miércoles, 30 de octubre de 2019

Recuerdos de una educación sentimental chilena

Cuando el golpe de estado a Allende yo era un niño consternado ante la atrocidad que le habían hecho al pueblo presidente chileno y a su pueblo. Una consternación muy conveniente en días en que esta coincidía punto por punto con el credo oficial de mi dictadura. De manera que aquellos grupos de música andina autóctonos o importador entonando al son del bombo y la quena estribillos al estilo de este “hombro con hombro/ mano con mano/ pueblo chileno/ pueblo cubano” forman parte integral de mis recuerdos de infancia. Encima terminé mi educación primaria en una escuela llamada República de Chile a donde acudían exiliados chilenos prominentes -incluida la propia viuda de Allende- para explicar lo horroroso que era vivir sin libertad. Tales horrores servían para informar los dibujos que luego hacía para eventos en solidaridad con el pueblo chileno que organizaba mi dictadura. Un desierto a la izquierda, los Andes cerrando el horizonte, un puño cerrado al fondo rompiendo unas cadenas. Pueden imaginarse el conjunto: no cedía en horror al del régimen de Pinochet.

Ya en la universidad ya tenía una idea algo más clara de la opresión en mi propio país explicada pacientemente por los bastones de goma de la Policía nacional Revolucionaria ("¡Qué terrible, esto parece Chile!", pensaría yo mientras policías locales probaban la eficacia de sus tonfas en mi cráneo). Tal aprendizaje me hizo ver con esperanza el fin sucesivo de las dictaduras que habían abundado en la década anterior. Por su parte, la dictadura de mi país era reticente a la hora de abundar en aquellas transiciones a la democracia, en parte porque aquellos procesos muy poco tenían que ver con las revoluciones socialistas que había imaginado para aquellos países y en parte por la alergia que le producía la mera noción de democracia. La noche del 5 de octubre de 1988 mientras se esperaba el resultado del plebiscito que pondría fin a la dictadura de Pinochet pasé por el Comité con Solidaridad con Chile. Se ubicaba en una de aquellas magníficas casonas de El Vedado ya venida a menos, y todo lo que encontré fue un puñado de exiliados chilenos tratando de buscarle sentido a las noticias que iban llegando y que de momento no parecían muy alentadoras. En cambio no vi el menor rastro del apoyo oficial, multitudinario, de la década anterior por parte de un régimen al que la mera idea de una consulta popular con opciones claras, aunque fuera trucada, le repelía. Todavía le repele.

Treinta años más tarde Chile vuelve a ofrecer imágenes perturbadoras que recuerdan a aquellas que producía casi a diario la dictadura de Pinochet. Imágenes que provocarán el éxtasis de la dictadura de mi país porque en su lógica perversa todo lo que perturba la convivencia democrática, todo lo que arrime la realidad aunque sea superficialmente a la brasa de la disyuntiva revolución-dictadura, confirma su simplona idea del mundo. Un mundo de zampoñas solidarias y bombos combativos. De puños en lo alto y cabezas por lo bajo. Mientras tanto, mi dictadura sigue ahí tan represiva como cuando yo era niño, si acaso un poco más desaliñada y cínica. Da igual. No importa cuantas décadas cumpla a buena parte de este mundo no parece impresionarle lo que le impresionan unos días de protestas y golpizas en Chile.

Pero, por accidentada que haya sido mi educación sentimental, por desproporcionadas que resulten las reacciones ante los diferentes horrores latinoamericanos, nunca me alinearé con los que reparten los golpes (tampoco con los que queman trenes, por cierto, aspirantes a repartir los golpes del futuro). Ya sea por reacción instintiva contra la opresión y la violencia, o por un algo más pulido rechazo a la preferencia ideológica de unas maldades sobre otras, o por mero agradecimiento a los chilenos (pocos, pero suficientes) que han sido solidarios con nuestros propios pesares. Es una manera mínima de ejercer mi humanidad que es otra manera para mí de decir “decencia”. No me pidan más. Al menos si quieren que lo haga con la misma convicción que digo todo lo anterior. De cualquier manera es bastante más de lo que los profesionales de la progresía y la ética universal hacen por los golpes que me tocan más de cerca.

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