Como buena parte de las personas, me basto para hacer las
cosas mal, pero para hacerlas bien necesito mucha ayuda. Si Turcos en la niebla tiene alguna virtud se
la deberá a personas que, conscientemente o no, contribuyeron a que fuera un
libro mejor informado, menos pobre. No poco le debe mi conocimiento sobre los
sucesos en torno a la ocupación de la embajada de Perú en La Habana en 1980 y
el posterior éxodo a través del puerto del Mariel a mis largas conversaciones
con los hermanos Sergio y Roy de la Vega. De mi información sobre la vida de
los cubanos en el condado del Hudson, en buena parte son responsables los
esposos Irma y Mario Davidson, ya fallecidos, y Armando Álvarez. A María
Antonia Aymerich y a Silvina Stamponi les agradezco compartir conmigo sus
experiencias como exiliadas sudamericanas en la Cuba de los años setenta y
ochenta y, a Hugo Stevenson, su asesoría sobre el trabajo de un psicólogo
clínico. A Hugo Pezzini le debo la frase popular argentina de la que este libro
toma su título. Y la conversión del manuscrito original en libro más o menos
legible, le debe mucho a las lecturas y recomendaciones que de éste hicieron
Nanne Timmer, Francisco García González, Armando Tejuca, César Reynel Aguilera
y César Pérez. A Jorge Ignacio Domínguez le agradezco, además de su atenta
lectura, su sugerencia de aliviar el manuscrito original de más de cien
cuartillas que ningún lector se merecía. A la poeta Reina María Rodríguez le adeudo
su cuidadosa lectura, sus detalladas recomendaciones y, sobre todo, la fe que
le tuvo al manuscrito desde que lo leyera. Y si de fe y aliento se trata me veo
obligado a mencionar a Eida de la Vega quien, a pesar del cuestionable aval de
ser mi esposa, tiene un agudo olfato literario. Siendo la más temible de mis
lectoras, hizo importantes observaciones al manuscrito y además se encargó de
hacer la revisión final de las galeradas que junto al magnífico equipo de
Alianza Editorial (pienso en las editoras Valeria Ciompi Di Bernardo y Marta
Barrio García y en la correctora Rocío Gómez de los Riscos) ha logrado que el
texto sea bastante más presentable que el que envié al Premio Unicaja Fernando
Quiñones. Y al poeta José Manuel García Gil le agradezco que
se comportase con este libro como el ángel guardián que ha sido de buena parte
de mi vida. Quiero por fin agradecerles la compañía y el apoyo a los
familiares, amigos, artistas, intelectuales, expresos políticos, exiliados y
emigrantes en general que le han dado un sentido tan especial a vivir en este
costado del Hudson. A todos ellos puede servirles de emblema el nombre de Jorge
Valls Arango, revolucionario, poeta, intelectual, preso político y exiliado hasta
el fin de sus días, un ser cuya grandeza todavía estamos digiriendo.
Y last but not
least le agradezco a la Fundación Unicaja y al jurado del Premio de Novela
Fernando Quiñones el haber elegido, entre todas las opciones que se presentaron
al premio, esta novela. Que escogieran, entre todas, una historia tan alejada
de su experiencia vital dice mucho de su amplitud de miras y vocación de riesgo
que es más de lo que uno puede esperar de un jurado al uso. Agradezco la suerte
inmensa de que entre los primeros lectores que le tocó a Turcos en la niebla (fuera del círculo de mis amigos más cercanos)
estuvieran esos que le permitirán a la novela salir al encuentro de nuevos
lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario