lima, Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera o Guillermo Cabrera Infante en la cubana. Incluso los marxistas menos ortodoxos como Gramsci, León Trotski, Althuser o Adorno estaban prácticamente vetados de librerías y aulas. Toda la literatura contemporánea había sido sometida a una minuciosa criba enfocada en excluir los libros que cuestionaran el catecismo marxista. Incluso se censuraba a los “compañeros de viaje” que, en medio de su entusiasmo por la Revolución Cubana, mostraran algún aspecto de la realidad que la propaganda oficial prefería silenciar. Lo mismo se vetaban los libros de Eduardo Galeano que el entusiasta recuento que hiciera el poeta Ernesto Cardenal de su viaje a Cuba.

A los clásicos, en cambio, esa inercia de los programas de estudio, se les consideraba inofensivos. Al modo en que la Iglesia ejercía de perdonavidas con los autores precristianos, a los autores anteriores al Manifiesto comunista se les disculpaba el haber nacido antes de las fundamentales revelaciones del marxismo. En las escuelas se los leía, eso sí, en la clave del materialismo histórico: se hacían todas las acrobacias interpretativas necesarias para que los clásicos anticiparan las epifanías del marxismo. En la Ilíada, por ejemplo, no había personaje más importante que Tersites, aunque apenas se asomara en una breve escena de sus 24 libros para salir bastante mal parado. Tersites era, según la interpretación oficial que se nos impartía, el representante de los plebeyos y, quien dice plebeyos, dice los desposeídos, los proletarios, la clase revolucionaria. Pero al margen de aquellas lecturas tuteladas, la épica de griegos contra troyanos quedaba allí, con sus espléndidos misterios, dispuesta a entregarnos el sentido que pudiéramos atribuirle.

Lo mismo valía para Platón, Dante, Cervantes, Shakespeare, Balzac o Tolstoi. (La Biblia, en cambio, se excluía de librerías y programas de estudio: la religión era el opio del pueblo y en el socialismo el consumo de estupefacientes está severamente penado). Sus libros nos permitían fascinarnos por mundos y héroes lejanísimos y cercanos al mismo tiempo. Personajes que funcionaban con una lógica muy poco marxista, pero igual de humana que la nuestra. En medio de la vida milimétricamente racionada del totalitarismo aquellos clásicos nos permitían vivir vicariamente la experiencia de la libertad. Y entendernos con seres muertos hacía tanto tiempo, nos convertía en más sutiles, mejores, lectores.

Ahora, como profesor de la democrática academia norteamericana asisto no sin asombro a la creciente ofensiva contra los textos clásicos, los mismos que hasta la celosa censura totalitaria solía respetar. Cierto que no se les arrincona por clásicos sino por ser la obra de hombres blancos. Pero ni Platón, que alguna vez fue esclavo, Dante, exiliado, Cervantes, mutilado, esclavo y preso por deudas, Shakespeare plebeyo y Balzac, escribiendo bajo el acoso de sus acreedores, pudieron disfrutar a plenitud los supuestos privilegios que venían con su género y color de piel. Para no hablar de Homero quien, según la tradición, era ciego.

Hoy se pretende escoger las lecturas como se elige un traje de bodas: hechas estrictamente a las medidas identitarias de cada cual. De ser posible el autor deberá compartir raza, género, preferencia sexual e ideología con los lectores. Pero exagero. El rechazo más radical contra los autores blancos se lo escuché a un estudiante rubio y de ojos azules. Puede que él, como otros, intente cuestionar la veneración hueca que siempre ha existido hacia la literatura de épocas pasadas. (De manera no muy diferente el sistema educativo de Occidente alguna vez superó la superstición del latín). Puede que se haya roto el consenso sobre la necesidad de leer libros con previo fervor y misteriosa lealtad, al decir de Borges. Puede que lo que me predispone hacia la actual ojeriza contra los clásicos sea mi nostalgia por aquellas lecturas libérrimas en medio del más estricto racionamiento intelectual. Preferible que sea así y no que lo que persuada a los estudiantes de dialogar con algunos de los muertos más ilustres del pasado no sea la molicie o el miedo. El miedo, se sobreentiende, a atreverse a ver el mundo más allá de la perspectiva estricta que nos pautan nuestro tiempo y nuestras circunstancias. El miedo a ser, modestamente, libres.

domingo, 18 de abril de 2021

Decálogo del guerrero (de las redes sociales)


1.-Escriba como si sus posts pudieran ser leídos en una semana, un mes o un año. O en diez. Como para evitar que lo avergüencen demasiado cuando los vuelva a leer en una semana en un mes o un año. O en diez.

2.-Si va a entrar en un debate escríbale a sus interlocutores como si fueran personas reales. Posiblemente lo sean.

3.-Respóndale a sus contradictores no solo como personas reales sino como si hubiera alguna posibilidad de encontrárselas alguna vez, cara a cara, y no tener que bajar la suya. O desviarla en alguna dirección. Tenga en cuenta que en ese momento nadie le va a estar dando “like”.

4.-Si bebe no postee. Y si postea no beba. Más importante aún: si no ha probado alcohol ese día no tiene justificación para postear como si estuviera borracho.

5.- Recuerde que la palabra “friend” quiere decir “amigo”. Y si bien a todo “amigo” de Facebook no lo une un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato” tampoco debe llegarse al extremo de insultarlo o dejarse insultar por este. Llegado a ese punto es mejor suspender la amistad, por muy virtual que esta sea.

6.-Recuerde que no puede tener la razón siempre. Si dice una cosa un día y la contraria al siguiente lo más probable es que una de sus afirmaciones sea errónea. O  las dos. O si la noticia con la que ayer estuvo de acuerdo hoy resultó ser falsa no insista en sacar la misma conclusión que cuando la creía verdadera.

7.-Cuando una noticia parezca confirmar sus creencias más profundas no la reproduzca inmediatamente. Sospeche de ella. Compruébela con varias fuentes antes de difundirla. Recuerde que la realidad no existe para darle la razón sino más bien para quitársela.

8.-No escriba posts para sacarse la rabia de arriba. Como si estuviera tirando la basura a la calle. Piense que si todos hacemos lo mismo las redes sociales serán un basurero. Si no lo son ya.

9.- Diga las cosas como si pudiera estar equivocado. Como si alguna vez en su vida hubiera podido equivocarse. En parte porque un poco de humildad nunca viene mal. En parte porque si acierta la mitad de las veces no es un mal promedio, pero aun así queda demostrado que no es infalible. Después de todo ni siquiera el Papa lo es. (Sí Francisco, no te hagas ilusiones).

10.-Considérese de antemano un idiota si ha tenido el impulso de escribir un decálogo como este. Y actúe en consecuencia.

miércoles, 14 de abril de 2021

Locos por la rumba


Habría sido interesante viajar en algún vapor de la línea Nueva York-Habana un siglo atrás. A la ida con el barco cargado de turistas yankis deseosos de escapar del frío invernal y de la Ley Seca todo el año.

A la vuelta, con esos mismos turistas, ya resacosos, desafinando con sus maracas de souvenir y, junto a ellos, músicos cubanos impacientes por llegar a Nueva York. No solo para dejar de oír esas maracas con arritmia sino también incorporarse a la entonces lenta pero imparable invasión de música latina a los Estados Unidos y convertirse en los bisabuelos musicales de Bad Bunny.

Al principio no debieron notarlos mucho. En esa época Nueva York, como Chicago, estaba llena de tipos con estuches de guitarras. Lo extraño era que al abrirlos sacaran guitarras y no ametralladoras Thompson como dictaba la moda. O botellas de whiskey destilado en bañaderas. Si algo traían en sus estuches aquellos músicos, además de guitarras, sería ron Bacardí.

Al fin y al cabo, su negocio era el de promover productos locales. De aquellos vapores desembarcaron el Sexteto Habanero, el Trío Matamoros, el Septeto Nacional, Don Azpiazú y su Orquesta y muchos más. Su misión: grabar sus canciones (urticantes y contagiosas como ciertas enfermedades, pero más divertidas) en los estudios de Columbia, la RCA Victor o de la Paramount en Manhattan o en la vecina Nueva Jersey.

En estudios gringos María Teresa Vera añoró sus “Veinte años”, Miguel Matamoros lloró sus “Lágrimas Negras” e Ignacio Piñero recomendó “Échale salsita”.


Una vez impresas aquellas canciones en discos de goma laca viajaban a la isla para enardecer a sus ávidos bailadores y causar conflictos laborales: se cuenta que cuando el empleador de Matamoros descubrió que era el autor de los sones que enloquecían a toda la república le regaló cien pesos con una nota que decía “un artista de su calidad extraordinaria merece mejor destino y no sería justo de mi parte tenerlo de chofer en mi casa”.

Pero el éxito de aquella música no se limitó al oasis alcohólico de los gringos.

Tanta viajadera a Cuba terminó haciéndolos adictos a algo más que al alcohol local: descubrieron que cuando escuchaban aquellas grabaciones el whiskey de bañadera les sabía a Bacardí tomado a la sombra de un cocotero. O algo parecido.

La consagración llegó el 13 de mayo de 1930. Ese día Don Azpiazú y su Orquesta grabaron en la voz de Antonio Machín el pregón “El manisero” de Moisés Simons.

Fue en el estudio de la RCA Victor en el 18 West de la calle 46, en Manhattan. Su éxito dejó chiquita la palabra “apoteósico”. De aquella grabación se vendieron un millón de copias que equivalen hoy al éxito de tres o cuatro “Despacito”.

Todos querían grabar “El manisero”. Hasta Louis Armstrong cambió el “maniiiii” por “Marieeeee” y una jerigonza que le iba muy bien a su estilo improvisatorio. Todavía tres años más tarde los hermanos Marx la tarareaban en su comedia surrealista Duck Soup.

A la adicción de los gringos por cualquier música vagamente caribeña se le llamó Rhumba Craze (Locura de la Rumba). “Rhumba” le llamaron a sones, guarachas y congas porque les sonaba exótico: a Bacardí a la sombra de un cocotero y aquella “H” metida en el medio era como la sombrillita del trago.

Luego los catalanes Enric Madriguera y Xavier Cugat se dieron cuenta de que el negocio estaba en lo exótico y lo convirtieron en fábrica de chicharrones tropicales con violines y maracas.

La locura por la rumba pasó, pero en el 2001 “El manisero” entró en el Salón de la Fama del Grammy Latino.

En 2005 fue incluida en el Registro Nacional de Grabaciones entre las canciones que son “cultural, histórica o estéticamente importantes” para Estados Unidos.

Y por enseñarle a los gringos que había vida más allá del foxtrot, el charlestón y el whiskey de bañadera.