El lunes pasado
estaba invitado a una charla con los integrantes de la Cuban American Student
Association (CASA) de mi universidad. Una experiencia magnífica por varias razones.
En primer lugar por la oportunidad de reunirme con un grupo de muchachos
magníficos, sanos, casi todos cubanos de tercera generación que sin embargo
hablaban en perfecto español. La conversación, no obstante se desarrolló en
inglés en atención a una muchacha norteamericana que se unió al grupo. También me
había pedido permiso para asistir una pareja de jóvenes cubanos llegados no
hace mucho y, por supuesto, accedí.
El tema de la charla se
suponía que fuera la historia de la presencia de los cubanos en Nueva York pero
preferí no extenderme en él. Apenas expliqué los datos elementales para
que entendieran la importancia de la ciudad no solo para la historia cubana de
la inmigración (lo que convertía a Nueva York en un equivalente del Miami) sino para la propia formación de la idea de lo cubano y de muchos
de sus símbolos más reconocibles. Insistí en lo mucho que se ha subestimado
este aspecto y lo compleja que debió ser para la joven república intentar poner
en práctica las ideas de democracia, política republicana y modernidad que
importaron los exiliados cubanos al regresar a la isla.
Bastante más
interesante fue, al menos para mí, que los estudiantes me hablaran de su idea de ser cubanos, el
modo en que se comunican con esa parte de su identidad, la manera en que transitan
entre sus diferentes avatares. Tuve que confesarles que ese no era mi caso. Que
no tengo opciones. Que soy cubano las 24 horas. Que apenas soy norteamericano a
la hora de ejercer mis derechos como ciudadano (a la hora de viajar o votar) o
como consumidor (como cuando voy al costumer service con un artículo defectuoso
y regreso cantando “God Bless America”). Y todo ello sin que sienta un ápice de nostalgia por el país que dejé atrás. Que como cualquier exiliado, cargo mi país conmigo. Les expliqué que en ciertos detalles
esenciales la mentalidad del exiliado es distinta a la del inmigrante. Que su objetivo
no es integrarse por completo al país de llegada ni reunir dinero suficiente
para volver al país de origen. Que algo en él se resiste a disolverse en el
país de acogida, por hospitalario que le resulte. Por eso insiste en que sus
hijos hablen su idioma, que preserven sus raíces. Para que de inmediato yo les advirtiera a los muchachos de CASA
del peligro que entraña la propia idea de raíces, de vernos como una especie de
boniatos incapaces de ser trasplantados a ningún otro sitio.
Porque también de
eso se trata. De vencer la superstición que desde hace rato fomenta el régimen
cubano de que los cubanos quedamos irremediablemente disminuimos una vez que escapamos
del suelo que tan bien controlan. Y entre las tantas cosas que perdemos,
supuestamente están nuestras facultades creativas. Que sobre eso escribo obsesivamente desde hace años. No para demostrarme que soy algo más
que un boniato. Se trata de desarrollar nuestra capacidad individual y colectiva de
crearnos un país fuera del país, una patria portátil donde quepa lo bueno que
puede tener ser cubano y mantener a distancia sus infinitas miserias. Creo que en algo así pensaba Martí cuando decía "Aquí no somos desterrados sino fundadores". Un
experimento en el que los judíos nos llevan milenios de ventaja y que nos ofrece un buen modelo seguir.
Y entonces
entramos de lleno en la política. O en lo que llamamos política que no es más
que el lenguaje concreto de lo molesto abstracto, disculpen el retruécano. Que si
la salud y la educación, esa vieja tonada. Y ahí entró en acción aquella pareja
que mencioné antes y que me acompañó en la labor cansona de ir desbrozando lo obvio.
Y como si de una coreografía se tratara nos íbamos completando los argumentos y
ejemplos evitándome la fea impresión de que a casi 24 años de salir de Cuba
estuviera hablando de un país que solo existe en mi imaginación. Dejarle claro
a aquellos muchachos que no es manía de sus padres o mía, sino que aquella
realidad insiste en repetirse miserablemente como si para aquella isla no
hubiese otra opción. Cuando llegó el momento en que debí ofrecer alguna esperanza
opté por la mala política de la sinceridad. Les confesé que yo era optimista con
todo menos con Cuba. Que no veía salida ni siquiera a mediano plazo. Y que a
largo plazo ya se sabe: todos estaremos muertos. Que si alguna esperanza me quedaba
era la que alentaba la existencia de gente como ellos. Muchachos que tres
generaciones más tarde seguían identificándose como cubanos, hablando español y
persistiendo en la religión de los frijoles negros, Celia Cruz y Martí. Y
luego, poco más. Había que entregar el local tras dos horas que habían pasado
como un instante y salí de allí sintiéndome más vivo que como había entrado. Espero
que con ellos pasara lo mismo.
P.D.:
Y hablando de patrias portátiles. Escúchese la patria magnífica de sonidos que ha erigido el pianista Pepe Rivero con su Yoruba Suite ejecutada por su noneto de jazz acompañado por orquesta sinfónica en Madrid:
P.D.:
Y hablando de patrias portátiles. Escúchese la patria magnífica de sonidos que ha erigido el pianista Pepe Rivero con su Yoruba Suite ejecutada por su noneto de jazz acompañado por orquesta sinfónica en Madrid:
5 comentarios:
Me alegra, Bro, que haya sido asi. A mi vivir aqui me permitio ejercer como profesional lo que siempre habia tratado de ser modo amateur: tratar de no ser cubano, de ser Yuma. Pero tambien me di cuenta, eso tiene la profesionalidad, que los yumas no son yumas, que no eran aquello que yo me habia inventado para luchar contra lo que me rodeeba y que yo, quieralo o no, soy cubiche. Al final he terminado siendo yuma profesional y cubano amateur.
Abrazotes, Yoyi
un dia me dijiste algo que desde entonces es mi brujula y mi consuelo. "uno no escribe como quiere sino como puede". pues con lo de vivir funcioan igual. y no dejes de oir al musica. de las que llena el alma.
Pasmoso como puedes expresar en blanco y negro esos sentimientos que la mayoría de los cubanos guardamos muy adentro.
Nosotros, que fuímos de los exiliados de la década del 60, siempre gozamos de pedacitos de Cuba en la comida, la música, las partidas de dominó y canasta que los viejos y amistades organizaban, hasta que fueron abandonando esta dimensión con sus sueños de volver algún día. Mis padres fueron muy realistas en ese aspecto, sabían que aquel Vuelo de la Libertad era un one-way ticket, e hicieron de PR nuestro hogar manteniemdo la esencia cubana.
Es una agradable sorpresa saber que estos jóvenes estudiantes cubano-americanos puedan expresarse en español, y aprecien y cultiven lo cubano. Me alegro que hayas disfrutado plenamente de una experiencia que imagino muy revitalizadora.
Saludos.
Comparto el destino de ser "cubana las 24 horas", tras 17 anios en Alemania y viviendo totalmente entre alemanes. Un tiempo pensé que "eso" se pasaba solo. Otras muchas veces he deseado que existiera "olvidatin", un medicamento que te tomas al llegar al aeropuerto de acogida y hace que puedas olvidar todas esas raices. No con el objetivo de integrarme mejor, que yo vivo totalmente integrada. Sino para no sufrir a Cuba, para evitar el dolor que da saber y pensar en Cuba.
No extranio Cuba. Vivo en todos los sentidos mi vida mas feliz.
De todas formas, no encuentro la manera de no ser cubana. Y he acabado por aceptarlo.
Lo discuto mucho con mi hija, cubana de nacimiento, alemana de todo lo demas. Discutimos cómo tenemos tanto conocimiento en comun y al mismo tiempo somos tan diferentes.
Yo le digo que si pudiera ya no fuera cubana. Pero no es una opción, es un hecho consumado.
He invertido mucho erfuerzo y pensamiento en explicarle Cuba a mi hija. Nos ha costado anios. Ella mucho tiempo lo vio como si la loca fuera yo. Exagerada. Obsesionada. Monotematica. Menopausica de Cuba. Cualquier tema político social que saliera a discusion, yo siempre con la letania "En Cuba ya paso...." y ella "Por Dios no hables más de Cuba, estamos hablando de aqui!"... y bueno, uno se calla para otro dia poder seguir hablando que para eso uno es madre, y padre y todo a la vez.
Hoy en dia no hay truco de la politica cubana que no pueda olerse anticipadamente. No hay teatro comunista que no pueda ver inmediatmente detras del telón. No hay cuento comunista que la enganie.
En eso sentido soy una cubana 100% orgullosa y digo "Comandante, misión cumplida!, ella esta salvada de ti y los como tu.
No me siento ni una cosa ni la otra, sino parte de ambas y ajeno a ambas a la vez. Lo que sí siento es decepción y disgusto con ambos lados, y un enorme desprecio por todos, de donde sean, que todavía justifican o apuntalan de modo alguno Aquella Plasta.
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